“Yo considero que solo quienes buscan comprender a fondo lo que observan pueden explicarlo a otros de forma sencilla. Mis ojos son míos y cualquiera puede ver, pero no mirar igual que yo”. He ahí una declaración de principios, una lección que todo periodista debería aprender: una consigna capital. Todos vemos, pero no todos sabemos mirar. Lo dice Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) en uno de los pasajes incluidos en su primer libro, el extraordinario Crónica jonda. El texto termina así: “Creerse ciegamente lo que alguien cuenta y elogiar sin matizar y con locura son cosas que solo se hacen por amor. Y yo no escribo por eso”.

Silvia Cruz recoge el testigo, en esa frase seminal, de la sentencia que dejó escrita Alejandra Pizarnik antes de morir: “Solo quiero ir hasta el fondo de las cosas”. Y eso es lo que ella hace: profundizar en los libros que lee, en la música que escucha, en el perfil de los personajes que retrata, en la intimidad de sus entrevistados. Algo que se opone diametralmente al reporterismo superficial que se ejerce hoy en día. Y es que su manera de operar -su mirada lírica, la defensa de su oficio- tiene más que ver con el periodismo narrativo (ese que utiliza las herramientas de la literatura como vehículo de expresión) que con cualquier otra forma de trabajo o encargo.

La prosa precisa que Cruz escribe en las páginas de un periódico es la misma que exhibe en los libros que ha publicado hasta la fecha. Pocos periodistas – y pocos escritores- manejan el tempo de las narraciones como ella, pocos son capaces de dibujar sobre la página un abanico tan extenso de recursos: metáforas audaces, anáforas, aliteraciones. He ahí su técnica, siempre revestida de emoción. Su debut literario, publicado hace cuatro años, mostraba una variedad de enfoques y registros que daba cuenta de su versatilidad como creadora. Crónica jonda, una obra articulada en torno al flamenco, contenía entrevistas disfrazadas de relatos, relatos que escondían columnas de opinión, columnas que eran crónicas de viajes y conciertos: piezas que tenían algo de diario personal y de breviario.

Y personal, íntimo y singular era lo que registraba en ellas. Desde recuerdos familiares y estampas de su infancia en Baena hasta episodios de su adolescencia en Barcelona. Desde viajes pasados, presentes y futuros hasta rutas por los escenarios más variopintos del país. Esa confluencia de vivencias y trayectos, de curiosidad y conocimiento convertía el libro en un retrato sociológico de la España reciente. Una España, en los albores del nuevo siglo, donde proliferan la corrupción y los escándalos políticos, la especulación urbanística y el independentismo, y donde la brecha social entre pobres y ricos se paga en forma de precariedad laboral, en especial en su gremio: el periodístico. Todo ese material estaba perfectamente documentado, narrado con la rotundidad y la rabia del flamenco, pero mostraba siempre el revés de ese itinerario: la belleza extraordinaria del perfil de Paco de Lucía, viñetas cotidianas como “Tres persianas bajadas y dos tajos de tijera”, evocaciones y recuerdos de sus familiares más queridos. Todo tamizado por los ojos de una mujer que miraba dentro y fuera de sí misma espoleada por la música: la música de sus palabras.

Si el periodismo es un oficio que puede ser elevado a la categoría de arte lo es gracias al buen hacer del periodista. Y eso sucede en las crónicas de Silvia Cruz y en ese ejercicio de reporterismo literario que es su último libro, Lady Tiger, un texto que puede leerse como un perfil de largo aliento o como una biografía de la boxeadora Marian Trimiar. En cualquier caso, y más allá del soporte genérico, el sello de la escritora queda impreso en cada tramo de la obra.

“Yo suelo mirar, y después buscar los datos”, dice ella. Yo pienso que alguien escribe sobre alguien porque -consciente o inconscientemente- busca conexiones personales, puntos de encuentro, espejos. Si Silvia Cruz Lapeña demuestra una cosa en Lady Tiger es empatía con el personaje que retrata: una mujer negra de origen humilde. Unas credenciales que le permiten componer a lo largo de estas páginas -sin pretenderlo- un pequeño tratado feminista, un relato que aborda el plano político y social de la Norteamérica del siglo pasado. Y que, al mismo tiempo, le sirve para denunciar dos de las lacras más infames de aquella sociedad, de todas las sociedades: la discriminación racial y el machismo.

Si Marian Trimiar consiguió su licencia de boxeadora profesional en 1978, Silvia Cruz consigue conformar aquí un reportaje que se nutre de los elementos más genuinos del periodismo narrativo: un gran trabajo de documentación que le lleva a reconstruir la historia de una mujer -una luchadora nata- con una prosa precisa y un rigor envidiable. Sensibilidad y empatía, decíamos antes. Técnica y talento. Denuncia y compromiso. El subtítulo del libro -no puede ser más elocuente- es también una declaración de principios: “Es mi cuerpo y es mi vida”.

Ignoramos si Silvia Cruz Lapeña ha boxeado alguna vez. Lo que sí sabemos es que lo hace con las palabras en cada uno de sus libros, en cada uno de sus perfiles y entrevistas. Sabemos que de niña (igual que Lady Tiger) quiso estudiar Medicina y que ha trabajado de camarera y telefonista. Y sabemos que ha colaborado en periódicos y revistas, en medios escritos y audiovisuales. Hace unas semanas, en uno de sus textos de actualidad para Vanity Fair, publicaba una semblanza de Franco Battiato, un artículo en el que decía adiós al músico italiano que, a la vez, escondía otra despedida. Y lo hacía con la serenidad de una prosa pausada, reflexiva: como quien corta delicadamente con unas tijeras la fotografía de un amor que ya no es. Pura emoción contenida, rabia jonda y tristeza. Y es que todo el mundo puede ver, pero pocos auscultan la realidad y los sentimientos como ella.    

                                                                                                                   

                                                                                                                  

 

Silvia Cruz Lapeña Crónica jonda / Lady Tyger , Madrid, Libros del K.O., 2017 y 2020.