Antes llovía. Hace mucho tiempo,

dormía el agua en los muros:

aquel silencio

de musgo sucio

puedo sentirlo aún

en los canastos llenos de grosellas.

Ahora no llueve

y, cerca de la luz,

hay una paz muy fría que humedece

el interior del mundo:

aquel tejado, los ventanales grises,

la ladera

que huye despacio herida ante mis ojos

igual que una oropéndola asustada.

Cruzan sombreros y hongos el aire húmedo,

pero no llueve. Todo huele a ausencia.

Dobladas por la bruma,

en la alta torre,

vigilan moribundas las cigueñas.