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17 de diciembre de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llegó por la mañana

con sus mejores galas el verano,

pero la primavera

no se había marchado todavía.

Los tuvimos sentados

a la mesa almorzando y cada uno

trató de agasajarnos

con lo mejor que había en sus alforjas.

Sacó primero primavera un paño,

era azul y era cielo. Puso en él

verano los bordados: golondrinas,

la libélula roja y el pespunte

del canto de los pájaros.

El rumor de la fuente, 

quiero decir el sueño,

corrió de nuestra cuenta.

Cuando llegó el momento,

la primavera habló de su regreso

para el año que viene.

Fue el único momento de tristeza,

y nos quedamos solos el verano y nosotros.

Estaba anocheciendo y cruzó la lechuza

y dejé de pensar

y dejé de temer

y de echar nada en falta

como dicen que pasa si ya has muerto.

 

Escrito en Lecturas Turia por Andrés Trapiello

La filósofa Marina Garcés, ofrece en Fuera de clase. Textos de filosofía de guerrilla una recopilación de textos redactados para la columna semanal del suplemento del diario Ara entre el año 2014 y mediados de 2016. Desde los propósitos y coordenadas interpretativas del colectivo aglutinado alrededor de la Fundació «Espai en Blanc», la profesora viene desplegando una inquieta y comprometida actividad intelectual al servicio de la movilización de las conciencias, utilizando la filosofía para desvelar las posibilidades de una convivencia en la que los miembros nos reconozcamos como personas dignas y, a la vez, participantes de una comunidad. De algún modo, los textos aquí reunidos forman una interesante prolongación de la trayectoria exhibida en su anterior trabajo, Un mundo común (Bellatera, 2013).

En el prólogo de la presente publicación, la autora ya señala su pretensión de utilizar la capacidad crítica de la filosofía para hacer frente a una sociedad caracterizada por la competitividad, el clientelismo y la privatización. Comprensión de los problemas, desvelamiento de nuevas capacidades y poder de transformación son los rasgos de la filosofía a la que ha dado forma esta profesora de la Universidad de Zaragoza a lo largo de una renovadora trayectoria en la que no han faltado muestras de originalidad en su pensamiento e interesantes iniciativas de acción. Una filosofía que pretende abrir nuevos horizontes, recuperar la fuerza de la palabra para desvelar problemas abriendo vías al pensamiento y, sobre todo, conformar una filosofía activa que no pierda de vista el compromiso de la teoría con la realidad social. De hecho, a lo largo de los textos reunidos en esta ocasión puede detectarse la constante de una interpelación cercana, próxima al lector, en la que además de llamarle a la reflexión y de exortarle a desarrollar actitudes de compromiso parece preguntarle: «¿Tú dónde te encuentras?».  

Su proyecto teórico, del que forma parte este trabajo, pretende recuperar el sentido de las palabras escapando de las clasificaciones previas y de las maneras estereotipadas del decir. El libro promete embarcarse en una difícil empresa, sin embargo el resultado, a causa de la naturaleza ocasional y fragmentaria de los textos en los que encuentra su origen, se ubica sólo en los bordes de aquello que parece desear expresar: apunta hacia situaciones, bosqueja planes de pensamiento y acción, se desgrana en miríadas de intuiciones cognoscitivas que no describen con el suficiente rigor ni con la deseable claridad o profundidad en sus diferentes aspectos los asuntos que aborda. No obstante, el lector ya debe contar con ello: no es un libro académico de filosofía que exponga sistemáticamente una cuestión, sino un compendio que aglutina un conjunto de reflexiones dispersas, a modo de píldoras filosóficas, que van desde la reelaboración personal de planteamientos conocidos, hasta pensamientos audaces y originales de la profesora, muchas veces surgidos de relecturas de autores clásicos o contemporáneos, y también de sus clases impartidas en la universidad.

Su filosofía de guerrilla señala algunas contradicciones del pensamiento hegemónico occidental que cobra fuerza en la Ilustración y se prolonga hasta la actualidad generando nuevas formas de opresión cultural, política, económica e institucional. El papel de la cultura en la sociedad, las derivas nacionalistas y populistas, las posibilidades de la escuela, las funciones de la educación superior, los intercambios discursivos, las estrategias del poder… Muchos y diversos asuntos desgranan las páginas de este libro donde seguro que, entre tanta variedad, el lector encontrará momentos inspiradores, porque la prosa que exhibe Marina Garcés es deslumbrante y audaz en muchas ocasiones, culta siempre, y toda ella exhala un sugerente hálito de inteligencia y sensibilidad.

Recuperando para el gran público autores que ocupan los márgenes de nuestra tradición, intelectuales inquietos que abren nuevos espacios de encuentro dirigidos a desplazar los lugares comunes de nuestras ideas, su pretensión es utilizar la filosofía para comprender lo que nos sucede. Pero no esperen los lectores referencias a los más acuciantes fenómenos de la política, la economía o la sociedad que los habituales medios de comunicación nos presentan a diario, sino un enfoque indirecto que pretende, a través de esta estrategia, conectarnos con una más radical transformación de nuestras posibilidades. El libro rezuma, como es de esperar cuando se trata de filosofía contemporánea, momentos de abstracción y de posmodernidad, resultando una inteligente introducción a las manifestaciones culturales de aquellos que exploran los caminos de la diferencia. Sus reflexiones resultan especialmente perspicaces cuando da forma, con elegantes destellos literarios, a un análisis de nuestra realidad y de nuestras experiencias cotidianas. En esos momentos Marina Garcés despliega un movimiento de vaivén del pensamiento que se mece, desde los más altos conceptos abstractos de la filosofía, hasta su encarnación concreta en nuestras vivencias diarias.

Celebramos, pues, en esta obra la centralidad del pensar filosófico en unos tiempos tan aparentemente refractarios a ofrecernos la tranquilidad necesaria para poder hacerlo. Sorprende, dado el carácter fragmentario de la selección de textos que nos ocupa, la coherencia de este trabajo. Una unidad en los motivos de fondo que se asienta en la original mirada de su autora.  Un libro que se disfruta leyéndolo como lo que es: una recopilación de breves artículos con formato periodístico que restituye la capacidad vital de la filosofía para interpretar nuestra vida y el mundo que conformamos entre todos.- RUBÉN BENEDICTO.

 

 

Marina Garcés, Fuera de clase. Textos de filosofía de guerrilla, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016.193 páginas.

Escrito en Lecturas Turia por Rubén Benedicto

10 de diciembre de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Ricardo lo mató la máquina.

Era máquina que ronroneaba

como algo a punto de nacer.

 

Lo conocí cargando palos.

Cuando no había palos, cargaba ladrillos.

Tenía de todo su garaje. Tenía una serradora.

El año que cortaron la alameda,

podías verlo desde aquí

fumando de pie sobre un tronco talado,

él mismo vuelto tronco en la distancia,

reconciliado con el bosque.

 

Donde antes estaba Ricardo

hoy queda apenas un bostezo de humo,

aquel dibujo obsceno rayado con navaja

y el tatuaje naíf de su antebrazo,

todo flotando apócrifo en el aire

como el dedo fantasma de un yakuza.

 

A veces regreso a su cochera

y acaricio la máquina apagada

que nadie quiso llevarse

esperando escuchar el ronroneo.

Le gustaba pellizcarme sin permiso

y la animación japonesa.

Escrito en Lecturas Turia por Erika Martínez

 

Rescatar lo banal es la ambición de todo poeta lírico.

Charles Simic.

 

Intento no pensar en lo que pienso.

Lola Mascarell

 

 

Sencillo misterio el de estos 44 poemas que Lola Mascarell nos regala en su último libro: Un vaso de agua, título que es en sí mismo ya una declaración de principios, título transparente (preciosa la viñeta de la cubierta de José Saborit, ese vaso cotidiano, sin pretensiones, sin adornos, vaso escueto y ordinario, vaso sin flor) difícilmente podría encontrarse un título más elemental, más puro, más primordial, Un vaso de agua es a la vez el título del último poema del libro, que un dibujo de Isabel Quintanilla, su contemplación y su recuerdo, provoca en la autora.

 

Una mano dibuja, la otra escribe. Una misma sed. Un mismo vaso de agua que la sacia.

 

De vez en cuando uno se encuentra con algo que no esperaba, con algo inesperado, unas veces por inoportuno y otras porque resulta insólito el lugar donde lo encontramos. Porque insólito es encontrar hoy poesía en un libro de poesía, un género en el que todos somos competentes, “un género que antes era considerado arduo hasta el escepticismo” (Berarnidelli). Hoy la poesía es la gran damnificada de la democratización de la cultura. Desde que todos somos poetas, la poesía se ha convertido en tierra de nadie.

 

A la poesía podemos acercarnos de dos formas. Una es escribiéndola, y la otra leyéndola. Pero la poesía, a diferencia de otros géneros, debemos escribirla como si la estuviéramos leyendo y debemos leerla como si la estuviéramos escribiendo. La poesía, a diferencia de otros géneros, a diferencia incluso de la filosofía, con la que se la suele emparentar, quizá con razón, sin duda con razón, no se hace como se hace por ejemplo una novela, ni se piensa como se piensa un pensamiento. La poesía, dicho heideggerianamente es ser-uno-para-otro, o ser-uno-con-otro. Y el poeta, por su parte, y el lector, por la suya, lo único que puede hacer es descubrirla, sacarla de su madriguera, mostrarla, antes de que vuelva a escapársenos. Quizá se parezca más a la pintura, “arte de la luz”. Porque a la poesía hay que acercarse con humildad, sin exigencias, a la poesía no se la puede obligar, no se la puede forzar, ni tampoco suplicar, la poesía viene cuando quiere y se va cuando quiere. La poesía es como el amor, hay que merecerlo, y como el amor te lo encuentras un día sin saber por qué, y al día siguiente lo pierdes sin saber por qué.

 

Pero siempre hay un por qué. Una pregunta en el aire. Un recuerdo que se olvida.

 

La poesía no es un género literario.

 

No, no me estoy alejando del libro de Lola, me estoy acercando a él, me estoy dejando envolver por él, me estoy bebiendo el vaso de agua que me ofrece.

 

Por lo demás, no trato de convencer a nadie de nada que no esté ya convencido. Sólo quiero exponer una idea acerca de la poesía, una idea sencilla, una idea que no es mía, y que ya Valéry expresó en estos términos: “la poesía no tiene como objetivo comunicar un “pensamiento”, sino provocar en el lector un estado emocional que corresponda a un pensamiento análogo (y Valéry subraya la palabra análogo, es decir, no idéntico).

 

En este mundo, nos dice Lola Mascarell, hay cosas.

 

Una silla, un costurero con dibujos florales, un delantal, una lámpara, una colcha, un armario, unos zapatos, un vaso de agua…

 

Hay una balaustrada junto al mar.

 

Hay deseos. Antes de dormir – el rumor de lo líquido.

 

No alcanzamos la cumbre.

La cordura nos hizo regresar.

Cada renuncia eleva

la cima en la que crece tu deseo.

 

Hay remordimientos.

 

Hay nostalgia. Una nostalgia inmensa, repentina, / de todo lo que nunca sucedió.

 

Hay desesperación, hay euforia, hay confianza, hay sospecha, hay dolor, y hay, ay, a veces gran amor, hay poesía. Mejor dicho hay palabras que destilan la experiencia y llegan a convertirse en poesía.

 

Palabras que celebran también lo cotidiano, el viento entre las ramas, las luces y las sombras, unos cuerpos en la arena, unas pisadas, el sueño que no llega.

 

Y el misterio.

 

De pensar y pensar / en lo absurdo de estar para marcharse.

 

Lola Mascarell sabe que desentrañar el misterio no está en su mano, sabe que no está en manos de nadie, que su misión consiste sólo en constatarlo, en señalarlo:

 

Detente en tu camino / y habita ese misterio.

 

En advertir su presencia.

 

Otras veces es la soledad.

 

Otras el amor.

 

Hay poemas en este libro que te desarman, poemas que te inquietan, poemas que te emocionan, poemas que te calman, poemas que te reconcilian, poemas que te desasosiegan, aunque ya supongo que no serán los mismos para todos. Ese también es su misterio.

 

Sencillez, es para mí uno de esos poemas.

 

Y quiero escribir cosas

como que hoy hizo frío

 y que empieza noviembre.

 

(…)

 

 Escribir por ejemplo

 que el día se termina,

 y que no pasa nada.

 

Y bastará tu nombre.

Unas páginas más adelante nos tropezamos con Y bastará tu nombre, de resonancias místicas, cuyo verso final resuena en nosotros antes de leerlo: para sanarme. Y entonces volvemos a leer el poema y recitamos, como en una letanía, cuántas veces, cuántas veces, mientras se van sucediendo tu nombre y la herida y mis desvelos y el manantial y la sed… La autora ha sabido combinarlo todo con tanta sabiduría y sutileza que vamos leyendo, confiados sin saber adónde, hasta los dos versos rotundos que cierran el poema y nos dejan transidos de emoción: cuántas veces, amor, / para sanarme.

 

Hay poemas que empiezan con un nudo en la garganta, como decía Robert Frost. Y otros que terminan con un nudo en la garganta.

 

Voy de paso por sendas y caminos,

de paso entre las rocas, de prestado

por estos caminales

repletos de memoria y de pisadas.

 

Voy tratando de asir alguna cosa,

una rama de árbol,

una breve emoción, algún recuerdo,

un pájaro, una piedra, una pisada,

una mínima prueba que me deje

saber que estuve aquí, sólo de paso,

y que nada era mío.

 

Una mano que dibuja, otra que escribe. Un vaso de agua. Un libro de poemas en el que hay poesía. Poesía primordial, poesía transparente, poesía clara como el agua clara del vaso que nos ofrece.

 

Y que conste que “yo no creo en la poesía. Yo creo únicamente en la poesía que me hace creer en ella.” (Berarnidelli).

 

 

Lola Mascarell, Un vaso de agua, Valencia, Pre-Textos, 2018.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Manuel Arranz

10 de diciembre de 2018

Quienes desconfiamos de los que son definidos como «activistas» corremos el riesgo de penetrar en un libro como La importancia de no entenderlo todo, de Grace Paley, con un prejuicio difícilmente salvable. Y más si topamos pronto con frases maximalistas como «la única obligación de un escritor pasa por dejar en este mundo un poco más de justicia de la que encontró al llegar». Afortunadamente, el texto desmiente con rapidez el apriorismo para presentarse como una colección de artículos, reportajes, prólogos de libros y transcripciones de charlas que la autora escribió a lo largo de la época más activa de su vida (1960-1995, aproximadamente) y que abordan con crítica lucidez y espíritu de reflexión asuntos como el aborto, la discriminación de la mujer, la guerra de Vietnam, la objeción de conciencia militar y la desobediencia civil, el capitalismo descontrolado, la lucha por los derechos de los homosexuales, la instrucción pública, la segregación racial, la cuestión judía, la centrales nucleares, etc. Son, como se puede apreciar a simple vista, los grandes temas que la izquierda europea y norteamericana ha enarbolado como propios a lo largo del siglo XX, y que han constituido, efectivamente, la lucha colectiva y utópica por una sociedad más justa, igualitaria y libre de los abusos del poder.

Esa fue la batalla de Grace Paley, que reconoce, con orgullosa coquetería, haber recibido «una infancia socialista típica» (página 125). El libro, cuyo título original es más sugestivo que el español (Just As I Thought, «Tal y como pensaba»), está plagado de referencias a su familia, formada por judíos rusos exiliados por el zar Nicolás II y asentados en Estados Unidos, concretamente en el Bronx neoyorquino, pero también a su labor como madre y ama de casa, profesora, poeta, narradora (tres libros de relatos a lo largo de su vida, reunidos en un volumen por Anagrama: Cuentos completos), reportera y conferenciante. Pero el material de su libro surge sobre todo de la calle; Paley no es una intelectual al estilo, digamos, de Susan Sontag, sino una mujer vitalista y combativa más en la línea de Doris Lessing, que participa en manifestaciones, concentraciones y protestas, ingresa en prisión en dos ocasiones, viaja varias veces a Vietnam en plena masacre, dicta peculiares clases de literatura, se practica dos abortos, se mezcla con mujeres negras y canaliza su protesta por la integración racial plena, se manifiesta periódicamente ante el Pentágono… Ahí reside el principal atractivo de La importancia de no entenderlo todo, en su combinación de reportaje callejero experimentado in situ y de reflexión global y serena sobre las injusticias del mundo contemporáneo. Paley, por ejemplo, no solo ataca la intervención americana en Vietnam, El Salvador o Afganistán por criterios morales, humanitarios o emocionales, sino que apunta las consecuencias económicas que los conflictos deja en la población más débil, con ciudades «en ruinas y devastadas» (página 117). «Sufren la devastación de la guerra —continúa—. Los hospitales están cerrados, las escuelas privadas de maestros y libros. Los jóvenes negros y latinos no tienen trabajos decentes. Los obligarán a alistarse en el ejército (…) Las ayudas que reciben los pobres se recortan o se eliminan para alimentar al Pentágono, que necesita unos 500 millones diarios para mantener su salud homicida. El año pasado se llevó 157.000 millones de nuestros impuestos, 1.800 dólares de cada familia de cuatro miembros».

Lo mismo ocurre con sus convicciones feministas, que no apuestan por la percepción de los hombres como permanentes verdugos sociales (feminismo radical), ni tampoco por la defensa de las diferencias por sexo (o, ahora, de «género») no como una realidad inherente al ser humano, sino como una construcción cultural (feminismo cultural), sino más bien en la línea del feminismo socialista, que observa la discriminación y opresión de la mujer en la lógica del capitalismo patriarcal, igual que ocurre con el racismo. Para Paley, la liberación de la mujer llegará por la vía cultural —destrucción de la sociedad patriarcal— pero, sobre todo, por la vía económica, ya que la tradición de la explotación capitalista se ha cebado con los colectivos socialmente más débiles, como las mujeres, los negros o los latinos. Paley encuentra la voz contradictoria de otra exiliada, este caso ucraniana y en Brasil: Clarice Lispector. Y a la pregunta de cómo concibe el feminismo, responde asertivamente: «Ser feministas (…) implica ser responsables de la libertad de su propio país, de la libertad de las mujeres, los hombres y los niños. (…) Implica mantener viva la batalla, no ceder un centímetro, pero a la vez trabajar codo a codo con los hombres, porque la conciencia feminista debe pasar a formar parte de las soluciones prácticas, si quiere convertirse en el tejido de un desenlace revolucionario» (página 132). Es decir: su lucha es la lucha de la mujer, pero sobre todo la de la mujer obrera.

Como se observa, el libro abunda en un tono utópico con el que no se puede dejar de simpatizar. La autora escribe poemas para enseñar literatura a sus alumnos y, sobre todo, defiende la educación pública frente a aquellos de sus amigos y colegas que matriculan a sus hijos en escuelas privadas elitistas y alternativas. «Los hijos de los progresistas deben ir a la escuela pública», proclama (página 167); lo contrario es caer en el clasismo y, en consecuencia, alimentar el gueto. En Paley aparece de manera frecuente la cuestión de clase: la izquierda debe promover la escuela pública, plural y laica por la misma razón que la clase alta (sic) promueve las escuelas de clase alta o los católicos la escuela católica: como proyección de su idea de pertenencia a un grupo social.

Acaba La importancia de no entenderlo todo con una prolongación necesaria de su pensamiento pacifista: la intervención americana en la primera Guerra del Golfo, a la que emparenta sin problemas con la de Vietnam, sobre todo en el despilfarro económico, en la injusticia que reportan y en la manipulación de los medios de comunicación por parte de los poderes político-económicos. «¿Es ahora más seguro Oriente Medio?», inquiere una pancarta de la asociación Women Indict Military Policies («Las mujeres condenan las políticas militares»). Estamos en la temprana fecha de marzo de 1991 y la pregunta, varias décadas, se responde por sí sola. Y una conexión insólita final: la guerra de Irak coincide con una pregunta sobre la menopausia que una escritora amiga efectúa a la propia Paley, que escribe un breve ensayo en el que relaciona la relevancia de un hecho y la insignificancia del otro; las esferas de lo social y lo individual (e íntimo) se cruzan en un aliento sordo de melancolía. Para entonces es ya una anciana, y Paley reivindica la vejez y a los viejos como antes reivindicó a las mujeres, a los negros, a los pobres, a los vietnamitas, a los iraquíes, a las prostitutas, a los obreros explotados, a las presas. Y zanja el asunto mostrando su debilidad: «Me siento de maravilla. (…) Pero sí, la verdad es que me molesta bastante hacerme mayor» (página 231). Es importante y hermoso llegar a viejo y no entenderlo todo. Pero escribir, y actuar, por mejorarlo.- PABLO PÉREZ RUBIO

 

 Grace Paley, La importancia de no entenderlo todo, Madrid, Círculo de Tiza,  2016.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Pablo Pérez Rubio

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