Antes se castraba a la gente para que su voz

  sonase mejor; ahora, para que no suene.

   Ángel Crespo

 

 

 

Si escribiese que leo

en dirección contraria a como escribo,

o no sería cierto que leo

o no sería cierto que escribo

o ambas cosas serían ciertas

o ninguna.

 

En cualquier caso,

la verosimilitud del argumento

tiene mucho más que ver

con las contradicciones

que con las evidencias.

 

De igual modo que el camino que asciende

debe más a las curvas

que a las rectas.

 

Los libros habría que empezarlos

por el final.

 

Entre el cero y el nueve

ocurren todas las variantes

del límite y del infinito.

 

Contar y perder la cuenta.

Mejor aún,

contar hasta perder la cuenta.

 

Porque la escala no ordena notas,

sino cifras y silencios.

 

Un número dividido por sí mismo.

 

La melancolía

es una incógnita sin despejar.

Y es precisamente la melancolía

el material dúctil y extraño

del que está hecha la música.

 

Ha habido soldados que,

mientras agonizaban,

han comenzado de pronto

a susurrar, delirando,

la letra de las nanas

que sus madres les cantaban.

 

De noche las puertas

se cierran por dentro.

 

A los indecisos se les repetía

(el poder se consigue

con figuras retóricas)

una fábula de renuncia y pureza:

la poda sacrifica unas ramas

para que el resto del árbol

conozca la altura.

 

La diferencia entre nosotros y ellos

estriba en que nosotros tenemos

un cuchillo.

Y ellos no.

 

El flautista continúa tocando

a cambio de unas monedas.

 

Los actores, en efecto, mienten de memoria.

Pero el público, que ha pagado

la entrada, sabe que son actores.

 

Sin embargo, aunque la función

no nos guste o ni siquiera

hayamos ido al teatro,

nunca ha de dejarse

de pagar al flautista.

 

 De nuevo otra fábula.

 

Los instrumentos de viento

deforman la boca.

 

El mal menor no existe.

 

Puedo decir que leo

en dirección contraria a como escribo

o puedo de verdad leer al revés

lo que ya está escrito

y tener así el valor

de darle la vuelta al argumento

de este relato de vencedores

que (al tiempo que el himno suena

reforzando la identidad del grupo)

castran a sus prisioneros.