Hay un gesto que acecho en mis mujeres
desde que tengo en rabia el corazón.
Tiene el peso del aire: lo respiran.
Y es un gesto más hondo que la rueda,
tallado a dentelladas en el sílex
de la palabra tribu.
Tocan la ropa sucia igual que se hace el pan.
Comprueban los bolsillos del revés
de los hombres que aman.
¿Es amor si cuidamos más de lo que nos cuidan?
¿Es amor si otras manos nos muestran lo que ocultan?
No es amor porque limpie.
Ni siquiera es amor porque se herede el gesto en los pulmones.
Es amor si, pudiendo madriguera, elige
lo contrario a los dobleces.