Lo veo todos los días (o casi todos) y es natural porque
David es mi hijo. Pero sólo hoy, tranquilo, mirando como
sin mirar, lo veo ahí, de pie, al borde de la piscina, alto,
esbelto, delgado y duro, con un hermoso cuerpo que el sol
poniente dora con visos de perfección inmadura. Tiene 19
años, y siento que hoy, por vez primera, veo que mi hijo
es un espléndido muchacho, atractivo, sensual, calmo,
y con ciertos temores me pregunto: ¿Será la vida buena
con él? ¿Le otorgará lo que este momento maravilloso pide
en silencio, bondad, libertad, belleza, trabajo, luz de futuro?
Y lo observo otra vez, junto a la piscina, como a un dios perdido.
Yo también tuve su edad y su físico, hace mucho tiempo.
Me fui de casa. Me llevaba mal con mi hermano mayor
y todos pasaban estrecheces. Tuve que hacerme a mí mismo
y perdí muchas horas hermosas, mucho tiempo, mucha serenidad.
Una noche (andaba muy mal) me dijeron que si me iba con
un hombre de aspecto serio, un caballero, me ayudaría…
Lo hice. Me fui con él. Me ayudó en mis estudios. Apadrinó
a David. Murió. Nunca lo he dicho. Era (dije) un amigo de mi padre.
No sé si me creyeron, supongo que sí. Quiero seguirlo ocultando
y a la par no siento ninguna vergüenza. Fue bello. Me halagaba.
Me quiso. Y al ver a David, al mirar esas líneas largas junto
a la piscina, temo, tiemblo, no deseo hablar…Todo es limpio
si tu corazón es limpio. No debo temer nada, tiene amigos, amigas,
oyen música, viajan, leen libros que juzgo extraños, tocan la guitarra.
¿Qué temer? ¿Mi sombra? Callaré. La vida les dará lo que necesiten
y estarán a la altura. Desnudos también. No temo, no, no hay motivo…