Acaba de ver la luz el primer libro de poemas firmado por Mauricio Wiesenthal -en adelante MW-, Perdido en Poesía (2013), que ha tenido a bien publicar la joven editorial sevillana La Isla de Sistolá. Nadie se ha sorprendido de esta nueva entrega, pues, la narrativa precedente del autor acusaba ya una fuerte sensibilidad poética a la que, tarde o temprano, habría de enfrentarse o rendir cuentas: “A lo largo de medio siglo he publicado miles de páginas en prosa; aunque muchas de ellas esconden un sentimiento lírico […] pienso que se necesitan muchísimos años para escribir un solo verso, porque la prosa exige vivencia y sentimiento; mientras que la poesía obliga a guardar y a madurar la experiencia en el recuerdo, hasta que rebrota en el alma, dispuesta en belleza, arreglada en medida y ajustada en música” (p. 9). Lo que muchos lectores nos preguntábamos era cómo resolvería el problema de convertir ese sentimiento lírico de su obra narrativa en esencia poética de corta expresión. Cómo transformar esa emoción -desbordante- en un pensamiento rítmico ahormado en palabras. Difícil empresa para alguien del talante vital de MW cuyas pasiones se resuelven en novelas de mil páginas y, cuya complejidad argumental rehuye del cortometraje por su breve alcance emocional. Incluso, pudiéramos afirmar que esto asemeja un ejercicio literario autoimpuesto; la misma y obligada “batalla” que muchos novelistas han librado con la forma más noble de literatura. Enfrentarse a la poesía partiendo de un registro lírico de larga duración implica la aceptación de unas reglas de juego sucintas: establecer una correspondencia sígnica entre sentimiento y palabra en un tiempo acotado. Podar nuestro sentimiento para definirlo en palabras, para luego, previa inoculación, hacerlas estallar. Entonces, la máxima de Mallarmé, “No se hace la poesía con ideas sino con palabras” se “apaga” en significado y se “enciende” la vela mística de Roque Dalton García “Poesía perdóname por haberte ayudado a comprender que no estas hecha de palabras”. Sentencia romántica que pudiéramos adscribir a la obra de MW: “Los versos que componen este libro fueron escritos en trance de oración y de amor. Son regalo del ensueño y de una vida trabajada y sentida siempre en poesía” (p. 10). ¿Será, acaso, que el sentimiento egoísta, -matriz del poema- prostituye las palabras, a fin de disolverlas en la neblina de ese diálogo interior que es la poesía? ¿No es esto un truco maravilloso de magia literaria? Aun más, ¿no será ésta la delgada línea que delimita la “buena” de la “mala” poesía? Cuando los colores se anteponen a las palabras, cuando lo leible torna visible, el mundo nos parece más aceptable, pues, “la poesía conduce a nuestro corazón y lo ilumina en una vía de fe, de amor y de esperanza. Da frutos incluso en la sequedad del dolor, en la fatiga de la pobreza o en la confusión de la lucha. Y, cuando el espíritu se manifiesta en belleza, tiene una fuerza prodigiosa” (p. 14).

 

Así, a lo largo de este Perdido en Poesía se evidencia, y de manera persistente, ese dominio de la sensualidad sobre la palabra. A través de ocho epígrafes de desigual extensión -Soneto de ida sin retorno, El dulce fruto, Las canciones de Sefarad, Azules para Annouchka, Escucha Israel!, Elegías de amor doliente, En estilo nuevo, y Poemas del astrónomo- se aborda la  sempiterna triada wiesenthaliana: Amor, Fe, y Esperanza. ¿No es, acaso, todo lo que se necesita para vivir? “La torpeza para mantenerse en el amor y en la paz -aunque pueda ser objeto de burla para los miserables- es preferible a una vida de falsos contentos y apariencias. Mejor caer herido en la vía de los Cantares que vagar en los desiertos de una vida sin amor, sin esperanza, sin piedad y sin fe” (p. 11).  Puro misticismo que nos remite a San Juan de la Cruz y Garcilaso de la Vega; autores omnipresentes y fundacionales de la presente obra. Poemas como Senda de amor místico o Vida Sencilla ¿no emprenden el mismo vuelo religioso y místico del fraile de Avilés? Y que decir de Tus Manos o Gazal bastardo de amor herido, ¿no asoman aquí con insistencia los Sonetos del genio toledano?

 

Hay también poemas en la lengua de Dante como Notturno D´Annunziano, así como en la de Josep Pla, póngase por caso Llibres de paper. Tampoco  menudean poemas -de corte iconográfico- sobre personajes de sus novelas como la Nennolina, aquella niña de Luz de Vísperas que el autor recreó y cuya existencia real fue constatada a posteriori; una coincidencia que, en detrimento de la razón ilustrada, alimenta el mundo irracional, pasional, intuitivo y místico de MW. Siguen a esta caterva de referencias, profusas dedicatorias a su cercano círculo de amistades. Mon, compañera de perfumes, Pedro. M. Valenzuela y Mercedes embajadores del “astrónomo” en Al-Andalus, Kristina Muñoz su retratista, María Rosa su mujer, Jaume Vallcorva su editor, o Selma Ancira compañera de oficio literario, son algunas de las personas a las que se le dedica este poemario. Parece como si MW se propusiera obsequiar a sus amigos con su más íntima producción poética. Poderosa mística esta de influjo romántico. Y si en palabras de Borges- evocando a Heine-, la poesía nos hace “ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste oro”, toda vez convierte “el ultraje de los años en una música, un rumor o un símbolo” confiriéndonos el legado de la inmortalidad. ¿No es este el mejor regalo con el que MW podía obsequiarnos?.- IVÁN MOURE PAZOS,

 

 

Mauricio Wiesenthal, Perdido en Poesía, Sevilla, La isla de Siltolá, 2013.