Hay un ir y venir de los recuerdos

desde nuestra cabeza a nuestro corazón.

Parecen en su marcha viajeros incansables

que de día y de noche se movieran

entre las dos ciudades más famosas,

de mayor importancia y más pobladas

de un país. Unos llegan muy deprisa,

circunspectos y serios, y a su llegada dejan

un oscuro recado: dolor que no ha prescrito

y que es capaz de herir muy cruelmente de nuevo

a su destinatario. Otros viajan

plácidos y ataviados con ropajes alegres,

como despreocupados y ociosos individuos,

y al abrir su equipaje nos sorprenden los ojos

con hermosas imágenes del ayer que ahora muestran

un color desvaído y melancólico,

mas que a pesar de todo dan amor y consuelo.

El flujo de viajeros en ambas direcciones

siempre es intenso y nunca se detiene.

Sólo la muerte un día puede hacer que el trayecto

aparezca vacío y desolado,

barrido por un viento que sin misericordia

borra todo a su paso y desordena el mundo.