Los etiquetadores literarios definen la Nueva Crónica Latinoamericana como el Boom de la No Ficción. Una de las exponentes de este periodismo regenerado, que vuelve a entroncar con la literatura, es la argentina Leila Guerriero (Junín, 1967). Mario Vargas Llosa ha encomiado, desde las páginas del diario El País, cómo compone cada perfil o retrato de sus personajes: “Es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

Dicho por el último sobreviviente de aquel grupo, que detonó la novela latinoamericana desde la Barcelona franquista, Leila Guerriero no necesita más presentadores.

Estudió la carrera de Turismo, pero no la llegó a ejercer. Le pudo más la pasión por las letras, y observar lo variado de la condición humana, que organizar cruceros por el Perito Moreno o veladas de tango para guiris en El Viejo Almacén.  Con 25 años envió un cuento, titulado Kilómetro cero, al diario bonaerense Página/12 y, cuatro días después, el director, Jorge Lanata, la contrató como redactora. Su firma no tardó en aparecer en los periódicos de mayor tirada en el Cono Sur, como La Nación y El Mercurio, y fue revalidada en España por El País, del que es actualmente columnista.

Autora, además, de una docena de libros en los que prevalece el perfil de personajes y la crónica narrativa, Guerriero desempeña también la labor de editora para América Latina de la revista mexicana Gatopardo, en la que se ha fraguado una parte importante de esa Nueva Crónica Latinoamericana.

Con una vida profesional tan intensa, no viaja a España todo lo que desearía. Por eso, esta conversación tiene lugar entre Buenos Aires y Royuela (Teruel) mediante llamada de WhatsApp. Sin imágenes. Entrar por primera vez en casa de alguien, a través del objetivo de un teléfono, es un allanamiento de morada. Tiene algo de obscenidad. 

Tarde de paseo por este rincón de España; amanecer borrascoso en Buenos Aires. El entrevistador juega con ventaja. Aunque no la conoce en persona, ha visto fotos suyas, de cuerpo espigado y melena salvaje; puede imaginarla en el salón de su domicilio porteño. Sin embargo, descubre ahora el tono expansivo, campechano y jovial de su voz. 

- Te agradezco que hayas aceptado esta vía (la norma manda no tutear a los entrevistados, pero entre periodistas es lo que impera), porque imagino que, atenta como estás al mínimo detalle de quien tienes enfrente, tú nunca lo hubieras hecho.

- Al contrario. Cuando se interpone la distancia y el tiempo, me ha tocado. Como a todos los que trabajamos en esto. En ocasiones, claro que he tenido que hacer de este modo alguna entrevista, más bien corta, si quería obtener un testimonio, no del todo central, para un perfil o nota más larga. Pero eran por teléfono o Skype. Aunque no me apasiona la tecnología, son herramientas útiles para nuestro trabajo. Ahora, WhatsApp tengo desde hace muy poco tiempo y ésta es la primera.

 

El entorno familiar

- Pues ya somos dos. Cuando afrontas un perfil, o retrato periodístico en profundidad, de un personaje necesitas empezar por el principio. Independientemente de la estructura que le des luego al relato. No puedes comprender a ese hombre o mujer, con el que llegarás a conversar durante meses, sin conocer su pasado. ¿Cómo era tu entorno familiar en Junín?

- Mi papá es ingeniero químico. Una persona que se lee de tres a cuatro libros por semana. Y mi mamá, que falleció en 2009, era maestra, pero nunca ejerció el magisterio, sino que se dedicó al rol tradicional de ama de casa. A criar a los hijos. También leía mucho, aunque a ella una novela le duraba dos meses. Era muy devota de las revistas. No de ésas de la farándula.  La recuerdo leyendo una para mujeres que se llamaba Claudia (se publicó entre 1957 y 1973), muy avanzada, muy de vanguardia. Traía reportajes, crónicas, cuentos y muy buenas firmas. En casa había libros y revistas de historietas por doquier, y se recibían, qué sé yo, cinco diarios por día. Cuando veníamos a Buenos Aires, como a papá le gusta mucho el teatro y a mamá le gustaba el cine, íbamos todo el tiempo de espectáculos. Eran dos personas ilustradas y, aunque se hablaba de literatura, no puedo decir que viviera en una casa de intelectuales. Pero sí muy estimulante desde el punto de vista cultural.

Junín, en plena pampa húmeda y rodeada de un entorno lacustre, es una de las ciudades más activas y aplacibles de la provincia de Buenos Aires. Algún prócer local la bautizó con el pomposo nombre de La Perla del Noroeste. Pero la pequeña Leila se aislaba de aquel ambiente turístico, administrativo e industrial en la biblioteca familiar. Le gustaban los relatos de terror y ciencia ficción. “Sobre todo los de Horacio Quiroga y Ray Bradbury, que fueron los que me hicieron empezar a escribir. Porque yo escribo desde que soy chiquitita. Cuando tenía siete u ocho años. Pero el primer relato que entregué a Página/12  ya no tenía nada que ver con esos géneros, ni cosa por el estilo. Era una historia muy cruda, de realismo sucio, digamos. Una mujer roba un banco con su novio y, cuando escapa de la Justicia, se da cuenta de que se ha subido al proyecto de él, que aceptó convertirse en ladrona porque estaba enamorada. Está escrito con una voz muy bestial, nada romántica. Porque yo tampoco lo soy. Es curioso, sí, que haya sido un texto de ficción el que me haya abierto la puerta del periodismo”.

 

Sobre el periodismo narrativo

- Radio Nacional de España emite un programa en el que sus seguidores no se reclaman oyentes, sino escuchantes. En el caso del periodismo narrativo ¿ocurre igual? ¿Sois periodistas que, más que ver, estáis observando, escrutando?

- Todo el periodismo debiera definirse de esa manera. Vamos a entrevistar a la gente, la escuchamos y transcribimos lo que nos dicen. Pero usamos poco los otros sentidos. Qué se yo: la mirada, el olfato…Tenemos que estar atentos a las gesticulaciones de los entrevistados, el entorno que los rodea, sus casas, sus formas de decir: “Buenos días”, “Buenas tardes”, ”Perdón” y “Gracias”. El periodismo tradicional deja un poco de lado esos detalles que aquí se trabajan mucho.

- ¿Y, precisamente esos detalles, te han permitido descubrir en algún personaje más de lo que aportaban sus palabras?

- Siempre sucede. No se deben sacar conclusiones rápidas; por eso al hacer un perfil nos quedamos tanto tiempo con el entrevistado. Puede ser que un día esa persona esté de mal humor y responda mal; pobre, se le enfermó la suegra. Qué se yo. Ahora me viene a la cabeza la escritora Aurora Venturini. Yo la entrevisté cuando tenía 87 años y falleció a los 92. Fui varias veces a su casa, en La Plata, y le pedí permiso para sacar fotos. No quería publicarlas, pero estaba tan abigarrada de objetos que, a la hora de describirla, me iba a resultar muy difícil, por más que tomara notas. Yo, además de grabar, siempre tomo notas con la libreta. Saqué fotos de su biblioteca y, cuando llegué a mi casa, les hice un zoom y descubrí un montón de libros con títulos muy extraños. Como Los brujos, La Luna Negra de nosequé… Parecía de magia negra. Justo después, hago una entrevista con una de sus discípulas y me dice: “¿Viste que Aurora, si le haces un daño, te hace una brujería?” Y me empezó a hablar de su faceta digamos paranormal. La siguiente vez que fui a verla, le pregunté y me dijo que era muy creyente, muy católica, y que, así como existía Dios, existía el Demonio. Y me empezó a contar que ella lo había visto. Su mejor amigo era un cura exorcista. Hablé con él y nada de lo que dijo Aurora era descabellado ni para mofarse. El cura decía que, si aseguraba haber visto algo, había que darle cierto crédito. Surgió este tema de conversación que, fantasía o no, formaba parte de sus creencias. Luego ella me contó cosas que pasaron. Como que había abierto el periódico y había visto una necrológica de alguien que todavía no se había muerto y se murió poco después. No digo con esto que yo crea en esas cosas. Digo que ella las contaba de esta manera. Y todo salió de una foto a su biblioteca. Sí, esos pequeños detalles, que nadie mira o pasan desapercibidos, pueden echar luz sobre zonas de la gente a la que uno entrevista.

 

Historias en primera persona

Escribir en primera persona es un clavo ardiendo al que el periodista se aferra en casos de extrema necesidad. Leila Guerriero sólo lo ha hecho en tres de sus libros: Los suicidas del fin del mundo (2005), Una historia sencilla (2013) y Opus Gelber (2019). “Uso la primera persona en mis columnas de El País, aunque no siempre, para que se entienda que la que opina soy yo. También en mis conferencias sobre la escritura o el periodismo, porque es lo que a mí me pasa, pero que no tiene por qué ser una verdad. En el caso de esos tres libros recurro a ella por diferentes razones. En Los suicidas del fin del mundo, cuando yo llegué a Las Heras, un pueblo perdido en la Meseta Patagónica, donde había un excesivo número de suicidios entre jóvenes, vi que esa gente vivía en un estado de aislamiento y de precariedad terrible. Les cortaban la ruta los piqueteros, porque protestaban por tal cosa, y el pueblo se quedaba aislado cuarenta días. Sin recibir combustible, sin víveres, sin recibir nada. O el viento tumbaba los cables del teléfono y se quedaban diez días sin poder usarlo. Les daba igual, pero yo me desesperaba, porque me sentía encerrada. Pensaba: “No voy a poder salir de acá nunca más”. La cita con mis entrevistados era en el único café del pueblo que, a su vez, era un burdel. Y todo esto, que para ellos era normal, para mí no lo era. Esa primera persona es la mirada del forastero que no ve tan natural lo que ellos consideran cotidiano. En Una historia sencilla me incluí yo porque había cosas que me costaba mucho dilucidar. Como el hecho de que Rodolfo González Alcántara, el protagonista, se dirigiera con tanto entusiasmo hacia su propia aniquilación. Porque él iba a ganar el premio del Festival Nacional de Malambo de Laborde. El malambo es un baile tradicional de los gauchos. Si lograba ganar, como pasó, suponía el fin de su arte, porque en las bases figuraba que no podría presentarse a ningún otro concurso como solista. Y tampoco entendía el altísimo grado de prestigio que tenía este festival, absolutamente desconocido por entonces. Me parecía que era indispensable esa primera persona. De todas formas, creo que Opus Gelber es donde aparezco más expuesta de todos los libros que he escrito. Porque la personalidad del pianista Bruno Gelber se comprende y se explica sólo en relación con un otro. En la forma que manipula, ejerce su magnetismo e interpela a ese otro que tiene enfrente, que soy yo. Bruno me pone contra las cuerdas. Es superinquisitivo. Me hace preguntas incomodísimas. Juega un poco conmigo: me encuentra parecidos graciosos con actrices y me pregunta cómo me llevo con mi marido; si me acosté con mujeres…y qué pienso yo de los celos. En buena parte del libro, Bruno me entrevista a mí de alguna forma. Por supuesto, muchas de mis respuestas no aparecen, porque no interesan a nadie. Pero hay una faceta de la personalidad de Bruno que sólo se puede mostrar en ese juego como el gato y el ratón con la persona que tiene enfrente. No había manera de escribirlo si no era en primera persona”.

 

“Me molesta cuando se confunde sarcasmo con inteligencia”

A pesar de lo que cuenta, Leila Guerriero sostiene que la entrevista no debe concebirse como un combate. No hay que enseñar las armas. Pero tampoco mostrarse cómplice. Echando la vista atrás, se reprocha haber sido “un poco sobona” con algunos entrevistados y ha intentado dosificar la ironía y el sarcasmo. “Son recursos de alto impacto que se pueden transformar en un vicio. Si se convierten en el único medio que tenés para subrayar lo ridículo, lo indignante, lo absurdo, lo contradictorio, lo paradójico, blablablá… de una situación, te mostrarás como un narrador de pocos recursos. Viendo hacia atrás, encuentro algunos perfiles y crónicas recargadas en ese sentido. Sin embargo, uso mucho la ironía en las columnas de El País. Incluso llego al sarcasmo. Hay autores que utilizan ambos recursos con mucha frecuencia y me encantan, pero ahora me parece más interesante buscar otras cosas. Lo que sí me molesta es cuando se confunde, que se confunde mucho, sarcasmo con inteligencia.”

- Cuando empezaste en este oficio, todavía marcaba la pauta el Nuevo Periodismo estadounidense, pero ya empezaba a haber grandes maestros latinoamericanos.

- Sí, eran casi todos, como vos decís, gringos. Aunque para mí siempre fue un referente muy importante acá Martín Caparrós. Y después, los que fueron mis editores Homero Alsina Thevenet y Elvio Gandolfo, o Tomás Eloy Martínez. Eran guías más asequibles y cercanos. La posibilidad de que yo conociera a Tom Wolfe era una en ocho millones. En cambio, Homero me llamaba por teléfono a mi casa. Y Elvio Gandolfo me decía: “La nota está buenísima, pero acá tal cosa y acá tal otra”. Y leía a Caparrós y decía: “Ah, bueno, entonces este artículo él lo resolvió así. Qué bien, no se me había ocurrido esta solución.” Y lo mismo puedo decir de Rodrigo Fresán. Luego, cuando hubo Internet y podías entrar en revistas de Colombia, México o Chile, se amplió ese mapa de gurúes, que terminaron siendo colegas y, algunos de ellos, amigos muy queridos. 

Durante la carrera de Turismo, Leila Guerriero tuvo que estudiar Historia del Arte y, cuando se le pregunta si hay similitudes entre un perfil periodístico y el retrato de un pintor, tras ruborizarse (se intuye en la voz) reconoce que sí. “De hecho, viste, el subtítulo de Opus Gelber es Retrato de un pianista. Yo siempre tiendo a creer que un perfil, una crónica, son el equivalente a un documental sólo que escrito. Aunque cada pintor tiene su técnica, parte de un esbozo, de una idea seminal, y, a medida que avanza en la pintura, va descubriendo qué retrato quiere hacer. En la escritura hay primero un embrión, medio deforme, de lo que va a ser después; luego un pulido, a partir de esa materia desbordada, y, finalmente, se liman las rebabas. En ese sentido, podíamos pensar también en el material de la escultura. Sí, creo que la escritura y varias artes, entre ellas la música, comparten un poco esa búsqueda. El acercamiento primigenio, hasta después llegar a una forma más o menos final.  Que siempre podría ser distinta, porque es una decisión un poco arbitraría: ¡Terminé! Ja,ja. Podría seguir al infinito.”

- Las figuras, muchas veces, se insertan en un paisaje. Hemos hablado antes de la importancia de ese fondo en el caso de Aurora Venturini. Pero también existe un paisanaje. ¿Esas relaciones personales, en torno al retratado de un perfil periodístico, abren puertas que el protagonista puede mantener infranqueables?

- Sí. Por ejemplo, el perfil de Bruno Gelber no puede tener sólo su voz. Hacen falta otras que hablen sobre él. Primero porque es interesante ver versiones contrastadas de un mismo hecho. O sea, Bruno cuenta su infancia de una manera y Munina, su hermana, la cuenta parecida, pero distinta en algunos puntos. Los testimonios laterales echan luz sobre cosas que la gente no dice de sí misma. A veces ni siquiera por ocultamiento, sino por pudor. Qué se yo, nadie dice: “Soy un genio”, salvo que tenga un ego tipo Dalí. Estos testimonios señalan contradicciones, paradojas, traen recuerdos que el protagonista no menciona. Y abren toda una rama, una línea de conversación. Yo vi mucho a Bruno a lo largo de todo un año, y lo seguí viendo después, pero nunca lo encontré angustiado o melancólico. Puede perder la paciencia y enojarse, sin embargo, nunca lo vi abajo. Esteban, el hombre que vive con él pero que no es su pareja, aunque el departamento está a su nombre, me comentó que la única vez en la que vio mal a Bruno, angustiado y muy metido para dentro, fue cuando se quebró la mano y tuvo que estar enyesado seis meses, a principios de los dosmiles. Después que tuvo un accidente de auto. Ahí hay una revelación, porque Bruno le quitaba importancia a ese accidente. Se reía un poco… Y, sin embargo, viene Esteban y me dice: “Mira, no. Cuando se accidentó, sí lo vi mal. Lo vi preocupado.”

 

“Uno no puede darle voz a un monstruo para que limpie su imagen o pretenda hacerlo”

- Además de perfiles escritos por ti, has publicado, como editora, dos libros de ese género elaborados por otros periodistas: Cuba en la encrucijada (2017) y Los malos (2015). En este último aparecen retratos de criminales, torturadores y genocidas, como Ingrid Olderock, la oficial chilena que vejaba sexualmente con perros a los detenidos. ¿Debemos los periodistas dar voz a esa gente?

- Nunca termino de entender esta polémica. Hay que darles voz, pero de determinada manera. Uno no puede darle voz a un monstruo, a un sujeto siniestro, para que limpie su imagen o pretenda hacerlo. Eso no. Pero todos los perfiles de Los malos, que es un libro que demandó mucho trabajo, están muy bien tratados por sus autores. Yo les dije, como editora, que no quería un libro indignado. Con el dedito levantado, diciendo: “Este sujeto es un monstruo”, sino que me contaran la vida de estos sujetos, tan siniestros como son, de forma que pudiéramos entender lo que pasaba por su cabeza.  Algunos son tremendos.  Sin ir más lejos, el Mamo Contreras, director de la DINA de Pinochet. Torturó, mató, hizo desastres…Pero el texto está muy bien armado por su autor, Cristóbal Peña; cuenta toda la vida del tipo, habla con su hijo…hasta que llega a verlo a la cárcel y lo que encuentra es un viejo medio perdido, medio demente, que está estudiando los ovnis, rodeado por sus nietas: la imagen de la decadencia.  Y, después de leer todo el retrato, por supuesto que uno no siente ninguna lástima. Si Cristóbal hubiera empezado por ese arranque, poniendo al viejo en la cárcel, medio perdido y qué sé yo, el perfil hubiera sido otro. Yo no creo que se trate de darle voz, como vos decís, porque parece que los vamos a dejar contar sus versiones. Se trata de contar lo que hicieron, cómo se transformaron en lo que han sido, las decisiones que tomaron, hablar con sus amigos… ¿Quiénes son los amigos de estas personas? ¿Cómo se puede ser amigo de alguien así? Es muy fácil reducir a esta gente a la idea de monstruo. Si uno dice: “Ah, son monstruos,” los saca de la especie humana y es un pensamiento muy tranquilizador. Porque un monstruo se reconoce fácilmente. Lo siniestro, lo perverso, lo aterrador es que están camuflados y viven entre nosotros como hijos de vecinos cualquiera. Y, como periodistas, debemos tratar de comprender el ecosistema de la cabeza de estas personas, así como tratamos de comprender también otros: a gente más buena, completamente buena o talentosa. Utilizando las mismas herramientas periodísticas.  No, no creo que se trate de darles voz, sino de entender.

 

“Argentina ha sido modelo de Memoria Histórica”

- Ya que hablamos de crímenes, Raúl Alfonsín llegó a la Casa Rosada y se propuso juzgar a los genocidas de las Junta Militares con el calor de sus posaderas todavía reciente en el sillón presidencial. En España, casi medio siglo después de la muerte de Franco, se le rinde homenaje en un monumento de titularidad pública. ¿No fuisteis demasiado rápido en Argentina y nosotros muy lento? 

- Yo no me voy a meter a opinar de la política española, porque creo que allí hay mucha opinión y muy bien fundada al respecto. Me remito a hablar de la política de acá, de lo que más conozco. Creo que Alfonsín hizo lo que había que hacer y con un riesgo muy alto; la dictadura, como decís, todavía estaba presentísima. No pasó casi tiempo y empezaron los juicios. El informe Nunca Más sacó a la luz la historia soterrada de las torturas y desapariciones. No veo ningún motivo para tener que esperar a hacer esas cosas si es que se hacen bien, como se hicieron. Fue ejemplar. Después hubo, como sabés, leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, de Impunidad, y se reabrieron los juicios por lesa humanidad. Hace poco tiempo, se pretendió dictar una ley que beneficiara a esos condenados por crímenes de lesa humanidad y la gente salió a la calle. Generaciones de argentinos, desde abuelos hasta nietos y bisnietos, se congregaron frente a la Plaza de Mayo exigiendo que no se hiciera. Y no se hizo. Temas como la Memoria y la Justicia, en términos de Derechos Humanos, son algo muy arraigado en la gente. Se empezó a crear conciencia desde muy iniciada la democracia.  Si hay algo que me conmueve de este país es eso. Creo que es la única cosa que ha funcionado, con ires y venires, pero ha funcionado bien. La memoria nunca es un error.

El reportaje de Leila Guerriero La voz de los huesos, que en América se publicó como El rastro de los huesos, cuenta el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense para reconstruir los crímenes de la dictadura. Obtuvo el premio Nuevo Periodismo Cemex y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que presidía García Márquez. La voz de la cronista va apartando, como hacen ellos con la tierra, el manto de olvido con que cubrieron los militares su programa de exterminio. De aquella convivencia surgió una amistad que perdura. “Los periodistas entrevistamos a mucha gente y no podemos hacernos amigos de toda. Ni todo el mundo se presta, o no nos apetece a nosotros. Pero aquí se dio, después de pasar muchas horas con ellos. Y no sólo en el laboratorio. Porque no podía terminar la crónica sin ver una exhumación y los acompañé al cementerio de La Plata a exhumar tres cuerpos. No había nada morboso. Fue duro, pero me parecía fundamental verlo y contarlo.”

- He leído en alguna parte que te ocurre lo que a Ernst Jünger: que te gusta visitar los mercados y los cementerios de las ciudades a las que llegas. Él se hacía idea de cómo era esa sociedad en función del trato que daba a sus vivos y a sus muertos.

- Me parece interesante lo que decía Jünger, pero yo no siento ningún atractivo especial por los cementerios. Quizá se haya extrapolado de algún comentario que hice a otros colegas sobre  aquella crónica. Tampoco siento rechazo por esos lugares urbanos. Acá, en Buenos Aires, vivo cerca del cementerio de La Chacarita y es curioso porque uno puede entrar con el auto. Tiene calles adentro y una arquitectura alucinante…una atmósfera de calma, tranquila, nada que atemorice. Aunque tampoco es un lugar para hacer una fiesta. Si tengo que ir a un cementerio, voy sin ningún problema. Por lo que decís de Jünger, yo estuve como veinte mil millones de veces en Santiago o en México y no tengo ni idea de donde están los cementerios de esas ciudades. Pero sí conozco sus mercados.

En Plano americano (2013) Leila Guerriero traza perfiles de escritores, fotógrafos, músicos, pintores, cineastas y otros creadores latinoamericanos. Lo publicó la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, y a pesar del corto recorrido que suelen tener las ediciones universitarias, uno de los ejemplares cayó en manos de Mario Vargas Llosa. Lo escogió al azar entre la pirámide de libros que le envían a su domicilio y, al ver en el índice de retratados a Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), por quien siente verdadera devoción, le pudo la curiosidad. El erudito dominicano fue el cabo de la madeja que le llevó a leer el libro completo y dedicarle a la autora su columna semanal en el diario El País: “Muestra de manera fehaciente que el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, que es informar.” Guerriero no era ninguna debutante, ya destacaba entre los periodistas de su generación, pero aquello le hizo rozar la gloria. “Para mí fue un shock. Una conmoción, esa es la palabra. La columna de Vargas Llosa aquí la tiene sindicada el diario La Nación y, con la diferencia horaria, la publica cuatro horas más tarde. Yo estaba trabajando, porque no vivo pegada a las ediciones digitales de los periódicos todo el tiempo, ni tengo una alerta de Google con mi nombre. No, no hago esas cosas. Y me llamó mi amigo, y editor de opinión de La Nación, Jorge Fernández Díaz. Cuando me lo cuenta, digo: “Jorge, me acaba de bajar la presión. No puedo creerlo.” Y me la leyó al teléfono, porque no me atrevía a entrar en El País. Obviamente, yo había leído a Vargas Llosa desde chica, pero no lo conocía personalmente ni tenía ninguna relación con él. Luego entablé contacto y lo conocí en un restaurante de Madrid, gracias a nuestro común amigo Juan Cruz Ruíz, pero en aquel comento me costó entender qué me pasaba. Apenas abrí el mail, fue el mismo efecto que cuando te ganas un premio muy importante. ¿Entendés? Te escriben, y te llaman, desde todos lados: amigos, colegas…Era un poco eso de ¿Qué hace una chica como yo en un lugar como éste?”

 

“El papa Francisco me parece contradictorio y manipulador”

 Los dos argentinos vivos con más proyección internacional son Messi y el papa Francisco. El primero se muestra parco en palabras. Cualquier perfil sobre el futbolista devendría en un elogio del silencio. El pontífice ha concedido muchas más entrevistas que todos sus antecesores juntos, y en ellas se muestra locuaz, chistoso…terrenal, en una palabra. Pero los periodistas apenas han podido compartir con él una hora de conversación. Un perfil llevaría meses, por eso Leila Guerriero lo considera inaccesible. “Claro que me parece interesante Bergoglio, pero me resulta un sujeto muy poco loable. Si un periodista tiene que deponer muchos prejuicios antes de entrevistar a una persona, yo creo que con Francisco me costaría muchísimo hacer ese trabajo. Me genera antipatías. Es uno de los sujetos que tiene más poder en el mundo, además jefe de Estado, y muy contradictorio. Hay un consenso de simpatía, o había por lo menos, en los inicios, con esa imagen de estar dispuesto a terminar con ciertas cosas de la Iglesia, y en realidad es tan conservador o más que todos. Hizo muy poco para cambiar de raíz los abusos sexuales, por ejemplo. Cuando vino al Sur, a Chile, fue muy poca gente a verlo. Sentó a su lado al obispo Juan Barros, que estaba acusado de haber encubierto el caso Karadima, una historia tremenda de abusos sexuales a menores. Sostuvo ante los periodistas que no había ninguna prueba de la complicidad de ese obispo, cuando los abusados habían presentado decenas. Incluso enviaron cartas al Vaticano que jamás fueron contestadas. Bergoglio, después de apoyar a Barros, tuvo que salir pidiendo disculpas. Mirando su comportamiento de aquellos días, creo que es un hombre de convicciones muy aterradoras. Pero, por otro lado, se lo ve como un tipo con cierta cercanía terrenal. Parece tener más conocimiento que otros miembros de la Iglesia de lo complicada que es la vida de la gente en el día a día. Ya digo, me parece interesante, muy contradictorio, y, por supuesto, inaccesible para hacerle un perfil periodístico tal y como yo me los planteo.”

 Leila Guerriero parece sentirse más en su salsa con personajes desconocidos, como la señora que envenenó a  amigas agregando cianuro al té, el ilusionista manco o un cardiólogo convertido en el doble Freddie Mercury. Seres humanos que, por lo general, tuvieron su breve reseña en la prensa y a los que ella, con las herramientas del periodismo, redime de la anécdota para contarnos su historia. Las más interesantes, junto a reflexiones sobre su oficio y la última entrevista a Homero Alsina Thevenet antes de morir, las recopiló en Frutos extraños (2009). “La base del libro es la famosa frase que dice que, visto de cerca, nadie es normal. Y eso se puede extrapolar un poco a toda la gente que uno ha retratado. Me cuesta encontrar, si es que lo hay, un denominador común a esas personas. Son muy diversas. Sin embargo, a pesar de que utilizara ese título para un libro concreto, lo que me mueve no es la extrañeza de la gente, sino la curiosidad que me genera. Porque, si no, tendría una colección de frikis y no va por ahí lo que me interesa.”

 

“A los periodistas nos encanta la épica del perdedor”

- ¿Te tienta la épica del perdedor? Porque quizá se vislumbre algo en La voz de los huesos, Los suicidas del fin del mundo… incluso el Rodolfo de Una historia sencilla, pese a ganar el concurso de baile, tiene una dosis de perdedor.

-A los periodistas nos encanta esa épica del perdedor, del loser. Lo que vos decís es cierto.  Pero en estos casos no la veo para nada. El Equipo Argentino de Antropología Forense reconstruye la historia de personas que han sido víctimas. Y los jóvenes suicidas de La Patagonia, yo tampoco diría que un suicida sea un perdedor. En ambos casos hay un quiebre, son historias de horror, no de perdedores. Y Rodolfo no sé si tiene algo de perdedor, porque siempre se sobrepone a todo lo que le pasa: los primeros años de pobreza, acá en Buenos Aires, y luego da todo por conseguir ese campeonato de baile. Aunque la condición sea no volver a presentarse a ningún otro. Finalmente gana. Va tras un sueño y lo consigue. ¿Algo de perdedor? Yo más bien lo veo como una especie de Ícaro.

-Muchos escritores de ficción dicen que, a veces, no son ellos los que dominan a los personajes, sino que se les rebelan y conducen al autor a donde les da la gana. ¿Te ha ocurrido que fueras en busca de un entrevistado y se te cruzara otro más interesante por el camino?

- No…(duda). No. Aunque el libro Plano americano funciona como una especie de vasos comunicantes. De pronto, en el perfil de un diseñador de joyas, aparecen, qué se yo, los testimonios laterales de una cronista de moda y un diseñador de afiches. Después, la cronista de moda ha despertado en mí el suficiente interés para convertirla en protagonista del siguiente perfil. Pero toparme con alguien impensado (vuelve a dudar. Como queriendo cerciorarse) creo que no me ha pasado nunca.

 

“No es sencillo comentar situaciones complejas en pocas líneas”

 La conversación concluye hablando de su faceta como columnista. La editorial Libros del Asteroide acaba de publicar Teoría de la gravedad, un libro recopilatorio de las columnas de prensa escritas por Leila Guerriero a lo largo de más de cinco años. Reflexiones entreveradas de lecturas y recuerdos que demuestran que todavía se puede hacer literatura en los periódicos. Le pregunto si la columna es la destilación última del periodismo. Si algunas le han costado más tiempo de escribir que, por ejemplo, un perfil de veinte páginas. “No sé si más. Porque un perfil de ese tipo cuesta muchísimo. Lo complicado de la columna es cuando se publica con una periodicidad alta. Si es difícil tener una idea por año, imagínate tener una idea todas las semanas. Cuando quiero hablar de algún asunto político, social o económico, normalmente de América Latina, recojo mucha información. Armo un documento grande, con cantidad de notas de archivo, y lo cruzo con libros que he leído. Depuro lo accesorio y, con lo que resta, armo la columna. Me lleva tiempo, no es sencillo comentar situaciones complejas en pocas líneas. Hay que evitar el reduccionismo y que todo sea blanco o negro. Para hacer un perfil me paso meses. También es necesario separar lo esencial de lo accesorio; pero buscar una estructura, que tenga clima, una atmósfera, es igualmente trabajoso. Cada género tiene su propia dificultad.

Sobrepasado, con creces, el tiempo de la entrevista, Leila Guerriero prolonga la conversación en tono más personal. Encarna la antidiva en un oficio donde proliferan las estrellas rutilantes. Ya lo advirtió Vargas Llosa tras leer Plano americano: “No interfiere jamás, nunca usa a sus personajes para auto promocionarse, practica aquella invisibilidad que exigía Flaubert de los verdaderos creadores.” Se ofrece para completar, cualquier otro día, lo que sea necesario. No reclama leer el texto antes de la publicación. ¡Sería ofender a un colega! Pero pide un pequeño favor:

- Si podés, no me hagas hablar de tú. Porque yo no utilizo esa forma. Puesto que soy argentina, hablo de vos.

- Por supuesto. Sería como tergiversar tus palabras.

- Pero a veces lo hacen. ¿Viste?... ¡¡Y, al leerlo, uno se encuentra hablando como en el doblaje de una película!! (WhatsApp devuelve metálico el son de su risotada).

 Hace 75 años, Homero Alsina Thevenet, que firmaba HAT las críticas de cine, ya denunció en el semanario Marcha cómo se profana, de ese modo, la integridad artística de un largometraje. Decíamos ayer…