A ambos lados del escaparate (no exhaustivo)

La publicación de su última colección de ensayos, En cuerpo y en lo otro en 2013 (el tenis de nuevo: ahora Federer tangible e intangible, de nuevo la televisión como modelo de educación social y de equipamiento para la vida en la sociedad contemporánea, el lenguaje y la literatura, el cine de Cameron y algunas otras obsesiones wallaceanas; desde 2008 sabemos algo más de las obsesiones de David Foster Wallace), acompaña este mismo año a la muy esperada traducción española de su primera novela, La escoba del sistema, editada por el sello malagueño Pálido fuego, que había publicado unos meses antes el volumen de Conversaciones con David Foster Wallace, del profesor norteamericano Stephen J. Burn. La esperada biografía preparada por D. T. Max: Todas las historias de amor son historias de  fantasmas: David Foster Wallace, una biografía adelanta lo que sin duda será el paulatino desembalaje físico y sentimental de los archivos del autor (¡cómo le habrían gustado esos programas de televisión donde se subastan trasteros!) depositados por su familia en la Universidad de Texas (ya tenemos varias muestras: cartas, guías docentes de las asignaturas impartidas, etc.)[1].

También ha visto la luz en español el estudio Todo y más: una breve historia del infinito, fruto de las investigaciones académicas de Wallace en el ámbito filosófico, y la edición del texto con menos texto de la historia contemporánea: Esto es agua, que recoge el discurso que ofreció en el acto de graduación de la promoción de 2005 en el Kenyon College. Todo ello desde que en 2011 se publicara El rey pálido (esa obra tan wallaceana, tan inacabada, esa obra que “viene a ser más una autobiografía que ninguna clase de historia inventada”, esa obra que no convenció a los miembros del jurado del Premio Pulitzer, que prefirieron dejar desierta la categoría de “fiction”).

Mientras tanto, David Foster Wallace es, cada vez más, personaje. Sujeto y objeto. Sujeto de biografías y objeto de contundentes opiniones. Generador de controversias. Personaje de ficción. Zadie Smith habla de su genialidad en uno de los ensayos de Cambiar de idea (Salamandra, 2011). Bret Easton Ellis lanza en The Guardian andanadas dañinas a destiempo sobre el autor y sus lectores (y se cobra, de paso, las deudas con las opiniones de una lejana entrevista de Wallace con Larry McCaffery en 1993). Jonathan Franzen vende Más afuera, su último libro de no-ficción después de su aclamada y neobalzaquiana Libertad, aprovechando el tirón de su último viaje con las cenizas del amigo muerto (“Después, la persona deprimida se quitó la vida, de un modo calculado para infligir el máximo dolor a aquellos que más lo querían, y nosotros, quienes lo queríamos, nos quedamos con una sensación de rabia y traición”). Y no es difícil entrever la figura o la contrafigura de David Foster Wallace en alguno de los personajes[2] de las novelas recientes de Jeffrey Eugenides (La trama nupcial) y de Jonathan Lethem (Chronic City, donde aparece una novela titulada La bruma indistinta).

 

Vidas cruzadas

En el momento en que escribo este artículo, se rueda en Estados Unidos The End of the Tour, la versión cinematográfica del libro Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace (Aunque al final acabas convirtiéndote en ti: un viaje de carretera con David Foster Wallace), del reportero de la revista Rolling Stone David Lipsky. Este libro, así como la película que lo adapta al lenguaje cinematográfico y lo convierte en imágenes, recoge el viaje que Lipsky, periodista musical, realizó acompañando a David Foster Wallace durante la promoción de La broma infinita. El largometraje estará dirigido por James Ponsoldt, director de la premiada The Spectacular Now, a partir de un guión adaptado por Donald Margulies. Jason Segel (The Muppets, Freaks & Geeks) dará vida –qué ironía- al autor neoyorquino, acompañado de Jesse Eisenberg en el papel de Lipsky.

En la película Amor y letras (Liberal Arts), La broma infinita aparece como libro favorito del personaje interpretado por el actor Josh Radnor, también guionista y  director de la cinta, y a la sazón compañero de Jason Segel en la conocida serie que ambos han protagonizado a lo largo de los últimos años Cómo conocí a vuestra madre. El personaje de Radnor, un treintañero que vuelve a su alma mater para participar en el homenaje a su mentor a punto de jubilarse, conoce allí a una joven estudiante (brillante Elizabeth Olsen en este papel) que le hace replantearse su presente, recordar su pasado y encarar su futuro a partir de premisas distintas. La broma infinita es, de hecho, en esta cinta el libro que lee de manera obsesiva un estudiante depresivo (de apellido Franzen) con poco aprecio por su propia vida; y también el libro que había sido quince años atrás un shock en la vida del entonces estudiante universitario y hoy responsable de variados asuntos administrativos en la burocracia universitaria, y que, suponemos, le empujó a ser el escritor que finalmente no es. En una conversación de café, el estudiante angustiado que lee a David Foster Wallace y el protagonista aparentemente frustrado mantienen una conversación sobre La broma infinita y sobre el suicidio de su autor. Amor y letras se rodó en el Kenyon College, donde David Foster Wallace dio su famoso discurso This is Water.[3]

 

Proceso de “kurtcobainización”, or How to Become a Legend

Resulta verosímil plantear, pues, que el rodaje de esta road movie sobre la gira de un escritor “de culto” y basada en las vivencias de un reportero musical, responda a una necesidad de kurtcobainización del personaje de Wallace, esa especie de canonización laica pero no por ello menos ritual de aquellos aspectos que hacen del personaje un icono, un símbolo,  aquellos rasgos que mejor se avienen al culto, pero que ocultan u oscurecen otros muchos de su personalidad poliédrica. Es una hipótesis, en cualquier caso. No es distinto lo que algunos otros documentos recientes han hecho con la figura del autor que presentó como tesis de licenciatura una novela como La escoba del sistema. La canibalización del animal sacrificial, del agnus dei simbólico, del semejante-otro (como el relato aquel del niño sabio al que la tribu enaltece y manipula), el aprovechamiento de los manjares o de los productos de casquería que ofrece para disfrute de sus acólitos o de sus detractores e impugnadores, forman parte del proceso para elevar a los altares a Wallace (se ha ido organizado una especie de Positio Super Vita et Virtutibus et Fama Sanctitatis: documentos y testimonios para canonizar a un “hombre de iglesia”, con sus consabidos abogados del diablo) o para convertirlo en chivo expiatorio, como han hecho los seguidores de la teoría conspiranoica que desacredita por falso todo lo que emerge de él y de su obra, y, por tanto, abominan de ambos. Así, Harold Bloom dijo en una entrevista a Lorna Koski para la revista Women’s Wear Daily:

“¿Sabe usted? No pretendo resultar ofensivo, pero La broma infinita es simplemente malísima. Resulta ridículo tener que decirlo. No sabe pensar, no sabe escribir. No se percibe ningún talento [...]. Stephen King es Cervantes comparado con David Foster Wallace. [Wallace] parece haber sido una persona muy sincera y muy problemática, pero eso no significa que su lectura tenga que ser un sufrimiento para mí”.[4]

 

Más adentro           

El niño del Midwest adicto a la televisión, el adolescente adicto a la marihuana, el muchacho desgarbado, atacado por un acné pertinaz y una sudoración extrema, que avanza por el pasillo de su colegio mayor con el albornoz sucio y abierto, la bandana en la cabeza y las botas Timberland desatadas, taconeando camino de la –enésima- ducha del día. El joven obsesionado con el lenguaje y con el sexo, empeñado en la tarea de “encajar” en la vida universitaria de la Costa Este. El brillante estudiante que compagina tareas académicas de resultados extraordinarios con procesos depresivos que le obligan a regresar a su casa para recuperarse. El escritor incipiente. La conciencia autorial, tan presente en David Foster Wallace desde muy pronto (probablemente desde el proceso de escritura de La escoba del sistema). En una carta enviada a Harper’s, a cuenta de la publicación de alguno de sus relatos o reportajes en esa revista, y de las posibles manipulaciones que pudieran producirse en esa publicación, escribe:

“Este es el trato. Le doy a usted la bienvenida para hacer las lecturas que usted desee. Pero le pediría que ni usted (ni la señora Rosenbush, a quien respeto pero temo) no manipulen este texto como si fuera el trabajito de un estudiante de primero de carrera”.  

Ya he escrito en alguna ocasión que la recepción crítica de la obra de David Foster Wallace en España es un caso de anacronía hermenéutica. Hemos recibido la traducción de La escoba del sistema como una “novedad” cuando es la primera de sus obras publicadas y en ella está el germen de todo lo que vendrá después. El lector (en) español de David Foster Wallace, que ya había pasado por los ensayos y opiniones, por los relatos, por las novelas éditas, inéditas, infinitas, pálidas y póstumas, llega al origen de todo, al big bang creativo de una propuesta narrativa, estética, filosófica y vital cuyo alcance aún no atisbamos a divisar. Porque, claro, cuando despertamos, La escoba del sistema YA estaba allí. La época -1987- en la que Wallace clamaba en el desierto:

“La narrativa o mueve montañas o es aburrida; o mueve montañas o se sienta sobre su propio culo”.

Pero así era el joven Wallace. Alguien a quien nos imaginábamos     –ahora lo sabemos por su biografía- debatiéndose entre la ficción y la investigación, entre la novela y la filosofía, entre la creación y la lógica matemática; alguien excesivo en todo, en los argumentos y en la sintaxis, en la interiorización y en el mundo (y en los demonios y en la carne); alguien obsesivo con el lenguaje y que puso palabras a las obsesiones; alguien fascinado por las imágenes, náufrago ante el televisor, deudor de la publicidad, devoto del consumo y de las conspiraciones, clásico, moderno, técnicamente superdotado, wonder boy. La imaginación apabullante, inmoderada, deslumbrante.

Cuando Frank Kermode postulaba la existencia del sentido de un final para la ficción, una clausura, un cierre semántico que contuviera (en todos los sentidos posibles: recoger/controlar) las líneas argumentales, y las devolviera cuidadosamente al almacén precintado de los objetos potencialmente perniciosos, estaba mirando de reojo los “desmanes” posmodernos. De estos “desmanes” es heredero David Foster Wallace, aunque con unas derivaciones formales y semánticas que lo alejan de la posibilidad de convertir todo en artificio retórico. Dominador como ningún otro miembro de su brillante generación (sea Next, Quemada o McSweeney’s, a estas alturas ya da igual) de la técnica narrativa, su triunfo fundamental no se produce –solo- en este ámbito, sino en el de la profundización en los miedos y obsesiones del ser humano en la época en la que le tocó vivir. Y en esos miedos y en esas obsesiones no hay líneas argumentales que se cierren. El propio autor lo explicaba de esta manera al referirse al modo en que se enfrentaba al concepto tradicional de “argumento”:

Y creo que no quise completar varias tramas cuidadosamente dentro del marco del libro principalmente porque bastante del entretenimiento comercial con el que crecí hacía eso y no se trata de algo del todo real. Es un tipo de técnica falsamente satisfactoria para redondear varias cosas que van sucediendo…[5]

Resulta más que evidente a estas alturas que las técnicas falsamente satisfactorias no convencían a David Foster Wallace como fórmula narrativa para cerrar o completar las tramas. Por lo que parece, ni en la literatura ni en la vida. Las tramas siguen abiertas.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

BURN, Stephen (ed.), Conversaciones con David Foster Wallace, Málaga, Pálido Fuego, 2012.

EUGENIDES, Jeffrey, La trama nupcial, Barcelona, Anagrama, 2013.

FRANZEN, Jonathan, “Más Afuera”, en Más Afuera, Barcelona, Salamandra, 2012, pp. 23-62.

KARMODI, Ostap, David Foster Wallace: Un’intervista inédita, Milán, Terre di mezzo Editore, 2011.

MAX, D. T., Todas las historias de amor son historias de fantasma. Barcelona, Debate, 2013.

WALLACE, David Foster, Esto es agua, Barcelona, Mondadori, 2012.

WALLACE, David Foster, En cuerpo y en lo otro, Barcelona, Mondadori, 2013.

WALLACE, David Foster, La escoba del sistema, Málaga, Pálido Fuego, 2013.

WALLACE, David Foster, Todo y más: una breve historia del infinito, Barcelona, RBA, 2013.



[1]          La familia de Wallace ha cedido al Harry Ransom Center un total de 34 cajas y 8 carpetas de manuscritos del autor para su catalogación e investigación.

 

[2]           El personaje de Leonard en La trama nupcial es, a todas luces y a todas sombras, el Wallace más caricaturesco y más extremo: problemas mentales, drogas, personalidad, vivencias, familia, obsesiones…  Y también las botas Timberland, el tenis, la bandana en la cabeza, el sexo… Eugenides lo niega. De la misma manera, pueden encontrarse, sin mucha dificultad infinidad de datos biográficos y familiares en La escoba del sistema. La comparación de ambas novelas con la biografía de Max ofrece resultados muy reveladores.

[3]          Una adaptación cinematográfica de Entrevistas breves con hombres repulsivos, dirigida por John Krasinski, se estrenó en 2009, en el Festival de Cine de Sundance.[] La película está protagonizada por Julianne Nicholson, y cuenta en su reparto con Christopher Meloni, Rashida Jones, Timothy Hutton, Charles Josh, Will Forte, y Corey Stoll.[]

[4]           Lorna Koski, “The full Harold Bloom”, en Women’s Wear Daily, 26/04/2011, (http://www.wwd.com/eye/people/the-full-bloom-3592315?full=true).

[5]           S. J. Burn (ed.), Conversaciones con David Foster Wallace, Málaga, Pálido Fuego, 2013, pp. 197-198.