La gente somos seres que sorprenden.

Por muy hondo que sea el pensamiento

de esa enfermedad,

de aquel fracaso,

irrumpen el amor, el recuerdo, la risa,

un segundo de luz y de tregua

entre la desolación y la supervivencia

 

¡Qué asombroso! Tenemos por dentro

cañerías y engranajes,

neuronas, ritmos,

mares de humores y la posibilidad

de procrear.

 

             Y sin embargo

no hace falta que pensemos para estar respirando,

podemos disfrutar aunque nos falte un pie,

y no echamos de menos a los muertos

todo el tiempo.

 

Al salir del hospital siempre reímos

aunque un informe diga que un reloj

hace tictac en nuestro centro.

 

Pero sabemos también hacer a los seres queridos

las preguntas difíciles,
espiar lo que duele, estudiarnos por dentro;
nos empeñamos
en abrir fosas comunes, cajas negras,
en ver el rostro de quien apretó el gatillo.

 

 

Hechos para el perdón y para el consuelo,

sorprendentes seres con capacidad de olvido

que eligen sin embargo

saber más.