Lo más parecido a la España vacía que describe Sergio del Molino en su libro homónimo seguramente sea un viaje por la Historia de la Literatura Española. Un lugar con más pasado que futuro; un recorrido por un territorio que cada vez tiene menos importancia en el devenir de los tiempos; un lugar que pese a las adversidades a las que se enfrentan las humanidades todavía nos mantenemos en preservarla en la memoria y en transmitirla a través de los distintos planes de estudio; una demarcación que es una especie de pueblo museo ya que en algunos casos sólo se leen algunos fragmentos de las obras más relevantes y, en otros, lo que directamente se lee son las adaptaciones que se han hecho de esas obras originales porque a sus autores ya nadie los entiende.

Pese a todo, los profesores intentan hacerla atractiva. Intentan adaptarse a los tiempos y tratan de acompañar sus explicaciones con la proyección de videos de YouTube, con la realización de actividades interactivas o con la implicación de los alumnos en su propio aprendizaje. Y aun así la idea con la que se quedan cuando acaban el bachillerato es que fundamentalmente sólo hay una obra digna de ser destacada: El Quijote. La insistencia en su singularidad y la conmemoración de los distintos actos que se celebran todos los años en torno a la figura de Cervantes han conseguido remarcar todavía más la importancia de esta obra impar en detrimento del resto, que han acabado relegadas a un segundo, tercero o cuarto plano.

De todo ello creo que es muy consciente Rafael Reig. De hecho, el personaje principal de esta novela, Martín, está caracterizado de forma similar a como lo está el hidalgo manchego en la obra cervantina. Ambos rondan la cincuentena de edad, están locos, ociosos, apartados de cualquier actividad laboral que los mantenga entretenidos, por lo que uno se dedica a emular las aventuras de los caballeros andantes y el otro, Martín, a escribir “estas notas” (esta novela) en cuyas páginas se va a trasfigurar en un personaje de ficción para contarnos sus venturas y desventuras al lado del juglar Rodrigo de Cota; sus andanzas como Lucas Gómez, más conocido como Lazarillo de Tormes a partir de la edición que se publica en 1554 sobre sus propias vivencias personales; o sus dichas y desdichas junto a la bruja Martina que, entre otras muchas correrías y periplos, le ayudará a desaparecer para no ser atrapado y condenado por la Inquisición.

Como se puede imaginar, la novela está llena de los personajes que pueblan las páginas de la literatura española: juglares y hechiceras, pícaros y villanos. Y además contiene algunos de los motivos más característicos de la literatura que comprende desde la Edad Media hasta los Siglos de Oro, periodo que engloba esta novela, como puede ser el tópico del manuscrito encontrado.

Pero además de una obra de ficción, este libro es un manual de literatura. Para su elaboración, Martín ha recurrido a sus recuerdos de estudiante de COU y después de filología; finalmente a los del profesor de instituto que ha ejercido alegremente su profesión desde el año 1992 en que aprobó la oposición hasta el 2015 en que se le ha incapacitado para seguir desarrollándola. Con todo ello lo que intenta es ofrecernos una visión cercana de la literatura, contrastada a menudo con las enseñanzas de sus profesores de universidad (como Antonio García Berrio, Francisco Rico o incluso Enrique Tierno Galván) o con las reacciones y comentarios de sus alumnos del instituto Sansón Carrasco, en especial de Yessi, una chica con la que le fue infiel a su mujer Elvira Montalvo.

Si desde una perspectiva marxista se puede entender la Historia como una lucha de clases, en el caso de la literatura también se puede ver como un enfrentamiento entre las clases populares y privilegiadas. O más concretamente a la inversa. Es decir, entre clérigos y cortesanos contra juglares. De esta manera descubrimos cómo los nobles se han adueñado de la literatura que hasta entonces había estado en manos del pueblo. De los juglares ha pasado a manos de los clérigos y después a la de los trovadores, volviéndose más refinada pero menos genuina, como lo atestiguan las pastorelas frente a las serranillas. Se introduce así el amor cortés proveniente de Provenza, aunque la gran revolución social y cultural la protagonizará la incursión del petrarquismo en el siglo XVI

Surgido en Italia a partir de 1336, en apenas tres siglos conseguirá triunfar en toda Europa dando paso a una nueva sociedad que, con pequeñas variaciones, ha llegado hasta nuestros días. De una sociedad que vivía el amor exteriormente durante el Medievo se pasó en el Renacimiento a una sociedad que lo entendía interiormente para después convertirse en la actualidad en el sello característico del capitalismo, es decir, en la libre dominación de las personas ante su propia voluntad. Como se puede suponer, esta es la sociedad con la que no encaja Martín como en su momento tampoco encajaba con la suya don Quijote. Se trata de una sociedad que lo margina y que lo ha ingresado en un centro psiquiátrico; una sociedad que despojó de sus antiguos valores tradicionales a la vieja clase estamental para después acabar imponiendo el pensamiento único.

Desde los enfrentamientos entre clérigos y juglares, progresivamente la literatura se ha ido alejando de su esencia y Martín trata de devolverla al pueblo, a sus inicios. Unos inicios que parten de las jarchas y El Cid, pero que después han sido mancillados por el petrarquismo, por lo que intenta hacer un recorrido por aquellas obras que han permanecido al margen de esta corriente dominante y que por eso son originales y novedosas. Estamos hablando del Libro de buen amor, de La Celestina, del Lazarillo de Tormes o de la poesía de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. Ya en el siglo XVII nos estamos refiriendo al Quijote de Cervantes y a las Rimas de Tomé Burguillos de Lope de Vega. A pesar de su manifiesta rivalidad, en el fondo cada uno de ellos quería ser como el otro. Cervantes quería ser como Lope en el teatro y Lope como Cervantes en la novela. Sin embargo fue en el uso que hicieron de la risa donde ambos consiguieron superar al petrarquismo durante el Barroco.

Señales de humo, por tanto, es un ejercicio de rigurosa inteligencia en el que Reig ha sabido mezclar acertadamente ficción, historia y literatura. Los pasajes literarios están muy bien elegidos; la breve trama novelesca conecta muy bien con el trasfondo socio histórico del libro ya que a lo largo de sus páginas el interés va creciendo hasta alcanzar su clímax con la irrupción del petrarquismo. Asimismo el desenlace también es afortunado. Equilibra muy bien el ritmo de la narración con la relación que hace entre el desengaño característico del Barroco y la incapacidad de sus gobernantes, los Austrias menores, para dirigir el país. El resultado, como digo, es un libro inteligente que supera a su precuela de 2006, Manual de literatura para caníbales.

 

 

 

Rafael Reig, Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I, Barcelona, Tusquets, 2016