El calor ha vuelto a imponerse sobre el ligero frescor de los días pasados y el profesor Souto ha dormido muy mal, como todas las noches, con sueños que no recuerda pero que le dejan una impresión desazonadora.

Ayer ha cenado con Ferrán, un  primo que pasa todos los veranos por su casa de vuelta a su tierra natal. Es un ardiente nacionalista, un nacionalista místico, soberanista, que al hablar de ello parece encenderse en una fe profunda que vuela por encima de lo que los demás puedan pensar.

El profesor Souto opina que el nacionalismo es una nueva enfermedad infantil de esta sociedad posmoderna, el intento de un imposible y falaz acceso a un útero materno mágico, trascendente, colmado de promesas fructíferas. Que en el camino del logro soñado se pierdan cosas sustantivas para la propia colectividad, es lo de menos para esos devotos.

De la gente que lo rodea, el profesor Souto ha recogido algunas anécdotas bastante ilustrativas del asunto. Un amigo suyo escritor le contó que hace unos años visitó Kazajstán para un asunto literario. Esperaba poder contemplar la Estepa del Hambre, la Estepa Pobre,  que cruzó el bravo Miguel Strogoff,  así como la cordillera del Himalaya desde el norte, esos lugares por donde debe serpentear el famoso Paso de Khyber, tan importante en el Gran Juego en el que estaba enredado Kim.

_Poder asomarme, en fin, a algunos de los parajes de la imaginación literaria y cinematográfica de mi infancia y adolescencia. Sin embargo, una niebla espesa lo cubría todo, y además me hicieron atravesar la Estepa Pobre en un tren nocturno, de manera que no conseguí ni siquiera vislumbrar aquellos parajes soñados en mis primeras lecturas, tan lejanas. Pero en aquellas jornadas tuve un encuentro con los escritores del Pen Club del país, que vivía la efervescencia de una recuperación nacionalista marcada por el idioma, con claro rechazo de la lengua rusa. En cierto momento uno de los escritores locales, no sin una agresividad cuya causa no pude descifrar, me preguntó, a través del intérprete si conocía algo de la literatura kazaja. “Conozco la obra fundamental, según ustedes mismos proclaman: Sangre y sudor, de Adizhamil Nurpeísov.” Mi interlocutor me miraba con sorpresa. “Pero la conozco porque se tradujo al ruso, que es una de las grandes lenguas de cultura, y del ruso pudo pasar fácilmente al español. Si no se hubiera traducido al ruso, seguro que no la conocería”, añadí. Marcó el rostro del escritor local una mueca de disgusto, y yo desvié los ojos. En el centro del restaurante, un lugar algo estrambótico, de techo muy bajo,  había un pequeño  estanque que los camareros salvaban a través de un puentecito, con bastante acrobacia de bandejas. Una carpa que nadaba en el estanque se detuvo, asomó la boca,  y a mí me pareció que exclamaba, de una forma que yo solamente podía entender: “¡Viva nuestra gloriosa identidad!”.

Su amigo había contemplado al profesor Souto con aire risueño, antes de continuar contándole lo que le había dicho a su interlocutor:

_“A partir de ahora, si ustedes pierden el ruso, sus obras maestras  literarias lo van tener más difícil  para atravesar las fronteras”. El tipo no me volvió a dirigir la palabra en todo el almuerzo, aunque yo llegué a mantener un interesante cambio de impresiones con la carpa.”

Otra historia que le contó al profesor Souto un amigo escritor distinto del anterior:

_En una ocasión, en Harvard, invitaron a escritores de diferentes lenguas de España para que expusiésemos nuestra relación con el lenguaje como fuente de inspiración e instrumento de trabajo. Tras el acto académico, un escritor en su lengua vernácula, a quien conozco desde hace muchos años, continuando, ya en privado, la charla sobre el lenguaje, sus contenidos y sus posibilidades expresivas, me dijo: “En castellano solo tenéis un término para expresar el tocamiento delicado del otro cuerpo: acariciar. En cambio, en nuestra lengua tenemos muchos más: sobar, manosear, magrear, popar, mimar…” “¡ Si nosotros utilizamos también todos esos términos!”, repuse. “Pero no les dais la misma ternura que nosotros.” Disimulé mi sorpresa con un aparente halago: “Eso debe significar que vosotros sois unos amantes extraordinarios.” En su rostro se mostró una sonrisa misteriosa. Entonces miré a su compañera y descubrí en sus ojos un relumbre de brasas vivas que no supe cómo interpretar. Preferí guardar silencio y no decirle que esta lengua de la que él no se sentía dueño, esta lengua mía, también había sido de los suyos alguna vez,  y había permitido, entre otras cosas, que muchos de ellos emigrasen a América para sobrevivir, y que grandes escritores de su tierra,  que ellos no dejan de considerar suyos, han escrito en esta lengua “mía” preciosos textos literarios.

Mientras Ferrán sigue en su habitación, sin duda durmiendo todavía, al profesor Souto se le ocurre un cuento breve, que escribe sobre la marcha:

 

 

CONTRA LA ESTUPIDEZ

_Este fue uno de los espacios más singulares del planeta –explicaba el antropólogo alienígena a sus congéneres,  mientras sobrevolaban aquella parte del planeta.  –El territorio no es muy extenso, como podéis comprobar, pero es una península en el extremo de un continente, situada frente a la cabecera de otro,  rodeada por mares distintos, y en su superficie se alternan toda clase de estructuras telúricas, las costas verdes, las montañas abruptas, los páramos, los montes boscosos, los desiertos, las vaguadas, los valles, las vegas de pequeños y  grandes ríos. Como su poblamiento humano fue muy antiguo, en él se fueron depositado sucesivos estratos culturales. Cuando la mayoría de la península constituía  un solo sistema político, sus habitantes podían disfrutar fácilmente de una variedad paisajística, alimentaria, folklórica, arquitectónica, lingüística, de la que todos eran comunes propietarios… Pero a mediados del siglo XXI, una parte de sus habitantes decidieron separar del resto sus pequeños espacios, trazar fronteras de acuerdo con las diferentes lenguas y lo que sancionaron, con  mendacidad, como contrapuestas culturas. La disgregación se generalizó, cada territorio vecino fue considerado un adversario, y ahora ese espacio singular se ha convertido en un mosaico de minúsculos territorios ensimismados en la contemplación de su propia pequeñez.

_¿Y no se han planteado lo absurdo de ese desmenuzamiento? ¿No han comprendido que aquella diversidad era una riqueza para todos, y que la han desbaratado?

No. Y nadie pudo ayudarlos a comprenderlo, pues como dijo uno de los antiguos pensadores humanos, llamado Horacio, “contra la estupidez, los propios dioses se encuentran impotentes”.

Paseando ayer por el parque, antes de la llegada  de su primo, el profesor Souto se encontró con varios gatos sin hogar, y pensó que acaso estaban organizados en naciones. Una se denominaría  Teselia, por ejemplo, otra Laconia, la tercera sería Prélada, la cuarta, Densira, nombres sonoros. Sin embargo, los gatos se dispersan libremente, a no ser que se los encierre, porque solo los seres racionales comprendemos esos conceptos de Nación y de Estado: seres de la misma especie, separados por barreras artificiales. Claro que los gatos marcan con la orina su territorio: ellos también tienen  una nación, en cierto modo. Esa misma que nosotros queremos marcar con el lenguaje, como una especie de orina simbólica.

Después de desayunar  con Ferrán, el profesor Souto vuelve durante un rato al ordenador, porque se le han ocurrido unos cuentecitos distópicos:

 

 

MINILANDIA

El maestro está cada vez de peor humor, pues nadie en el alumnado sabe contestar a sus preguntas.

Ha empezado con países exóticos, Kazajstán, Birmania, República de Togo, Guinea Bissau, pero tampoco saben cuál es la capital de Rusia, ni la de los Estados Unidos, ni la de Argentina, ni la de México, ni la de China, ni siquiera la de Francia, Italia, o Alemania.

_ ¿Pero es posible que no conozcáis ninguna capital del mundo? ¿Se puede saber qué habéis estudiado?

Niños y niñas lo miran confusos, con mucha extrañeza, mostrando un desconcierto que parece sincero, como si estuviese hablándoles en un idioma desconocido.

_ A ver, Marquitos –exige el maestro , llamando a uno de los alumnos más aplicados de la clase. - Dime inmediatamente en qué país vivimos y cuál es su capital.

_ Minilandia, capital Nanópolis - responde el niño, sin titubear.

El maestro se ha quedado estupefacto, pues comprende que el niño está seguro de lo que ha dicho, y en las miradas del resto de la clase hay también la corroboración de una certeza.

Los ojos del maestro vagan por la clase, tropiezan con el mapa, descubre que la familiar figura de la Península Ibérica, con las comunidades autónomas señaladas con diferentes colores, ha sido sustituida por otra figura, una especie de isla redondeada, y se siente arrollado por un vértigo atroz, al sospechar que toda la realidad que hasta ahora le rodeaba ha cambiado con  inimaginable brusquedad.

 

 

NANÓPOLIS

_ Una ciudad única en el mundo -dice el portavoz de la  comisión de juntas vecinales muy orgulloso, mientras los intérpretes traducen sus palabras. -Está constituida por diecisiete barrios, todos autónomos, cada uno con su lengua propia,  con sus culturas y sus tradiciones, incluso con su nombre diferenciado para la ciudad, con su propio sistema escolar  y sanitario, con sus transportes, que cubren solo el barrio correspondiente. ¡El triunfo de las identidades en un mundo perversamente globalizador!

_ Pero resulta complicado recorrerla –aduce un periodista.

_ Las pequeñas dificultades no deben ser sino un aliciente más para el turista culto, -responde el portavoz con suficiente petulancia.- ¿Tienen alguna pregunta  que hacer?

Otro periodista levanta la mano:

_ ¿Usted ha oído hablar de Babel?

Ferrán, que se va a marchar después de comer, está pesadísimo con el Estatut, el Tribunal Constitucional, las diferencias ontológicas y el natural soberanismo que se deduce de todo ello, y al profesor Souto se le ocurren nuevas ideas:

 

                          

SOBERANÍAS DE BOLSILLO

_ El día en que hablemos cada uno solamente nuestra propia  lengua, el gallego, el bable, el cántabru, el euskera, el navarro, la fabla, el ansotano, el panticuto, el cheso, el belsetán, el chistabín, el patués, el catalá, el mallorquí, el menorquí, el patxuezu, el lliunés, el castellano, el lleidatá, el tarragonés, el madrileño, el castellonés, el valenciá, el apitxat, el castúo, el sayagués, el  manchego, el alicantí, el alcoyá, el andalú, el sebiyano, el granaíno, el almeriense, el gaditano, el malagueño, el canario santa crú, el canario palmeño… El día en que nuestros hijos puedan conocer profundamente las grandezas de nuestras historias respectivas y de sus héroes y heroínas… Ese día habrá desaparecido para siempre la opresión imperial que ahora nos asfixia y seremos libres, y tendremos cada uno fronteras claras que delimiten nuestro espacio nacional, y cada uno nuestro ejército para defendernos y para reivindicar nuestra verdadera dimensión territorial. ¡Ese día, por fin, seremos todos soberanos, en el mejor sentido de la palabra!

_ Me parece estupendo, querido, pero es hora de cenar y resulta que no tengo nada en casa. Voy a pedir una pizza por teléfono.

_¿ Y no prefieres salir a tomar una hamburguesa?

Antes de salir a almorzar beben un vasito de vino y el profesor Souto lo paladea, le llena la mente y  la boca de impresiones alegres. En este caso se trata de un espléndido Cabernet Sauvignon del Penedés que ha traído como obsequio el primo Ferrán. Una idea nueva ronda su cabeza, y espera escribirla por la tarde:

 

  EL  IDIOMA SECRETO

Arnaldo Oseja sintió iluminarse sus más hondos sentires el día que conoció la existencia de Don Juan de la Coba y Gómez –hoy Xan da Coba –ilustre orensano –hoy ourensán- agrimensor y prolífico autor de teatro, que, a principios del siglo XIX, inventó un idioma particular, el trampitán, y hasta escribió en él una ópera –La trampitana-. ¡Un idioma particular, exclusiva propiedad de su imaginador!.

Se propuso llevar a cabo una construcción semejante, y lo ha conseguido tras cinco años de invención esforzada: tiene un lenguaje que sólo él conoce, en el que se propone pensar y sentir, que lo incomunica estrictamente del resto del mundo, aunque para relacionarse con sus vecinos, familiares y compañeros de trabajo utilice la lengua común.

Pero en ocasiones como esta, cuando celebra la exaltación de su propia bandera, un rectángulo de seda donde se combinan los colores del rosado camisón materno y de la corbata verdosa del abuelo Matías, piensa y habla en osejín, y está convencido de haber dado un paso más en la afirmación de lo que el ser humano tiene de persona, mientras brinda en soledad con una copa de cava.

Cuando el primo Ferrán se ha ido ya, el profesor Souto repasa sus ocurrencias y de repente le parece que no tiene sentido que, a estas alturas tenga ganas en enardecerse por algo tan estúpido como el nacionalismo o el antinacionalismo, por las lenguas y esas fascinaciones entrañables que suelen suscitar, y sobre los procesos de alquimia política que las quieren convertir en armas. Y va a cerrar el ordenador, cuando se le ocurre la última idea:

 

 ABECEDÁRICA NACIONAL

Autodeterminación Bullente, Condensando Diferentes Exigencias, Fulgura Genesíaca Hacia Inefables Júbilos. Karma Liberado, Menosprecia Nudos Ñoños, Olvida Pasadas Quimeras. Renazcamos Soberanos Trepidantes:  ¡Unas Virulentas  Webs  Xenófobas Y  Zúrralos!