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18 de julio de 2024

Mariano Gistaín es uno de los escritores más avanzados y originales de las letras aragonesas. Un referente en el manejo de las distopías cotidianas, la influencia del avance tecnológico en la sociedad y, también, un autor capaz de insertar la cultura pop en la literatura, haciendo del asombro su sello único y del costumbrismo aragonés una nueva forma de ciencia-ficción anticipatoria. En este Nadie y nada, la narrativa se construye en forma de diálogo interior, esquemático y abstracto, con claros efluvios al Samuel Beckett de Final de partida y, por ende, los abandonados protagonistas de las obras de teatro de Fernando Arrabal. El diálogo interior, sintagma arriesgado, entre A y B, como personajes atrapados en un remedo de “diálogo de besugos”, como se estilaba en los tebeos de los setenta y ochenta, busca el contraste entre un desierto apocalíptico de arena cristalizada y los restos de las páginas webs abandonadas tras el colapso digital. Son veinticinco años después de una bomba nuclear o un servidor caído, son A y B, el 1 y el 0, que no pueden sumarse ni multiplicarse porque el resultado deja de ser dúo y se convierte en único. Mariano Gistaín acelera y desacelera el diálogo, como instantes de arco voltaico, como el sobrecalentamiento de una resistencia que detiene el procesador de la vida: “No puedo ver más allá de mis pensamientos /¿Y cuáles son? Prácticamente ninguno / Entonces verás muy lejos. Hasta el infinito / ¿Y qué hay? Nada”. 

¿Se puede dormir dentro de la muerte? Inmateriales, pero conscientes, intercambiables, pero únicos, los dos personajes son conscientes de la historia de la Humanidad, sus elucubraciones recorren libros, películas o series de televisión. Incluso dramas y viñetas: astronautas hibernando, videojuegos inacabados, sueños de los vivos, limbo de los muertos. Escapan al Test de Turing asegurando que no son máquinas porque no tienen miedo, intentan recoger el eco de una vida buscando el registro de sus almas al rebotar en las paredes invisibles que los rodean. Mutuamente traspasables, no responden a ninguna ley en concreto, así que exigen la única responsabilidad posible: el entrelazamiento cuántico. No es el dónde están, es la mayor probabilidad de encontrarlos. La maestría de Gistaín es manejar los instrumentos literarios para desarrollar un texto ágil, trufado de referencias científicas, pero que, por otro lado, funcionan para el lector humanista, a pesar de la exigencia teórica de las mismas. Es por eso que cualquiera puede sentirse identificado ante semejante despliegue de azar e identidades reseteadas, de duelos a garrotazos o perros hundidos en el alquitrán transparente. Es amor y es guerra, es beso y pelea. Uno duda y Gistaín parece responderte: es el azar, la estadística, el número, son monos en cantidad suficiente, durante infinito tiempo, tecleando máquinas de escribir -quizá mejor computadoras., las que en ausencia de límites, acabas delineando la existencia de A y B. 

“Y si fuéramos los últimos, y si fuéramos los primeros” Se preguntan. Si hay ventana hay público que contempla, manifestación última de la cultura digital que nos rodea. Es una subasta, un canal de cable, un “pagar por ver”, donde se confunden los recuerdos implantados con los reales -y aparece un guiño al clásico “Blade Runner”, no por manido menos oportuno-, como si los protagonistas fueran una especie de mezcla entre “bots” de páginas de atención al cliente y “replicantes” de Philip K. Dick programados para “Gran Hermano”. Woody Allen y la muerte “No tengo miedo a la muerte, solo espero no estar ahí cuando llegue”, una emanación, romper la cuarta pared con una tercera letra, impar, que resuelve el empate. 

Mariano Gistaín busca sorprender, busca mantener atento al lector, compartir con él el escapismo, la monotonía, la situación excepcional, lo cotidiano. Es una lista que crece conforme avanzan las hojas, acumulando tras de sí todo lo propuesto previamente, como en una intrincada narrativa de raíces y grafos, bosques de valor intrínseco que nos llevan a algunos estadios de Javier Tomeo. Encontramos la dicotomía entre Inteligencia Artificial y Dios Creador, encontramos, por otro lado, la necesidad de ambos entes/conceptos de sus creaciones para existir. Así que sin fuera no puede haber un dentro, sin voces no puede tener sentido el trueno. Si antes hablábamos de cultura pop, Gistaín trae los ectoplasmas de los Cazafantasmas, los muertos vivientes de George A. Romero y, por supuesto, Hal 9000, icónica y fundacional máquina de pensamiento autónomo, aparecida por primera vez en Odisea del espacio, el largometraje de Stanley Kubrick basado en la obra de Arthur C. Clarke. Incluso nos deja, como miguitas de pan o guiños al lector avezado, la idea de una canción, quizá Daisy Bell. “Te puedo dar todo menos el amor, baby”, resuena a nuestro alrededor. Es un final como otro cualquier, probable, pero no seguro: “si no hay público no existimos, si el público existe, nosotros también”. Una exigencia neuronal, la culpabilidad del lector, su responsabilidad más bien. Si no lee Nadie y Nada es probable que no existan A. y B. o, incluso, que nadie recuerde a un escritor llamado Mariano Gistaín. 

 

Mariano Gistaín, Nadie y Nada, Zaragoza, Prames, 2024.

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

La realidad, en ocasiones, parece surgida de la ficción. Hace algunas semanas, la idea de construir (en Barcelona) un aeropuerto en el mar, aparecía en todos los periódicos de tirada nacional. Mucho más bella la propuesta de Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971), El mar hospital es el mar aeropuerto (Espasa), un poemario que transita por la experiencia del exilio y trata de trazar su lábil hechura. Se cierra con unas notas a propósito del maridaje entre esta experiencia y la escritura.

 

- ¿Cuándo conviene quedar del lado de lo imaginario en vez de lo real, «sentir más interés por lo que podría haber que por lo que hay»?

- No sé si “conviene” eso, así, en general. Creo que el interés por lo imaginario es algo que todos tenemos en alguna medida y que en algunas personas está más desarrollado que en otras, hasta convertirse en una especie de rasgo de personalidad. Cuando se da en exceso, tiene efectos deplorables: la desconexión con la realidad. Pero también es deplorable una excesiva conexión con la realidad, por decirlo así.

Lo que sí sé es que, igual que conviene no desconectarse demasiado de lo que hay —de la gente que nos rodea o de los semáforos, por ejemplo—, igual que hace falta desarrollar una serie de habilidades para insertarse en el mundo, también conviene y hace falta estudiar en serio esa dimensión imaginaria, estudiarse en ella. Me parece que esa es una pequeña revolución que forma parte del conjunto de revoluciones que tenemos pendientes.

 

- ¿Hay voz capaz “de competir con mil graznidos”? ¿Cómo saber que lo que uno ve es “es digno de contarse”?

- Esas dos citas son del primer poema de mi primer libro. No recuerdo bien en qué pensaba cuando escribí eso, pero ahora me hace gracia que en ese primer momento esté el deseo de decidir de qué se va a hablar, qué entra en el poema y qué no, cómo se articula la voz.

Supongo que lo de los mil graznidos tiene que ver con eso real que nos deja callados, o con la necesidad de escuchar antes de hablar. Ahora lo que más me interesa de ese verso es la palabra «mil».

 

- ¿Qué discurre entre «el corazón y el pie»?

- Lo imprevisible.

 

- ¿Cuál es el riesgo de “entretenerse jugando a la indiferencia”?

- Evidentemente, distanciarse de uno mismo y meramente existir en vez de vivir. Por supuesto, esto no significa que me parezca mal la indiferencia en todos los casos.

 

“Me gustaba sospechar de los lugares comunes”

 

- ¿Qué podría tener de mentira el día?

- A veces el lugar común —lo estático— oculta una verdad. O la luz oculta las verdades de la sombra. Me gustaba sospechar de los lugares comunes y tratar de deshabitarlos.

 

- Con independencia de quien mande más (la aguja grande o la pequeña), ¿Qué es lo que marca el tiempo del poema?

- Las sílabas, las palabras, los espacios, los versos, las frases, el poema que fue antes y el que irá después, todos los demás poemas, la persona que lee, todas las demás personas, la luna y el sol y las demás estrellas.

 

- Pienso en el poema ‘En esa época’. ¿Qué distingue mirar por la ventana de mirar una pantalla?

- Depende de la ventana y depende de la pantalla.

 

- ¿El poema es también eso, «una verdad en fuga»?

- Sí, para mí es bastante eso. No el poema, en realidad, sino la experiencia de lectura. Un contacto con algo que se vive como verdadero, una especie de epifanía, algo que desaparece rápido y no deja un recuerdo claro, sino una sensación. Esto sucede poco, desde luego; no con cualquier poema.

 

- Si “el problema de hablar del deseo es darlo / por único”, ¿pueden convivir distintas presencias deseantes en el poema?

- Sí, diría que no pueden no convivir. Creo que en cualquier deseo hay más deseos: otros deseos y deseos de otros.

 

-¿Cómo se conjugan esas dos vidas que se afirman en el poema?

- ¡Malamente! Y también maravillosamente. En esto también hay tremendo vaivén. Y donde dice “dos” habría que leer “mil”.

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

14 de junio de 2024


Y por un denso cúmulo rojo,

golpes se avecinan

 

al ocaso nocturno,

pasos,

o el eco de los vivos.

 

Rafael Morales Barba, “Pasos”.

 

 

Recientemente, a comienzos de 2024, Bartleby editores ha publicado la poesía reunida del profesor y poeta Rafael Morales Barba (Madrid, 1958), bajo el sugerente título de Guardia nocturna. Este libro, integrante de la colección dirigida por Manuel Rico, se compone de los tres poemarios que forman hasta el momento la obra del madrileño: Canciones de deriva (2007), Climas (2014) y Aquitania (2020). A estos, se añade un texto inicial denominado “A manera de prólogo”, en el que el poeta establece algunas claves de lectura, rutas sugeridas y paradas posibles. Bitácora de un viaje que es más interior que exterior, aunque su poesía, de modo persistente, se cimienta en la contemplación de la naturaleza -en especial en sus paisajes marinos- tanto como trasunto, en espejos poliédricos del yo como, en ocasiones, como escenario y marco de las cavilaciones existenciales y subjetivas. Un devenir reflexivo, poblado de recuerdos, de “anhelos sin alivio”, de soledades y pulsiones tan meditativas como sensoriales; búsquedas y afanes de quien es consciente de un tiempo implacable que se conjura en imágenes recurrentes; proyecciones a trasluz de fragmentos de remembranzas y emociones: “Como se pronuncia el viento / sin sosiego en el desvelo de las páginas, / se agita, y como en palimpsestos / maceran sin fulgor las contiendas, / las justas, el orgullo / de los pensamientos…”.

Siguiendo los consejos de T.S. Eliot, los poemas transitan la ausencia, los desvelos y la evocación tenaz de “recuerdos /cada vez más ocultos /y emborronados / vínculos”, objetivados bajo correlatos que “circundan y asedian” los diversos poemarios. Los temas y escenarios marítimos y náuticos, en primer lugar, permiten con sus Canciones de deriva, del 2007, representar el fluir incesante y el movimiento de la naturaleza en sus derivas constantes. Así, el viento, el agua y las olas, las medusas, los estambres, los peces, los pájaros, junto con las soledades, los nocturnos pensamientos y “un nombre que está yéndose / deriva con el presentimiento de los / besos lentos murmurados”, encuentran breves asideros en rocas, o en “libros en viejas estanterías”, como vértebras que guían y señalizan las páginas. Versos que acuden a la memoria para franquear una “nada sin huella”, para llenarla de símbolos y palabras.

Las páginas construyen postales, imágenes que se condensan como calas sucintas en un tiempo cosmológico que atraviesa los días infinitos y monótonos de la ausencia. A lo largo del volumen, y en especial en el libro segundo, Climas, del 2014, predomina en las estampas que delinean los versos un cromatismo apagado, con la paleta ocre de la arena, el verde musgo y, a veces, también, el óxido rojizo de la enfermedad –coágulos, gasas, piel rota, cuerpo seco-, salpicado en ocasiones, como brillos recurrentes, por el plateado de las olas y los reflejos del sol en el mar; luces que se espejan en los poemas, en sus corrientes y vaivenes. Estos climas que componen el segundo libro acuden no solo a la naturaleza en sus matices insondables, sino también al arte, por ejemplo, a través de la música, en el breve “Vals triste” que abre las páginas, y también la pintura, en la visión ecfrástica de un cuadro de Rembrandt –“en el cuadro, el paisaje es un lienzo, un horizonte / o un nombre reticente”- o en la referencia a la roca Tarpeya, en el cruce fecundo y alegórico de poesía, mito y pintura. El tiempo, esta vez, acompaña los climas que bosquejan los textos con las vagas remisiones poéticas a septiembre y octubre –“Aceres en septiembre”, “Octubre en Plencia”-: el tiempo equinoccial y crepuscular del acabamiento y la visión incierta de “sombras / que se asoman / o transitan breves”.

En Aquitania, finalmente, tras décadas de escritura, persiste el sujeto en su quietud estática, “esperando mareas”. La “noche sin aire”, “el ajado fuelle sin vientos”, “los bronquios sin aire” marcan los pasos detenidos y la espera expectante en “horas /como remos varados”. El antiguo territorio que nomina el volumen, una región con una historia extensa y fecunda, recientemente desaparecida en 2014, congrega en sus horizontes múltiples los símbolos que atraviesan los poemarios y desembocan en este libro último. La ausencia, la navegación, el dolor, el vacío, las horas expuestas ante “centinelas dormidos” se condensan en esta imagen y en este nombre, cuya etimología nos remite, de modo circular, hacia el primer poemario y sus tintes marinos, para quienes encuentran en los orígenes de este topónimo lleno de historia y lenguas diversas los sones del aqua.

En su texto inicial alude Rafael Morales Barba a su decir lacónico, cuyas palabras se tornan “espejo de una historia obsesiva”. En ella, en busca de la verdad propia, con “desnudez y metonimia”, los poemas reunidos bajo el rótulo de Guardia nocturna entraman una voz en la que resuena el “eco de los vivos”. Como dice el poema que cierra Climas, un sujeto que se emplaza “a este lado del tiempo”, con sus metáforas, obsesiones y abismos que, sin embargo, se observan desde la superficie, como “trapecistas / en la punta del filo / sin valor de saltar”. Los versos conjuran las soledades, las pérdidas y el vacío; “marcas de agua”, “letra menuda”, como dice uno de sus breves y luminosos poemas de Aquitania, con el irrenunciable anhelo de habitar el refugio de unas páginas poéticas en las que sea posible “otra soledad / más tibia”.

 

Rafael Morales Barba,  Guardia nocturna, Bartleby editores, Madrid, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Verónica Leuci

13 de junio de 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Veo a  mi padre, vivo, un momento

tal como en la memoria lo recuerdo.

¿Firmamos con el tiempo un acuerdo

o la muerte nos pone en movimiento?

 

¿Es eso lo que ahora aquí intento:

fijar en mi memoria su recuerdo?

Una sombra de su lado izquierdo

lo va borrando con un breve viento.

 

Veo a mi padre fuera, si me adentro.

Es joven, es maduro, está ya viejo

sentado en su salón, donde es el centro.

 

Yo, niño, adolescente, joven, viejo,

es mi padre- me digo. Este reflejo

es lo único de él con que me encuentro.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Jaime Siles

13 de junio de 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La luz aquieta el calor

aquieta el frío, si lo hubiera

aquieta a quienes esperan en el andén

aquieta a los cubos de papel prensado

en la planta de reciclaje

y a los barriles de cerveza

templándose bajo los últimos rayos del sol 

 

parece que va a llover

parece que la tarde se llena de luz

como lo haría yo

justo antes de la tormenta 

 

pero no va a llover porque aquí nunca llueve 

 

están quietas las palmeras

alineadas en la acera del centro comercial

quieta su sombra

quietas mis ganas

quietos los postes de la luz

de los que cuelgan cables muertos

quietas las vallas publicitarias

quietas y mudas

limpias del grito del cuerpo de una mujer

nunca la misma, nunca su cara

sólo su cuerpo desnudo, siempre otro

quietos los hombres sin pelo, antes y después

ahora con pelo y esa sonrisa

tan falsa

en cómodos plazos 

 

todo quieto y tranquilo

como si nunca más pudiera pasar algo malo

ni a las mujeres desnudas ni a los hombres sin pelo

ni a las palmeras

ni a los postes de la luz

 

porque el sol se está yendo tan despacio

que nadie puede pensar en una catástrofe 

 

miro esos postes de madera que antes fueron árboles

el reino de la luz entre sus ramas, una vez 

 

mientras, pasan los eucaliptos

quietos y erguidos

con ese gesto insomne de los árboles de hoja perenne

a la espera de algún viento que los agite

que los despierte de un sueño

en el que son incapaces de caer del todo 

 

a la espera todos nosotros

casi perennes, casi insomnes

sin ramas sin reino sin luz

nuestros brazos cables muertos

en cada despedida, a la espera

de otra despedida

Escrito en Lecturas Turia por Isabel Bono

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