La concesión de un premio de la relevancia del Cervantes de las Letras lleva aparejada la publicación de un sinfín de ensayos y antologías que actualizan la figura del autor galardonado, autor al que, en ocasiones, se le rescata del olvido y, en otras, se le difunde más allá de la dimensión geografía de la que procede. El caso de Caballero Bonald no se ajusta a ninguna de estas premisas porque goza de una innegable presencia en ambas orillas del Atlántico, plenamente justificada por la envergadura de su obra literaria y, también, por las periódicas entregas poéticas de los últimos años, años en los que ha abandonado otras facetas de su quehacer literario para centrarse casi exclusivamente en la escritura poética. Pero el hecho de publicar con determinada regularidad no garantiza por sí sólo que el autor se vea favorecido por un consenso crítico y lector. Una reputación consolidada se fragua a lo largo de una trayectoria impecable, y los últimos poemarios de Caballero Bonald —los que se insertan según el poeta y profesor Juan Carlos Abril, editor de esta antología, en una cuarta etapa creativa, en la cual las “Lamentaciones por el irreparable paso del tiempo” y la insumisión contra las injusticias de carácter tanto ético como social se han convertido en el fundamento de su escritura—  no han hecho más que fortalecerla y, si cabe, incrementarla, porque sus versos y sus declaraciones públicas se han convertido en denuncias y amonestaciones que gozan de gran predicamento en una buena parte de sus lectores.  No insinúo que Caballero Bonald se haya convertido en una especie de profeta capaz de aleccionar a los acólitos, pero sí he de señalar que las exhortaciones tan frecuentes en su poesía última han calado hondo en una sociedad devastada por la ignominia y la falta de escrúpulos de una gran parte de los políticos que la gobiernan.  No, Caballero Bonald es un ejemplo de coherencia y honradez intelectual, porque, y no es mérito menor, debo resaltar que esa voz que revela la indignación de un hombre mayor, pero lúcidamente insurgente, no se ha estancado en una prosodia acomodaticia, bien al contrario, el autor ha seguido indagando en los arcones de su amplia tradición poética, hasta el punto de que su último libro, Entreguerras o De la naturaleza de las cosas, como señala con acierto Abril en los párrafos finales de la «Introducción»: “Vuelve a visitar sus temas y lugares predilectos bajo el flujo y reflujo del vanguardismo, que nunca hasta ahora había usado de manera exenta. Esta obra es ciertamente una cumbre formal y estilística”. De no muchos poetas, pasados los ochenta años, se puede hacer una afirmación tan contundente y certera.

Marcas y soliloquios de José Manuel Caballero Bonald abarca sesenta años de creación poética, en los cuales ha publicado once libros de poesía. Desde su primer libro, Las adivinaciones, publicado en 1952, del que un generoso Gerardo Diego, siempre al tanto de la actualidad poética, se ocupó en una ponderativa reseña, hasta Entreguerras o De la naturaleza de las cosas publicado el pasado año, pero del que aún tardarán mucho en apagarse sus ecos, del que se incluye un extenso fragmento. Dentro de este arco temporal se ha sucedido, con arbitraria frecuencia, la publicación de toda la obra, no sólo poética, sino ensayística, novelística y memorialista, tal es el multifacético espectro creativo de uno de los maestros más vigorosos de la poesía española actual y, lo afirmo sin temor a equivocarme, futura.

Cuatro son los ciclos en los que divide Abril la poesía de Caballero Bonald: El primero, caracterizado por una mezcla de metafísica con la indagación metapoética está constituido por Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954) y Anteo (1956); en el segundo predominan la «problemática existencial: individual/social» y está integrado por Las horas muertas (1959) y Pliegos de cordel (1963). Conviene aclarar que estos compartimentación no es estanca ni los cambios de ciclo son concluyentes, tal y como señala Abril, «responden a estímulos creativos, y no son monológicos sino que dialogan entre sí, presentan contradicciones y trasvases». El tercer ciclo es un laberinto vital y literario y lo componen los libros Descrédito del héroe (1977) y Laberinto de fortuna (1984).  El protagonista de ambos poemarios es un hombre acuciado por el desencanto que encuentra en la escritura la única esperanza de redención, esperanza muchas veces truncada por la ineficacia del lenguaje. La cuarta y última etapa, el ciclo de Argónida, está integrada por Diario de Argónida (1977), Manual de infractores (2005), La noche no tiene paredes (2009) y Entreguerras o De la naturaleza de las cosas (2012), aunque quizá estos tres últimos títulos se puedan agrupar en una subdivisión marcada por un compromiso más acusado con la realidad, una reinterpretación de esa realidad también de carácter estético, como en sus libros anteriores, pero ahora más influida por un descrédito de las ideologías y una mirada nada complaciente del mundo en el que habita. El propio autor ratifica esta idea cuando certifica: « Yo nunca he escrito tan cerca en el tiempo como con los tres últimos libros. Antes tardaba diez, doce años entre uno y otro. Ahora ha habido un fervor inusitado, una especie de energía que me vino por el miedo a la desmemoria. Me vino de pronto este deseo de ir contando las cosas sin pararme a pensar que me faltaba energía, que la poesía es un género juvenil y que yo era muy viejo para hacer poesía». Ese devoción por el lenguaje, esa búsqueda de la definición más rigurosa se puede reconocer en cualquiera de los libros de Caballero Bonald, quien, tal vez hastiado de tanta inmoralidad pública, afirma en una reciente entrevista, realizada por Juan Cruz, que  «La vida de un hombre debe ser limitada […] Escribo algún que otro poema, claro, pero no más […] Además, ya he escrito suficiente».

Como otros muchos escritores, Caballero Bonald confiesa que se hizo escritor porque leyó «primero a unos escritores que me emocionaron, que me abrieron un camino. Sin esas lecturas previas, estoy seguro que no me habría dedicado a cultivar la literatura. Y además, el hecho de haber sido un lector constante a lo largo de los años, también me ha servido para ir calibrando la natural evolución de mis gustos estéticos». Esta antología que la editorial Pre-Textos pone ahora en nuestras manos permitirá también, a aquellos lectores que se adentren en su lectura, comprobar la evolución estética y el compromiso moral de un hombre que, más allá de la subordinación de la experiencia vital al lenguaje del poema, se resiste a permanecer callado, a seguir la ortodoxia corporativa. Es, y en su poesía podemos comprobarlo, un insumiso, un modesto disidente, sin altanerías ni estridencias, que más que buscar la absolución en la historia o en la literatura, persigue la transformación de un presente que le mortifica. A él, como a tantos, a pesar de que, como reconoce el poeta, « A mi edad, el futuro es muy exiguo. Tengo mucho pasado por delante y el futuro se acorta. Mi sensación ahora es de fin de trayecto, de escepticismo, de estar en un punto en que ya nada vale mucho la pena. El futuro es una pared vacía, la meditación ante el muro, que es casi el título de un libro que ya no escribiré».

 

Marcas y soliloquios. José Manuel Caballero Bonald. Edición de Juan Carlos Abril. Valencia, Pre-Textos, 2013.