Noche final, si al fin tengo que verte,
sé una duelista noble y dame el sable
con en el que en nuestro duelo inevitable
no esté dejado yo sólo a mi suerte.
Si la naturaleza no subvierte
su orden por más lucha que se entable,
déjame por lo menos la improbable
ocasión de intentar matar mi muerte.
Mientras me agujereas el abrigo,
aún en los botones viejas huellas
de mi niñez, yo lucharé contigo,
noche en la que me miren las estrellas,
como amantes que, en un cielo enemigo,
sean dulces, crueles, como fueron ellas.