Resulta perentoria en nuestros días una redefinición de conceptos como literatura, cine, arte, etc. El mercado ha difuminado de tal modo los límites entre obra de arte y producto de consumo que es ya imposible para el lector realizar cualquier tipo de discriminación al respecto. Si en lo que hace al séptimo arte, el propio mercado ha acuñado la tautológica etiqueta de "cine de autor" para referirse a la obra que aún preserva cierta intención artística, no ha sabido hallar un equivalente en lo que concierne a la producción editorial. La crítica, que debería arrojar luz sobre el embrollo, se ha mostrado en nuestro país del todo ineficaz, contribuyendo en su lugar a fomentar la confusión. Por un lado, la llamada crítica académica resulta a todas luces un mecanismo esencialmente endogámico ajeno al lector común, y en cuanto a la llamada crítica mediática, salvo contadas excepciones, jamás gozó en nuestro país de una independencia real que le capacitara para la realización del libre ejercicio que de ella se espera. Si durante los años veinte y treinta del siglo pasado los críticos españoles profesaron una fidelidad canina a Ortega, su amo; los años siguientes a la Guerra Civil fueron rehenes del franquismo y su censura, y actualmente se deben a los intereses de los grandes grupos editoriales que les dan de comer. Aún no han pasado diez años desde que un conocido crítico fuera expulsado del suplemento en el que colaboraba por escribir una reseña adversa sobre una novela publicada por un sello del mismo grupo editorial que el diario que acogía el suplemento. Queda pues el tiempo como único elemento capaz de decantar toda esa masa ingente con que el mercado nos abruma. El tiempo tiene una dura tarea por delante. No me gustaría estar en el pellejo del tiempo.

            Tengo la convicción de que el tiempo, tel qu'en Lui-même enfin l'eternité le change, ya que no la maniatada crítica, ha de poner a Nembrot, la novela de José María Pérez Álvarez que aquí reseñamos y que hoy reedita en versión digital el sello Uno y Cero, en el lugar que le corresponde. Hablar en pocas líneas de una obra tan compleja no es tarea fácil. Decir que el protagonista principal de la novela es el lenguaje sería incurrir en un socorrido tópico. Sí diré que José Mª Pérez Álvarez es un autor fascinado por la literatura y por el lenguaje. Ortega reprochaba a Unamuno que su castellano era un idioma "aprendido". Ignoro si tal es el caso de Pérez Álvarez, autor que habla en gallego y escribe en castellano, pero advierto en su uso del idioma una contemplación "extrañada", de ahí la tensión a la que somete al lenguaje, su continua innovación, sus conceptismos, sus neologismos, sus paradojas… Pérez Álvarez no ve el castellano con los ojos del campesino que contempla su tierra y de la que solo alcanza a atisbar un medio de subsistencia, él ve el castellano con fascinación, con deslumbramiento y consigue transmitir esa fascinación y ese deslumbramiento al lector en cada frase, en cada palabra, a través de una ironía sutil imbricada tanto en la idea o en la imagen contenidas en él como en la propia prosa que las arrastra, ora como torrente, ora como apacible regato. Una prosa que, a veces auto alusiva, se replica a sí misma o se niega o se auto justifica; cuyas frases juegan, toman carrerilla, se detienen o truncan al pie de lo evidente, frente al tópico, al borde del abismo, ante lo inefable. Una prosa que se riza en irisadas volutas o titila en deslumbrantes hallazgos, en un continuo juego, en una sublime travesura que tiene mucho de cervantina. Nada más alejado de la prosa de Nembrot que esa "prosa funcional" que, sin distraer al lector de una trama trepidante, le conduce a un desenlace invariablemente sorpresivo, mecanismo que se asemeja a una vía soterrada por la que circula un tren a alta velocidad que te lleva sin demora a tu destino en un trayecto en el que no se ve otra cosa que un túnel de hormigón sólidamente construido. Esa "prosa funcional", que hoy triunfa, es consustancial a un mundo en el que, a algunos, cada vez nos gusta menos vivir.

            Nembrot cuenta, intercalando tiempos y voces narrativas, fragmentos de un diario y de una correspondencia fallidos, la historia de amor no resuelta entre Horacio Oureiro y el escritor argentino Ernesto Jorge Bralt Cosío, desde la pensión de una población de la costa gallega, que tiene su más claro referente en la venta cervantina, ese espacio donde diversos destinos confluyen propiciando las más variadas, trágicas o vodevilescas, situaciones, conflictos y equívocos. El presente o "lado de acá", por emplear la alusión cortazariana, se entrelaza con el "lado de allá", el París, el Dublín o la Galicia rural de la infancia, donde las evocaciones de Horacio se proyectan, se alternan y entrecruzan en una narración que fluye como un río bifurcándose y desdoblándose en múltiples afluentes y en la que sobrenadan como espuma el deseo, la frustración, el fracaso, la cobardía o la impostura. En cuanto a su concepción, baste esta frase de Rayuela (de la que Nembrot reconoce su influencia y a la que, unas veces de forma explícita, otras implícita, homenajea)  en la que Cortázar, en palabras de Morelli, propone como método narrativo "la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie."

Nembrot propone un juego literario en el que resulta apasionante implicarse, una celebración del lenguaje llena paralelismos, simetrías y asimetrías, reflejos y juegos de espejos entre la realidad y la ficción, entre la literatura y la vida. Si para los fenomenólogos es la intersubjetividad de todas las miradas y la intencionalidad de todas las conciencias lo que sostiene la realidad, en el mundo de Nembrot la realidad narrativa es un ente literariamente consensuado, una amalgama de voces y referencias que confluyen y encajan siguiendo la técnica del puzzle y del arte combinatorio que propone Perec. De ahí que, en virtud de un inexorable principio de indeterminación, esa realidad ficcionalmente consensuada que es Mondoñedo se desdibuje y se diluya cuando nadie lee a Cunqueiro. Doble homenaje al autor de Merlín e familia y al Torrente Ballester que creó en su Saga/Fuga el inestable territorio supeditado al consenso de Castroforte de Baralla. De ahí que el personaje más enigmático y demiúrgico de la novela, el señor Uno, maese Pedro cervantino con su teatrillo de titiritero, reproduzca un maléfico juego de espejos donde la realidad se desdobla en esa paródica mise en abyme que constituye el diálogo de la literatura con la literatura.

Pero Nembrot no es solo una gran novela, es también un ejercicio absoluto de libertad literaria, la obra de un autor que escribe sin condicionamientos ni consideraciones ajenas a la propia literatura. Y como ya sabemos toda libertad implica riesgo. Pensando en el enorme ejercicio de libertad que supone Nembrot me viene a las mientes otra novela cuya similitud inmediata con la que aquí nos ocupa es la absoluta libertad que supone su escritura, me refiero a Infinite Jest de Foster Wallace, un libro sobre el que han corrido ríos de tinta y acerca del cual todo el mundo, autores, editores y críticos, tienen alguna frase de encomio en la boca. Y uno se pregunta ¿cuántos editores españoles hubieran publicado esa novela de no haber llegado avalada por el aura de prestigio con que llegó pasada por el filtro de una crítica americana que, a diferencia de la de aquí, aún goza al parecer de cierta independencia? Uno se pregunta ¿cuántos editores hubieran publicado La broma infinita de haberse escrito en este país por un autor español? No responderé a una cuestión tan obvia. Solo diré que para editar obras escritas con la libertad de La broma infinita, Nembrot o Reivindicación del Conde don Julián (de la cual el propio Goytisolo ha expresado dudas respecto a si hoy en día hallaría editor) se necesitan editores capaces de asumir riesgos y hacer uso de una libertad e independencia en consonancia. Ese fue el caso de Sergio Gaspar que asumió la edición de Nembrot en DVD Ediciones en 2002 y en la que supo ver una gran obra por encima de cualquier consideración espuria. Ese es el merito de Teresa Garbí, la editora de Uno y Cero, que acomete hoy la publicación de la novela en formato digital. Y a uno no le queda más remedio que saludar este gran hito de libertad y celebrar su reaparición con el inmenso regalo que supone la lectura y la relectura de ese monumento literario que es Nembrot.

 

 

Nembrot. José María Pérez Álvarez. Uno y Cero Ediciones, 2014.