A finales de 2011 apareció el primer volumen de la colección «Frontera», dentro de la editorial Valdemar. En el prólogo, a cargo de Alfredo Lara López, director de la colección, se establecía el propósito de ofrecer a los lectores en español las mejores obras de la literatura del Oeste. Aquel primer título –Indian Country- se debía a la novelista norteamericana Dorothy M. Johnson, autora de relatos que luego fueron llevados al cine en películas emblemáticas del género western como El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado o Un hombre llamado caballo. Hasta la fecha, han aparecido ya siete volúmenes, consagrados a los principales escritores y obras del Oeste que a su vez remiten a hitos del género cinematográfico del western. Algunos de estos cuentos o novelas no habían tenido todavía traducción al español o la que ya había no era la mejor, amén de no contar con ediciones adecuadas a su calidad literaria; tal preterición se está solventando ahora con unos prólogos cuidados y precisos, un formato en tapa dura y una maquetación de altos vuelos, con ilustraciones de la cubierta de grandes pintores del Oeste (Remington, Schreyvogel, Russell…) y con traducciones nuevas. En algunos casos ya habían aparecido previamente en español novelas como Hondo y también unos pocos relatos de James Warner Bellah o Un hombre llamado caballo, en una edición casi artesanal dentro de la colección de novelitas del fanzine Opar, que dirigió Alfredo Lara. El objetivo de «Frontera» es ofrecer al público las principales obras del western en ediciones cuidadas, bien traducidas y al mismo nivel que el resto de géneros literarios, porque las novelas del Oeste ofrecen igual cantidad de obras maestras y de otras deleznables que cualquier otra vertiente literaria. Con Bajo cielos inmensos de A. B. Guthrie (The Big Sky, 1947) podemos estar seguros de que el acierto ha sido pleno. La novela ve la luz en una espléndida edición y traducción (a cargo de Marta Lila Murillo), que hace que sus más de 500 páginas se lean con soltura y agilidad, ofreciendo así al público en español[1] una de las unánimemente consideradas como obras maestras de la narrativa del Oeste. Y motivos no faltan para tal aseveración.

Quizás Río de sangre (1952), que es como se tradujo en España la película que se basó en la novela Bajo cielos inmensos, no sea una de las obras más recordadas de Howard Hawks, una cinta en blanco y negro con Kirk Douglas, Dewey Martin y Arthur Hunnicutt que fue recortada en su metraje original por el estudio –RKO- y que solo en recientes versiones en DVD ha aparecido con su duración prevista. Pero es una película que posee algo que la hace destacar dentro del corpus cinematográfico hawksiano, una brillantez que se oculta bajo la apariencia de una película menor, casi desapercibida. De las cinco partes en las que se estructura la novela en la que se basa y que comprenden desde 1830 a 1843, Hawks cogió apenas las dos primeras, con modificaciones en la trama, junto con algunos pasajes del resto de la novela, trufado todo ello de los habituales motivos del universo de este director. Por ello, como bien señala Alfredo Lara en el prólogo de la novela, se puede disfrutar de una excelente película a la vez que de una fantástica narración, pues esta última depara innumerables sorpresas para el espectador que recuerde la película de Hawks.

Tal vez el género western en español comience a ver algo más la luz en estos últimos años, con traducciones y títulos que podemos ir espigando en diversas editoriales, superando así un poco la asociación novela del Oeste con novela de quiosco y descubriendo al mismo tiempo que el western no es solo un género cinematográfico que surge casi ex nihilo, sino que tiene un conjunto de novelas detrás, de la misma o superior categoría que sus versiones posteriores en el celuloide. Así, novelistas como Willa Cather (Alba editorial y Pre-textos), Oakley Hall (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg), Forrest Carter (Duomo), Wallace Stegner (Libros del Asteroide) o John Williams (Lumen) han visto publicadas en español en ediciones actuales algunas de sus obras del Oeste. Junto a ellos, algunas obras de Marcial Lafuente Estefanía han sido reeditadas en Almuzara, mientras que Francisco González Ledesma (Silver Kane) ha vuelto al género en Planeta con La dama y el recuerdo. Tampoco hemos de pasar por alto la edición en Cátedra de El Coyote de José Mallorquí, en una preparadísima edición al cuidado de Ramón Charlo. E incluso desde un punto de vista teórico nos encontramos, por ejemplo, con dos ensayos bien distintos sobre el género western, como el dedicado por Eduardo Torres-Dulce a las novelas de James Warner Bellah (que también está presente en la colección de Valdemar con un volumen de relatos) en las que se basó la conocida “trilogía de la caballería” de John Ford, titulado Jinetes en el cielo; y, ya en otro campo, el muy sugerente ensayo Desacoplados. Estética y política del western, de Jordi Claramonte. Finalmente, al calor de celebradas versiones cinematográficas, también se han visto en las librerías títulos como Paloma solitaria de Larry McMurtry, Bailando con lobos de Michael Blake, Monte frío de Charles Frazier o Valor de ley, de Charles Portis, lo que demuestra que el género está muy vivo y puede seguir ofreciendo interesantes réditos.

Y es que editoriales como Molino, Toray, Brugera o Juventud, que publicaron a los clásicos Peter B. Kyne, James Oliver Curwood, Zane Grey o Karl May, fueron las encargadas de dar a conocer la literatura del Oeste y sus mitos por estos pagos, asociándola con la literatura popular (por la distribución y la facilidad en su adquisición), con ediciones y traducciones no muy rigurosas ni cuidadas, que obedecían en muchos casos a la necesidad constante de alimentar el mercado editorial. Durante los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo gozaron de un innegable éxito, paralelo al del western cinematográfico. El progresivo declive de este último –prolongado en lo que se denominó “western crepuscular”- también tuvo su paralelo en la novela western que de algún modo encontró acomodo en otras formas narrativas, como el cómic (El teniente Blueberry, Comanche, McCoy y Manos Kelly, entre otros), mientras que la novela del Oeste en español iba reduciendo sus títulos y lectores.

Mientras tanto, en EE. UU., desde aquellos inicios con las dime novels del Oeste ya a finales del siglo XIX, este tipo de novelas comenzaron a contar con importantes reconocimientos, asociaciones de escritores, incursiones de autores consagrados en el género, congresos, estudios, revistas (la importantísima e influyente Western American Literature) e incluso fueron obteniendo prestigiosos premios como los Pulitzer. Se han publicado relatos o historias del Oeste en revistas como The Saturday Evening Post, Esquire, Argosy, Collier’s, Cosmopolitan…junto a nombres tan respetados como Hammett, Wharton, Salinger, Faulkner o Conan Doyle. Su vitalidad y pervivencia han sido mayores que las del género cinematográfico homónimo que, como bien sabemos, ha ido sobreviviendo con una mala salud de hierro hasta nuestros tiempos.

El western –ya sea en su vertiente literaria o cinematográfica- sirve para desarrollar cualquier tipo de historias y permite la mezcla de novela de aventuras y de ambientación histórica, a veces con una línea tenue que las separa y que hace difícil la adscripción de una obra. En ocasiones es tan solo un escenario para desarrollar una trama o una historia, un decorado sobre el que plantear una narración. Pensemos, por ejemplo, en una obra ya publicadas en Valdemar en su colección «Histórica»: Los refugiados de Arthur Conan Doyle, en cuyo prólogo se hablaba del prewestern, de coureurs-de-bois y tramperos; o en otras para las cuales es solo el lugar donde transcurre una historia bastante alejada de los temas y motivos del Oeste

En general el western ha ido evolucionando y creando sus propias líneas, temáticas y tradiciones. Ya no solo se veía el Oeste como un lugar salvaje e indómito, de vaqueros e indios y tiroteos en el saloon, sino que también se empezó a relatar la relación entre la región y la cultura. Willa Cather, John Steinbeck, HL Davis…son la vertiente algo regionalista del western, distinta a lo que habitualmente pensamos que es novela del Oeste. Sin embargo, la mayoría de los escritores del Oeste han seguido la fórmula más conocida de Zane Grey (Max Brand, Haycox, Will Henry, L’Amour…) y deben más a los moldes ya creados que al venero que suponía la complejidad cultural y territorial de la frontera. Pero hay otros –Guthrie está entre ellos- que han tratado de ofrecer también un recorrido por la historia de su país en toda su complejidad, en unos años de rapidísimos y vertiginosos cambios. Así, conviene señalar que los acontecimientos que se narran en Bajo cielos inmensos suponen prácticamente el comienzo del final la conquista del Oeste, pues en poco más de cincuenta años desde el momento de la narración (1830-1843) la expansión y colonización del Far West habrán concluido. Lo más sorprendente sobre la creación del denominado “primer Oeste” (hasta más o menos las primeras décadas del siglo XIX) fue el tiempo que costó, sobre todo si se compara con la cronología más “ajustada” de las posteriores expansiones hacia el Oeste (la segunda mitad del siglo XIX, que es la que normalmente asociamos con las películas del western). La rapidez de estos cambios también es un elemento más en la “desubicación” de los tramperos y mountain men.

La variedad y heterogeneidad de las novelas del Oeste hacen difícil su clasificación, si bien se señala una serie de aspectos comunes a muchas de ellas. Por ejemplo, el magisterio de James Fenimore Cooper y sus “Leatherstocking Tales”, luego de Owen Wister y su novela El virginiano, o el concepto de frontera como un imaginario que se halla presente en todo momento. Así, la creación y el mito de la frontera fueron los dos elementos que más contribuyeron a forjar el carácter americano: desde aquel inicial ensayo de F. Jackson Turner (El significado de la frontera en la historia norteamericana), pasando por los desarrollos F. Logan Parson, Ray Allen Billington o Walter Prescott Webb, la frontera se convierte en el eje sobre el que gravita la expansión hacia el Oeste. Incluso, para algunos historiadores como Richard Etulain, este tiempo de expansión hacia el Oeste puede ser considerado como el periodo de la “adolescencia” del país; de ahí, tal vez, la sensación de nostalgia y melancolía que tiñe los pensamientos de los personajes de Bajo cielos inmensos.

El autor de esta novela es A. B. Guthrie, que fue ganador del Pulitzer por The Way West, llevada al cine por Andrew V. McLaglen en 1967 y que aquí se tradujo con el título de Camino de Oregón -que no hay que confundirlo con El camino de Oregón (The Oregon Trail) del novelista e historiador Francis Parkman, otra obra que fue editada en español hace no mucho por la editorial Siete noches- y se publicó en España, en la colección de los Premios Pulitzer de Novela de Plaza y Janés. Además de cuentos, ensayos y otras obras, escribió seis  novelas sobre esa zona de los mapas que iba más allá del río Misisipi hacia el Oeste, desde 1830 a 1960, en un fresco histórico que comprendía los principales acontecimientos históricos y sociales de su país. En tres de ellas el protagonismo recae en Dick Summers (The Big Sky, The Way West y Fair Land, Fair Land), que se convierte en el personaje a través del cual podemos contemplar la evolución del país. También Boone Caudill, principal protagonista de Bajo cielos inmensos, repite en Fair Land, Fair Land, convertido, como proféticamente anunció su venerado tío Zeb en la primera novela, en un cazador de búfalos y luego en buscador de oro en California.

En la narrativa de A. B. Guthrie Jr. el conocimiento de la historia de su país, su análisis exhaustivo y profundidad, que se acerca a lo antropológico en ocasiones, son rasgos señeros y reconocibles. En sus obras hay un propósito de ficción y otro histórico y también una fuerte preocupación por el espacio en el que se desarrolla la trama. Así las exploraciones por los ríos Misuri y Misisipi (las de Stephen H. Long o John C. Fremont, por ejemplo), el comercio de pieles desde San Luis o la célebre expedición de Lewis y Clark están muy presentes en Bajo cielos inmensos, al igual que Life in the Far West (1848), de Frederick Ruxton, una de las muchas fuentes documentales que empleó Guthrie.

En la narración de Bajo cielos inmensos podemos colegir la importancia que adquiere el paisaje, como un elemento más, siempre presente y que también evoluciona y cambia como lo hace Boone Caudill, el personaje que vertebra toda la obra. El joven llega a la frontera después de que la ley, la sociedad y las costumbres hayan arruinado su infancia, tras romper con su familia debido a la tensa y violenta relación con su padre. Junto a él estarán el curtido Dick Summers y Jim Deakins, que en el transcurso de los años conformarán tres tipos de montañeros diferentes, pero que tienen en común su deseo de vivir los riesgos, en compañía de gente como ellos. Posteriormente, el devenir de los acontecimientos y su propia evolución personal conformarán distintas personalidades y modos de pensar. Boone seguirá siendo igual de impulsivo, indomable y salvaje y sus deseos de estar en contacto con la sociedad serán cada vez menores, volviéndose más arisco e independiente incluso con aquellos que más le quieren. Será un outsider, que quedará fuera de la sociedad por ser coherente con su forma de pensar y actuar, aunque en el fondo es un inadaptado (como el Ethan Edwards de Centauros del desierto), que antepone su libertad y una vinculación casi divina con la tierra -un poco a la manera de Huckleberry Finn con el río- a su inserción en la sociedad y que va más allá de los códigos y la ética de esta. Es la novela del individualismo asociado a una búsqueda de la verdad, que se irá diluyendo frente al protagonismo colectivo posterior de The Way West y, en definitiva, a la desaparición de esos hombres de la montaña (o tramperos) que se adentraron en regiones inhóspitas antes que los pioneros.

Los primeros episodios son de un carácter iniciático más marcado y relatan la huida y llegada del casi adolescente Boone a Louisville en 1830. En su mente está encontrar a su tío Zeb Calloway, un hombre de las montañas, que figuraba en sus pensamientos como un ideal de plenitud y libertad. En su camino se encontrará con Jim Deakins, algo mayor que él y más reflexivo, sereno y con una visión del mundo algo panteísta, donde Dios está presente en la naturaleza que los rodea. Los dos zarpan en la barcaza Mandan, capitaneada por Jourdannais en un viaje al país de los Pies Negros para comerciar con ellos, empresa harto difícil y peligrosa. Aquí conocen a Dick Summers, el veterano trampero, que será como un padre para ambos, y a Ojos de Cerceta, la joven india que permitirá el intercambio comercial con los indios. Frente a ellos surge un paisaje nuevo, que apenas ha hollado el hombre, que encoge el corazón y que se extiende bajo esos cielos inmensos: “Salvaje. Salvaje y bonito. A uno le da la sensación de que cada cosa que hace allí ha sido el primero en hacerla” (pág. 110). El aprendizaje se va completando con diversos episodios, pero empieza a aparecer un elemento que impregnará el resto de la narración: la nostalgia. Melancolía por un tiempo –el de los tramperos y la vida salvaje- que está casi extinto y que ocupará buena parte de las pláticas de los viejos Dick Summers y Zeb Calloway. Y es entonces cuando la narración se amansa y se vuelve algo más morosa, como algunos tramos de los ríos que han remontado, y podemos empezar a intuir la inmensa tristeza de estos solitarios tramperos ante la ya segura destrucción de su mundo y ante la cual cada uno irá tomando distintos caminos.

Bajo cielos inmensos es la crónica de los avances y cambios que acabarán por conformar el Oeste, a través de unos personajes que tienen una vital disyuntiva: aceptar su final y la desaparición de su mundo y así ser parte del progreso o bien permanecer ajenos al devenir de los acontecimientos, tratando de perpetuar aquello que los ha hecho como son. Con respecto a lo primero es el choque entre un viejo orden y otro nuevo, marcado un cambio social y económico; lo segundo derivará en los misfits o inadaptados que tanta fortuna han hecho en el cine y la literatura, individualistas, que asimilan el escapismo inherente al género como algo propio y que rechazan lo que trae el futuro. Ahí está la tragedia de estos mountain men y el porqué de la nostalgia que envuelve sus acciones.

 

 

A.B. Guthrie, Jr., Bajo cielos inmensos, traducción de Marta Lila Murillo, Madrid, Valdemar, 2014.

                          



[1]              Existe una versión previa en español, publicada por la editorial Santiago Rueda en Buenos Aires, en 1948, que apareció con el título de Pasiones bajo los cielos (traducción de Máximo Siminovich).