Pocos poetas sabrán transmitir la singular mezcla de verosimilitud, artificio u oficio, explicitud al hilo de la vida y “sinceridad”, próxima a la de los poemas de Nacho Escuín en este libro. No es el único registro de un poeta con una considerable mochila lírica, aunque esta entrega pueda oscurecerlos por la potencia confesional. Si los poetas desolados tienden a reiterarse en un registro que, a veces, entroncan con una sensibilidad histórica y circunstancia, el turolense, poeta versátil según demuestran los diferentes tonos y fórmulas empleados a lo largo de su poesía, vuelve sobre sí mismo de forma inmediata y diferenciada al hilo de la vida, o eso parece, como motivo ficcional o confesional. Cover (2024) muestra una crisis explícita y versos en un ajuste de cuentas consigo mismo y los demás, con desabrimiento y tristeza en ocasiones, ternura en otras, bajo el palio de lo reflexivo y desazonado simultáneamente. Cover es todo eso y algo más. Los diarios líricos y sus autofabulaciones tienen ese sinclinal propuesto en un libro complejo donde se excede lo autoconfesional descriptivo del diario lírico, para mostrar autognosis y sentido de una crisis. Un desbordamiento emocional se convierte en madurez lírica al encuentro de algunos de sus poemas marcados por ello. Cover es el cierre de sendas y el encuentro de bruces con la madurez amarga (hay otras), cantando en las cuatro partes del libro su herida y peleas con la vida, arrepentimientos y pulsiones. Sin duda coinciden o traen el sesgo de un acto de conciencia y asunción del yo, daño hecho y recibido, soledad y desamor, salvación y perdón, desde el desgarro del poema inicial: Nada se rompe como un corazón, al hilo de la canción de Mark Robson popularizada por Miley Cirus, recuerda el autor. El mismo título, Cover, habla de versiones traídas por la vecindad con sus propios textos e identificación de motivos. Y así sus versículos son un abra o delta, multiplicidad de asuntos o desembocaduras desde ese pistoletazo inicial del dolor y el precipicio del fracaso autorremitente y conjurado en su recomposición de un yo que asume su culpa cuando toca y debe/sabe pedir perdón. En fin, una desembocadura y precipicio emocional tormentoso, capaz.

Si en los dietarios líricos hay confidencia, en otros, como este, late o urge sanar la herida, y la una puesta en escena de un alambre que saca lo mejor del poeta aragonés entre el recomponerse y olvidar, callar o cantar, sanarse, como al final propone. Lo hace con personalidad no lejana en su pulsión, no en sus modos y con otra supervivencia de fondo, a la del desgarro de David González o la sucinta reflexividad caústica o simplemente lacónica de Karmelo Iribarren (mientras pienso en José María Fonollosa), con elaborada sencillez. Y, pese a todo, esa capacidad de sortear intermediarios y de agarrarse al verbo, evita a Nacho Escuín el abismo nihilista de los desolados profesionales, etc., con esa versatilidad atada a la vida y contradicciones, hipersensibilidad oferente en el altar desde las pugnas consigo. Un mérito más. No siempre, pero sí en muchas ocasiones, es donde hay que buscar al poeta en su torrente o en su delicadeza. Me refiero a los estupendos versos encerrados en “Como renace un mirlo en su vuelo tras una caída por/un golpe de viento equivocado”, de explícita intención o identidades no menos claras: “Así la vida, así la ausencia, así también la nieve”. Vale un libro este poema donde reflexiona la hiperestesia conmovida de un yo atormentado y propuesto en una letanía de llantos con fortaleza y sentido de fatum, búsqueda de paz, nitidez dicendi y capacidad plástica, juego laberíntico de motivos que se revuelven sobre sí mismos y resurgen en un tablero de claroscuros donde se imanta el yo. “Turbulento es el paisaje de la noche terca” en efecto, de quien también sabe, desde ese realismo que sus versos se tiñen “sin importarte demasiado cuanto dicen hoy /los periódicos”. Una liberación y una confesión entre resortes simbólicos y analogías, pleno de concreción o vuelta al remanso de paz de la cotidianidad de otro poema estupendo “Hay algo mágico en lo más sencillo”. Restructuración o recomposición, olvido del tráfago social o mundos sumergidos, acusaciones y reconcomimientos, perdones, tentaciones de evaporización.  Cover es una catarsis cuando esperas algo extraordinario inexistente en tu propia “tortura existencial” y en búsqueda de anonimato, o paz consigo mismo. Un buen libro, en definitiva, por sus mejores poemas. Si a todo ello sumamos la cuidada edición de Lorena Carbajo en Bala Perdida, miel sobre hojuelas.

 

Nacho Escuín, Cover, Madrid, Bala Perdida, 2024