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Configurar sentido descendente

Pienso en Alepo

30 de septiembre de 2022 14:33:14 CEST

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pienso en las ciudades

abandonadas por las guerras.

En las calles donde se construyeron

hospitales de campaña,

en los refugios improvisados,

en las bombas que caen sobre los edificios,

en las paredes desmenuzadas

y el rastro de polvo blanco cubriendo el desamparo

de todos esos rostros que jamás imaginaron

una guerra

dibujando un nuevo mapa de ruinas y dolor

sobre sus callejuelas.

 

Pienso en las calles vivas,

con su gentío y su alboroto locuaz

de tiendas y mercados,

de juegos y algarabía musical,

de presente lleno de sueños cotidianos,

con sus celebraciones familiares,

sus enamoramientos y sus risas.

 

Eran como nosotros

ciudadanos de un lugar

que no se imaginó

convertido en escombros por culpa de los hombres.

 

No nos imaginamos las bombas sobre nuestras casas,

nadie nos prepara para contemplar

el infierno de los que se odian

desde nuestros balcones y ventanas.

 

Eran como nosotros

ciudadanos ingenuos que pensaban

en las guerras como un murmullo lejano

de los noticieros tristes.

Escrito en Lecturas Turia por Ana Merino

Fernando García de Cortázar  tiene madera de escritor y olfato de periodista. Si le  añadimos  su faceta de Catedrático  de Historia  Contemporánea, su afán por la verdad, y su  interés por el arte y la cultura, nos encontramos ante uno de los autores divulgativos con  más éxito de España.

Nos recibe en su despacho de la Fundación  Dos de Mayo. Nación y libertad, en plena Gran Vía  de Madrid.  Nuestra intención es hablar de  Historia,  de la historia de nuestro país. En el curriculum leemos que “su formación humanística y su sensibilidad literaria le han ayudado a acercar  de forma atractiva la Historia al gran público de tal manera que muchos de sus libros se han convertido en grandes éxitos editoriales”.

- ¿No le parece que es una responsabilidad muy grande el haber conseguido poner de moda la  Historia en nuestro país?

-  Yo entiendo que sí, pero aparte de que pueda ser un mérito, entiendo que es una  responsabilidad  nuestra, de todos los historiadores, y una obligación. Es una obligación, porque la historia es tan importante que no debe quedarse  en los ámbitos puramente académicos o universitarios, sino que debe buscar la demanda  de los ciudadanos. A lo largo de los cincuenta libros que he escrito, y en concreto en los últimos veinte, he tratado de que interese la Historia. Y que la Historia sirva también para irrumpir en  el  presente. Debe servir para mejorar la sociedad y no quedar reducida a un mero objeto culturalista de entretenimiento y de debate , sino que debe  hacerse carne en el debate ciudadano,  en la mejora de nuestro presente, y en la preparación de un futuro mejor.

 

- Da la sensación de que a los españoles no nos gusta demasiado aprender de nuestra Historia.

- Si, yo entiendo además que la Historia en España está siendo manipulada desde el presente. La Historia actúa en el  presente, pero muchas veces porque el presente la manipula y porque en el debate político la Historia es un arma arrojadiza que se echa  un partido contra otro. Sobre todo los  acontecimientos más recientes. Y también tiene una repercusión  política porque los nacionalismos  que están construyendo  sus  naciones, en especial los nacionalismos periféricos, saben que la Historia es la gran partera de la nación, que sin historias no hay naciones. Entonces cuando no tienen Historia, pues la manipulan o se la inventan.

 

- Usted ha denunciado en más de una ocasión  esas creaciones históricas de la nada y las manipulaciones. Hablemos de esos dos elementos, la mixtificación y la creación de una Historia con un patrón determinado.

- La Historia de España está siendo manchada, se utiliza en el debate. Es algo que incluso se observa en textos políticos. No hay nada más que acercarse a los proyectos o anteproyectos de Estatutos; aparece allí una Historia hecha, diríamos, atribuyendo categorías del presente a fenómenos del pasado, que es algo realmente grave. Episodios del siglo XIII, XIV, XV, que no tienen nada que ver con la situación actual, y se les hace protagonistas de ese hecho presente. Yo suelo decir del País Vasco, que es donde nací y donde vivo, que  no hay ninguna otra región que tenga menos credenciales históricas para  reivindicar una secesión o una independencia. Cualquier otra región puede aparecer con mayor entidad histórica o con mayores hechos diferenciales para tratar de reivindicarlo. Yo entiendo que más que el País Vasco, que está en el corazón de Castilla, y es, como dirían los hombres del 98, la abuela de España, no tiene sentido que trate de separarse de algo que es suyo y que en buena medida es creado a través de Castilla.

 

- Me gustaría volver a la idea de España y los españoles. ¿Por qué cuando alguien dice que se siente español se le achaca pertenecer a la extrema derecha?

- Es algo que vengo denunciando desde hace tiempo. Primero, porque el franquismo ha hecho muchísimo daño y todavía, tristemente, parece vigente. Y porque los nacionalismos tratan siempre de intoxicar la opinión pública con eslóganes parecidos. Además, la izquierda, en buena medida, ha debido creer esa interpretación que dan los propios nacionalistas.  A veces se dan situaciones patológicas, como el hecho de que afirmarse como español sea identificarse, no con la corriente liberal admirable del nacionalismo español del XIX, sino con las corrientes más integristas, ultraconservadoras, ultracatólicas y falangistas. Yo entiendo que algo se ha ganado, ¿no? Pero claro, ahí están continuamente, lo publicitan muy bien los nacionalismos para defenderse atacando con ese tipo de consideraciones. La izquierda debería darse cuenta de que está actuando miméticamente respecto a los nacionalismos y que debe situar a sus enemigos, no en los que defienden a España, sino en los que tratan de afirmar sus naciones desde la exclusión, la diferencia, los que no piensan como ellos, como ocurre con los nacionalistas.

 

- Este hecho conlleva otras cosas que no se dan en Europa, como el desprecio de los signos, de los símbolos, la bandera, el himno, los símbolos que en teoría deberían unirnos. Se ha visto con claridad en algún partido de fútbol.

- Esto es realmente grave, y la gente debería reflexionar al respecto. Como los nacionalismos conocen la fuerza de los símbolos, tratan de identificar los símbolos del contrario, del adversario, con lo más reaccionario, lo ultra, con Franco, con Primo de Rivera. Pero creo que algo se está ganando. Por ejemplo, han hecho mucho bien los triunfos deportivos, la selección española de fútbol en el campeonato de Europa. Se veía claramente ahí que decir “soy español”, no era patrimonio de la ultraderecha, sino al contrario, de la ciudadanía contenta de identificarse con su país, y que el  empleo de la bandera ya no era patrimonio de nadie, sino de todos.

 

García de Cortázar es director de la  Fundación Dos de Mayo. Nación y libertad, que nació para organizar los actos conmemorativos del Bicentenario del 2 de Mayo y de la Guerra de la Independencia, y contribuir al conocimiento de aquellos  hechos históricos. Pero tiene una vocación de continuidad, para preparar la celebración del Bicentenario de la Constitución de Cádiz e impulsar y difundir los valores de nación y libertad que simboliza esa fecha histórica de la que somos herederos en nuestra Constitución de 1978.

- ¿Considera que la Guerra de la Independencia es el acontecimiento más importante de nuestra Historia reciente?

- Yo creo que sí, la verdad. Se suele decir que toda la Historia es Historia contemporánea, y no pretendo arrimar el ascua a mi sardina, puesto que soy catedrático de Historia Contemporánea, sino porque a partir de esa fecha,1808, se produce algo realmente importante  que es el paso de súbditos a ciudadanos y que, a través de la idea de España, de las transformaciones manifestadas y de la Constitución que surge en 1812, no sólo vamos a tener nuestros derechos sino que disfrutamos de  derechos y libertades individuales. Eso me parece importantísimo en la Historia de España. Pienso, sin ninguna exageración, que es la fecha más importante porque es la que más está influyendo en nuestras vidas a través de la Constitución. Yo suelo decir que se equivocan los términos cuando se  habla de derechos históricos, algo que también se ha colado en nuestro lenguaje, por efecto de la corrupción nacionalista. Los territorios no tienen derechos históricos, ni por supuesto las lenguas tienen derecho a crearse hablantes obligatorios. Los que tenemos derechos somos los ciudadanos, que los cedemos a través de las Constituciones. Precisamente esta fecha nos recuerda esa asunción de derechos a través del texto constitucional.

 

- En 1812 se creó un modelo de nación. ¿Difiere mucho del actual?

- No, en buena medida no. Se ha progresado en las cuotas democráticas, en los planteamientos sociales, que no se tenían en 1812, con nuestra primera gran Constitución. Pero yo entiendo que lo que allí se afirmó es una nación de ciudadanos, no es una nación étnica ni lingüística, no es la nación integrista, ni del nacionalismo ultraconservador de finales del XIX y de principios del XX. Es la nación que firma un acuerdo entre los ciudadanos para no vivir cejijuntamente sino para aceptar también sus diferencias. Y, sobre todo, para vivir en un proyecto común, que hace alusión mucho más al futuro que al pasado. No es una nación historicista, sino una nación que piensa muchos más en el futuro que en el pasado. Ortega y Gasset decía que a él le preocupaba más la España que encontraba al levantarse que la que dejaba baja al acostarse.

 

Hablamos de la cultura, una preocupación destacada  de Fernando García de Cortázar en los últimos años, si nos atenemos al título de  sus publicaciones. En el prólogo de Breve Historia de la cultura en España se dice: “Sorprende que en un país tan propenso a la invención de pasados falsos haya tan poco amor, tan poco respeto, por las huellas verdaderas del ayer”. Una obra que nos traslada, entre otras muchas ciudades, al Toledo de las Tres Culturas, a la Ávila mística, a una Sevilla a la sombra de Velázquez, al Madrid ilustrado, a la Barcelona modernista o a la Valencia contemporánea. De la mano del autor pasearemos por las calles de esas ciudades, que son también las calles en la que se forjó la cultura española.

- Usted tiene fama de decir lo que piensa, algo que sin duda le honra. Y ha asegurado que la Iglesia es la gran creadora de cultura en España ¿Cree que ha sido bien entendido?

- Por supuesto, yo creo que  sumando cuantitativamente, es obvio, el peso es enorme. Ahora probablemente no, pero durante siglos ha sido  la gran conservadora del patrimonio y de la cultura en España. En uno de mis últimos libros Breve Historia de la Cultura en España se ve claramente. La Iglesia, no sólo como mecenas, como inductora, como conservadora de las obras, sino también  como salvadora, en todas las disciplinas.

 

Fernando García de Cortázar ha obtenido el Premio Nacional de Historia por el libro Historia de España desde el arte. En él utiliza la creación artística como hilo conductor. Propone un recorrido por la Historia de nuestro país a través de 600 obras. Como explica su autor,” utiliza la capacidad emotiva y de expresión del arte para reforzar la palabra del historiador. 

- ¿Somos conscientes del patrimonio cultural que tenemos, de lo que nos han legado nuestros antepasados?

- Yo  me he preocupado de decírselo a los españoles en muchos de mis libros. España es una super potencia cultural, seguramente no hay otra en el mundo. Podemos competir con Italia  en patrimonio plástico- artístico, pero superamos a este país  en cuanto al idioma, mucho más extendido que el de los italianos. Me alegra en las noticias el gran éxito  del turismo cultural y las exposiciones. Están cambiando las cosas y los medios de comunicación están contribuyen a ello. Uno de los ejemplos más recientes lo tenemos en la gran exposición de Sorolla, con unos índices de concurrencia como no se han dado nunca en la Historia de España. Entiendo que vamos a mejor y que, efectivamente, los españoles, tienen que ser conscientes  del extraordinario valor de su patrimonio cultural. Yo lo he intentado inculcar en esas obras relacionadas con la historia de la cultura y del arte en nuestro país.

 

Fernando  García de Cortázar considera que se está robando a los adolescentes parte de ese legado cultural. Nos cuenta cómo en cierta ocasión, mientras preparaba la Breve historia de la cultura en España, ofreció una conferencia a un grupo de profesores y catedráticos de instituto en Cantabria. Mencionó a Baltasar Gracíán, y le explicaron que su figura ha desaparecido de los libros de texto. Me quedé helado, me pareció de una gravedad importante. Que por obsesiones identitarias, regionalistas, autonomistas, rancias, no aparezca una de las grandes cumbres del pensamiento español. Es un drama que no se pude entender desde fuera, como Alemania o Estados Unidos, donde El Criticón fue un best-seller.

- Nos interesa su opinión sobre el estado de la educación en nuestro país. Lleva muchos años en la docencia y habrá  visto de todo. ¿Ha apreciado cómo cada vez lo alumnos tienen más dificultades de comunicación, con un vocabulario escaso?

- Es cierto, y yo también culparía a  las editoriales que hacen todo esto, a veces son  reduccionistas y van a un lenguaje sumamente  elemental y simplificado, en vez de tratar  que lo alumnos que leen sus libros amplíen vocabulario. Me parece gravísimo, porque eso condiciona los contenidos. Si la primera función es hacer que entiendan  lo que dicen nuestras palabras, pues entonces atentamos contra la expresión literaria, que es mucho más rica cuantas más palabras se empleen, y contra la expresión de los conocimientos. Me he encontrado ese problema al escribir mi último libro, la Pequeña historia del mundo. Un libro del que estoy contentísimo, ha sido la obra de no ficción más vendida en la Feria del Libro de Madrid. Yo, consciente de eso, me fui a un colegio durante 15 días para escribirlo, para ver qué léxico podía emplear, qué palabras suscitaban a los alumnos emoción o alegría. Encontré que había muchas palabras  que no conocían y les expliqué la necesidad de ampliar el léxico. Para ello, se creó el “Rincón de las palabras” un esfuerzo por salvar esa barrera que nos estamos encontrando por el escaso léxico que usamos, no solo los alumnos, sino también los adultos.

 

- Fernando García de Cortázar se ha querido dirigir también a los niños y adolescentes, con su Pequeña Historia del mundo. En ella acompaña la narración de hechos históricos con ficción, diálogos y aventura. Hemos leído un titular que dice: “Cortázar despeja de ñoñez y moralina la Historia que les cuentan a los niños”.

- Pues sí, entiendo yo que sirve para niños inteligentes, porque  no hay que infantilizar. La historia es tiene  tal capacidad docente, de trasmisión de conocimientos y de enseñar, de sacar lecciones de ella que suelo decir que es la mejor asignatura de Educación para la Ciudadanía. No hace falta retorcer argumentos, sino presentar los acontecimientos tal como la propia Historia nos los ofrece para que el niño saque conclusiones relacionadas con que algo es bueno o es malo. Se emociona ante el altruismo de determinadas conductas o reprueba y rechaza otras conductas menos ejemplares.

 

- Tras hablar de alumnos y niños, queremos conocer también su opinión en torno al profesorado, dada, como decíamos, su gran experiencia docente. Entramos ahora en Bolonia, ¿va a ser una ruptura demasiado brusca para nuestra universidad?

- Yo lo de Bolonia no lo he seguido mucho; a veces me da pereza entrar en este tipo de legislaciones que luego no sabemos en qué quedan. Y sin embargo abandonamos algo tan importante como es el leer a los clásicos o esforzarnos porque nuestros alumnos no sólo lean sino que escriban mejor. Yo diría que en las enseñanzas medias hay movimientos de mejora bien organizados. De mejora de las disciplinas, de apertura, de aprendizaje. En la Universidad igual estamos más en el “sálvese quien pueda”. Sí noto mayor preocupación en los institutos, en la forma en que se imparten los contenidos y cómo se renuevan las formas de trasmisión de esos contenidos, quizá más que en el mundo universitario.

 

Nuestro protagonista es buen conocedor del periodismo, sin duda sabe cómo originar titulares de los que se publican sin duda en un diario. Así, leemos, en relación con la Ley de la Memoria Histórica: “El juez Baltasar Garzón está convirtiendo España en un tanatorio”.

- Desde su punto de vista, ¿cómo se está desarrollando todo lo relativo a la Ley de la Memoria Histórica, cree que es conveniente para nuestro país entrar en esa dinámica?

- Lo he denunciado multitud de veces, me parece absurdo. Sobre todo porque, en general, la historiografía española goza de buenísima salud y no se necesitan apoyaturas, injerencias, ni dirigismos del poder político. Yo creo que hay un error de consenso en general. Quitando mitómanos o gentes que no son profesionales de la historia, yo entiendo que esa injerencia política hace daño. Y, ciertamente, los mayores críticos de esta ley han sido los propios historiadores, de uno y otro color.

 

Volvemos a la cultura, y a la necesidad de recuperar y preservar nuestro legado cultural. Sobre todo aquél que, por una u otra razón, ha quedado en el olvido .Desde la Fundación se ha recuperado una obra importante de Mariano Rodriguez Ledesma, el Oficio y misa de difuntos. Se trata del primer oratorio sinfónico-coral de la historia de la música española. La Fundación que dirige Fernando García de Cortazar quiere difundir la Historia en más registros que el meramente bibliográfico. ”Tengo un sentido integral y global de la Historia, me interesa desde el arte, la literatura, el mundo filosófico y la música. La Fundación está publicando una serie con música en torno a la Guerra de la Independencia y el surgimiento de la nación. La labor que está haciendo con los libros se extiende también con los discos. El volumen de Rodríguez Ledesma es la expresión de esa línea de trabajo. Está claro que en aquella época no sólo existía Juan Crisóstomo Arriaga, que es un magnífico músico: gracias a estos trabajos se ve que estaba acompañado de una buena pléyade de músicos.

 

Fernando García de Cortazar habla con entusiasmo de los proyectos de la Fundación Dos de mayo: Nación y Libertad”. Y recuerda el éxito de aquella iniciativa en la que se buscó la participación ciudadana. La idea era configurar unos grandes carteles que cubrieran la fachada de la Puerta del Sol en las celebraciones del 2 de Mayo. Más de 80.000 personas participaron enviando sus fotografías. La informática hizo lo demás.

Tenemos que terminar, y reconocemos que la imagen, la expresión y las palabras de nuestro interlocutor no son las de un historiador al uso. Su concepto de la Historia y de los historiadores queda reflejado en estas palabras, pronunciadas por Fernando García de Cortázar en la conmemoración del II Centenario del 2 de Mayo:“Las naciones sin Historia no son naciones en sentido estricto, son mera materia amorfa, moldeable por el espíritu de las que sí la tienen. La nación no es, se construye, y se construye en gran parte a través de la transmisión de una memoria pública. La historia se convierte así en una especie de partera de la nación. De ahí que los historiadores seamos considerados sujetos peligrosos e indeseables por aquellos que hoy desean hacerse con un patria nueva, por aquellos que se esfuerzan en inventar una memoria separada y enfrentada a España, una memoria que reescribe su idea de nación con los renglones torcidos del mito, del odio, de la animosidad, de la diferencia.”

Escrito en Lecturas Turia por Juan Fernández Vegue

Aquella primera mañana, la primera de tantas, un centenar de cigüeñas invadió el patio de recreo, compartiendo su latido, tan misterioso y nuevo, con nadie más que con la niebla. No somos predadores directos, había explicado a mis alumnos, apenas tres o cuatro días antes, en un mundo que nunca más sería, ni siquiera, un poco nuestro. Esa es la única razón por la que la Ciconia ciconia convive con el ser humano.

Pero aquella primera mañana, la primera de tantas, el espacio y el tiempo arrinconaron, hasta lo más hondo de su esencia, a todos los hombres y a todas las mujeres convivientes.

Yo me había conectado a mi primera clase online. Me había puesto una camiseta de colores vistosos y unos vaqueros, y había colocado el teléfono móvil frente al punto más luminoso del salón. Estábamos comentando unos versos de La tierra baldía, de T.S. Eliot, cuando un millar de crotoreos se coló por el micro, inundando el espacio físico y virtual.

¿Habéis visto lo mismo que yo?

Las cigüeñas aterrizaron en la pista gris y, desde allí, se dispersaron hacia la pista roja. Igual que habíamos estado haciendo a diario otros, recorrieron la distancia del Ram al Loscos, del Loscos al Ram. Buscaban, como buscamos nosotros, algo con lo que reforzar sus nidos. La idea de familia. De nudo. De hogar. Era 16 de marzo y ellas parecían tenerlo algo más claro.

Los seres humanos hemos dispuesto de la moral y de la carne para contar (para contarnos) un relato (el nuestro) en su versión más amable, dije a mis alumnos mientras una cigüeña alzaba el vuelo, llevándose con ella las últimas huellas del patio. Pero hay otras historias que no podemos contar. Miradnos ahora, tan fuera de la vida y de la Historia.

Poco a poco, la primavera fue revelándose desde dentro de la tierra. Y en los troncos de los árboles. Y en las yemas. Llegamos a ver en flor las almendreras, pero nos perdimos el estallido del cerezo, del melocotonero y del ciruelo, que siguieron su ciclo tan propios y tan ajenos. La espera nos salvará, pensé entonces.

En aquel tiempo, sin tiempo ni espacio, el silencio atrajo más silencio y eso permitió que abandonasen sus escondrijos los animales que sí suelen temernos. Yo confié en ellos, lo hice más que en cualquier promesa de cambio, de la inmensidad que salió de todos aquellos balcones humanos. Por una vez, dejamos, nosotros, de sentirnos tan a salvo. Y por una vez, deseamos que aquellas aves anidasen en nuestros tejados.

Escrito en Lecturas Turia por Ana Muñoz

Trabajo de campo

 

0. Para empezar

Yo quería escribir una reseña: acaba de publicarse Mundo es, el vigésimo primer volumen del Salón de pasos perdidos de Andrés Trapiello, y me disponía a desmenuzarlo y disfrutarlo en común, comentándolo en tres páginas de pura celebración de la vida y de la buena literatura. Pero pronto advertí que, aparte de que los diarios del autor siempre andan reclamando una relectura panorámica, un balance general, un juicio global… es obvio para los iniciados en el asunto que hablar de uno de los tomos es, en puridad, hacerlo de todos, o, para ser más precisos, que en realidad todos son el mismo, piezas o entregas de una sola obra que vamos leyendo intermitentemente, y no en vano el propio Trapiello la presenta desde casi el principio como “una novela en marcha” (exactamente desde la cuarta entrega, Las nubes por dentro, que ya lucía esa etiqueta, tan reveladora, en sus páginas de paratextos).

Más abajo volveré a ese término, “novela”, pero antes quiero empezar por lo que debería ser el final, y es que la obra de la que aquí se va a hablar es, en mi opinión, el proyecto narrativo más importante, duradero y significativo de cuantos se están ejecutando en nuestro idioma en nuestro tiempo. No me gustan los superlativos, huyo por sistema de las exageraciones, me estomagan los elogios desbocados, pero ante estos diarios sólo cabe rendirse, y eso que he afirmado es algo que, con las armas de la filología  en la mano (y con la experiencia de saber qué cosas del pasado seguimos leyendo, cuáles quedan y sobreviven al olvido y al silencio), me parece poco discutible, y aunque muchos (aunque cada vez menos…) tendrían cosas que objetar al respecto, es una verdad que se va asentando por su propio peso, por su abrumadora calidad, más impresionante aún que su volumen (que ya superó hace algún tomo las diez mil páginas). Cuando alguien en el futuro quiera saber o entender algo sobre estos años, quien salga “en busca del tiempo perdido”, hará muy bien en visitar estos libros, pues en muy pocos encontrará tan nítidamente como en éstos un retrato de cómo somos, cómo pensamos, cómo nos movemos en sociedad y cómo sentimos cuando estamos solos, y eso es así, en buena medida, precisamente porque lo esencial que se cuenta en ellos es intemporal.

Vamos poco a poco. La alusión que acabo de hacer a Proust me da pie a contar que en algunas páginas del último tomo Trapiello relee su obra maestra, y de allí salen páginas de crítica literaria realmente inspiradas (dice, en una intuición genial, que la Recherche viene a ser como los Ensayos de Montaigne pero con argumento). Son las mejores páginas metaliterarias de un tomo que vuelve a traer su porción equilibrada de todo aquello que nos ha hecho adictos al Salón: los lugares de siempre con alguna escapada, los personajes habituales (cómplices o antagonistas) con algunas incorporaciones, la poesía iluminándolo todo y la malicia divertida y mordaz al dar cuenta de la sociología del bien llamado “mundillo literario”, porque todos los diminutivos y aun desprecios serán pocos para referirse a esa cloaca. Y en lo genérico, que no es lo que más importa pero sí algo definitivamente interesante (y que multiplica la importancia literaria de estos diarios), Trapiello continúa con audacias y experimentos y lecciones que tal vez en este último tomo no superan lo ya conseguido en otras entregas, pero simplemente porque en ésta no se lo ha propuesto, y ha regresado más a la crónica pura que a los progresos personales en el territorio de la narratología.

 

1. Los espacios.

 

“Esta mañana tenía el Rastro esa grandeza de los días de invierno”: es la primera frase, inolvidable, del prólogo de El gato encerrado, el primero de los tomos de lo que ya desde ese libro inaugural se llamaba Salón de pasos perdidos. A pesar de lo indeliberado pero muy adecuado de que ese arranque incluya la palabra “grandeza”, cualquiera que haya pisado el Rastro de Madrid en la madrugada de un día de invierno sabe que ese sitio es en verdad un lugar sublime para comenzar algo. Allá donde tantas cosas terminan, también comienzan muchas historias, se producen muchos hallazgos, salta la magia, lo imprevisto, casi lo imposible. Y esas calles (a las que Trapiello, al parecer, dedicará muy pronto un libro monográfico, contando sus andanzas de décadas por aquellas cuestas y plazas) se elevan como uno de los escenarios predilectos de estos diarios, lo cual, aparte de responder estrictamente a la realidad cotidiana de su autor, asiduo a las búsquedas y rastreos de libros dominicales, tiene también algo muy significativo. Encontrar cosas en el Rastro es revitalizar objetos, devolver algo de vida y calor a cosas desmembradas, separadas, dispersas…, es reunirlas para, haciéndolas nuestras, convertirlas en otra cosa. Como en la poesía, el proceso de selección o descarte de lo que va saliendo al paso delata una personalidad, revela un carácter, dice mucho del flanêur ilusionado que indaga.

En esa primera página absoluta aparece ya una primera “X” que corresponde a quien después ha ido apareciendo en todos los tomos como “JM” o “JMB”, que no es otro que Juan Manuel Bonet, el principal cómplice en el Rastro y uno de los fundamentales amigos, casi hermanos, de su vida, hasta hoy mismo. El cariño y la lealtad que se guardan sólo queda repentinamente comprometidos cuando se trata de competir por algún ejemplar vislumbrado en alguna esquina, pero pelean con deportividad, buenos conocedores de las reglas y de que, a la manera de los futbolistas, “lo que sucede en el Rastro se queda en el Rastro”. El pintor gallego José Vázquez Cereijo, algún acompañante ocasional que se suma de vez en cuando a las pesquisas (pero sin la mínima continuidad exigible para formar parte de “la secta”) o, desde este último Mundo es, algún nuevo amigo (como cierto “joven residente” que con mucha suerte y sobre todo ganas de aprender es generosamente admitido en la comitiva) van completando la lista de los personajes de Mira el Río Baja o la trascendentalmente llamada plaza del Mundo Nuevo. Y es que sucede que hablar del Rastro no es hablar de libros, sino de la vida en estado puro, no del pasado sino del presente más palpitante, no de lo roto o lo viejo sino de lo eterno. Quien no entienda eso no entenderá la escritura de Andrés Trapiello, ni su excesivamente publicitada “bibliofilia” o su “pasión por las primeras ediciones”. No es eso, no es eso…

Para certificarlo, basta asomarse a las páginas, tal vez miles ya, donde el autor habla de sus días en la casa de campo que compró junto a su mujer cerca de Trujillo, junto a Madroñera, en el lugar llamado Pago de San Clemente, al que él se refiere como Las Viñas. Somos muchos quienes consideramos que es en ese “decorado” donde se despliegan las páginas mejores de este proyecto, las más hermosas y sabias, las más aleccionadoras en un sentido clásico, las más ejemplares, las más horacianas y bucólicas por ser en general las más serenas. Claro que “las cosas del campo” tienen también su prosa, y las averías, los pozos secos, los trabajos serviles, las labores ingratas, los esfuerzos arruinados por una tormenta, los gastos inesperados o ciertos vecinos o visitantes traen sus amenazas y sus disgustos. De ahí nacen párrafos igualmente divertidos, pero, como en casi todos los casos es en Las Viñas donde comienza y termina su año (es decir, que allí arranca y concluye cada volumen, con contadísimas excepciones), es allí también donde queda ubicado el balance final de cada calendario, con su melancolía, su contabilidad emocional, su debe y su haber, sus ganancias y sus pérdidas, lo aprendido y lo terminado, lo adquirido y lo despedido, lo que ha llegado y lo que se ha ido para siempre. Hay finales de tomo literalmente conmovedores en su belleza,  y no hay uno solo de ellos en los que, por nostálgico o incluso triste que se ponga en esa noche de San Silvestre, no triunfe la esperanza. Dicho así, puede sonar solemne, pero es exactamente lo contrario, o podría considerarse fuera de la oscura filosofía de nuestro tiempo (y, por consiguiente, de las tendencias literarias más celebradas y en boga) por su invencible gratitud hacia lo recibido, pero se trata simplemente de verdad, de un año que se cumple y una vida que se va viviendo, eslabón a eslabón, sensible a quienes saben atenderla.

Pero al día siguiente de esas conclusiones llega el año nuevo, esto es, el nuevo tomo, y entonces todo renace y recomienza no sólo literalmente sino literariamente: los comienzos de los volúmenes han tenido también hitos asombrosos en lo que a lo narratológico se refiere, de modo que tendremos que regresar al campo de Extremadura al final, cuando me toque intentar explicar el tejido literario (y la apabullante originalidad) del Salón.

Y está, claro, Madrid, más allá del Rastro. La calle del Conde de Xiquena y sus adyacentes es otro de los espacios reales que Trapiello traduce a literatura en estos libros, fundando un territorio literario propio, sólo suyo, pero en realidad es toda la ciudad la que se ve permanentemente homenajeada (que no necesariamente alabada) en este diario. Resulta que el autor anda desde hace años preparando también un libro monográfico sobre Madrid, un retrato de la ciudad donde ha vivido ya la mayor parte de su vida, pero, como decía antes en relación al Rastro, ése es otro de los libros que se podría extraer ya, sin más, del Salón de Pasos Perdidos, una antología de páginas madrileñas semejante a la selección de páginas sobre Las Viñas que, bajo el título de Capricho extremeño, ya se publicó en su día (en realidad dos veces: en 1999 y 2011, esta última con magníficas fotos de su hijo Rafael).

Es lo que produce de una manera casi natural el haber publicado hasta la fecha veintiún años de diarios: hay muchos libros parciales, latentes, dentro de esas doce mil páginas. Habría que comprobarlo, pero no creo que haya una sola capital de provincia española que no haya sido visitada y contada, aparte de cientos de pueblos, de modo que el Salón es también un libro de viajes por España: pensábamos que estábamos ante un monumento a la rutina bien entendida, a la vida sosegada y laboriosa, a cierta monotonía gozosa…, pero lo cierto es que el porcentaje de páginas que nos trasladan lejos de Madrid o de Las Viñas es proporcionalmente significativo, sobre todo porque raro es el volumen que, digamos, no “interrumpe” en algún momento su melodía geográfica habitual con un largo viaje. En Mundo es nos vemos transportados a Colombia durante más de cien páginas dedicadas a cierto Congreso de la Lengua, y en el antepenúltimo, el metafísicamente titulado Seré duda, la exigente promoción de su novela Al morir don Quijote hizo de aquel volumen, probablemente, el más nómada de todos, el más ajetreado. Pero en otros tomos hemos leído memorables vacaciones familiares en Italia o Nueva York… y han ido quedando “archivadas”, así, páginas sobre Venecia o Roma que igualmente merecerían edición exenta.

 

2. Los personajes

 

En alguno de los artículos recogidos en Las letras entornadas, Fernando Aramburu decía que los personajes son a la novela como el arroz a la paella: puede haber paellas de mil tipos, pero todas están basadas en el arroz. La novela, es bien sabido, es el género literario más flexible, voluble y variable, el más difícil de definir y acotar… pero, por muy abiertos de miras que nos pongamos, para poder hablar de novela ha de haber personajes.

¿Quiénes son, entonces, los personajes de esta “novela en marcha”? La respuesta depende de cuánto abramos el objetivo. Si queremos contemplar el Salón panorámicamente, como un fresco de nuestro tiempo, un retablo, una “comedia humana”…, comprobaremos sin esfuerzo que la lista de personajes es ya casi inabarcable, y comprende a muchos cientos de seres reales pasados por la magia transformadora de la ficción. Pero a mí me gusta siempre intentar que el llamativo volumen que ha alcanzado el asunto no despiste de su espíritu, y esa “grandeza” interior a la que aludía más arriba, aprovechando la primera frase de El gato encerrado, no es la de la ambición de registrarlo todo, sino la de la pura y limpia confidencialidad, y para que ésta se produzca es inevitable ser pocos, andar casi en familia.

Durante mucho estuve tentado a confeccionar lo que serían los índices del Salón de Pasos Perdidos, para uso personal y para ayudar a los lectores, ya inevitablemente desorientados en el laberinto. Se trataría no sólo de ir listando y paginando las crónicas, viajes, retratos o meditaciones de cada tomo, sino de hacer también índices transversales: el toponímico, el de conceptos (“tren”, “gitano”, “pescador”), el onomástico… Pero aparte de que después he sabido que Manuel Cañedo Gago tiene índices similares minuciosamente detallistas, cualquiera que se haya asomado a estos libros sabe que al menos el onomástico sería problemático, porque no iba a desvelar yo, publicándolo, lo que los libros callan o disfrazan, y si Trapiello ha querido llamar “X” o referirse por sus iniciales a cientos de las criaturas que por aquí desfilan, sería casi impublicable (incluso jurídicamente comprometido) y en todo caso poco elegante dar cuenta detallada de qué personas reales están detrás de esas figuras del escenario. Y lo más importante es que estoy muy de acuerdo con el propio autor en que eso importa muy poco. Es normal querer saber de quién se está hablando, pero sería sano que todo el mundo entendiese que el retratado en el Salón ya no es una persona sino un personaje, construido por la mirada del autor. Es la vida la que va escribiendo estos libros (y ése es uno de sus secretos más valiosos), la que va contando a Trapiello su propia novela, de modo que el autor sólo tiene que ir consignando a su manera lo que le pasa, lo que ve, lo que vive, lo que le hacen vivir… pero es por supuesto una vida parcial, subjetiva, vivida desde el yo que escribe o siente o recuerda. Es en ese proceso donde cobra toda su legitimidad la opinión personal, las circunstancias particulares, y en ocasiones hasta los prejuicios o las injusticias. El Salón es el mundo de Andrés Trapiello, es como su hogar, y cada uno gobierna en su casa, e invita o expulsa a quien quiere. Es absurdo discutirle al autor su novela, su mirada, su opinión, su “filosofía”, al menos desde esa perspectiva del “tener o no razón”, de lo ajustado o no de los hechos relatados…: su calidad no depende de la exactitud o veracidad o proporcionalidad o fidelidad con las que los aludidos son retratados, porque el Salón tiene su mundo interno, y dentro de él todo es verdad, porque es una verdad autónoma, fundada por él mismo. Aquí no se cuentan “las cosas como fueron”, y es algo de lo que el autor viene advirtiendo muchos años. Todo tiene una sujeción en lo real, un ancla, pero ya hemos asumido que una imperceptible gota de ficción tiñe todo de ficción.

Escribo todo lo anterior pensando en los “antagonistas” habituales del Salón, esas figuras más o menos hostiles que actúan de modos más bien ridículos, penosos o malintencionados en páginas donde el Salón se convierte más bien en un Saloon, pero también sirve, en el lado positivo, para el resto de personas del “mundillo” que aparecen de una manera positiva o por lo menos neutra. Ya he escrito varias veces que para mí ésas son las páginas más prescindibles y poco significativas: me he divertido gloriosamente con muchas de ellas y sé que aportan al conjunto un color necesario, acaso imprescindible, pero tengo claro que el libro no trata de eso.

Pues, si de personajes hay que hablar, los esenciales son, obviamente, los más cercanos, los elegidos: su mujer, M., que es uno de los grandes personajes de la narrativa española contemporánea, y sus hijos, R. y G., a los que literalmente hemos visto crecer y que ya han adquirido una enorme dimensión propia. Aparte, están sus padres y sus hermanos en León, los ya mencionados cómplices del Rastro, algunos libreros, sus editores valencianos de Pre-Textos, el poeta Eloy Sánchez Rosillo, el novelista Pedro García Montalvo, el tipógrafo Alfonso Meléndez, el juez granadino Miguel Ángel del Arco Torres (quien acaba de publicar, prologada por Trapiello, la segunda parte de sus memorias, otro curiosísimo experimento literario personal) y algunos otros “secundarios” más particulares o intermitentes, como aquel inolvidable Miguel el Loco de los primeros tomos.

Y muy deliberadamente he dejado para el final la figura magistral de Ramón Gaya, “como un padre” para Trapiello, según éste mismo dijo en un poema dedicado al pintor. Una vez más, ese libro monográfico sobre la figura y la pintura de Gaya que Trapiello tarde o temprano tenía o tiene que escribir, ya está en realidad escrito, y está disperso por el Salón, atomizado, a fragmentos. La importancia capital que aquel hombre tuvo para nuestro diarista ha sido puesta de manifiesto y reconocida y agradecida por éste en innumerables ocasiones, y en cada una de ellas de una forma siempre nueva y hermosa. Lo cierto es que para quienes leímos a Gaya después de leer a Trapiello, familiarizados ya con el mundo de éste, es fácil hacer “el camino de vuelta”, entender retrospectivamente cómo la visión del mundo y del arte del pintor iluminó la del escritor, en una descendencia genealógica evidente. Ocurre, simplemente, que es estrictamente imposible comprender cabalmente la literatura de Trapiello sin entrar en la “filosofía” de Ramón Gaya, por razones que se hacen transparentes en cuanto se abre casi cualquier escrito de éste.

 

3. Para no complicarnos mucho más.

 

Pero claro, habrá quien en el apartado anterior habrá echado en falta a un personaje bastante importante en el Salón, que es ese al que el autor se refiere como “AT”. Es aquí donde más importaba llegar, aunque también es verdad que en buena medida me alivia el haberme quedado ya casi sin espacio para explicar algo que, en realidad, daría para un libro de buen tamaño (y de hecho ya hay alguna tesis doctoral por ahí sobre nuestro Salón). Pero esbocemos el asunto, o al menos algunas de las líneas que habría que tratar, lanzando más preguntas que hipótesis, más interrogantes que propuestas.

En 1990, cuando apareció el primer tomo, Trapiello era, fundamentalmente, un poeta, muy conocido en ese ámbito, así como en el de la crítica de arte y en el de la tipografía. De modo que de repente tenemos a un poeta que publica un diario y lo presenta como novela. Y en el libro hay entradas claramente ensayísticas (sobre arte y literatura), así como aforismos y hasta alguna suerte de caligrama… Lo híbrido, pues, está en las raíces del proyecto, y no sólo por aquello de que un diario lo admite todo, sino porque, conscientemente o no, nació para ser la obra central de un hombre que, en el terreno de la literatura, ha tocado literalmente todos los palos, y lo suyo es algo así como lo que su amiga Carmen Martín Gaite llamó un “cuaderno de todo”. Un cuaderno que lo admite todo y que poco a poco, como quien no quiere la cosa, lo cuenta todo, lo expresa todo, y lo hace de lo muy particular, de lo íntimo, de lo privado… a lo general, lo universal, lo común. Este propósito se ha admitido ya de un modo explícito en entregas recientes (“Mi nombre es AT, como el de todo el mundo”, llegó a escribir, y uno de los futuros tomos se anuncia con el insuperable y melvilliano título de Llámame X).

Tengo la impresión de que quienes no leen el Salón (que son los únicos lectores a los que puede aburrir la frecuencia y la longitud de las sucesivas entregas) lo intuyen cosa de costumbristas, producto del realismo, prosa cotidiana y “por tanto” sin altura… y con esos pobres prejuicios se quedan sin leer un innovador y rupturista diario íntimo en donde se pueden leen entradas fantásticas, páginas que se han escrito solas, recuerdos inventados, apariciones divinas, personajes que se visitan a sí mismos, solapamientos cronológicos, gente que sube por ascensores que todavía no se han instalado… Eso, en cuanto a la magia, en sentido literal. Pero la magia que nos importa es la otra, la resultante de todo ese talento, ese humor, esa mirada, esa psicología, esa inteligencia con la que Trapiello habita su mundo y vive su vida. Vivir es ir aprendiendo a conocerse, aprendiendo a aceptarse, tantear los propios límites y si eso atreverse a dar un paso más… y así hemos ido viendo cómo AT pasó de ser un mero yo que contaba las cuatro cosas que le pasaban en los noventa a ser en el nuevo siglo una especie de narrador omnisciente de sí mismo, un yo total y fundador y soberano de todo lo que ha creado y que sin embargo, por descontado, “no es el tema de su libro”… El protagonista de esta novela no es Trapiello, ni siquiera AT, ni el propio libro. El protagonista es… todo, porque el tema es todo, la vida indivisible, lo que se mira y lo que se piensa y lo que se recuerda y lo que se desea y lo que se imagina y lo que se malicia y lo que se detesta. Todo nace de un yo, pero no construye un yo que se nos está revelando, sino que construye todo un cosmos simbólico, un sistema filosófico basado en la sencillez, en la gratitud, en la verdad y en la alegría. Es ese tipo de libros, pues, que sólo leen quienes se los merecen, y por eso es, también, tan reconfortante que cada vez vayan sumándose más y más lectores, y además vayan atreviéndose a declararlo y aplaudirlo, invitados por fin a la mayor fiesta literaria que se haya escrito, que se esté escribiendo, en muchísimo tiempo.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Marqués

Todo el ruido del mundo

3 de mayo de 2022 11:32:59 CEST

 











 

Como un silencio abatido,

tu lengua sobre mi sudor,

la primavera llegando tarde,

nuestros cuerpos revolcándose en la ceniza.

Como una mujer pálida con la sangre a contracorriente,

de esas que besan cruces y un tambor.

Luego estoy yo,

como llegando del martirio o de atravesar un aro de fuego en tu mirada.

Como la espada y la mano y el cuello de una flor que tiembla.

Igual a los días de lluvia que encadenan tempestades,

tacitas de té donde unos piececitos de niña bailan.

Como el castigo o el árbol arrasado o la ciudad que no sabe dormir

y se calza un avión en los talones.

Todo el ruido del mundo está ahora en la palabra.

Toda la palabra del mundo se esconde ahora en el vientre del mar.

Todo el mar ruge ahora sobre la boca de los amantes.

Como si mañana las camisas de los muertos pudieran despertar

y darnos su abrazo de escarcha.

¿Te has fijado en la respiración de las violetas?

¿Te has fijado en el grosos de las gafas de T. S. Eliot?

Luego están nuestros asuntos con dios,

hacer la cama de su carne,

planchar los nervios de su hijo bastardo,

zurcir la herida de esta tierra que nos escupe.

Escrito en Lecturas Turia por Angélica Morales

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