Lo recuerdo sentado cerca de otra ventana
leyendo el ABC, hace cincuenta años,
como lo lee ahora mientras que la mañana
se nos va silenciosos, tan iguales y extraños.
Mira de vez en cuando la iglesia clausurada
en la que entran y salen sus parientes difuntos,
con los que espera pronto hablar como si nada
fuese la muerte más que volver a estar juntos.
Distraen su dolor, que ya no tendrá hechura,
el silencio diario, eco del infinito,
y el murmullo del coro cansado de esperar.
Pronto serán leyenda su mansedumbre pura,
su tímida manera de ser el Señorito,
su paz ante el espejo, que no podré heredar.