Giuseppe Conte nació en 1945 en Porto Maurizio (Liguria) y reside en Sanremo.
Entre otros libros, ha publicado: L’ultimo aprile bianco, Le stagioni y L’oceano e il ragazzo.

 

 

 

 

 

 

 

 UN NUEVO ADIÓS

                                  a Michele Montagnese

Donde estás ahora, ¿ves aún sobre el mar
la geometría acribillada de las nubes
porosas, purpúreas, las columnatas de
luz invertidas, del otro lado del horizonte?
¿Desde el puente de qué trasbordador ves el
Tirreno y el Jónico desembocar aún
el uno en el otro en lucha, en las caricias?
Más allá duerme una palma, un canto, África.

Adiós, amigo, la vida es incesante
y tú lo sabes, tú que ya no estás ni
sobre un mar ni sobre el otro. Ahora
caminas sobre el límite indivisible
donde nada es distinto de nada
tus Eólidas de sal son islas
nacidas en el Norte de brumas y turberas.

Pero la vida es incesante, y fiel
el canto. Nosotros volveremos al estrecho de Mesina
‒tú tendrás en los ojos demacrados nuevos pensamientos‒
y hablaremos como aquel día de Argel, de oasis,
de las muchachas sin velo y del rostro blanco de
Constantina.

 

EL ÚLTIMO MUCHACHO DROGADO

 

El último muchacho drogado ha muerto a la
orilla del mar, tirado como un
corazón de manzana, comido y
frágil, impotente contra la continuidad
de la resaca, incrustado de granos
de arena reluciente, él humilde
residuo orgánico, ennegrecido, ya
en vías de corrupción.
Era el último, de él ya no se sabe
el nombre ni el apellido, ni qué
buscaba.


QUÉ ERA EL MAR

¿Qué era el mar? Tenía
colas y patas de agua entre las
rocas, pulía los guijarros, hacía
siglas de luz sobre la arena: era
profundo pero insensible, se decía, y
célibe, individual, estéril.
En olas obstinadas o tranquilas
subía y bajaba mareas, rodeaba
las tierras, él lunar, él frío, irreductible
en su consagrarse al movimiento y la aridez.
Las naves lo surcaban con largas estelas.
Ahora se ha perdido la memoria de las tempestades
y de los faros, de los veleros y de los transatlánticos, de los
náufragos, de los cargueros de púrpura y
de carbón, de Tiro, de Londres.
Era profundo, pero insensible, se decía, morada
de las conchas, de las familias de los
peces, extinguidas, ahora: tenía profundidades viscosas, cráteres y
algas y corales.
Tallaba los promontorios, sostenía las islas.
Jugaba, él mudo, desdeñoso, inservible,
feliz en sus movimientos
vitales.



CUANDO SE REGRESA A DONDE SE NACE

Regreso a esta calle, donde he nacido
como una luz a su estrella estallada.
En éste mi viaje, estos
portones, los dos peldaños de pizarra, las
fachadas altas, desconchadas, con las ventanas
ciegas, la subida, el arco que marcaba
el límite, abajo mi casa
que tenía la galería sobre el patio de
musgo y zarzas en torno a un pozo, y
el balconcito azul, el parral
en vilo sobre los huertos de nísperos.
Tras aquellas persianas, en el tercer piso,
fue el amor, estaba la guerra fuera
los soldados alemanes ya exhaustos, en
fuga. El destino es volver a donde se ha nacido.
Lo saben todas las flores, los templos, los soles
que son como nosotros aún por alzar
no profetizados, y ya polvo.