El destino de la escritura es un nido de ojos que vuelan sin control. Ese viaje misterioso no siega el brote de la materia que vendrá.

¿Podrá conocerse el sentido de una línea? Sí, dirá el profesor que explica lo que no tiene carril ni pintándolo.

Dejemos a los remolinos del aire ofrecer poliedros. Un nido de ojos no hace aula, ni cristales manchados, ni bajorrelieves de rayas en las mesas. Amigos filólogos, que los tengo, perdonadme.

El revoloteo del lector invisible será fecundidad de la poesía sin autor prefijado, ni filtros especiales, ni sospechas del riesgo. Él moverá el terreno a su antojo. Dejemos que marque resurrección y lo que quiera.

Así la mano del hacedor queda en libertad.