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Configurar sentido descendente


 Podríamos comenzar con el recuerdo de una imagen, si bien, no estática, como las que acompañan la edición que aquí comentamos y que tan imprescindibles resultan en la propia configuración del libro, sino en movimiento: el de la bellísima Natalie Wood, recitando en clase de literatura, en la mítica película que Elia Kazan filmara en 1961, Esplendor en la hierba, que toma su nombre precisamente, del célebre poema del romántico William Wordsworth, quien, siglo y medio antes, escribiera su “Oda a la inmortalidad” cuyos versos parecían acariciados por los bellos labios de una actriz que, si bien fue bendecida por la Belleza, resultó no obstante tocada por el dedo implacable de un fatum trágico:

Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo

Por tanto, el esplendor que hallamos enunciado en el título del poemario corresponde a una belleza que subsiste en el recuerdo, el refulgir de un tiempo tan brillante que permitió a la vida ser, al menos en apariencia, buena, noble y sagrada, contradiciendo el conocido verso lorquiano de la “Oda a Walt Whitman”, cuya intertextualidad precisamente evoca Luis Antonio de Villena en el poema “My Hustler”.

La belleza subsiste, sí, en el recuerdo, pero el tono claramente elegíaco que presenta Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, nos habla del dolor de la ausencia y de la desolación por la pérdida, de un duelo, cada vez más acuciante, por todo –o casi todo- cuanto se ha amado. “¿Quién si yo gritase me oiría desde los órdenes angélicos?” –el desesperado verso con que Rainer María Rilke da comienzo a la Primera Elegía del Duino, se intercala sintomáticamente en el poema de Luis Antonio de Villena, “Retrato del artista adolescente” (p. 208). “Todo ángel es terrible”, sí, ya lo avisaba el vidente alemán desde su alta torre. Pero en especial, lo es porque todo ángel contempla impasible el paso del tiempo que arrasa y devasta, que toca con sus dedos de niebla “todos los bienes del mundo”, como ya cantara Juan del Enzina a comienzos del XVI en la pieza homónima recogida en el Cancionero Musical de Palacio. Pues como está contenido en el libro sapiencial del Eclesiastés, “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (3,1).

Imágenes en fuga de esplendor y tristeza es, sí, se puede adivinar desde su propio título, un libro teñido de un elocuente desencanto ante un mundo oscuro, soez, sin principios, inculto y obscenamente ágrafo, un mundo en avanzado proceso de descomposición, en el que sólo el arte y la literatura otorgan un poder balsámico y salvador; el arte y la literatura y el, con tanta frecuencia, amargo don de la Belleza. Amargo, porque la caducidad le es inherente. Porque es tan efímera como el agua de mar escapándose de entre los dedos de una mano. “Fugit irreparabile tempus”, ya lo dijo el clásico Virgilio en una edad que suponemos áurea. Sí, el tiempo huye irreparablemente –esa “fuga” que ya encontramos, de hecho, en el título del poemario-, y se lleva con él los dones que podrían hacer hermosa la vida. Por eso, Luis Antonio de Villena, en un terrible poema, cuyo título es transparente acerca de su denuncia, “Acoso escolar”, termina exclamando al protagonista, la inocente víctima de bárbaros impunes: “Es mentira todo, menos tu belleza” ( p. 31).

Por tanto, la Belleza que salva, la Belleza que transfigura, la Belleza gozada y disfrutada en un pasado al que no se puede, sin embargo, retornar. Pero que permanece como un núcleo consolador de sentido, como una certeza imborrable, a pesar del dolor cierto como una herida de su pérdida. De hecho, De Villena dedica un poema a “Machado: la foto final”, donde rememora con tristeza los últimos momentos de don Antonio, prefigurados en una amarga fotografía donde se le ve, muy prematuramente envejecido, con tan sólo 63 años de edad. De las postreras palabras de Machado, apuntadas a prisa en un papel arrugado en su bolsillo, “Estos días azules y este sol de la infancia”,  a sus versos melancólicos de unos años atrás, cuando proclamaba:

 

Hoy en mitad de la vida

me he parado a meditar…

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!

 

Pero, frente al nostálgico deseo soñador de Machado, la plenitud conocida por De Villena, pues esa “Juventud nunca vivida” ha sido en él todo lo contrario: unos años de experiencias intensas, de placeres mundanos y excelsos, literarios y vitales, ofrendando en los altares de Eros y Apolo, bebiendo de las fuentes de Baco y tejiendo guirnaldas y coronas de flores para las musas todas y el copero Ganímedes. Por tanto, quizás su concepción de la existencia se pueda encontrar más cerca de Manuel Machado que de Antonio, del “cantar canalla” que llena el alma del hermano mayor en el “Nocturno madrileño”, o del escepticismo desencantado que encontramos en “Cantares”, cuyos versos recuerda precisamente Luis Antonio en su poema “Tino”:

No importa la vida, que ya está perdida;

y después de todo, ¿qué es eso, la vida…? (p. 25)

 

Por otro lado, no puede pasar desapercibido para el lector que Imágenes en fuga de esplendor y tristeza presenta mucha conexión en temas, motivos, en tono y, sí, desde luego, también en personajes con su anterior obra, la autobiográfica El fin de los palacios de invierno (2015), publicada hace apenas unos pocos meses.  En ella, Luis Antonio de Villena partía de sus orígenes familiares para relatar sus años de formación, con una voz íntima, elegiaca con frecuencia, pero también -quizás de manera impactante para todos aquellos que tienden a recordar o a idealizar su infancia como una suerte de paraíso perdido- en muchas ocasiones, con la incontenida amargura de aquel cuyos palacios de invierno fueron arrasados de manera temprana.

            Sin embargo, al igual que el Hermitage y su soberbia colección de arte supieron salvar la memoria a pesar del odio y la devastación sobre los edificios palatinos de San Petersburgo, el prístino amor por la Belleza y por el instante mágico que permite sobrevivir a los cotidianos naufragios, hizo al menos llevadera la infancia y la adolescencia de quien fuera un niño raro, un niño distinto, que admiraba la blancura inmaterial de los copos de nieve mientras caían en vuelo casi hipnótico, pero era conocedor de la instantánea mancilla que los aguardaba: “...lo mejor de la nieve  [...] era ver nevar. [...] Nevar es budista, lo que ocurre tras la nevada no, es la vida común y corriente con el recuerdo de una beldad emporcada”. De ahí que en el presente poemario encontremos también la correspondiente composición titulada con un sobrio “La nieve”.

Pero ese niño que ya meditaba inconscientemente sobre la efímera percepción del vuelo de los albos copos aparece en muchas más formas en las páginas de Imágenes en fuga de esplendor y tristeza. Lo hace en episodios directos, como “Mis once o doce años” (p. 76) y “Primera Comunión (1960)” (pp. 140-141), pero también en la presencia punzante de las ausencias. Así, su “Tío Mario” –un joven hermano de su madre nunca conocido pero omnipresente en la memoria de la abuela materna- (pp. 40-41), la tía Anita de “París 1959” (pp. 150-160),  su bondadoso y anciano abuelo “Francisco” en el poema homónimo (p. 103), y, por supuesto, sus padres, que evoca reiteradamente, con frecuencia a partir de imágenes delimitadas en un instante fijo. Así, una hermosa foto de mediados de la década de los cincuenta desencadena el poema titulado “Papá y mamá. 1955” (pp, 124-125); y una fotografía en que su progenitor, tan prematuramente fallecido, se muestra hacia sus cuarenta años, induce la reflexión de cuán poco conocido es un padre que nos abandona en la infancia, que parte antes de tiempo y que nos priva así de palabras y caricias que nunca sabremos dónde han ido. Por eso “Padre de siempre y de nunca. –profiere Luis Antonio de Villena- Qué cerca y qué remoto. Papá,/ lejano y perdido papá, señor en otro mundo huido, apiádate de mí” (p. 200).

            Todas las pérdidas son la pérdida radical del ser humano en este mundo hostil. De ahí el sentimiento de radical orfandad que trasmina las páginas del poemario, y que se acentúa y encuentra su justificación última en el poema en dos partes, prosa poética y versículo largo, que da fin al libro, y que lleva por título “Manantial”. Ese cegado manantial de dones y de ternuras responde a la pérdida definitiva experimentada de cerca por el poeta, la pérdida de su madre, en pleno proceso de escritura de este libro, a cuyo lecho de muerte asiste sobrecogido el lector de la mano de la palabra desnuda y dolorida, sola, quebrada, en una íntima soledad que no es dado transferir en palabras. Ante ese dolor último tan sólo cabe la invocación de unos versos certeros que nos hablan desde más allá de los siglos:

 

…que aunque la vida perdió,

dejónos harto consuelo

su memoria

 

Por lo demás, claro está, y como ya se ha podido entrever, Imágenes en fuga de esplendor y tristeza viene también a ser una suerte de museo, cuyas galerías transitan los lectores encontrándose con las semblanzas de bienamados nombres de la historia de la literatura. En un mundo descreído y brutal, funcionan como presencias consoladoras que invocar ante el sinsentido atroz de la existencia. Como plegaria laica, los versos de Luis Antonio de Villena los invocan y homenajean, a veces mencionados de manera explícita, incluso objeto de un poema entero, pero a veces, tan sólo insinuados mediante unos versos ajenos que se deslizan entre los propios. Entre ellos, algunos han sido tratados muy de cerca por el autor, como es el caso de su entrañable Vicente Aleixandre y de Jaime Gil de Biedma, o conocidos, como Borges, Tenessee Williams, o la conmovedora escritora Consuelo Berges, amiga de Rosa Chacel, retornada del exilio y que vivía humildemente de “ciclópeas traducciones“ llevadas a cabo en su ancianidad (pp. 92-93). Pero en otros muchos casos, son escritores conocidos tan sólo –que no es poco- por la pasión compartida por sus palabras: así, Luis Cernuda, Constantino Kavafis,  Gabriele d’Annunzio, Anna Ajmátova, el prosista latino Macrobio Teodosio, cuyo Saturnalia se dedica a su hijo Eustacio, presente también en el texto de Luis Antonio, o, cómo no, también el enigmático Yukio Mishima, amante de la belleza y el fulgor, que cercenó su vida ritualmente a la exacta manera de los caballeros samuráis:

 

¿Cómo entre tanto raudal de vida, sudores masculinos, sedas

de beldad, príncipes del diseño, damas, gheisas con jazmines, cómo

entre columnas doradas y pagodas en vuelo, puede surgir la catana

y la muerte? (p. 136)

 

En otras hornacinas de estas singulares estancias podemos contemplar semblanzas de escritores mucho más olvidados -y que por ello ejercen un peculiar atractivo sobre el lector que sabe mostrarse receptivo y atento-, como la de la fascinante “pitonisa azul” Kathleen Raine (pp. 18-19), o el señorial y decadente príncipe ruso Félix Yusúpov, autor del libro Yo maté a Rasputín (pp. 14-15).

Pero no solamente a las criaturas bañadas en las aguas de la fuente Castalia y tocadas por las musas de las letras les será dado poblar las galerías ignotas de este museo de las invocaciones. La hagiografía villeniana comprenderá un amplio repertorio que incluye un catálogo seductor, variopinto y extremado de afanosos perseguidores de la belleza como Gauguin o Caravaggio;  infelices reinas, como Elisabeth de Austria-Hungría, -la mítica Sissi- o Victoria Eugenia de Battenberg; incluso el último emperador de la China, el infeliz Pu Yi, o la actriz y cantante Sara Montiel, atrapada en la propia desmesura de una exultante belleza perdida, encontrarán su lugar en estas páginas.

Páginas donde, ya para terminar, quisiera destacar de manera especial dos poemas, en buena medida inusuales y que probablemente sorprenderán al lector, cogiéndolo desprevenido. Se trata de los titulados “Pilatos” (pp. 32-33) y “María” (pp. 218-219), que tienen como punto en común el ofrecer una visión distinta, otra, ciertamente transgresora, acerca de las principales figuras del Cristianismo y sus raíces. Así, en el último de ellos, nos encontramos, en un planteamiento en todo cercano al que desarrolla el escritor irlandés Colm Tóibín en su obra El Testamento de María, adaptada exitosamente al teatro en estos últimos años por Agustí Villaronga y protagonizada en las tablas españolas por la actriz Blanca Portillo, con la madre de Cristo, retirada en su vejez en Éfeso. Una anciana agnóstica, impactada por unos terribles sucesos que no puede comprender, y que encuentra su consuelo en los cultos paganos de la acogedora diosa Artemisa.

En cuanto al primero de los poemas aludidos, escrito en primera persona, nos presenta al gobernador romano de Judea, quien se plantea, ante el inocente cuerpo ensangrentado de Jesucristo en la cruz, la posibilidad de salvarlo, de liberar su belleza y su plenitud de los tormentos, y enviarlo a la capital del Imperio. Otorgarle la posibilidad de la dicha a salvo de la superstición y de la intolerancia:

 

En Roma hubiera sido solicitado por bellas

mujeres, y Sertorio le hubiese cubierto de flores

los negros cabellos y de oro las uñas de los pies…

¡Hermoso como un Zeus pequeño,

con sus ojeras tibias y sus ardidos ojos!

hubiese sido feliz, lo ví en su cuerpo desnudo (p. 33).

 

Pero el destino estaba escrito, Pilatos no pudo salvar al galileo, “Y el hombre murió ensangrentado y en vano” (p. 33), se nos dice en el poema. Pero en realidad ese “Cuerpo hermoso”, de cabello largo y ojos profundos entenebrecidos de violeta (p. 32) no es sino uno más de toda una larga serie que conforman el libro. Pues un conocido proverbio afirma que “Los amados de los dioses mueren jóvenes”. Y así sucede, en efecto, en las páginas de Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, donde se nos ofrecen, verso tras verso, las imágenes de jóvenes que, en plenitud de su belleza, ven truncada su vida, concediéndonos, de esta manera, una suerte de hermosura inmarchitable, imposible ya de ser ajada por los estragos del tiempo y ajena a la vulgarización del transcurrir cotidiano. Imágenes, sí, en fuga de esplendor y tristeza, pero fijadas para siempre por el terso don de una palabra que invita, siempre, a ser compartida.

 

 

Luis Antonio de Villena, Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, Madrid, Visor, 2016.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Amelina Correa Ramón

Manuel Borrás: “Hemos desvirtuado la naturaleza lenta de la literatura”

El día que tuvo lugar esta entrevista Manuel Borrás, uno de los artífices de la editorial Pre-Textos, había llegado de Nueva York a Valencia y allí había cogido otro avión rumbo a Madrid para participar en un taller de edición en La Casa Encendida. No es infrecuente este tipo de combinaciones en la agenda de este editor viajero, que, lejos de la imagen del profesional leyendo tranquilamente, desconectado del mundo, escondido tras una pila de manuscritos –imagen, por otra parte, ya antigua porque la tecnología, las circunstancias, el ritmo veloz de los tiempos que vivimos, lo han modificado todo– ha montado su oficina en los aeropuertos, a bordo de aviones que le conducen allí donde está el mercado potencial de sus libros.

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Escrito en Lecturas Turia por Emma Rodríguez

DARÍO VILLANUEVA: "LOS ESPAÑOLES TENEMOS QUE SUPERAR DE UNA VEZ EL AUTODESPRECIO"

CLARA JANÉS, LA ÚLTIMA ACADÉMICA ELEGIDA, TAMBIÉN PROTAGONIZA OTRA CONVERSACIÓN EXCLUSIVA:"LA INTUICIÓN NOS ACERCA AL DESCUBRIMIENTO"



Darío Villanueva y Clara Janés forman, sin duda, una pareja insólita por las diferencias que los separan, pero ambos comparten un valioso vínculo: son miembros relevantes de la Real  Academia Española. Él ejerce como director desde hace poco más de un año y ella es la última incorporación femenina a una institución que trabaja desde hace tres siglos al servicio de la lengua española y de los hispanohablantes. Ambos poseen trayectorias y obras muy sólidas, valiosas e indiscutibles por su calidad e interés dentro de la cultura de nuestro tiempo. De ahí que la revista TURIA no haya dudado, en su nuevo número que se distribuirá este mes junio, en dedicarles a cada uno de ellos sendas entrevistas a fondo y en exclusiva.

Tanto Darío Villanueva como Clara Janés hablan a corazón abierto, con complicidad y sin reparos, acerca de un amplio repertorio de temas. Con el director de la RAE analizamos  el presente y el futuro de la institución, la batalla por el prestigio del español, la importancia de las humanidades o el drama de la falta de oportunidades para los jóvenes universitarios. La conversación con la poeta y traductora se adentra en temas como la necesidad de cuestionarnos a nosotros mismos, el papel de la poesía, la perversidad del poder o el carácter inviable de un Islam sin espacios de libertad.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

Hablar de Julio Llamazares no es sólo hablar de Luna de lobos y La lluvia amarilla, dos libros claves en la reciente Historia de la Literatura Española, es también hablar de viaje literario, concebido éste con sabiduría artística sin abandonar otras formas de saboreo. Y es así porque, entre los escritores actuales, pocos hay como Julio Llamazares que exploren y exploten de forma tan suculenta esta vía de expresión creativa. Una vía en la que, además del lamín literario sobre el que siempre la hace descansar Llamazares, habita también la facultad de atesorar otras sabrosas claves de lectura e interpretación.

Sucede así, sin duda, porque en los viajes literarios de Julio Llamazares, el lector puede encontrarse junto a la emoción artística, la anécdota simple o el detalle ínfimo que, sin embargo, nunca escatiman atracción. Porque lo normal es que al lado del chascarrillo, habite sin problemas el sentimiento, se cuele torrencial el pasado y se vislumbre densa la memoria. O porque, a la par de la voz del pueblo (la de los paisanos con los que se topa mientras el autor ejerce de viajero), también hablen los libros o se escuche la Historia, al tiempo que el paisaje (y el paisanaje, claro) se incrusta en la retina del lector.

Llamazares siempre ha viajado con el ojo abierto, el oido atento y la mente despierta. Una triada clave y mínima, para captar, almacenar, rumiar y plasmar bien la vida y sus contornos. No hay lugar para la duda acerca de lo que acabo de afirmar si se tiene en mente libros como El río del olvido con el que Llamazares no lleva de la mano por tierras de su León natal, Tras-os-Montes que tanto indaga por el oeste, mirando a Portugal, Cuaderno de Duero donde, por ejemplo, el susurante y ancestral rumor del río se percibe mientras se atraviesan las tierras de la vieja Castilla, o cuando en Las rosas de piedra escrutamos las catedrales que nuestro autor dibuja cobijado en el tiempo y en las emociones de quienes nos precedieron levantándolas, usándolas o visitándolas, entre otras posibilidades.

El viaje de don Quijote puede ser más de lo mismo en el buen sentido de la frase, sin embargo, guarda algunas sorpresas. Por ejemplo: No es un viaje, son tres viajes (ésta es una de las habilidades de Llamazares en el libro). El primero: un viaje de fondo y al fondo, con el imaginario del lector a flor de piel. Es decir, el viaje que, literariamente, llevó a cabo Don Quijote como bien apunta Llamazares con llaneza el título de su entrega y que es, no se olvide, un viaje imaginado por Cervantes, aunque asentado en concreciones de la realidad. El segundo: el viaje de Azorín en 1095 (La ruta de Don Quijote), realizado en carro, físicamente, y cuyas observaciones acabaron fijadas mediante la concisa prosa del autor alicantino, por otra parte, llena de punzante colorismo e, incluso, de sugerencia continua. Y el tercero: el que redacta Julio Llamazares que, a lomos de los dos anteriores, nos empuja por otros mil derroteros y en los que, además, cabe casi todo. En definitiva, un juego de cajas chinas que se comunica al lector con una prosa sencilla, pausada y campechana que, sin hacerse notar, permite tanto el roce o el palmoteo amistoso, como el detalle campanudo y el apunte erudito. Otra nueva habilidad de Julio Llamazares: dar, como si nada, información múltiple que se cobija tanto en la anécdota viajera, las hablillas sobre el suceso o el territorio en el que acaece, la cita libresca, la lectura previa (Cervantes y Azorín por supuesto, pero también otros autores que fluyen en su memoria), como en la voz de quienes, durante el viaje, le salen físicamente al encuentro, sin olvidar la Historia o la observación misma del viajero.

Ayuda mucho la fragmentación que estructura el libro (aunque, en el fondo ésta sea servidumbre de la función primigenia de lo escrito: artículos diarios para el periódico El País, por encargo de Juan Cruz). Una fragmentación casi de postal, con comunicaciones breves, pero siempre jugosas. Una fragmentación que, además, evita el posible cansancio lector ante el acumulo de datos, imágenes y sensaciones en tan breves textos y posibilita también el sorbo pausado de la lectura; una lectura cortada por los obligados y breves descansos que imponen tanto los apartados (treinta) como las partes (tres) con las que el autor nos presenta el libro.

Sin desmerecer ningún apartado y ninguna de sus tres partes citadas, para el lector aragonés, por proximidad, es gratificante la tercera y, en concreto, los apartados relativos al entorno del Ebro (el salto de Clavileño, las barcas del Ebro, el castillo de Pedrola, la ínsula Barataria, la arcadia de sus riberas, el orillamiento de Zaragoza… antes de internarse por tierras Monegrinas o de Fraga para recalar en Cataluña donde la aventura tocará a su fin con la derrota sufrida por Don Quijote frente de el caballero de la Blanca Luna en la playa de Barcelona).

En todos ellos, sobre el armazón estructural de una sencilla lectura del Quijote, Llamazares husmea en nuestras circunstancias, identidad, historia… o, incluso, de actualidad mediante pinceladas rápidas que tiene mucho de cierto y, a veces, con invisibles tintes de ironía. Por ejemplo: al invitarnos a que nos pongamos en la piel de Don Quijote y de Sancho para así comprender el progreso o los cambios sufridos por el paisaje. Tiene su gracia y su poso. Sobre todo, porque no hay más ciego que quien se mece rodeado por la costumbre. El paisaje y paisanaje del entorno, de tanto estar junto a nosotros, puede parecer de lo más normal. La normalidad cambia según la mirada de quien, reflexivo o no, ejecuta tal mirada en libertad, sin ataduras como, por ejemplo, la rutina.

En definitiva, una lectura amena y sencilla que, sin embargo, invita siempre a reposar lo leído y a sumergirse bajo su suave oleaje. Un viaje que permite volar a la evocación mientras se confrontan cuatro siglos, con su vida y con sus paisajes en el vaivén del tiempo. Todo, sin cambiar de lugar (es lo que tienen los libros), pero, sin duda, acumulando nuevas ideas.

 

Julio Llamazares: El viaje de Don Quijote. Ilustraciones de Jesús Cisneros. Madrid, Alfaguara, 2016.

Escrito en Sólo Digital Turia por Ramón Acín

2 de junio de 2016

MARÍA BENÍTEZ

POEMAS


LA ESCISIÓN (PRIPYAT)

Skinner dijo "ser para uno mismo es no ser casi nada".

Pero yo he encontrado un número reducido y peculiar de personas que en ese casi lo han sido todo.

 

He extendido un manto de bruma

una densidad insalvable

entre la semilla de lucidez en el ojo

y la plaga de enredos en la tierra.

 

Para evitar el contagio.

 

Si preguntan diles que me fui al bosque

a volar con las hadas.

Si preguntan confiésales que me consumió el delirio,

que me inflamé con las piras de mis demonios.

 

Dilo, dilo.

Me volví loca.

 

Pero no preguntarán. No realmente.

 

La pregunta es la espiga de cereal sana entre la cosecha muerta.

El campo está enteramente podrido. 

El campo, 

aquí

ahora,

es una dolencia.

 

La primera grieta resuena desde la infancia:

"esta niña no está fina".

 

Esta niña no está aquí. 

 

Yo he abierto un abismo para romper el canal,

la conexión.

Yo lo he hecho porque era urgente.

Era necesario. 

 

Involucrarse en este tiempo

es como sumergirse en ácido y después lamentar

el desprendimiento de la piel

del cabello.

 

Quedarse en la cueva

mezclarse con la cueva

convertirse en la cueva.

 

Ignorar la sierra resplandeciente que se mece arriba, lejos.

 

Este tiempo hace difícil separar el tocino de la carne

y la carne

del hueso.

 

Yo lo vi en un sueño, hace mucho.

Yo lo vi en un sueño, justo ayer.

 

He abierto una brecha con el mundo

y me he quedado 

en el otro lado.

 

El aislamiento es la respuesta del sistema nervioso, la defensa, la reconstrucción de las fibras.

El aislamiento es la fiebre, el síntoma rebelándose contra la infección. El síntoma y su clarividencia.

La paz en el haz azul y frío de la alteración perceptiva.

 

Mi corazón se ha renombrado por hipertermia.

Se desbautiza y se proclama zona de exclusión,

se deshabita para no respirar la radiactividad del entorno.

Me llamo Pripyat y sigo aquí pese a las ruinas.

 

Me he  escindido de los rezos, de las idea. 

He quemado los símbolos, los manifiestos.

Para sobrevivir.

 

Ya he pagado el precio, 

yo ya he.

 

Yo he ofrecido en sacrificio todo el miedo que me cabía en el cuerpo.

Yo me he ido muy lejos, muy lejos. 

Como un bandazo de viento, un huracán que te retira a la otra punta del universo.

 

La enfermedad también puede ser el remedio al germen.

La ausencia de palabras. De contingencias.  La ausencia.

 

La enfermedad es la espiga sana en la cosecha podrida.

 

La enfermedad es la semilla de lucidez en el ojo,

 

el pájaro doméstico que escapa y vuela con artrosis en las alas,

lejos

lejos de las jaulas

 

la escisión de los retoños criados por las bestias

 

lejos

 

lejos de los humanos.

 

PALLAKSCH, PALLAKSCH

"-Pallaksch, pallaksch-. También la lengua tirita” .

- Chantal Maillard, La herida en la lengua. 

 

el problema no era el miedo a la oscuridad sino que no entrases en ella

no puedo explicaros la defusión entre emoción y conducta

porque todos los libros están tirados aquí y allá

qué desorden tan intrusivo

qué fuga del siglo con las ideas

no sé nada de oficios pero sueño de mayor con que alguien me hubiera preguntado qué quería ser de pequeña

me devuelve a un suelo tierno saber que una vez tú también eras de las que iba apartando las mariquitas del asfalto para que nadie las pisase

juro que a veces puedo sentir de una forma muy sólida y eclipsante cómo este mundo me pone enferma

-"gradualmente y luego de repente" -

podría mirar a un tuerto y dejarle cien años de mala suerte

la soledad no es tiempo sino espacio

podría relamer las esquinas donde fui a vomitar para condicionar el veneno como algo aversivo por saciedad pura

podría dar fe de que eso nunca ha curado el hambre

no puedo explicaros por qué radical si os quedáis siempre en las ramas

por qué mujer sin necesidad de "pero el hombre"

por qué el fin no será amor nunca ni se justificará si el medio es el odio

por qué balbucean torpes los sabios

por qué este bloqueo 

este vacío repentino

este corte brusco en el hilo

el pensamiento

no puedo salvaros de cuando decís casa

y creéis estar fuera de peligro.

 

 

DALILA ESLAVA

POEMAS


DISECCIÓN

Puedo admitir a nadie

que el miedo a las alturas siempre fue inventado

mientras camino por la línea recta del abismo más familiar

o hago claqué sobre tu espalda,

que viene a ser lo mismo.

 

Sentir la piel del erizo nunca fue en vano

a pesar del final corriente el cual tenemos por destino;

tu imagen deja de ser borrosa

y las señales de pérdida que llevan a vivir de nuevo el abandono

han dejado de ser una prioridad.

 

Qué me ocurres.

 

Únicamente

una explosión de oxitocina

puede explicar estas ganas de suicidarme si es desde tu cuerpo,

pero no me creo.

 

Hoy

nuevamente

me han preguntado qué es lo que siento

y sólo he sabido responder

 

que a ti.

 

ICEBERG

Te miro de cerca 

me perdí tantos detalles que me equivoqué de boca dos veces

y ahora que conozco tus manos

no quiero pasar por alto ninguno de los poros de tu piel

piel coraza que esconde algo tan grande

tan grande

que hay días en los que quiero irme por miedo a que me lo enseñes

y quiera quedarme para siempre

 

Porque yo sé que me quedaría,

siempre me quedo,

pero sé a ciencia cierta que estoy fuera de la media 

y ojalá tú también

 

Pero asumir que te van a abandonar

hace que duela menos dicho abandono

por eso te incluyo en ese conjunto de individuos

que dejan de saludarme a pesar de las ganas pasadas

 

Me baño en las dudas que hacen del futuro algo tan terrible

que no me atrevo a preguntar por tu historial de huida

 

Así que

mientras tanto

compartimos espacio con la certeza de que nos caeremos

 

Pero chico

no habrá sido en vano

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por María Benítez y Dalila Eslava

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