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Configurar sentido descendente

24 de septiembre de 2025

De las cosas pálidas, de Alberto Santamaría (Torrelavega, 1975), es el nuevo poemario del escritor cántabro. Autor que entregó sus primeros libros en la mítica editorial DVD a principios de siglo, versos que se pueden encontrar en El huésped esperado. Poesía reunida 2004-2016. (La Bella Varsovia. 2016). Indagador de la cultura postmoderna y la sociedad contemporánea a través de distintos ensayos (destaca, por ejemplo, “El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra” sobre J. G. Ballard, editado por Akal), y que continúa construyendo una sólida obra con este De las cosas pálidas (La Bella Varsovia, 2025). 

Con citas de Juan Gil-Albert y Rainer Maria Rilke, Santamaría inicia la construcción de los versos. Primero se encuentra con la pared, el agujero cotidiano, el ojo que atraviesa los cables hasta sentir el calambre de una dictadura. En este libro, construido como un archivo de hechos que hace del silencio una de sus principales herramientas, el miedo sale impregnando las palabras como parte de la saliva: "Los hechos han comenzado a independizarse / de nosotros / a media tarde". ¿Y la vida?, algo parecido a una palabra que se captura en minúsculas: “La belleza de un ritmo indescifrable / que asciende / por el patio interior”. 

El lector busca entre la dualidad título / sentencia del poema, cada uno empujando al anterior, como lo hace en el texto una tarde con la otra, nos convence de la posibilidad de encontrar una huella en los márgenes de las palabras sincopadas, de los versos cortos: “Desear es imaginar un huerto / y no saber llegar hasta él”. Arte y cuento, el autor en el instante vital que mezcla la paternidad con su naturaleza filial. Ahí, otra vez, en ese silencio que se deshace, como filamentos de saliva alrededor de la boca. Silencio que deja de existir al escupir. El poeta es orgánico y cortante: “Entre la lluvia / y el menú del día”, agota el descanso mundano: “Repito / delante de una pizarra / que nada anuncia / negro / sobre negro / el destino”. 

En un ejercicio de extrañismo se pregunta, frente al río, el paisaje en movimiento, la supervivencia de lo que parece débil y efímero, no entender su propia letra y contemplar cómo las flores de tiza pintadas sobre el asfalto desaparecen: “Se escurren / como puntos suspensivos / hacia el centro de la tierra”, vacíos como jarrones, en una playa, en un verano, en el transcurrir del tiempo: “Desde hoy / soy mayor que mi padre”. La sensación colmada de los nacidos hoy al final de los setenta: “Desde hoy / la noche pesa menos”. 

En el poema “Porque existen”, hay algo del urbanismo lírico, sentimental y añejo del que hablaba Sergio Algora en sus poemas, cuando escribía aquello de «Ya está todo muy avanzado»: “Amasijos de hierro / bloques de piso / descampados” frente a “Hechos de nada / existen / esos lugares”. En la cocina, los cacharros, lo cotidiano, “Metálico el lenguaje” y “Deja en el aire / una especie de vibración nerviosa / fuera de la historia”. Nos enfrentamos a la desaparición de lo físico, del significante, dejando el aire el contenido, la palabra: “Se desvanece / no quiere irse/permanece un poco más” y, en la confusión, en el descubrimiento, “Como no hay sombra / que no se arrepienta / de su historia”. Evalúa el riesgo del verso corto para probar en la prosa poética, que aparecen como islotes frente al poema en varias ocasiones a lo largo del libro. De ahí: “Hay una herida que sangra en la acera junto al portal. Sobrevivir es hallar la derivada del recuerdo” o “Los pájaros se detienen como débiles señales nerviosas del tiempo”. Del paisaje anterior a la autovía, la cercanía y lo que se aleja terminan confundidos: “El amanecer es piel / sedienta / de luz”.  La ciudad y lo que la rodea pierde identidad: “Nada crece aquí / que no tenga raíces / de plástico / tallos de cobre” y “A un lado de la autovía / sigue la línea de puntos / pon el dedo sobre el mapa / pronto lo adivinas/nadie vendrá a rescatarnos”. Entre la casa, el arte, la imagen, el tiempo: “Esta jauría de perros / lanzándose sobre un ciervo / solitario / que nunca termina de morir”. 

Me detengo en las cosas improbables, reflexionando junto al poeta, anotando las diferencias que distinguen a las tardes del domingo en las ciudades con mar frente a las urbes secas: “Esta tarde de domingo/carece de biografía” y así, “rompe el cómo / y entra en la mar / inmensa noche”. Por un instante llega el álgebra, contenido: “soy lo que no está / y lo que no está / -matemática pura- / es un atajo en la vida”. Genética del reciclaje, lanzar basura hacia el siglo, como si algo sobrara: “No tienes manos / el daño / ni voz la herida”. En el mismo discurso se asienta el uso de las mayúsculas y las minúsculas, el salto entre versos, los espacios que realizan su doble repertorio, enmascarando el silencio y ofreciendo espacio para versos que reciben mordiscos con la respiración entrecortada. Golpes, sellos oficiales, la sutileza de lo cotidiano, la administración granítica de lo repetido, lo constante, la paz de las convergencias y los números enteros: el que escribe, el que lanza el hacha, contundente como un grito: “El silencio / no es seguro / cuando tiembla / el suelo”. 

En el abordaje de la parte titulada «Estas cosas pálidas», se produce la apertura de una caja de Pandora, que contiene el tiempo y sus errores, la felicidad y su confianza, un lugar atómico: "Lo que nos traiciona / posee la esperanza / del mago” y “Que deposita sus errores / en una cajita de madera / para no ver”. Reflexionamos sobre el tiempo, amigo o enemigo, aliado o traidor, ¿el que nos ofrece la experiencia o nos roba la vida? Tras la pregunta: “Escucha / por ahí viene lo que nos traiciona / presta atención / la moraleja de todos se llama / óxido”. La rutina carga con un matiz de ausencia, de inquietud: “De la palabra feliz / que tiene hilos negros / algas que se enredan / en la lengua / arcadas y felicidad y los días / fruta equivocada”. El tiempo se disfraza de maneras diferentes: “El camino / hasta convertir / la grieta / en una herida”, también como un remedo, una sosia: “La vida tenía otra forma / algo así como una detonación / inesperada”. El granizo, en el poema, recuerda el paisaje, lo recuperará después de estar consumido, dejando que, al final, queda música industrial y pétrea. 

Extraer un fragmento, una crónica de dimensiones urbanas: “El autobús atravesaba / avenidas / parques vacíos y poco / iluminados / las hojas de los grandes plátanos / envueltas en finas / capas de hielo como crujientes / piezas del pasado / permanecían detenidas en el aire”.  Palabras que se acumulan en un orden perfecto, híbrido de descripción y sensaciones. De ahí: “Que el olor de otros cuerpos /cargados de sueños / y acetona”. Es una sustancia, un cuerpo que se arrastra, se eleva, rebelde, contra el día. Nos sumergimos en la oposición, que cada instante, arroba amor y circunstancia: “Esto es un árbol / y eso de ahí es el equilibro / del mundo”, frente a frente, de nuevo: “Tú eres / el equilibro del mundo / ignora el peso de las sombras”. El contraste resulta epatante. Como acudir a las páginas de una Biblia, como el autor enhebra, dejando el verso final, “Otro blues castellano”, arrastrando el sabor metálico con el advenimiento de Antonio Gamoneda.

 

Alberto Santamaría, De las cosas pálidas, Barcelona, La Bella Varsovia, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

Creo recordar que, no hace mucho tiempo todavía, mi admirado Túa Blesa, desaparecido en combate de la crítica literaria, se preguntaba desde El Cultural del periódico El Mundo, por qué David Pujante (1953) no escribía más. Esta Poesía reunida bajo el sugerente título de Guía de perplejos, demuestra nuestro error de percepción, pues lo pensábamos todos. El cartagenero tiene una larga trayectoria como poeta a la que, seguramente, sus estudios y tareas como catedrático de Teoría de la Literatura han restado protagonismo, pero no poca obra. En efecto, las casi 400 páginas de la cuidada edición que Alfonso Martín Jiménez nos acerca desde la editorial de la Universidad de Valladolid, demuestran lo contrario. David Pujante tiene una extensa trayectoria, hasta ahora muy dispersa, y es un poeta con presencia real en nuestras letras. De hecho, ha estado a punto de ganar el Premio Nacional de Literatura y el Loewe, si mis informantes contrastados no me engañan, y no lo parece.  

Volver sobre su escritura es recordar la reciente historia de la poesía española. La propia vida (1986) era un libro de buen hacer culturalista donde se aprende mucho y se encuentran poemas importantes que, en su tiempo no publicó, pero debió hacerlo, caso del lúcido “Las musas inesperadas” con su inteligente reflexión al hilo de la vida y el arte. Quizá en alguna presentación próxima justifique ese y otros olvidos, y podamos grabarle y dejar testimonio de sus ideas al respecto. En cualquier caso, el vitalismo reflexivo y cultivado de sus mejores poemas, frente a la mera erudición de otros compañeros de viaje, no va quedando lejos, por esa carga pensativa que late bajo ellos. A mí, sinceramente, me sigue gustando mucho más Con el cuerpo del deseo (1990) porque habla y piensa el amor y el deseo, por su claridad y coherencia, por ser verosímil, transitado, con sus claroscuros, ascensiones y caídas, pero sobre todo por los estupendos como “Cuando estamos muy juntos, abrazados” o “Hubiera deseado dormir sobre tu pecho” y próximos. Lo vivido y lo vívido, lo anhelado y padecido, transmiten esa fortaleza y herida, pulsión y oficio, sin impostura. Y eso se nota, frente a los poetas profesores que acompañan sus clases con los versos y no los ponen en paridad, por lo menos (Luis Cernuda fue profesor y los antepuso, pero eso ya es pedir mucho). También encontrará el lector muy atractivo La isla (2002), donde acerca la modernidad desde un tal profesor Fadigati que ha caído “en la trampa de la vida”, y su reflexión sobre ella a partir de nombres y costumbres que hicieron historia, y donde la poesía salva o consuela. Animales despiertos (2013) iniciaba el camino de la “poesía de la edad”, es decir, reflexiva, pero no solo, pues el vitalismo de Pujante no cedía, pero se sosegaba y abría el camino hacia otro libro importante, El sueño de una sombra (2013), pienso en ese marco reflexivo abierto por “La poesía de a diario” y donde explica el sugerente título de esta poesía reunida. No es otro que dar cuenta de la existencia desde la poesía “Hacemos la poesía de a diario/-la de carne o de letra, ¡qué más da! - /para dejar constancia/de todas las perplejidades vivas, /del viaje que nunca soñamos iniciar, y aquí tenemos”. Un libro estupendo acompañado de sus consiguientes inéditos o poemas no incorporados, pero escritos en esa época. Debemos felicitarnos de este reencuentro y homenaje con que la Universidad de Valladolid cuida a sus artistas en tiempo de burócratas universitarios y movidos por créditos. Gracias a eso tengo otro libro para poner en las estanterías bajas de mi casa, al alcance de mi mano. 

             

David Pujante, Guía de perplejos (Poesía reunida, 1978-2023), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

24 de septiembre de 2025

El colectivo Wu Ming se crea en el año 2000 aglutinando a una serie de escritores italianos cercanos al situacionismo y que desde su propuesta literaria, cercana a lo que ellos denominan corpus o “nebulosa” ofrecen una muestra de la nueva época italiana que alcanza al resto de Europa. En España, editadas por Anagrama, ha aparecido El ejército de los Sonámbulos, Proletkult y este Ovni 78 traducido por Juan Manuel Salmerón Arjona. Se trata de un libro mayúsculo, una narrativa abrumadora y cercana, que no extraña ni un ápice la coherencia en la voz tras pasar por el filtro de lo múltiple. Acostumbrados en nuestro país a novelas localizadas en los años de la Transición, encontrar una historia que transcurre en Italia, cronológicamente en paralelo, resulta una oferta nutricia y apetitosa. 

Ovni 78 es un libro que se expande en distintas direcciones para ofrecer una perspectiva absoluta de un tiempo, una época, que nos resulta familiar a la vez que distante: la política; Italia, un país que vivió su propia guerra civil en los últimos años de la II Guerra Mundial, con el enfrentamiento entre los fieles a Mussolini, fascistas de camisa parda, frente a los partisanos que se unen a la causa aliada, sangre italiana, sangre de paisanos en el Mediterráneo, llegando hasta los años setenta con una conflictividad que no cesa. 

Leer la aparentemente liviana obra de Giovanni Guareschi, con su Don Camilo, donde dos antiguos compañeros de armas, el cura, Don Camilo, afín a la Democracia Cristiana y Peppone, el alcalde, comunista, miembro de uno de los partidos comunistas más poderosos de la Europa occidental. Esa alianza compleja, aparentemente contra natura, es el detonante de los acontecimientos sobre los que avanza Ovni 78: los días, las semanas, entre el secuestro y el asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, uno de los grupúsculos de izquierda terrorista que incendiaba cualquier intento de convivencia (en esos mismos años sanguinarias bandas como la Fracción del Ejército Rojo o Baader-Meinhof, en Alemania, controlada a través del tóxico terrorismo de Estado y ETA, en España, que alimentaba la serpiente de los años de plomo) durante esa década y la siguiente. Italia, en este libro, resiste la consideración de Estado fallido utilizando la música progresiva, Franco Battiato y su Era del jabalí blanco (L'era del cinghiale bianco), sintetizadores y sonidos espaciales que servían de banda sonora a las noticias de avistamientos de los OVNIs (objetos volantes no identificados) en los cielos italianos. Una república social y artificial, con San Marino, la gran Roma, entre lo latino y lo católico, Vaticano y la Camorra en el sur, la pobreza de Nápoles y Caserta, la insularidad compleja de Sicilia y Cerdeña, la industria del norte (que cristalizará años más tarde en la fundación de esperpentos como el partido Forza Italia). 

Quizá la ausencia de centralismo o la multiplicidad de centros, sin bicefalia, permita entender que Italia, siempre al borde del abismo, ingobernable, sobreviva como uno de los grandes países del mundo. El libro pivota entre personajes vitalmente entrecruzados, poliédricos, plenamente integrados en la forma de hacer literatura del colectivo. Hay momentos para la Italia de Eugenio Siragusa y Peter Kolosimo, con escritores que se convierten en superventas utilizando la pseudoarqueología o criptoarqueología, complementándose perfectamente con una protagonista que se introduce en la red de devotos de los extraterrestres y los avistamientos. En sus estructuras, con programas en radios locales y revistas artesanales, existe una similitud con el fenómeno fan, más propio de la canción melódica que del estudio científico. La intuición y la fe por un lado y, por otro el método científico, así de simple y así de complicado. Jugando con conceptos, casi son dimensiones paralelas. 

Pero también está la llegada de la heroína, lacra que, con su continuación mortal en el SIDA, asolará a la juventud europea, que llega tarde al verano del amor y la rebeldía (elijan 1967 o 1968) y recibe la onda expansiva, la resaca más bien, del punk inglés de 1977. Al sur, al Mediterráneo, todo parece llegar más tarde y adulterado. Personajes que han recorrido el mundo buscando un lugar donde quedarse, colonias de nueva era que mezclan cristianismo de base con el peligroso tono de las sectas. Padres viendo como una generación se pierde, entre el cielo de noche y las estrellas, los callejones de las grandes urbes, violencia… y fútbol, también fútbol. La victoria de la Juventus en la liga italiana se superpone, entre abril y mayo, con el descubrimiento del cadáver de Moro. Paolo Rossi, las apuestas, sus goles en el Mundial del 82, la alegría de Sandro Pertini en la final del Bernabéu. Pertini, elegido Presidente de la República Italiana días después del asesinato, siendo Giulio Andreotti, el sucesor de Aldo Moro, primer ministro. 1978, el año de los tres papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. 

El terror, la violencia, la investigación, el fascismo, los hombrecitos verdes, la música cósmica, el festival de San Remo, Saronni contra Moser. En mitad de todo eso, una sociedad al borde del colapso, pero que vive, busca, escucha la radio, ve en la televisión a Adriano Celentano y Raffaella Carrá (ejemplo del “Compromiso histórico”, el final del sueño), mira al cielo, comenta las “Líneas de Nazca”… Hablamos de alta narrativa, de una novela poderosa, con personajes perfilados, pero que se sacrifican para que la historia, con sus distintos procesos laberínticos, se imponga. Es, en realidad, la misma sociedad italiana la que es la protagonista, que fundamenta los hechos. Ovni 78 es una novela negra ambientada en un periodo concreto de la historia italiana, pero sería reduccionista quedarse solo con eso. Va mucho más allá. Es una estampa compleja, que retrata a la perfección Italia, pero que, en esa misma intención absoluta, sirve como ejemplo para entender otras sociedades occidentales, con todas sus ramificaciones, ahondando en el ayer, para entender el hoy y poder elucubrar sobre el mañana.

 

Wu Ming, Ovni 78, traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona, Barcelona, Anagrama, 2025.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

18 de septiembre de 2025












Las soledades de las fronteras. Las soledades

verdaderas. La soledad profunda de la poesía

que sus raíces toca. La soledad fiera

y la soledad brisa como caricia

y en los poemas sentirla

y acercarse a ella, en

los poemas tocar

su raíz, su

agua negra

bajo ella.

La soledad de la poesía, que la poesía

toca y en la que se hunde: la soledad

a la que llega y en la que ahonda,

y la misma soledad, la soledad

que la poesía también necesita

y de la que nace. Rosa

de la soledad, poesía, líbranos

de lo que nos puedas librar, ayúdanos

a soportar las heridas del vivir, y en poemas

ir diciéndolas y olvidarlas al decir, en el decir,

déjanos en ti ser así, soledad, en la poesía

que haces nacer déjanos ser y danos algo de paz.


Y la soledad irremediable. La soledad

ya sin posible amparo. También

el poema para ella. El poema

inerme, indefenso. El poema

en su última inocencia, para

esa soledad irremediable

el poema así ya para siempre.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Santiago Montobbio

18 de septiembre de 2025

Compensatoria, el último poemario de Fernando Pérez Fernández, (aparecido en la heroica Ediciones Liliputienses) es uno de esos libros raros: afilado sin arrogancia, lírico sin sentimentalismo, crítico sin despecho. Tierno. Lúcido. 

La palabra que lo titula, tomada de la verborrea educativa, ya da una clave: compensar. No corregir, no salvar, no sustituir. Solo ofrecer, en equilibrio inestable, una pequeña réplica al daño. Una reparación mínima. La justicia poética como gesto precario. Todo el libro orbita en torno a ese intento. 

Desde su poema inicial —que hace la función de prólogo y declaración de intenciones— Compensatoria se presenta como el diario íntimo y colectivo de un tiempo de desgaste: el de la enseñanza pública, el de los cuerpos jóvenes que no saben todavía qué les está ocurriendo, el de los adultos que tampoco lo saben, pero deben fingir que sí. “Las faltas”, dice el poema, “son lo primero que tienen que aprender”, y ese aprendizaje de la carencia se convierte en una suerte de pedagogía involuntaria del dolor: “yo quise vivir y no lo hice”. 

En “Nostalgia de provincias”, la primera de las tres secciones del libro, Pérez Fernández dibuja con precisión de miniaturista la vida en los bordes: de la geografía, del deseo, del lenguaje. Son poemas que capturan instantes con mirada sociológica, pero también con una ternura levemente impura. Un sábado cualquiera —ese “sábado de mayo” que da inicio al bloque— es visto como un territorio incierto donde “por algún costado, sobrevenga lo agradable: / un reencuentro breve, una prenda hermosa descubierta”. La belleza aquí no es trascendente. Es contingente, doméstica, ligera. Como en “Eso sigue ahí”, donde un paseo por la playa es el detonante de una epifanía de la suciedad humana y del inútil intento por compensarla, porque ante la lluvia de “varios cuajarones de una especie de emplasto, / tal vez pis y arena, cocacolas y colillas” no queda otra que seguir caminado. Pero ese intento quizás sirva por lo menos para salvar nuestra dignidad. La dimensión social se deja oír también con dureza en poemas como “Memoria histórica”, donde el pasado se infiltra en el presente con su carga de vergüenza heredada (“La hilazón de España no les daba / para taponar los agujeros / de los fusilados.”) o en “El poeta paga sus facturas”, donde la poesía se topa con la burocracia (“Tras quitar impuestos más o menos queda igual. / Le parece bien que así suceda, / mientras que se acuerde de pagar en su momento.”). Es en esta sección donde la pandemia, lejos de ser un motivo retórico, aparece como una experiencia concreta, vivida desde lo doméstico: “Subo a la azotea con la silla / de playa desplegable, / y en la otra mano un té bamboleante / que se me derrama”. Lo que sorprende no es solo la capacidad de observación, sino la forma en que cada poema consigue filtrar emoción, política, memoria y sentido del humor en un contundente equilibrio. 

La segunda parte, “Choz”, se aparta bruscamente de ese realismo poético para zambullirse en una suerte de barroquismo mutante. Aquí el lenguaje se rompe, se desborda, se contamina. Es una escritura más fragmentaria, que recuerda por momentos a Vallejo, por otros a Chus Pato o incluso a Cecilia Pavón en su fase más psicotrópica, y también, claro, a Término medio, la obra anterior del autor. La poesía se vuelve una forma de balbuceo lúcido, donde el mundo se nombra sin categorías claras. El poema que da título a la sección funciona como un catálogo de percepciones mínimas: “el poema hermoso de quien odias / (…) / un gato que brinca tras las tejas / (…) / una forma nueva de fracaso”. El efecto es acumulativo y casi musical: una enumeración de detalles que, sin buscar sentido, lo generan. Aquí, las referencias a la infancia, al cuerpo, a lo animal, se mezclan con una sátira sutil del lenguaje técnico y administrativo: “¿Tienes una garza dorada de morfina, / una abeja-zorro?”. En este bloque, la forma importa tanto como el contenido. La sintaxis se descompone, las imágenes se solapan, y lo que queda es una poética del exceso en miniatura. Un juego serio. Un balbuceo lleno de inteligencia.

El cierre, “Pruebas de acceso”, es un poema largo que devuelve al lector al espacio escolar, pero ya no como contexto, sino como campo de batalla simbólico. Se trata de una crónica en tres tiempos de un examen colectivo. Lo que podría haber sido un simple ejercicio de observación se convierte en un análisis sutilísimo de los mecanismos de nominación, de ansiedad, de despersonalización. La primera parte del poema observa a los adolescentes con una ternura contenida (“un broche del pelo que se esconde / como escolopendra entre rastrojos”, “No utilices tippex. Ni bolígrafo. / Deja en blanco todo y pon las manos / encima”.). La segunda vira hacia el adulto que los observa, atrapado en su propia melancolía institucional: “Un plafón opaco, / creo que son luces de emergencia / solo que apagadas, / como un envase sin fruta”. Y en la tercera, más teórica y feroz, se lanza una crítica devastadora al acto de nombrar: “poner un nombre (…) es como el alien ese que se agarra / dando un saltito a tu cara / y mientras te preña por la tráquea te permite respirar”. Es aquí donde el lenguaje poético alcanza su mayor intensidad conceptual. Nombrar, enseñar, examinar: todo es una forma de violencia simbólica suavizada por rutinas. La escuela se convierte en emblema de una sociedad que ha confundido evaluación con conocimiento, y seguimiento con cuidado.

Compensatoria no es un libro complaciente. Pero tampoco es nihilista. Lo que propone es una mirada ética sobre la fragilidad: una forma de estar en el mundo sin anestesia, sin dogmas, sin consuelos falsos. El yo poético no es un héroe. Es un testigo. Un testigo implicado, cansado, que todavía encuentra belleza en los restos: “míranos un rato, luego / márchate”. Y eso, quizás, es lo más valioso. Que alguien se haya quedado lo suficiente como para mirar con atención. Como para escribir este libro.


Fernando Pérez Fernández, Compensatoria, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2025.

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Dionisio López

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