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En Vicisitudes del mudejarismo Juan Goytisolo reconoce una deuda intelectual y literaria que una y otra vez se encarga de recordar y repetir. La última vez, por cierto, durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes este mismo año. Esa deuda no es otra que con Miguel de Cervantes, pues: “Tres siglos y medio después, los novelistas cervanteamos aún sin saberlo; escribiendo nuestras obras, escribimos desde y para Cervantes; escribiendo sobre Cervantes escribimos sobre nosotros mismos. Ajenos o próximos a sus devociones islámicas, será en cualquier caso la alquibla en que convergerán nuestras miras”.

Esa alquibla nos orienta hacia un ámbito de reflexión que permite proyectar luz sobre las sombras de un tiempo convulso como es el nuestro. Un tiempo en el que los ruidos y las furias provocados por la crisis global han introducido en nuestra cotidianidad una sensación de desaliento y desesperanza, así como una pérdida de confianza en el futuro que recuerda aquel momento histórico en el que se forjó la nacionalidad cervantina de la que hablaba Carlos Fuentes, y que no es otro que el momento histórico de Cervantes. Una época de crisis también.

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Escrito en Artículos Revista Turia por José María Lassalle

13 de noviembre de 2015

Ángel Gracia nació en Zaragoza en 1970. Ha trabajado en bibliotecas, quioscos, librerías de todo tipo (ambulantes, independientes y de grandes almacenes), como corrector y, desde 2005, como programador cultural. Es autor de los libros de poesía Valhondo (2003), Libro de los ibones (2005) y Arar (2010), que forman una trilogía unitaria. Ha publicado la novela Pastoral (2007) y el libro de viajes Destino y trazo. En bici por Aragón (2009), una recopilación de artículos publicados en Heraldo de Aragón.

El Campo Rojo es un descampado parecido a Marte, asfixiado por la contaminación de las fábricas. Ahí acuden los chavales de la banda del Farute a jugar a los fusilamientos, a esnifar pegamento y a meter mano a las chicas. El poder de los matones se extiende por las aulas frías y hostiles del colegio. Los alumnos viven aterrados: tienen once o doce años y no hay nadie que los proteja. Todo lo observamos a través de los cristales hiperbólicos del Gafarras, el cuatroojos empollón de la clase, que sobrevive callando, repitiendo a diario los mismos gestos rituales y gracias a la fuerza secreta que lo sostiene: su odio infinito.

El maltrato de niños a otros niños es la herida y el hematoma central de esta narración, a menudo despiadada. Los pasajes llenos de ternura y el humor (por momentos salvaje e hilarante) son apenas una venda que oculta pero no cura. Los libros, los sueños y las fantasías infantiles se convierten en la única vía de escape de la mente erosionada del Gafarras. En sus ojos vemos escrita una fatalidad inminente. El Mal habita por igual en verdugos y víctimas. 

Como muy bien ha subrayado Alberto Olmos: "Campo Rojo retrata una adolescencia de provincias que a muchos nos resulta conmovedoramente reconocible, con la distancia justa entre el pudor y la recriminación".

Ángel Gracia. Campo Rojo. Candaya, 2015.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Redacción

12 de noviembre de 2015

 

Sandro Penna nació en Perugia en 1906 y murió en Roma en 1977.
Entre otros libros, ha publicado: Appunti, Croce e delizia y Una strana gioia di vivere.
En español: Una extraña alegría de vivir (La garúa, Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2004).

 

 

 

 

 

 

 


CUANDO...

Cuando la luz llora por las calles
quisiera en silencio a un chico abrazar.

 


YO EN LA RADA...

Yo en la rada seguía a un chico encantado
solo de sí, entre escasas luces. Solo yo
mantenía al chico suspendido en el mundo.

 


LIGERA...

Ligera se precipita sobre el bien y el mal
su dulce prisa de gozar.

 

 

EN LA LUZ...

En la luz lunar apareció en la cima
del muro de mi harén un muchacho.
Resonó un golpe y se hizo silencio en torno.
No declines jamás luna de marzo.



PASAN LOS PESADOS BUEYES...

Pasan los pesados bueyes con el arado
en la gran luz. Enciérrame en un beso.

 


YO QUISIERA...

Yo quisiera vivir adormecido
en el suave rumor de la vida.



COMO BEBE...

Como bebe en la fuente el bello muchacho
así hemos pecado y no pecado.


ESTABA MI CIUDAD...

Estaba mi ciudad, la ciudad vacía
al alba, plena de mi deseo.
Pero mi canto de amor, el más mío
era para los otros una canción desconocida.

 

FELIZ...

Feliz del que es distinto

siendo distinto.

Pero pobre del que es distinto

siendo común.

 

DESPUÉS...

Después vuelto el rostro hacia la almohada
sonreía a sí mismo, con beato
rubor.

 


Y LUEGO ESTOY SOLO...

Y luego estoy solo. Queda
la dulce compañía
de luminosas e ingenuas mentiras.

 

TÚ ME DEJAS...

Tú me dejas. Dices "la naturaleza...".
Qué saben las mujeres de tu belleza.


SE DESBORDA...

Se desborda en la húmeda noche en silencio
el río. Adiós seco vigor de mi juventud.



ESTÁN SOLOS...

Están solos y atados, ahora esposos.
Fuera está la vacía libertad invernal.


BELLA NOCHE...

Bella noche, reduce mi pena.
Atorméntame, si quieres, pero hazme fuerte



SOL...

Sol con luna, mar con bosques,
todo junto besar en una boca.

Pero el muchacho no sabe. Corre a una puerta
de triste luz. Y su boca está muerta.

 

QUIZÁ...

Quizá la juventud sea sólo este
perenne amar los sentidos y no arrepentirse.


AMOR EN LIMOSNA...

Amor en limosna, solfeo.
Oh luz del mediodía sin un gesto.
Regresará más tarde, rico en alas
el incendio de los recuerdos personales.


PERO QUÉ GRACIA...

Pero qué gracia de sol y de aguas sucias
nos separó de pronto a la mañana.



AMIGO...

Amigo, estás lejos. Y tu vida
tiene en torno a sí colores que yo no veo.
Tiene mi vida en torno a sí colores
que yo no veo.

Traducción de Carlos Vitale

Escrito en Sólo Digital Turia por Sandro Penna

SE TRATA DE FRAGMENTOS DEL CUADERNO DE NOTAS DEL AUTOR "EN LA ORILLA"

Rafael Chirbes envió a la revista cultural TURIA, antes de morir el pasado mes de agosto, varios fragmentos inéditos de su cuaderno de notas. Esa iba a ser su participación en el sumario especial “Letras de España y Portugal” que la revista publica ahora. TURIA, que dedicó a Chirbes un espectacular e inolvidable monográfico hace un año, vuelve a convertir en protagonista de sus páginas al autor de En la orilla, sin duda uno de los grandes escritores españoles de las últimas décadas.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

10 de noviembre de 2015

Aunque el siglo XX haya sido muy fértil en sus reflexiones sobre el lenguaje, no resulta fácil encontrar experiencias como la de Clarice Lispector. La escritora brasileña se adentró en los parajes mudos, buscó lo que alienta bajo el manto del silencio. Allí se asientan praderas y praderas de seres y sentimientos nunca mencionados, e imposibles de nombrar, no porque no existan, sino porque las palabras son incapaces de orientarse en ese flujo de vida, de latidos y presencias que no se dejan atrapar por el lenguaje. La palabra ha de actuar como anzuelo para atrapar lo no dicho y, tal vez así, tampoco lo consiga, y sólo pueda obtener un rumor, un aroma, un vago presentimiento. Pocos escritores han luchado tan duramente con el lenguaje como lo hizo Clarice Lispector y quizá uno de sus logros, una de sus obras más herméticas, pese a lo trasparente de su léxico y de sus imágenes, sea justamente Agua viva.

El libro se publicó en 1973, pero lo que el lector tiene en sus manos es apenas un resumen de una obra que triplicaba el número de páginas, cuya redacción llevó a su autora varios años y que recibió, a lo largo de ese periodo, distintos títulos como “Detrás del pensamiento: monólogo con la vida” u “Objeto gritante”. Sólo tras una exhaustiva reducción el libro terminó denominándose Agua viva con el doble significado de “manantial” y “medusa”, pues recibe ese nombre en Brasil un tipo de celentéreos trasparentes que abundan en sus playas. La obra no tiene la denominación de “novela”, sino de “ficción”, tal vez porque su autora no consiguió darle la coherencia que consideraba necesaria para ese género literario. Así, pues, estamos ante un libro u obra de ficción, que no alcanza el rango de novela y que describe el día a día, los apuntes, de una artista plástica que podría ser la propia Clarice Lispector. Es sabido que, en aquellos años, la escritora brasileña se interesó por la pintura y la fotografía. De hecho, se han catalogado un total de veintidós obras, la mayoría en técnica mixta sobre madera, de las cuales dieciséis están fechadas en 1975 y una en 1976. Las restantes son, sin duda, anteriores.

Sin embargo, el tema de Agua viva es la vida, el instante, o la instantánea, pues también estamos hablando de fotografía. Pero es además un libro musical con su melodía de fonemas y palabras, donde también suena el silencio o, al menos, éste deba ser escuchado.

Se trata, por tanto, de las anotaciones de una mujer que se sirve de todos los lenguajes artísticos para expresar lo que denomina lo “it”, lo neutro que constituye el núcleo del ser, lo anónimo que habita en la vida, ya que, semejante a una corriente imparable, ésta circula confundiendo las aguas y puede desembocar tanto en la muerte como en la divinidad. El libro es también un pequeño tratado metafísico, un conjunto de aforismos, de visiones nocturnas, de clarividencias de una escritora que, en todo momento, quiere transcenderse a sí misma, alcanzar un estadio en el que los lenguajes pierdan su sentido o, tal vez, lo tengan justamente en su total acabamiento.

Agua viva murmura como una fuente, pero no parece tener huesos ni nervios, como una medusa, que nos atrapara para absorbernos poco a poco. Es un libro para leer y releer en un continuo que nunca acaba y que tampoco tiene un principio. Es cierto que muchos de los párrafos que se incluyen en él fueron escritos a vuela pluma y publicados en la columna que la escritora tenía en el Jornal do Brasil en el que colaboró entre 1967 y 1973. Aquellos textos fueron luego incorporados a sus libros Agua viva y Un aprendizaje o El libro de los placeres como también a cuentos y relatos de esos años. Se entiende así la aparente inconexión de los fragmentos que no siguen un hilo narrativo, pero que tienen un denominador común, un pathos, que son esas reflexiones de una escritora, artista plástica y compositora mental, que está angustiada por la soledad y el abandono, obsesionada por una divinidad ausente a la que continuamente apela, desasosegada por el significado de la vida y por su propia identidad. ¿Quién habla en este escrito? ¿Quién es ella, la que nunca se nombra a sí misma, que se dirige al lector como a un amigo, con un “te”, que en portugués implica un importante grado de complicidad? Todo hace pensar que se trata de la escritora, autora del libro, que, en este caso, no necesita enmascarase bajo unas siglas como en La pasión según GH u otros nombres como Macabea o Ángela, protagonistas de sus novelas La hora de la estrella o Un soplo de vida. Quizás por esta falta de simulación, por este hablar cara a cara con el lector, como lo haría en sus columnas periodísticas, sea por lo que no califique el libro de novela, aunque ¿porqué denominarlo ficción si tiene más que ver con un diario?

Diario o ficción, Agua viva presenta algunos de los textos más sugerentes de la obra clariceana: el catálogo de las flores, por ejemplo, que podría describir su peculiar, y poética, forma de aproximarse a un ser vivo ya sea animal o vegetal. O también la descripción del espejo—su calidad de objeto enmarcado le permite asemejarse a un cuadro—, que se convierte en puro destello, en un “vacío cristalizado”, en el “espacio más hondo que existe”, pues brilla con todos los reflejos, absorbe todas las luces y las imágenes, es el retrato de quien lo mira y vibra como un cuerpo palpitante: Se quita su marco o la línea de su bisel y crece como el agua que se derrama. Es, en consecuencia, agua viva.

Entre las curiosidades que se podrían mencionar acerca del libro están las anotaciones de Clarice en el manuscrito previo con el que trabajó ya sea suprimiendo, reorganizando o añadiendo textos. En éste, que lleva por título “Objeto gritante”, sintetiza en tres frases sus pretensiones: esperar el argumento, escribir sin apremio y abolir la crítica que seca todo. Sabemos que el argumento nunca llegó, o mejor, estaba ya implícito en el original, por lo que no fue necesario inventarse otro. En lo que respecta a las otras dos pautas, al parecer, tampoco fue tan estricta como pretendía. Su biógrafa, Nadia Batella Gotlib, afirma que trabajó en este libro desde 1971 y que, llena de inseguridades, consultó a diversos amigos por la calidad y coherencia de su obra. Finalmente, en 1973, decidió imprimirla. Sin embargo, en el manuscrito mencionado hay una anotación curiosa: “Rever (y volver copiar lo que fuera necesario) cambiándolo a 1974 o 1975, hasta fin de año, diciembre inclusive.” Es decir, que, al formalizarse este original, a comienzos de 1972, Clarice consideraba que tendría que trabajar en el libro por lo menos hasta el 75, que fue justamente el año en el que produjo la mayor cantidad de sus obras pictóricas. Una razón más para testimoniar la actividad interdisciplinar de la escritora brasileña y su necesidad acuciante de expresarse.

Hay que celebrar la reedición de este libro y destacar la espléndida traducción de Elena Losada que, como le caracteriza, es ajustada y meticulosa. Como debe ser.- ANTONIO MAURA.

 

Clarice Lispector, Agua viva, traducción de Elena Losada, Siruela, Madrid, 2014.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Redacción

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