Cuando se es virgen se piensa que

todos los amores son posibles

Erri de Luca

 

 

TERMINÓ LA GUERRA y continué enviándoles cartas de amor a los pilotos. Me despertaba con las primeras luces del alba, les sonreía a las fotos colgadas del espejo y me sentaba a escribir. Dorian dejaba demasiada carne en la corteza del melón y se dormía pronunciado mi nombre, con esa respiración de perro trufero sin suerte. A Marcelo nunca podrían derribarlo: tenía el cuerpo musculado de un fauno y había nacido para que yo le contemplase desnudo en una cama del Hotel Tannhäuser. La tristeza de Holden, aleación de cuatro partes de derrota y una de futuro, era el mayor de los animales terrestres. A veces mis caricias o la oscuridad luminosa de un cine conseguían diluir la ausencia de otra mujer. Y el dolor daba paso a algo parecido a la esperanza.

Escribía a diario a mis pilotos porque afuera todo era gris. Calentaba el café de puchero, cerraba los sobres, dejando un rastro velado de carmín, me ponía el abrigo que perteneció a mamá y salía al encuentro del buzón de correos agujereado por la metralla.

Al regresar a casa y cambiar las flores de las tumbas, me sentía en paz.

En el vecindario decían que estaba loca, que no era más que una solterona amargada, pero ahora que ha estallado de nuevo la guerra, la única casa que no han bombardeado, la única que sigue en pie, es la mía.

 

 

REBELIÓN EN LA GRANJA

 

 

Liebre: corredor que participa en las carreras de

mediofondo para imprimir un ritmo vivo capaz

de permitir a otros corredores un buen tiempo.

 

 

DESDE HACE AÑOS pago las facturas marcando tiempos de record y abandonando en las últimas vueltas: me derramo en el tartán para que otros alcancen la gloria.

Poco antes de la maldición de los despertadores, salgo a entrenar. Me gusta escuchar el fuelle de mi respiración desafiando al repartidor de periódicos montado en su bicicleta, mientras la ciudad duerme. Al regresar a casa, recibo como premio el ademán despectivo del portero, que no me conoce oficio ni beneficio, y una ducha. Desayuno formulando preguntas al retrato que le hice a Marta el día que se marchó. 

En el vestuario, las estrellas del mediofondo revisan ante el espejo su nuevo corte de pelo y sus tatuajes tribales, y luego realizan estiramientos con sus iPods de última generación, concentrados, supersticiosos y egocéntricos. Ni siquiera se percatan de mi presencia: yo no me alojo en hoteles de cinco estrellas, sino en pensiones de trabajadores que roncan hasta el alba, no entreno en centros de alto rendimiento, no aparezco en la publicidad de las grandes marcas deportivas y no soy una amenaza en la pista. Como hijo de minero, sufro la invisibilidad de los microbios.

Tras el disparo inicial, me coloco en cabeza, con el zumbido del público como paisaje de fondo, forzando la marcha hasta que, hiperventilando y medio desmayado, siento la amenaza de los calambres. Apenas me queda un resquicio de aire en los pulmones, así que trato de buscarlo en los recuerdos. Mis amigos me lanzaban en las discotecas para que entablara conversación con chicas que siempre lloraban en mi hombro y terminaban en sus brazos. Soy una liebre sentimental.

Llega la hora de las medallas. Suena la campana que indica que debo retirarme y dar paso a los verdaderos protagonistas. Y no dejo de pensar en la soledad de los entrenamientos pisando la escarcha o soportando la lluvia, en el dolor de las lesiones, en la ausencia definitiva de Marta. En un acto de rebelión, decido competir, incrementando el ritmo ante la sorpresa y la ira de atletas, entrenadores y patrocinadores que me dan de comer y que nunca volverán a contratarme. 

Un último esfuerzo, ya casi llego.

A veces las liebres no son cazadas. A veces las liebres escapan.

 

MI BRAZO FANTASMA

Desde que perdí el brazo izquierdo en un accidente de moto su presencia es más real. Resentido con el mundo por su nueva condición de fantasma, mi brazo se ha vuelto retorcido y caprichoso: exige tocar la guitarra dos horas al día, hacerse un tatuaje de un Cristo yacente y golpear al guardia que nos multó; me amenaza con un dolor intenso si no secuestro a la vecina del quinto que tanto nos gusta.

 

GÓNDOLA

Enfrascado en sus pensamientos, el gondolero veneciano avistó las costas de Tahití

 

FOTOGRAFÍA AÉREA

Un hombre llamó a mi puerta y me ofreció una fotografía aérea de mi pueblo. Colgada en la pared del comedor, me siento orgulloso de las murallas romanas, de los palacios exóticos y de ese mar que nunca tuvimos.

Me preocupa el avance de las tropas enemigas.

 

OJO POR OJO

Cuando el grillo se durmió, los vecinos cantaron todo el día.

 

MANICOMIO

Todo el mundo lee novelas para evadirse de la realidad. Al final lo conseguirán.

 

VOCABULARIO

Dicen que los perros pueden aprender hasta 150 palabras.
..
Mi perro me mira desde el borde del agujero sin saber qué hacer y yo me maldigo por haber malgastado su vocalubario con el inicio del Quijote.

 

PREMIO

Siempre jugaba al número que le tatuaron a mi abuelo en Mauthausen, hasta que un día me tocó. Ahora mi abuelo me pertenece.

 

MAYO DEL 68

Bajo los adoquines de la ciudad estaba la playa, ese infierno de sombrillas y turistas sonrosados.

Mejor no levantar los adoquines.

 

TRAS LA PARED

Los oigo copular a todas horas, tras la pared de mi habitación.

Quizás debí emparedarlos por separado.

 

MEMENTO MORI

Todos los días hacía el mismo recorrido y allí, en ese punto del camino, no había ninguna tumba. Era una cruz tosca de piedra, sin basamento, con un sencillo epitafio: De un tiro aquí murió la Chana (2006-2008). Como homenaje a un animal de compañía, probablemente una perra, me pareció esperpéntico. Esos seis kilómetros de subidas y bajadas, atravesando un bosque de hayas y cruzando un río, entre el ulular del viento en las copas y una vegetación asfixiante, formaban parte de mi disciplina diaria: corría para escapar de un temario insufrible de oposición. ¿Funcionario de prisiones? Tú lo que quieres es cumplir el sueño erótico de todo tío: convertirte en el carcelero de una prisión de mujeres, se burlaban mis amigos. Pero yo no sería reponedor de supermercado toda la vida. A la semana siguiente, una nueva tumba acompañaba a la de la perra. Aquí yace Miriam Santolaria Urtaín, ahogada en un estanque por vanidad (1985-2008). Cuando leí la necrológica en el periódico, decidí cambiar la ruta para siempre. Pero el día en que salieron las listas y conseguí la plaza de funcionario, con la adrenalina de un atleta llegando el primero en unas olimpiadas y, al mismo tiempo, con esa tranquilidad de futuro resuelto, me dejé guiar por el instinto. El bosque estaba muy silencioso. Un sudor frío, precedido de un bisbiseo en el aire, me anticipó la desgracia. Quedé paralizado ante una nueva tumba: Aquí yace Oscar Sipán Sanz, eterno opositor (1974-2008). Paso las horas vagando por los alrededores de mi tumba, pidiéndole a Dios que me despierte de esta pesadilla, sin alejarme jamás de lo único que me ata a la vida.

 

ADONDE QUIERAS IR, CON QUIEN QUIERAS ESTAR

“Se abrazaron y se besaron

y el uno arrinconó la oscuridad del otro”. 

 

HUBERT SELBY JR

Nos encontramos con Sebastián Ortiz, que ayer, en este desmonte cercano al río Ebro, descubrió… corta, corta. Repetimos. Sr. Ortiz, por favor, no mire a cámara. Míreme a mí, con naturalidad, le explica la periodista enrollando el cable del micrófono con una mano y consultando el móvil con la otra.

Borra todo rastro de emoción, se ajusta las gafas al tabique nasal, inspira, expira y retoma la entrevista:

Nos encontramos con Sebastián Ortiz, que ayer, en este desmonte cercano al río Ebro, en el término municipal de El Burgo, descubrió los restos óseos de un cadáver. Los investigadores creen que pudieron ser desplazados en la última riada. Sr. Ortiz, ¿dónde encontró el esqueleto?

Encontré a la mujer…

¿Cómo sabe que se trata de una mujer? Todavía no hay dictamen del forense.

Por el tamaño de la cabeza y de la mandíbula, además de las zapatillas, que correspondían a unos pies pequeños, del treinta y poco... No recordaba que tuviese los pies tan pequeños.

¿Está insinuando que la conocía?, le pregunta muy nerviosa, detectando la exclusiva.

Sebastián Ortiz da un paso atrás y contesta con la mirada perdida:

Enjabonada en la bañera, con el pelo a lo garçon, parecía una huerita triste con los recuerdos cosidos a besos y un pubis como de lana vieja. Le gustaba hacerse una madeja en la cama y escuchar los bufidos del viento golpeando las contraventanas, abandonarse a los presagios, arquear el lomo como un gato erizado al levantarse, reblandecer el pan en la leche caliente y escribir su nombre en harina. Por mucho que los psiquiatras le explicaron, con esa serenidad de los locos, que los miedos anidan en el árbol genealógico y que a veces Dios reparte las cartas con la cabeza en otro sitio, ella lloraba todo el tiempo, como las gaseosas de papel.

La última nochevieja destripó las uvas, como siempre, y levantó la copa muchas veces, brindando por una vida sin andamios, para terminar borracha y enmantada y despedirse con esta frase, en un susurro, después de hacer el amor: adonde quieras ir, con quien quieras estar.