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El próximo 8 de diciembre de 2025 se cumplirán cien años del nacimiento de Carmen Martín Gaite. Los centenarios son fechas simbólicas, cuya celebración puede servir para que se hable más de un autor, pero cabe también esperar que se hable mejor (quiero decir con mejor conocimiento), que se ilumine la significación cultural de una trayectoria, que se vaya más allá de las afirmaciones de manuales y del mero anecdotario de su representación pública. Es lo que espero de la celebración de este centenario.

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Escrito en Artículos Revista Turia por José Teruel

John Banville: “Los escritores nos comemos a nuestros hijos por una buena frase”

Siempre que pasa por Madrid visita el Museo del Prado. Al final de un viaje ya piensa en el siguiente. Empezó como pintor y eso, de alguna manera, se percibe en su obra. No se limita a escribir las palabras, es como si las dibujase. El sentido expresivo de su prosa, a párrafos, podría considerarse una pinacoteca. Para desmadejar los colores de su partitura en lienzo conversamos con él: John Banville.

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Escrito en Conversaciones Revista Turia por Fernando del Val

3 de marzo de 2025

“Durante años me acosté temprano”, ha sido la elección de Mercedes López-Ballesteros para traducir el celebérrimo “Longtemps, je me suis couché de bonne heure”, con el que da comienzo la monumental obra de Marcel Proust, y que ahora podemos leer, otra vez en castellano, en esta nueva y maravillosa traducción que ha publicado Alfaguara a finales de 2024. Enfrentarse a la empresa de verter a otra lengua el sutil y minucioso universo proustiano, con su inconfundible estilo arborescente, construido a base de larguísimas frases, y que deslumbra tanto por su complejidad estructural como por su precisión y riqueza léxica, es una tarea que exigiría lo mejor hasta del más talentoso y experimentado de los traductores, pero es un desafío del que la autora de este reciente trabajo traslaticio ha sabido salir magistralmente con bien; una labor que, a todas luces, perdurará en el tiempo como un hito en la recepción de Proust en español, puesto que esta nueva versión no solo honra la genialidad del novelista francés sino que la hace accesible y vibrante para una nueva generación de lectores que tal vez no se haya atrevido aún a dejarse seducir por el torrente de esa sintaxis laberíntica que ha reflejado como ninguna el flujo de la conciencia y la superposición de los recuerdos.

En busca del tiempo perdido es el descomunal relato del descubrimiento de una vocación literaria y artística, de cómo el protagonista (Marcel, igual que el autor) ha devenido escritor, y la obra se acaba ofreciendo así como un juego de espejos en el que se refleja la escritura del propio texto que se estaba leyendo; pero eso no se revelará sino hasta el final, en el último de los (siete u ocho, depende de la edición) volúmenes. Por el camino de Swann, la primera entrega de la novela, presenta al narrador en su infancia, ese crío hiper-estético y consentido, vástago de la alta burguesía, que vive alternando estancias entre París, la capital, y la rural Combray (localidad ficticia creada como espacio simbólico que encapsula los recuerdos, pero descrita con tanta vivacidad que trasciende su naturaleza inventada). Una entrega inaugural que se lee como una condensación de los elementos formales y temáticos que hacen de la obra una de las novelas fundamentales y más influyentes del siglo XX (Proust representa al mismo tiempo la sublimación y la disolución del realismo decimonónico), y donde la memoria y la introspección se erigen en los pilares de la experiencia humana. Memoria, amor, tiempo, el arte como herramienta para capturar la esencia de la vida, el deseo frustrado, el naufragio del lenguaje, la incomunicación y los malentendidos (especialmente en las relaciones sentimentales), la idealización del ser amado, pero también el engaño, y la imposibilidad de conocer verdaderamente al otro, y, por último, la ironía (la sátira de la ridiculez y pequeñeces del llamado “gran mundo”, con sus fiestas, esnobs y salones; un aspecto a menudo no lo bastante apreciado en la historia). La genialidad de Proust radica en transformar experiencias personales en materia de interés universal. Y para ello se valió de los recursos estilísticos y discursivos de una obra multifacética que sigue desafiando las categorías literarias convencionales, y que hizo de la libertad compositiva su enseña principal (y tal vez sea este su más importante legado a la narrativa contemporánea). En efecto, novela narrativa, autobiografía, poesía, crítica literaria, narrativa psicológica, ensayo, entre otros, se dan cita en una hibridación genérica inaudita hasta aquel momento, y sirven para configurar un universo ficcional que por la alquimia del lenguaje literario con el que se construye es capaz de imponerse al lector con una fuerza persuasiva que poquísimos escritores han logrado alcanzar en toda la historia de la literatura.

Esta hibridación genial se manifiesta en la totalidad de la obra, si bien puede también apreciarse en miniaturas que replican, dentro del propio relato, su vasto alcance, como ocurre con la novela dentro de la novela que constituye Un amor de Swann en este primer volumen, una pieza que reproduce a pequeña escala la esencia del universo proustiano. Este segmento funciona como una deliciosa mini-novela independiente dentro de la narración y relata la historia de la obsesión amorosa de Charles Swann, un hombre adinerado, culto, elegante y refinado, por Odette de Crécy, una mujer de pasado dudoso que forma parte de la alta sociedad parisina. Desde el desinterés inicial, Swann pasará a idealizarla (mediante la conexión estético-sentimental que establece con la melodía de la sonata de Vinteuil, una música que se convierte así en espejo de su estado interior, mezcla de éxtasis y tormento, como se narra en el célebre pasaje en que se describe esa imaginaria frase musical), y a sumergirse en una espiral de celos y angustia que se presenta como un anticipo de los futuros padecimientos amorosos del protagonista con Gilberte y Albertine, las dos muchachas de las que se enamorará más adelante.

Toda traducción es también una lectura y, en consecuencia, también una interpretación. De este modo, en esta nueva versión de Proust realizada por Mercedes López-Ballesteros, esta máxima se hace evidente en la manera en que su trabajo resuena con las sensibilidades de dos de los más grandes escritores españoles de todos los tiempos, y a los que ella conoció bien: Juan Benet y Javier Marías. Así, esta traducción no solo actualiza el estilo proustiano para el lector de hoy, sino que ilumina asimismo su influencia en la literatura española contemporánea, realzando los rasgos que, a través de esas dos grandes figuras, han dejado más honda huella en nuestras letras: la densidad reflexiva, la atención al flujo del tiempo y la memoria, la libertad compositiva, la introspección psicológica, la cadencia musical de la frase, la exploración de la subjetividad o las digresiones narrativas; son aspectos que encuentran en esta versión un vigor renovado en nuestro idioma. En fin, se trata de un trabajo extraordinario, que permite leer a Proust como nunca se lo había leído en español.

             

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido: I. Por el camino de Swann, traducción de Mercedes López-Ballesteros, Barcelona, Alfaguara, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por José Antonio Vila Sánchez

24 de febrero de 2025

Ha escrito Almudena Vidorreta (1986) un libro femenino y feminista, explicó Ana Garriga en la reciente presentación La cicatriz de la selva en la librería Enclave de libros. Tiene razón la profesora de Brown University, cuando abordó la lectura de este último poemario escritora aragonesa (Zaragoza, 1986), a la que debemos algunos trabajos de referencia sobre Santa Teresa de Jesús, o sobre la literatura sardo española, en tiempos en que Cerdeña pertenecía al Reino de Aragón, y luego a España hasta el siglo XVIII. Además, esta distinguida arteria paralela, la creación poética, no le ha abandonado, como a tanta gente en la madurez, a esta investigadora y docente (ha sido profesora de la Universidad de Nueva York, entre otras), desde que se dio a conocer en 2009, que yo sepa, con Algunos hombres insaciables. Almudena Vidorreta ha sabido guardar los tiempos de escritura para atenderse con verdad, con necesidad y capacidad de cantar sin impostura -mercado-, como alguna vez le escuché a José Hierro, que supo hacerse esperar hasta el Libro de las alucinaciones, porque sabía que no tenía nada nuevo que contar hasta ese momento.

La cicatriz de la selva llama la atención desde la invención, la inventio, dijo Quintiliano, al abordar el asunto de la maternidad, no solo de la maternidad, sino también de la pérdida y de la herida en el cuerpo, del aborto no deseado, si prefieren, con unos lenguajes de gran realismo, sin desabrimiento en la destilación del dolor, donde no se elude un léxico necesariamente lírico cuando quien lo escribe es poeta.  O si prefieren, alguien ajeno a las servidumbres al mercado como primer objetivo (Saturno devorador de quienes lo anteponen al poema para estar en el tenderete a toda costa y hacen olvidar al estimable poeta -aunque sea de unas pocas ocasiones y con sencillez primaria de observador atento, por exceso de producción y falta de capacidad para evolucionar en lo fundamental -pienso ahora en la reiteración en Karmelo Iribarren (Roger Wolfe dio un paso al lado), entre muchos-; asunto que vaticinó Ángel González en “¿Malos tiempos para la poesía?”, aduciendo que ya entonces había demasiado “hummus”). No es el caso gracias a esa originalidad en el asunto (pienso en la Juana Castro cuando habló del alzheimer), vivida y vívida, reflexiva, además, plena, que dota de verosimilitud al libro. Esa verdad de fondo, escrita desde ella cuando el libro se impone, elegíaca o de la pérdida (el estupendo “Buitres”), viene acompañada simultáneamente el amor al hijo concebido, al que se rinde amor en otro momento-ese hápax único- junto a la esperanza de una nueva y deseada maternidad.

En efecto ese desgarro, esa herida explícita en el canto, en la convivencia con el embrión muerto hasta el legrado, es palmaria igualmente en el léxico: vagina, neuroendocrino, regla, flujo sodio, hospital, cicatriz, legrado, aborto, extractores de leche… de la misma manera que lo es en el hilo umbilical que reúne a la mujer entre generaciones, atención al estupendo poema “Caja de costura”. Libro de la mujer, femenino, reivindicador de la maternidad, de la misma manera que otras escritoras de cierto fuste, pienso en Rosa Berbel, plantean los problemas de su juventud desde ella, tal y como hizo la estupenda Elena Medel en su libro de referencia, Mi primer bikini (pese a esfuerzos posteriores a ese libro trampa, que la atrapó y sobre el que no sobresalió después como escritora). Estamos ante un ejercicio de madurez, donde cada palabra está pensada tras haber sido sentida, sin malabarismos, y traspasada de dolor o esperanza “Sin donde” según toque, con poemas espléndidos desde esa rotundidad de lo sufrido. Me refiero, entre tantos, a poemas como “Antes del aborto” o “Regla nueva” escribiendo poesía de lo aparentemente antipoético…y algo dijo Pablo Neruda, no solo, sobre esas cuestiones cotidianas elevadas a la emoción del poema que así puede llamarse, como es el caso. Si a todo ello le unimos capacidad plástica, tropología inusual, propia, desde esa circunstancia a pie de tierra, la sangre o “compota de grosella sobre el mármol”, sabremos del esfuerzo por decirse desde un proceso de amor y dolor simultáneos. Un proceso o diario de emociones, sensaciones, de esperanza y empeño, donde caben también otros registros ocasionales, los viajes y los sitios con sus músicas y bailes interpretados desde el ser mujer, poetas (Alfonsina Storni)-por ejemplo-, sobre esos otros de la gestación y pérdida. Cumplen su cometido y enriquecen el libro, no son meras adendas, sino que cumplen su función, alivian clímax y   tensión, sirven de contrapunto a este libro distinto,  valiente y hondo, legible, maduro.

 

 Almudena Vidorreta, La cicatriz de la selva, Barcelona, La Bella Varsovia, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

17 de febrero de 2025

Como todos los poetas áureos, Alejandro Tarantino (Laredo, Cantabria, 1963), vuelve una y otra vez del corazón a sus asuntos, a su trama, su obstinación, su desvelo. A cada escritor le mueve la bujía de su propia obsesión. La cerca, la rodea, se ciñe su contorno. Diríase que por momentos la toca. La insistencia de Alejandro es el maridaje jánico de la luz y la sombra. Desde ahí convoca los Espejos rotos de una mujer (Amargord), su último poemario. Estas teselas dentadas, romas, con aristas, superficies que son y no lo que reflejan, nos hablan no de la univocidad sino de lo múltiple, de esa muchedumbre que somos, desde el espanto a lo numinoso, con las alcancías incesantes del matiz. “Hay fragmentos sin totalidad”, nos dice el poeta.

En Espejos rotos de una mujer, Tarantino oficia el sublime y bello oficio de hacer presente a la amada sin su presencia. El amor permite hacer presente lo amado cuando no está, porque se ha interiorizado, porque transcurre y crece y mengua y se expande y duele sin la necesidad de lo corpóreo. No es la ausencia lo que nos duele. Ocurre que la amada ya no está en el lugar de lo amado. Y sí, pero desde la pérdida.

Teje, Tarantino, una gramática del amor doliente. Lo anuncian los versos que abren el poemario: “La oscuridad restaura la cosecha de las agujas,/ lenta es la estación de la noche”. La altura de su desnudez, “a falta de imágenes,/ oblicuo el lenguaje/ solo alcanza la melancolía”. Sabe que hay lo indecible. Por eso este sustantivo concluye lo escrito. Pese a que cierra la prosa de un epílogo en la que vuelve a tantear lo que pareciera haber sido dicho, la enunciación misma de lo inefable.

Tarantino hace del amor un constitutivo de sí sin engaño. Y sabe que lo amado deviene en fruto, a pesar de la pérdida. De ahí que los poemas acojan una y otra vez vocablos como “simientes”, “semillas”, “útero”, “vientre”, al tiempo que lo que “no lacta de tu pecho”, aquello que “no engendrará de su sangre lo alado”.

Tarantino aúlla en una desolación que es silencio. Lejos del teatro, se sabe en un campo de batalla, allí donde (interregno) uno ha sido desposeído y hace suyo el surco desde el que morir (en tanto que tránsito) sin odio rencor falsedad: “Desposeído el tiempo, solo ahora,/ nunca más ayer, nunca más dos,/ única, sin centro,/ desearás, inacabable, morir en lo vivido”. Tarantino enloquece desde la dignidad del que quiere saber allí donde “la realidad calcárea del océano”. Sin tretas, sin estrategias, sin escudos, asistido únicamente por “el impulso insomne de lo trágico/ que yace en la desgracia de tu valor”.

Hay pocos poemarios tan valientes que aborden así el amor, “desde el flujo de duración que lleva tu nombre”, porque hay que querer saber, y hay que desandar, y contemplar la noche de lo amado, y la propia, y todo ello “feraz en la ruina de la cordura”.

“Tengo ausencias de loco, tengo/ una pena tan honda, tan muda, tan tuya,/ tengo de mí lo que de ti he perdido”. Hay una belleza tan íntima en estos versos que conforman la cartografía de Espejos rotos de una mujer, una belleza tan auténtica, tan libre de exaltación, tan recogida, versos acompañados por la obra gráfica del autor, correspondiente a la serie La mujer rota, donde lo indecible descansa, de otro modo.

Encontramos una magnificencia humana en ese encarar la pérdida y ajustar el vuelo del amor que ya siempre será, una majestuosidad única. “La larga noche del adiós acaba,/ en la celda queda el amado, concebido/ como lumbre, hoguera de flores/ que anuncia esquelas al alba/ con su nombre”. Hay un yo que habla a un tú desde la honestidad, no alzando su mirada porque sitúe la pérdida de la amada allí donde solo cabe situar a los dioses; tampoco inclinando el ángulo en el mirar por haber depuesto lo amado allí donde la saña. Hay una pérdida compartida.      

Y así Tarantino deja que la voz discurra emocionada, pero sin afección alguna, que preserve lo dado, lo recibido, cuanto fue. No hay contención, pero sí lealtad a lo sentido. No se espere de este poemario la sublimación del fulgor que no deja ver lo que se contempla. Hay una exactitud de quien ama las simas y los abismos y las cumbres de lo amado. Hay un yo que no se engaña. Que nombra y se nombra en ello, en cuanto va diciendo. Hay la distancia justa para que lo exacto aparezca, una distancia que no ciega, en uno u otro sentido. De ahí que la espalda de esta mujer sea recurrente, como si el poeta contemplase su marcha para, desde ese verla partir, ser capaz de no mentirse (“la espalda de tus élitros se hace humana”, “tu espalda dolida/ sacude de sus vértebras lo que fue todo”, “de espalda/ a los cielos sin costa”, “Al borde de ti tu espalda”, “Amar la línea de tu espalda”…). Quizás porque la espalda sea “la forma de mirarme de tu abismo”.

El amor, tan mal entendido tantas veces, es “argumento”, pero también “sed anochecida”, y todo al unísono, sin disociación alguna, sucediendo “en un tiempo anciano”. Lo amado es odiado. Porque la pureza también contiene lo impuro. Solo adentrándonos en estos espejos rotos de lo amado podremos esperar “que llegue la paz de lo que se fue”, cumpliéndose “la pureza solar del adiós”. En esa desolación en la que Tarantino escribe, trata de llegar al antes de sí, a esa penumbra (no lo oscuro, tampoco lo iluminado) en la que lo amado ya no está. “La apariencia del ser/ que fui/ se aleja infinitamente/ desde el centro de los caminos sin salida,/ donde no ser es haber nacido,/ ingénito tiempo de la destrucción,/ al absurdo de estar en el ser,/ cuando no estoy siendo”.

De Tarantino, su sostén de los clásicos, su imaginario, los hoplitas (lo común siempre en Tarantino), las referencias de sus mayores, su poso filosófico (“Ser y no estar,/ estar sin ser,/ no ser sin estar”) y psicoanalítico (“Poder ser en ti sin ti”), la zarabanda de los pronombres (“Eras en ti solo tú”, “como un tú de ti tan mío sin mí,/ para verte sin mi toda tú”), el verso que piensa (“Ser amada fue irse a lo abisal,/ vivir la ruptura de la luz,/ hacer insondable la respiración,/ surgir del lugar de la vida”), el lujo de lo exquisito (“Fío en ti toda mi tierra”).   

 

Alejandro Tarantino, Espejos rotos de una mujer, Madrid, Amargord, 2024.

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

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