Sebastião Alba, seudónimo de Dinis Albano Carneiro Gonçalves, nace en la bella ciudad de Braga, noroeste de Portugal, el 11 de marzo de 1940. En 1949, junto a su familia, emigra a Mozambique, país en el que vivirá durante 35 años y donde ejercerá de profesor, periodista e incluso político. En 1965 publica Poesias, su primer libro, tras el que siguen O ritmo do presságio (1974) y A noite dividida (1982). Desengañado con la situación política de Mozambique, en 1983 regresa a su ciudad natal, iniciando una vida de auténtica bohemia y voluntario vagabundaje, durmiendo en estaciones de autobuses, pensiones miserables o casas de amigos. La poesía de Alba, al igual que su vida, es un elogio y una reivindicación de la libertad, de la libertad de la palabra poética: la originalidad de sus poemas radica en un feliz equilibrio entre la rigurosa sobriedad de su estructura y el impulso musical, telúrico e inefable del que nacen; en la búsqueda lograda de una palabra limpia, despojada de barreras ideológicas o sociales, nueva y primitiva a la vez, sin miedo a los abismos. Tras publicar en 1996 su poesía completa en la editorial lisboeta Assírio & Alvim, el 14 de octubre de 2000, a las siete de la mañana, en Braga y tras una de sus frecuentes borracheras, Sebastião Alba es atropellado, falleciendo en el acto; poco antes de morir, y a modo de premonición, Alba le había entregado un papel a su amigo Vergílio Alberto Vieira, también escritor, en el que le decía: “si encuentran muerto a tu hermano Dinis, el expolio es fácil de verificar: dos zapatos, la ropa sobre el cuerpo y algunos papeles que la policía no entenderá”; tratemos de apreciar este ramillete de poemas, cuya traducción es de mi autoría y que, hasta donde llegan mis investigaciones, supone la primera aproximación a la poesía de Sebastião Alba en lengua castellana.
NADIE AMOR MÍO
Nadie amor mío
Nadie conoce el sol como nosotros
Pueden utilizarlo en los espejos
borrar con él
los barcos de papel de nuestros lagos
lo pueden obligar a detenerse
a la entrada de las casas más bajas
pueden hacer incluso
que la noche gravite
del mismo lado hoy
Pero nadie amor mío
nadie conoce el sol como nosotros
Hasta que el sol degüelle
el horizonte en el que uno por uno
nos recuestan
vendándonos los ojos.
EL LÍMITE DIÁFANO
Me muevo en los bastidores de la poesía,
y me ruborizo si la escucho levemente.
Pero el pan de cada día
por la noche está consumido,
y la siguiente alborada
baña sus escorias.
¡Palco apenas el de mi muerte,
si fuese en la cama!,
con su aseo sin derramamiento…
El lado del que duermo
es un límite diáfano:
allí los versos espigan.
Eso me basta. Despierto
antes de que la mies quede madura
y en la extensión planeen,
de Van Gogh, los cuervos.
SEGURO DE QUE VUELVES, CANCIÓN
Seguro de que vuelves, canción,
a incierta hora,
espero, como quien vive
solo, la visita.
Sé, por señales y ángeles y desviados,
que brotas de los sueños desolados
en flores en el suelo.
Apenas flores, ni siquiera nimbos en la solapa.
Flores para la mesa,
con el olor de la certeza
de agua, vino y pan.
Apenas flores y tú,
oh mi amor sin nombre,
y nuestro doble hambre
de un niño desnudo.
COMO LOS OTROS
Como los otros discípulo de la noche
frente a su cuadro negro que es
exterior a la música desnudo el reflejo
soy uno y deslustrado
Me doy las manos en el estrecho
pasaje de los días
por el café de la ciudad adoptiva
los pasos discordando
incluso entre sí
Las cosas son su morada
y hay entre mí y mí un oscuro limbo
pero es en esa disyunción el istmo de la poesía
con sus grutas sinfónicas
en el mar.
NECESITO CUALQUIER OBJETO
Necesito cualquier objeto de los tuyos, una cosa de la que ya te puedas deshacer, pero que haya sido tuya, para llevar conmigo, en estos días.
No recuerdo si te conté que el escritor norteamericano Ernest Hemmingway andaba siempre con una pata de conejo en el bolsillo. Los antepasados de tu padre, los míos, eran magos, brujos, fetichistas.
Déjalo ahí en la puerta, he de verlo, querida.
Vendré siempre con una carta para ti. Cuando no venga, será porque las campanas de Braga me estaban ensordeciendo, y fui a dar una vuelta.
Toma aquí el rocío y la rosa, amor mío.
NO SOY ANTERIOR A LA ELECCIÓN
No soy anterior a la elección
o nexo del oficio
Nada en mí comenzó por un acorde
Escribo con saliva
y el hollín de la noche
en medio del mobiliario
indesviable
atento a la efusión
de la niebla en la sala.
DEJA QUE ENTREN EN EL POEMA
Una palabra que está siempre en la boca se convierte en baba.
Proverbio burundés
Deja que entren en el poema
algunos clichés.
Sometidos a la experiencia inefable,
su carga (¿eléctrica?)
desaparecerá.
No hay una fosa común para las palabras
decaídas,
un diccionario en el infierno;
deja apenas que afloren
a la claridad,
y nada les insufles. Mira:
no soportan la belleza
que las circunda, se abisman
en su ridículo.
COMO SI EL MAR
Quiero la muerte sin un defecto.
Sin planos blancos.
Sin que luces minúsculas se apaguen
dentro de los ruidos.
Tampoco la quiero providencial,
con un ángel vengador y secretísimo
al fin posado.
Ninguna mitología. Ninguna
complacencia poética. Del tipo: como si el mar
me soplase en los oídos… etc.
Sino súbita y civil,
con reparticiones abiertas,
comercio, la luz graduada
en las altas paredes
de un buen día sonoro.
ÚLTIMO POEMA
A Jorge Viegas
En estos lugares desguarnecidos
y en lo alto limpios en el aire
como las bocas de los túmulos
¿de qué nos sirve ya pulir más símbolos?
¿De qué nos sirve ya en los tejados
acanalar las aguas de gritos
y con ellos barrer el cielo
(o con los haces de luar que devolvemos)?
¿Es o no es el último vuelo
bíblico de la paloma?
Que sin horizonte esperamos
en nuestro arca donde hace ya milenios se acumulan
las ramas podridas de la esperanza.