I
 
Llegar hasta aquí es fruto del azar:
una línea de tranvía que atraviesa un puente;
una calle por la que asoma, a lo lejos, un mercado;
la tranquilidad, siquiera aparente, de un café con terraza;
la sucesión de casas que conservan
sorprendentemente su fachada;
una puerta suspendida en un tercer piso;
los pabellones renovados de una fábrica;
un portal cerrado que consigues abrir;
el placer de habitar un hogar extranjero;
la blancura amarillenta del pasillo;
las escaleras que conducen,
sin saberlo, a otra puerta metálica;
una mujer que se dirige hacia ti
y te toca la espalda;
el idioma que no entiendes
y las escasas palabras que lográis compartir;
una llave que sale desde el fondo de un bolso;
la pequeña sala que se despliega frente a tus ojos;
las fotografías que cuelgan torpemente de la pared;
la vida de un barrio periférico;
los momentos fijados ante la cámara;
la acumulación de fechas y de nombres;
los saltos de tiempo;
la interrupción de unos años;
la secreta esperanza de que alguien
construyó para ti ese museo.
 
Te detienes frente a una fotografía.
Olvidas dónde estás y cómo has llegado.
Conservas sólo la inexplicable familiaridad
que te provoca una imagen ajena.
Aquellos que existieron antes que tú
y vuelven ahora, a escasa distancia.
 
II
 
Dos cuerpos inclinados hacia atrás.
Rodillas flexionadas.
Él, descalzo,
ladea el pie y lo separa del suelo.
Tiene los ojos cerrados y el torso desnudo.
Aprieta los labios.
Ella, con falda larga y gorro,
se concentra en un punto lejano.
Juntan las manos e improvisan un baile.
Apoyada en una barandilla de madera,
una chica joven se gira y les observa.
Les mira, también con desconfianza,
un hombre que pasea justo a su lado.
 
Me conmueve su forma de estar en otra parte.
Más allá de la ribera y de los bañistas.
Más allá del puente que une,
todavía de una pieza,
los extremos de la ciudad.
Son, en ese instante,
dos personas que han conquistado
un pequeño intervalo.
Un perfecto momento de eternidad.
Me conmueve su habilidad para borrar
la vida alrededor.
Su capacidad para estar solos.
Uno a uno.
Aunque permanezcan con las manos juntas
y necesiten otro cuerpo.
Aunque sepan que para evadirse
es necesario, en ocasiones, estar acompañado.
 
Quedarán para siempre así fijados.
En la fotografía de un museo
oculto en una fábrica.
Quedarán sus caras
y su forma de habitar el tiempo.
 
Como el río, también ellos,
detenidos, avanzan.