No sé por qué nos asusta la oscuridad si es una ausencia. Los espectros que antes daban miedo se han congelado, jadeas para respirar -no a la inversa-. De lo cocido a lo crudo. Brillamos dentro de la Vía Láctea. Para qué hemos levantado ese túnel bajo el agua, ¿quién lo sostiene, qué Zeppelin nos lleva? El oficio de carpintero fue inventado por necesidad, los árboles incubaban la retórica de los ataúdes -qué raro ver a tanta gente reunida sin un objetivo-. Si América fue descubierta para no tener fondo, Europa fue fundada para alcanzarlo demasiado pronto, el reloj está pensando, su tictac nos ha abandonado. La lluvia de las Highlands pone a prueba un diamante de barro -llámale euro-. Lo dijo Sir Walter Raleigh (1552-1618):
desde entonces nuestra especie es insensible, resistente al dolor y al cuidado,
y prueba que nuestro cuerpo es de naturaleza rocosa.
Revolver cajones ya no es un hábito poético sino químico. Objetos de neceser: pequeña ciudad helada. Sólo las máquinas no descansan. Esta noche cayó un rayo, un rayo común, sencillo, pero simultáneamente junto a ese rayo caía un 2º rayo que -como si fuera un proyector, una radiografía, no sé- carbonizó en la pared la silueta del 1º, y ya que estaba despierto me puse a pensar en ese experimento sentimental que es el Brexit.
Los ríos son flores gigantes, vistos desde el cielo toman
un aspecto nervado, imposible escapar
de la meteorología. El aire se llena de cerraduras,
vagan sin puertas. Cuando el lavavajillas parece haberse agotado
aún quedan tantas gotas como en el Mar del Norte pero ordenadas
de otra manera. Carecemos de instrumentos para medir
la costa de U.K., la legendaria fractalidad que nos separa.
No nos aburríamos, había dos soles y uno
parecía muerto. ¿No ha sido siempre U.K.
una roca desprendida, un elemento por ubicar
en la tabla periódica? La Tierra no tiene razas, sino escollos.
¿No es el bacon una hoja seca, y el roast beef
un paquete de piedras muertas?
Tratados de comercio inesperadamente abruptos, campos
minados de comas, paréntesis, corchetes,
acotaciones al margen y pies
de un mercado crepuscular: el reposo nunca es completo,
ciega obediencia
a la rotación de la Tierra, detalles sin importancia
de una liturgia griega.
Entre la lengua hablada y escrita hay un agujero
más profundo que aquel verso de Keats que nos hizo llorar
de miedo, por ahí se va
toda tu luz interpuesta. Una estrella puede leerse
astrofísica o económicamente. Las mismas cuestiones
que nos turbaban aún no han ocurrido, y alguien mira los confines
de un continente en el que sólo de noche ha penetrado el viento.
Asombran los milagros que se han obrado. Las huellas
están al llegar. Lo anticipó Sir David Bowie (1947-2016):
Mira los ratones y su plaga de millones,
desde Ibiza hasta Norfolk Broads.
Rule Britannia está prohibida para mi madre,
para mi perro y los payasos.
Pero la película aburre y entristece
porque la he escrito más de diez veces,
y está a punto de ser dictada de nuevo.
Sale el sol por duplicado, dos horizontes aguardan
con la boca abierta. Partes en 2 una piedra
y aparece un cuerpo,
la partes en 3 y es sangre, la partes
en 4 y ves los glóbulos blancos y negros de todo un pueblo.
El eco nada repite: es fuente original.
Con la última marea del Canal llegaron los cuerpos,
parecían trapos embalados, “pueden contener trazas
de algo que fue llamado Europa”, decía la etiqueta,
y un queso tan duro que era el hueso de la leche,
o de las ubres, no sé
por qué nos asusta la oscuridad si es una ausencia.