Existe por los caminos una raza de gentes que, ellos también, han jurado ser libres
Jules Vallès
To
dos sabréis que ella
era la francesa Charlotte, la
drona de libros. “Allí toda
vía encontré bosques encantados, islas
en el Índico, arena entre
las sillas, un vaso de té y otro de aguar
diente. Yo le vi. Un camino
que serpentea hacia el casti
llo, una gran nube viajera, un resplandor ca
si de locura, un hueco de si
lencio entre el ruido
de los árabes. Yo
le vi. Claros ojos ahu
mados, sentado, con la voz
terca repitiendo: ¡cobardes en
loqueced! Me habló
de la inocencia antigua, de las
preguntas que hieren
como vino rojo, de
los días en el desierto con un fardo.
Me habló, me gri
tó, me escupió, me quiso vender por
una botella, por un vaso, por el trago
que le faltaba. Azulísimos ojos y el
viento y las telas blancas y el olor negro
de los días negros. Allí estaba, junto
a los barcos que esperan, con un rifle
y un cuaderno sin
más. No quiso
mi voz ni mi cuerpo ni
firma ni dirección alguna.”
Todos sabréis que ella era Charlotte,
que llegó al con
fín para encontrar
le, que no dejo car
tas, sólo el recuerdo, el hue
co de lo no dicho, la mirada
de los hombres que mienten.
Charlotte, que leía novelas de Conrad
recordando a un niño con volun
tad de dios, con nombre de pájaro
y pocas ganas de morir, recordando
que los escritores pier
den la cara.
Todos sabréis su nombre,
la francesa Charlotte.