
Cómo enterrar al padre en un poema, el nuevo poemario de Corina Oproae, editado por Tusquets recientemente, está construido a modo de recetario, como aquellos que tenían nuestras abuelas, a su vez, herencia recibida de la generación anterior. Registro de una sabiduría ancestral que se consideraba útil. Legado imprescindible de conocimientos prácticos que podía incluir consejos de temas dispares, desde cómo eliminar una mancha a cocinar un buen caldo. Y por qué no, agradeceríamos, cómo administrar la existencia o enterrar a nuestros muertos, asuntos todos ellos entreverados con la cotidianeidad.
Entre lo mundano acontece la muerte. Importa principalmente la del padre y la de la madre, por su radicalidad. Muertes que vuelven, sin solución, en cualquier momento, que asoman tras los objetos, tras la rumia del pensamiento y que nos dejan suspendidos, es decir, desarraigados. Poema a poema, la poeta querría reconstruir un saber con el que afrontarlas y dejar que acompañen, una vida, la suya, la nuestra, que debe continuar. Exenta de pretensión, la tarea se declara, por sí misma, insolvente.
¿En qué momento se rompió la cadena de transmisión generacional y la comunidad dejó de ser portadora de esa pretendida sabiduría? Oproae opera con los restos de un naufragio. Fantasmagorías que se le aparecen en busca de sentido o aquel sentir que nos recorre en busca de su forma, sin hallarla. Algo que nos atraviesa, queramos o no, engarzados todos en una red espacio-temporal. Algo que no vivimos como trascendente, sino como orgánico, flujo natural de lo viviente del que formamos parte, pero que nos lleva a repetir rituales, ahora, secularizados.
Necesidad de salvar lo esencial, asimilado como nutriente, cumpliendo el indispensable trasvase energético. Cumplir con la exigencia vital de echar raíces y tener que hacerlo a deshora, en otoño, destemplados de extrañeza, a cuenta de recibir un alimento exiguo, destilado de tierra escasa y de lenguaje insuficiente. “Descender te resulta imposible”, nos dice la autora, la materia es opaca, pero también el árbol colapsa, la poeta se olvida de sí, y el “poema se abisma / y tú comienzas a echar raíces/ hacia el cielo”.
Alquimia del poema, no sobre el árbol sino sobre el devenir del árbol, sobre la vida y la muerte en el árbol. El yo no puede descender, voluntad de no intervenir, que es voluntad al fin y al cabo, pero en el momento en que se produce el olvido, el poema sí puede abismarse. La poeta, cual Casandra con el don de profecía, a quien Apolo escupiera en la boca, construye una narración condenada a no ser atendida, palabra advenediza que viene del lodo. Ya no la naturaleza, sino la naturaleza atravesada por todo lo que es artificio y contiene la energeia que empuja el devenir. El arte, esa forma nueva de religare.
El poema nace del lado dormido del cuerpo, lugar de regeneración. Proceso que no puede consumarse, apenas parpadeo, la realidad sigue estando escindida, el fondo, inaccesible, el vínculo, roto, la herida, abierta. ¿Qué puentes ocasionales nos ofrece el lenguaje poético? Lo lírico es el sueño de un pájaro posado sobre una línea de tensión entre lo oculto y la presencia. Pero lo lírico se quiebra, se desvela, asiste al pálpito, oye la respiración fatigada de lo vivo, presencia el derrumbe. “Repites en voz alta la continuación / de aquel poema inacabado / que aquí a la intemperie / encuentra su pleno sentido”.
La reflexión sobre el lenguaje, o sobre los lenguajes, sobre el arte o artificio, como forma de convocar y dejarse atravesar por todo aquello que de manera silenciosa convive con nosotros, ejerce violencia o es violentado, nos sirve de alimento o detrimento, está presente. Oproae construye el poemario al modo en que trabajaría una artista contemporánea multidisciplinar en una instalación. Se deja acompañar por ellas, literatas, músicos, artistas. Nos pide a un tiempo que la lectura se amplíe con su obra, visualizar la ejecución de Jacqueline du Pré del concierto para violonchelo en mi menor opus 85 de Edward Elgar, tener en mente las pinturas de Nalini Malani o Yayoi Kusama, o las instalaciones performaticas de Valie Export, utilizar los hilos de Chiharu Shiota, por citar algunas. Recordar la forma en que afrontan vida y escritura Plath, Marinescu, Bishop, Pizarnik o Lispector, entre otras.
Todo ello le sirve para ir confeccionando ese recetario, destinado al fracaso, para el cuidado de un cuerpo complejo, que muere y renace constantemente, sin poder deshacer la trama que lo constituye, biología que se desenvuelve en una realidad paradójica de espacio-tiempo, y se desdobla con la conciencia y el lenguaje. Poemas para aprender a enterrar a nuestros muertos, para volver a dormirnos con los ojos abiertos, si nos desvelamos, para regresar a un lugar que ya no existe o perder lo que nunca tuvimos, contar una y otra vez la misma cosa hasta olvidarla.
Corina Oproae, Cómo enterrar al padre en un poema, Barcelona, Tusquets, 2025.

