Un autora como Cristina Fernández Cubas (Barcelona, 1945), Premio Nacional de las Letras Españolas 2023 y autora, entre otros, del monumental y canónico libro de relatos Mi hermana Elba o de la novela El año de Gracia, unida a una obra como Cosas que ya no existen, magnífico libro de memorias narradas, es una autora imprescindible, siempre nutritiva y de una trayectoria intachable en las letras españolas recientes. Los cuentos contenidos en La habitación de Nona, última narrativa inédita, se publicaron hace una década, así que Lo que no se ve podemos afirmar que era un acontecimiento esperado y que, sin alcanzar cotas sobresalientes pretéritas, deja con un excelente sabor en boca en varios momentos.
El primer cuento, “Tú Joan, yo Bette” funciona, evidentemente, a través del guiño narrativo y filial que supone su paralelismo con la película (y la relación entre actrices) ¿Qué fue de Baby Jane? La relación entre Bette Davis y Joan Crawford ha hecho correr ríos de tinta, incluyendo obras de teatro, series de televisión y varios estudios. Es una de las burbujas de metanarrativa más importantes de la cultura occidental y Cristina Fernández Cubas incide en ella, dándole un toque personal, más cercano a la devoción por el clasicismo de Hollywood cercano al Manuel Puig de The Buenos Aires affair, con toques incluso fantásticos. Las hermanas, en esta iteración, bien en España, es la autora quien interactúa con ellas desde su posición omnipotente, situando la inevitable mansión perdida en algún lugar de nuestra geografía, un limbo sin distancias que incluye una playa final y un triste y olvidado final. Vamos de la pantalla del cine al VHS, al vídeo, repitiendo los diálogos del largometraje hasta interiorizarlos. Lugares y tiempos que cambian y desaparecen, incluso, en algún momento, definiendo a los personajes como algo inmortal frente a la naturaleza caduca de las actrices, sometidas a la cláusula del tiempo. No es el actor, el actor lleva años, décadas, muerto, es el personaje, los personajes de la pantalla, los de las páginas, los que hacen gala de la inmortalidad.
Los siguientes tres cuentos se manejan dentro de una coherencia interna que se descubre tras la lectura en perspectiva: “De qué se habla en las fiestas” es el tiempo de la adolescencia, un instante atrapado en el ámbar iniciático de las relaciones. La autora parece buscar cerrar el grifo que gotea en una parte de su vida a través de recorrer pasillos de su memoria, en la búsqueda del instante, la bifurcación entre la amistad y las relaciones sociales. Un liviano descubrimiento sexual que se injerta entre la monotonía de las clases segregadas, clasismo, apellidos que no se olvidan, compromisos que se desmoronan.
Una inocencia que se eleva para caer, casi a plomo en “Monomio”, el segundo relato de esta trilogía interior. La niña-adolescente es una adolescente mujer, pero es una pubertad de cuerpo pleno, de padres ausentes, en el desafío a la oficialidad de los adultos, nos encontramos en una cronología de tropelía yeyé, cinco personajes, como un EP de la época, con sus canciones de Los Brincos o Los Sirex. Es mi relato favorito, un cuento de terror, ¿Un cuento de terror, seguro? Quizá la maldad sin cuerpo sea una metáfora en la que la madurez, la responsabilidad adquirida arrasa con todo como una encarnación del monstruo. En una tierra fértil en coincidencias, la primera muerte, alcalina, se hace por primera vez presente. Destino final en el tardofranquismo, este relato podría haber aparecido en una de esas compilaciones tan de moda de miedo inacabado, junto con renovadoras de las letras como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin.
El último vértice del triángulo es “La hermana china”, de finales de los setenta a dos décadas más tarde. Más inocente, la protagonista podría ser hija de alguna de las participantes en los cuentos anteriores. Muchos de los que conocimos el fenómeno lo recordamos: buena situación económica, problemas para concebir, las mujeres encendidas de hormonas que, tras múltiples intentos, acaban adoptando y, después, esa biología forzada acaba juntando dos hijas… pero esa misma condición, esa misma cercanía, provocaba el conflicto. La compleja relación entre la carne y el documento, entre la frustración por lo híbrido frente a la desazón del lugar secundario. Violeta y Adelfa funcionan como muescas de un tiempo en el que la construcción familiar se mezclaba con la primera inmigración, en una mezcolanza de sentimientos, orígenes y pasiones vicarias.
Este libro no se podría entender sin “Il buco”, por su longitud, por el cambio en la voz protagonista (es un hombre), por el desplazamiento geográfico y por colocar en la relación de pareja el eje de la narración. Italia, el vino, los hoteles, la moda, los matrimonios con alfileres. Un cierto síndrome de Stendhal catedralicio que cristaliza en la idea de oquedad, éxtasis y barniz. ¿Qué separa, en una catedral, lo divino de lo humano? La pintura del incienso. El mundo unido por líneas misteriosas y ocultas que ofrecen una escapatoria, una guía entre el libro y la devoción, la realidad y el recuerdo. ¿Es un cuento sobre un final o sobre un comienzo? Más bien es un relato que habla de las encrucijadas, de escapar de la monotonía, de lo sagrado.
Y el último cuento, otro de los que, escapando a lo más cotidiano, se encumbra en lo fantástico, es “Candela viva”. Un juego cómplice entre autor y lector, que observan, demiurgos, cómo se narra una vida o, más bien, su final, a través de un limbo donde se incide en el extrañismo, utilizando una tienda, la que da título al relato, que recuerda, como la misma autora deja caer, a las misteriosas apariciones de series como “La dimensión desconocida” o “Alfred Hitchcock presenta”. Sí, la dimensión desconocida, Cristina Fernández Cubas como Raúl Quinto, Rodrigo Fresán o la anteriormente citada Mariana Enríquez disfrutaba de capítulos que, como en este cuento, la normalidad se rasga súbitamente. Cito: «La vida va demasiado deprisa», aunque sea el final. Sonrío por un instante porque la escritora utiliza brevemente La tienda de Stephen King como ejemplo, pero confunde al autor de Carrie con el director de Los pájaros. Pero, por otro lado, es un guiño pop que hace todavía más delicioso a este volumen. El fresco del botijo, sí. La protagonista ya no podía engañarse, veinte años o veinte minutos, el accidente había resultado mortal, de eso no tenía ninguna duda. Recuerdo y cito: «Una sombra acogida a la inercia de la vida». Un libro, este regreso de una autora imprescindible, que se disfruta, que te deja satisfecho, que te hace recordar el porqué del amor por la lectura.
Cristina Fernández Cubas, Lo que no se ve, Barcelona, Tusquets Editores,2025.