V

 

La memoria es una lenta caravana de consignas.

Una mano extendida que separa las aguas.

Una trampilla de paso. Una ficción del cántaro.

Una caja de reliquias que sobrevive al cálculo.

Una opinión que afina la velocidad de la mirada.

Una noria que da vueltas undívaga y portátil.

Un barco que se desliza por un mar de abecedarios

sobre esa incertidumbre fratricida del olvido

donde ya no coinciden ni los días ni las palabras;

y los sucesos se depuran de la sal en sus cornisas

y los héroes se desploman y caen sobre sus astas

tumbados a banderillerazos o envejecidos de súbito.

 

 

De largo sopla el viento que convida a los halcones

brincando entre la espiga y la bulla sofocante;

sin planos, ni portulanos, ni folios, ni recetarios

desahogando los naufragios rescatados de las olas

que confunden la ilusión de cal y canto de las piedras

con la tibieza protectora de una lumbre bien servida

porque la piel de los verdugos no se quema.

                       Sencilla metalurgia del infierno:

martillar a yunque plano la fatiga de la carne

y herrar la fragua dócil que ya no tiene aliento.