Nada palpita más

que tú, no hay más que tú,

que eres todas las luces,

pura plata; la luna

de los barcos y la plata del mar

como un vencido, abierta

en su extensión, tumbada.

Eres blancura, el sol

que lento nos anuncia que es el día,

cuando el cielo nos alza

o se derrumba, y tú eres claridad,

que es horizonte todo.

 

Por eso no te tengo,

porque eres lejanía, eres presencia,

eres eternidad, reclamo;

y lo eterno no incluye posesiones

más allá de un espacio

limitado. Como el calor y el fuego

se articulan, como el agua y la nube,

el cálculo y la cifra, el soplo y el sonido

tú eres el mismo centro de lo ajeno.

Porque tú lo eres todo:

pensamiento infinito, razón pura

como el giro armonioso de la esfera. 

Por eso te percibo pero no te poseo,

pues es un resplandor lo que tú emites,

y un abrazo imposible que se fuga.