Brillante antropólogo, inmenso viajero, experto en Oriente y, por supuesto, notable poeta: de estas maneras y muchas más podemos definir a Ruy Cinatti Vaz Monteiro Gomes, más conocido como Ruy Cinatti, escritor portugués nacido en Londres en 1915 –era nieto del cónsul general de Portugal en Inglaterra por aquel entonces– y fallecido en Lisboa en 1986. Resulta cuando menos curioso el escasísimo conocimiento que en España tenemos de Ruy Cinatti, figura que en las letras lusas goza de considerable prestigio: no en vano fue cofundador, en 1940, de la emblemática y ecléctica revista Cadernos de Poesia, así como autor de más de quince libros de poemas –algunos de los cuales merecieron importantes premios– y de una docena de obras de carácter antropológico y botánico sobre las colonias portuguesas en general y Timor en particular, isla donde residió largas temporadas y que se convirtió en el centro de sus preocupaciones vitales y literarias; en 1992, y a título póstumo, el gobierno portugués le concedió la Gran Cruz de la Orden del Infante Don Henrique por su relevante contribución a la cultura nacional. 

 

Hasta donde llega mi conocimiento, las primeras y principales manifestaciones impresas de la obra de Ruy Cinatti en nuestro idioma son los ocho poemas que Ángel Crespo incluyó en la precursora Antología de la nueva poesía portuguesa, editada en 1961 en la colección Adonáis de Rialp, y los once poemas que Pilar Vázquez Cuesta tradujo para su Poesía portuguesa actual, publicada en 1976 por Editora Nacional, y en la que Cinatti comparte volumen con otros catorce autores de la talla de Fernando Pessoa, Mário de Sá-Carneiro, Miguel Torga o Eugénio de Andrade. Pero, al contrario que la práctica totalidad de sus compañeros de antología, cuyas obras fueron progresivamente divulgadas en lengua castellana, Ruy Cinatti se topó con un mayúsculo silencio editorial: así lo indican tanto los registros del ISBN y de la Biblioteca Nacional de España como las escasas referencias en Internet sobre su obra –apenas un reducido número de páginas web recogen una brevísima muestra de sus poemas–, lo que también nos permite dudar de la presencia de Ruy Cinatti en publicaciones hispanoamericanas en papel: un caprichoso velo, una especie de bruma injustificada y singular cubre la figura de nuestro poeta.

 

No sin esfuerzo, conseguí hacerme con un ejemplar de la extensa Antologia poética de Ruy Cinatti que Joaquim Manuel Magalhães seleccionó en 1986 para la editorial lisboeta Presença. Y, tras su lectura, llegué a la conclusión de que Cinatti es un poeta a todas luces inclasificable: cuando nos acostumbramos a las breves piezas de lo que podríamos definir como “romanticismo metafísico” de sus primeros libros, nos sorprende con poemas de marcado carácter cristiano; cuando creemos descubrir a una suerte de Álvaro de Campos resucitado, nos topamos con una numerosa serie de poemarios relativos a sus experiencias en Timor y otras colonias (no en vano seis de sus libros tienen referencias alusivas a estos territorios en el propio título). Cayendo en una posible simplificación, podemos afirmar que en la obra de Cinatti se presiente un camino que va desde lo sugerido o lo soñado hasta lo puramente vivido, hasta la cruda realidad que vivió entre aquellos hombres colonizados que de casi nada disponían: mientras que en sus primeros libros –a mi juicio, los más interesantes– nos encontramos con un Cinatti, por así decirlo, más poético, más decantado por la belleza

 

que por la verdad y más minimalista, en sus libros posteriores, pasados por el amargo filtro de sus vivencias en ultramar, hallamos unos poemas más narrativos, más etnográficos y más reivindicativos, escuchamos una voz más preocupada por informarnos de cómo era aquel extraño mundo colonial que habitaba –a veces injusto, casi siempre hermoso– que por el placer de la palabra misma: en los primeros libros prima el poeta, en los posteriores se impone el antropólogo. Una actitud que se fue tornando hastío, ironía y desazón al final de su vida, decepcionado de la barbarie que el supuesto hombre civilizado había perpetrado contra aquellos desorientados indígenas: así, ya de vuelta en Lisboa, sus dos últimos libros abandonan parcialmente la temática colonial y retornan a los eternos conceptos de amor y religión. En todo caso, lo que sí es común a todos los períodos de la obra de Cinatti es la gran presencia que la naturaleza tiene en sus poemas, el anhelo de un mundo en el que la acción del hombre resulte restringida, difuminada.

 

A falta de una antología de su obra en nuestro idioma que sitúe a Ruy Cinatti en el destacado lugar que merece, valga de momento este sucinto ramillete de poemas, que he tenido el placer de seleccionar y traducir, como humilde continuación de la labor que Crespo y Vázquez Cuesta iniciaran, y que espero contribuyan, desde su modestia, a abrir un poco más la pesada puerta tras la que se oculta tan interesante escritor.

 

 

SEIS POEMAS


Lentamente, al golpear de los remos, van los barcos

río arriba, río abajo, en el quehacer cotidiano de los días de sol y lluvia.

Los hombres ya han arrastrado los barcos a la orilla,

donde pasan señores, altaneros y herméticos,

por entre los plebeyos –aquellos que transportan sacos de trigo.

Los gestos se repiten, milenarios,

mientras, de sol a sol, los barcos pasan

sin prestar atención a los labradores de los campos.

Lentamente, sosegado como el correr de las aguas,

se yergue suplicante el canto durmiente de los remeros…

 

Va pasando, va rompiendo, va huyendo…

 

 

(Nós não somos deste mundo, 1941)

 

Tu felicidad fue como una sonrisa abierta en una mañana soleada, 

brillando sobre la tierra en una alegría inmensa.
Y tus ojos demoraban el vuelo de las aves y se alegraban,
sorprendidos y meditativos como el mirar de los siglos
ante el límpido despertar del paisaje.
Sin embargo, bajando rápidamente por el brillo de tu alma,
vino el sueño a posar, en tus rodillas,
la sombra de tu duro destino, 
de tu desnudez pesada y triste.

                                                   

  (Anoitecendo, a vida recomeça ,1942)

 

 

LOXODROMIA

 

Quien no me dio Amor, no me dio nada.

Estoy parado…

Miro a mi alrededor y veo inacabado

mi mundo mejor.

 

Tanto tiempo perdido…

Con qué saudade lo recuerdo y bendigo:

campos de flores

y zarzas…

 

Fuente de vida fui. Medito. Ordeno.

Pienso en el futuro que vendrá.

Y deslumbrado sigo el pensamiento

que se descubre.

 

Quien no me dio Amor, no me dio nada.

Desterrado.

Desterrado prosigo,

Y me sueño sin Patria y sin Amigos,

adrede.

 

 

 

  (O livro do nómada meu amigo, 1958)

 

 

Caminamos a solas por la ruda arena.

Bancos partidos, sol oblicuado,

papeles por el viento, polvo fino,

ruinas que se enredan como traicioneros

sueños despertados.

 

Él, entre todos, surgió.

Miró a su alrededor: vacío.

Muros ignotos: vacío.

Un río oculto inunda la ciudad.

Peligro eminente.

Pobres pidiendo limosna en una esquina.

Alguien atrasado, como siempre

adverso y diletante.

 

Él, entre tantos, surgió.

Temprano.

Se apoyó en el muro habitual,

abrió el periódico

y leyó.

 

 

(Borda d´Alma, 1970)

 

Sobre Timor planea un fuego fino,

se propaga, crepita cuando ronda la tierra

y creciente, envolvente, cerca el monte

y se afirma corona.

 

Mis ojos sienten la belleza roja

ululante de perros en la noche,

la paciencia del bosque destruido,

catana en la raíz, después ceniza.

 

Mi incomprensión procura en vano

resucitar las vanas creencias de otros tiempos,

las florestas sagradas donde el frío habita

en el temor que agarra y petrifica las manos.

 

Mi imaginación procura en vano

detener con astros y otras manos el destino

insidioso como la muerte de un hombre

anclado en el árbol que sobre la tierra se persigna.

 

Y veo un monte de paja

ardiendo de la cima hasta el mar que ondea y se derrama por las playas,

y contra el humo denso que me envuelve,

avanzo, resoluto, antorcha en vida,

mientras proclamo la verdad del cántico,

la danza terrenal que me fascina.

 

 

(Uma sequência timorense, 1970)

 

MOEURS CONTEMPORAINS O EL IMBÉCIL COTIDIANO

 

 III

 

No, no es una mujer lo que quieres.

Lo dijiste, salvo error.

Ni yo la boca de la noche

para poder perderme, sentarme y dar vueltas sin fin por el barrio

como ayer, como mañana,

como ojalá sea así por muchos años.

Todo son engaños.

¿Por qué no te enfrentas a la verdad de una vez por todas?

El hombre y la mujer se volvieron definitivamente

insoportables el uno para el otro.

Y es cierto que aceptamos este aturdimiento sin una protesta, este balanceo

del día a día, este sucio traje del hábito, este volteo asesino,

mintiendo, engañando, conspirando

hasta que la tierra ya no pueda con nosotros. Tú me odias, yo te desprecio,

siempre arrastrándote cuando me tocas,

siempre lagarta pidiendo el capullo del que te desprendiste

en la rutina de tus días.

¿Cómo es posible que todavía quieras hacer el amor en una cama que huele a

[cadáveres?

¿Cómo vas a querer, cómo vamos a querer

contemplar fraudes mezquinos sinceramente inmunes a la culpa que hemos olvidado

con tanta frecuencia? ¿Por qué no te enfrentas

a la verdad?

Todo perdido. Entonces,

¿por qué esperas? Hicimos del dinero y de lo funcional

nuestros dioses de guerra. Ahora aguanta la ley que los aguanta

hasta que seas barrido,

no de la tierra, pues ya lo fuiste, sino del aire y de las fétidas buhardillas que  

[habitamos.

Sácate el dedo de la boca, el dedo separado de la mano,

separado del brazo,

separado del tronco,

separado de la…

caricatura no reflejada en ningún espejo.

Nadie te ayuda,

porque todos estamos viciados por lo mismo.

Por la misma droga que infantilmente fabricamos,

como quien construye una casa con cubos pintados

y de repente la ve caer, y a él con ella.

No, el tuyo no es un problema de mujer,

ni el mío de fluidez translúcida.

Traicionamos a la mujer y al poeta, al animal, al espíritu

 

en las manos de quien, cruel, se exhibe igual que nosotros.

Yo no te conozco

sino como fantasma.

Todavía te acepto una bebida,

pero no me hables de Dios.

 

 

 (Memória descritiva, 1971)