“Se posan en olas de nieve, muy quietas, vuelan por dentro, quedan varadas en esta orilla que nunca existe“, escribe Esther Ramón (Madrid, 1970). Pero, ¿quienes vuelan por dentro, posadas sobre la nieve…?

Tanto Esther, como Lila Zemborain (Buenos Aires, 1955), han compuesto sus recientes poemarios en condiciones extremas de frío, que las abocaron a una quietud atenta. En cuanto a “esta orilla que nunca existe donde quedan varadas, es, sin duda, la orilla de esa terra incógnita que cada una ha ido abriendo a golpes de palabra.  Me refiero a la sorpresa de descubrir en el sexto libro de Esther Ramón, Desfrío, un paisaje en el que para entrar a fondo, has de rehacerlo vocablo a vocablo con tu imaginación, como un ciego que asiste a un filme sonoro.

¿Por qué? Porque no hay un “yo lírico” para guiarte por un paisaje que sea mero reflejo de su estado de ánimo –como querían los románticos-, sino un mundo inaudito, pululante de voces de la naturaleza, donde las palabras se emiten desde otro lugar. Así, las piedras cuentan memorias de imantación, y las plantas dejan oír el silencio de su rumiar sin boca. O un pájaro desobediente –quizás tú mismo, lector- desoye a la bandada, no migra y solitario pasta la nieve.

El yo poético -confirma Esther Ramón- ya no surge directamente de la emoción de un yo, sino que a veces se configura formando una estructura determinada, requiriendo en cada libro un "cuerpo" distinto, un mundo para explorar. Pienso en sus anteriores títulos que aluden a otras tantas materias, sustancias, elementos de la naturaleza: Tundra, Reses, Grisú, Sales, Caza con hurones

Desde esa premisa común: convertir al yo poético a la vez en territorio de exploración y en explorador de ese territorio, Lila Zemborain rastrea en su séptimo y crucial libro: Materia blanda (Amargord, 2014), un “cuerpo” ya no mineral o animal, sino humano: la masa de materia blanda del cerebro y su relación con los procesos mentales.

La intriga por conocer aquello que esta debajo y no se ve, pero que digita todos los movimientos –soy “lo que el cerebro me permite ser”- se le impone como una compulsión. Insistente, el tema busca explicitarse a través de la escritura hasta cuajar un ritmo, mediante el cual, con precisión e intensidad van apareciendo las ideas y los vocablos necesarios para decirse.  Muchos de ellos del léxico científico, con los que acuña un lenguaje deudor de Proust y su revelación de que lo abyecto –órganos, glándulas, vísceras- puede ser bello.

Magnética, esa corriente verbal mima el encadenamiento de las sinapsis, para develar los atavismos y pasiones de la mente. Con ello, crea un poema de sorprendente fuerza y belleza, dividido en cuatro cantos, como si de una presocrática del siglo XXI se tratara.

 

 

Esther Ramón, Desfrío, Varasek ediciones, Madrid 2015  y Lila Zemborain, Materia blanda, Amargord, Madrid 2014.