Suscríbete a la Revista Turia

Artículos 931 a 935 de 1360 en total

|

por página
Configurar sentido descendente

PALADÍN DE LA LITERATURA FANTÁSTICA, FALLECIÓ EL PASADO AÑO

LA REVISTA TAMBIÉN SE OCUPA DE LOS VÍNCULOS DE SANTA TERESA DE JESÚS CON TERUEL

El nuevo número de la revista cultural TURIA, que se distribuirá a partir del 23 de junio,  brinda a los lectores que se interesan por los asuntos o protagonistas aragoneses un atractivo repertorio de temas. En primer lugar, TURIA se ocupa de rendir homenaje a uno de los más singulares nombres propios de nuestras letras: el escritor y crítico de cine José María Latorre, fallecido el pasado año. A través de un excelente artículo de Joaquín Torán, se analiza la extensa e intensa trayectoria creativa y crítica de este zaragozano residente en Barcelona que fue un auténtico “paladín de la causa fantástica” y un reputado comentarista de cine.

Leer más
Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

29 de mayo de 2015

Introducirse en el universo creativo de la poeta asturiana Luz Rodríguez es un desafío y una aventura sobrecogedora, la visita a una ciudad fantástica donde se clavan en las paredes de papel palabras como condenas o salvaciones.

            Su libro El pez de la despedida es un conmovedor collage en el que se entrecruzan con pulso firme los versos de la propia Luz Rodríguez con las insólitas metáforas en tinta negra de la artista visual María Maynar, consiguiendo crear una atmósfera perturbadora.

            Al poemario podemos acceder desde sus cuatro puntos cardinales que son las cuatro partes del libro, “Arrecifes”, “El pez de la despedida”, “Bullicio de desamor” y “Bestiario” como si estuviésemos haciendo navegación de cabotaje, sacando con la mano imágenes complejas y emociones esculpidas en la brisa adivinándose  la sombra del pintor inglés Turner y la música de los óleos abstractos del ruso Kandinsky.

            A medida que avanza el latido del poemario van invadiendo sus páginas conceptos eternos como la muerte, la ausencia, el olvido, el amor, y sus antítesis en un vaivén de fotogramas vaporosos enfrentados a primeros planos sin concesiones a la estética: “Solo la muerte sobrevive sin nada que reemplazar”.

            Hay momentos en los que una fantasmagoría fascinante atrapa al lector y es ahí cuando la escritora concita en una suerte de conciliábulo mágico las voces de  Roberto Juarroz, de Rimbaud, de Goethe, de Rilke, de Klimt o de Virginia Woolf, todos estos nombres son sinónimo del amor de la autora a la cultura, salen al acecho en cualquier verso y habitan el esqueleto del texto para darle belleza.

            Poco a poco y con una cadencia suave el “Bullicio del desamor” va convirtiéndolo todo en una caldera, se aprecia en un extracto del poema “Demiurgo”, dice: “Inflamas el yunque,/ emplumas el espinazo”, la deriva se materializa en “Bestiario”, una descarga a voltaje medido, una sutura donde brilla “Entendimiento” con su voz ronca y gastada: “Escindes con machetes/ la llama que te adora”.

            Y el mensaje con el que concluye y se cierran los círculos, es demoledor, lo vemos en “Cordero de Dios” cuando nos aproxima a las quemaduras sentimentales: “El amor / ese pez de bronceada hiel”.

            En el fondo subyace un poso amargo, la memoria se diluye en una caja de resonancia rajada, todo se revuelve en medio de un rumor tenso y eléctrico, la cálida arquitectura onírica acaba sufriendo la carnalidad hechizante de lo humano creando con aguja e hilo un lenguaje hermético y feroz, delicado y devastador.

            Cuesta dejar atrás el mundo de ficción impuesto por Luz Rodríguez, salir de ese  laberinto construido sin descanso, átomo a átomo, a golpe de sueños y pesadillas cincelado con precisión y nitidez, y volver a la rutina de los espejismos de carne y hueso.

 

Luz Rodríguez, El pez de la despedida, Paco Rallo Editor, Zaragoza, 2014.

Escrito en La Torre de Babel Turia por Mario Hinojosa

SUS LIBROS HAN SIDO AVALADOS POR AUTORES COMO ANTONIO TABUCCHI O ENRIQUE VILA-MATAS

“TURIA” TAMBIÉN ENTREVISTA A FONDO A DAVID TRUEBA Y A ANDRÉS RÁBAGO, “EL ROTO”

La revista cultural TURIA publica, en su nuevo número que se distribuirá el 23 de junio en España y otros países, un avance de la edición en español de “Saludos cordiales”, del escritor italiano Andrea Bajani. La obra, que será editada próximamente por Siruela, es el primer libro que se traduce de uno de los autores más apreciados de la literatura italiana reciente. Buena prueba de ello son las palabras que le dedicó una voz tan poco condescendiente como la de Antonio Tabucchi: "he leído este libro con una emoción que la literatura italiana no me daba desde hacía tiempo".

Leer más
Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

25 de mayo de 2015

 

Traducción de Carlos Vitale

 

Cesare Pavese nació en 1908 en Santo Stefano Belbo (Cuneo, Piamonte) y murió en Turín en 1950.
Entre otros libros, ha publicado: Lavorare stanca, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi y La luna e i falò.

 

 

 

 

 

 

 

 

MUJERES APASIONADAS

En el crepúsculo las muchachas descienden al agua,
cuando el mar se desvanece, extenso. En el bosque
cada hoja se agita, mientras emergen cautas
sobre la arena y se sientan en la orilla. La espuma
hace sus juegos inquietos, a lo largo del agua remota.

Las muchachas temen a las algas sepultadas
bajo las olas, que aferran las piernas y los hombros:
cuanto está desnudo del cuerpo. Suben rápidas a la orilla
y se llaman por sus nombres, mirando a su alrededor.
También las sombras sobre el fondo del mar, en las tinieblas,
son enormes y se las ve moverse, inciertas,
como atraídas por los cuerpos que pasan. El bosque
es un refugio tranquilo, en el sol poniente,
más que el pedregal, pero a las oscuras muchachas les agrada
estar sentadas al aire libre, en la sábana recogida.

Están todas acurrucadas, apretando la sábana
contra las piernas, y contemplan el mar extenso
como un prado al crepúsculo. ¿Se atrevería ahora
alguna a tenderse desnuda en un prado? Desde el mar
saltarían las algas, que rozan los pies,
para agarrar y envolver el cuerpo tembloroso.
Hay ojos en el mar, que se vislumbran a veces.

Aquella desconocida extranjera, que nadaba de noche
sola y desnuda, en las tinieblas cuando cambia la luna,
desapareció una noche y ya no volverá.
Era alta y debía de ser blanca deslumbrante
para que los ojos, desde el fondo del mar, llegaran hasta ella.

 


LA CASA

El hombre solo escucha la voz calma
con los ojos entornados, como si un suspiro
le soplara en el rostro, un suspiro amigo
que se remonta, increíble, desde el tiempo pasado.

El hombre solo escucha la voz antigua
que sus padres, en otros tiempos, han oído, clara
y recogida, una voz que como el verde
de las charcas y de las colinas se oscurece al atardecer.

El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciadora, que brota de los tonos calmos
de un manantial secreto; la bebe abstraído,
ojos cerrados, y no parece que la tuviera al lado.

Es la voz que un día ha detenido al padre
de su padre, y a todos los de la sangre muerta.
una voz de mujer que suena secreta
en el umbral de casa, al caer la noche.


TIERRA ROJA…

Tierra roja, tierra negra,
tú vienes del mar,
del verde árido,
donde existen palabras
antiguas y fatiga sanguínea
y geranios entre la grava –
no sabes cuánto traes
de mar, palabras y fatiga,
tú, rica como un recuerdo,
como el campo yermo,
tú, dura y dulcísima
palabra, antigua por la sangre
recogida en los ojos;
joven, como un fruto
que es recuerdo y estación –
tu aliento reposa
bajo el cielo de agosto,
las olivas de tu mirada
endulzan el mar,
y tú vives, revives
sin sorprender, segura
como la tierra, oscura
como la tierra, molino
de estaciones y de sueños
que a la luna se descubre
antiquísimo, como
las manos de tu madre,
el cuenco del brasero.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Cesare Pavese

22 de mayo de 2015

En Europa, en los años sesenta, los hombres que habían nacido a principios del siglo, ya no se hacían muchas ilusiones. Nada iba a ser como antes. Como antes de los años cuarenta. Como antes de los años veinte. Eso ya lo sabían. Seguramente ahora las cosas eran mucho mejores que entonces, se decían, y serían todavía mejores sin duda. Al menos seguían con vida. Al menos podían contarlo. Pero echaban de menos algo. Les faltaba algo. Algo se había perdido. No sólo había cambiado el paisaje. Pero, ¿qué era ese algo más intangible que el paisaje? Digamos que ese algo que echaban de menos era el sentido, el significado, el por qué ocurrían determinadas cosas y otras no ocurrían, y el por qué las explicaciones que se daban de lo que había ocurrido les satisfacía tan poco. Y esta pérdida del sentido de las cosas fue impregnando poco a poco todo lo que escribían, todo lo que pintaban, todo lo que componían. Basta con leer algunas obras de aquellos años para darse cuenta de que el mundo había cambiado, de que los hombres, tal vez por primera vez en la historia, se habían visto obligados a aceptar lo inaceptable, a renunciar a lo irrenunciable, o a desear lo indeseable. No me extrañaría que la filosofía del lenguaje tuviese que ver con todo esto.

Los diarios, su propio nombre lo indica, tienen más que ver con el tiempo que con el espacio. Sí, naturalmente, está el lugar donde nacimos, donde pasamos nuestra infancia, seguramente un pueblo al que quizá volveremos algún día y no reconoceremos ya, y luego la ciudad, ciudades, casas que se suceden, tal vez un internado, países a los que se viaja, hoteles, lugares y más lugares que los escritores consignan en sus diarios. Pero de lo que realmente hablan no es de esos lugares, sino del paso del tiempo. Y el tiempo no siempre pasa igual para todos. Por ejemplo, hay personas que con el tiempo rejuvenecen.

El tiempo es el tiempo personal y privado de cada cual, por supuesto, pero también, inevitablemente, es el tiempo de la historia, el tiempo de todos. Y no siempre están sincronizados estos dos tiempos. Escritos cuando ya había escrito sus piezas de teatro más sonadas, estos Diarios de Ionesco se benefician, claro está, tanto de su experiencia de la literatura, como de su experiencia del mundo. De la primera hay que decir que si escribía era porque no sabía hacer otra cosa, según propia confesión. Y de la segunda que trató de arreglárselas como pudo con su angustia y su impotencia. ¿Y a qué conclusión llega después de tanta experiencia acumulada? Todo lo que sé ahora, lo sé desde la edad de seis o siete años. No, no es que Ionesco se considerase un niño prodigio, es que pensaba que no hay nada que saber, o casi nada. Y, sí, posiblemente también haya algo de decepción en esta frase. La idea del tiempo está ligada a la idea de la muerte. Puede incluso que sean la misma idea. “En cuanto uno sabe que se va a morir, la infancia ha terminado.” Primero somos conscientes de que el tiempo pasa, hasta que un día nos damos cuenta de que los que pasamos somos nosotros. Pero también es entonces cuando tomamos conciencia de la vida. Y la vida pasada, según una imagen recurrente del autor, es como una cuerda llenas de nudos que vamos desenredando.

Como se ve, en estos Diarios no se cuentan tan sólo anécdotas. O mejor dicho, se cuenta sobre todo la anécdota de vivir, que según Ionesco consiste en ir tirando, en dejarse llevar, sin hacerse demasiadas ilusiones, sin hacerse demasiadas preguntas, y en emborracharse de cuando en cuando, de arte, de poesía, de teatro, incluso de alcohol llegado el caso: “No he sido verdaderamente feliz más que borracho”, repite en ambos diarios. Porque Ionesco, no hace falta decirlo, nunca se sintió a gusto en el mundo. La cultura, lo que el hombre llama cultura, es la barbarie, lo que llama amor, es el odio más salvaje, lo que llama paz, la guerra más cruenta y generalizada. Estas conclusiones pertenecen a sus días más negros, que él llama también sus días más lúcidos, y que sólo logra superar gracias a su dosis diaria de indiferencia. Y, de cuando en cuando, algún fogonazo, alguna página exultante, algún recuerdo emocionado, o esos maravillosos cuentos para niños de menos de tres años con que sazona su Presente pasado, pasado presente.

No hay muchas diferencias entre ambos diarios. Formalmente, yo diría que muy pocas. Tal vez en el primero hay más sueños y en el segundo más recuerdos, lo que, bien mirado, tiene cierta lógica. En 1967 repasa lo que había escrito en 1940. Va y viene de una fecha a otra, de una guerra a otra, de un exilio a otro. Ionesco se mantuvo siempre a distancia de todas las ideologías. Todos los sistemas le parecían falsos, todas las revoluciones criminales. Ser libre era para él estar fuera de la historia, y claro… Para mi gusto las páginas en que toma partido contra las tomas de partido políticas en todos los conflictos armados, genocidios o matanzas del siglo más cruento de la historia, ya se tratara del Vietnam, de Argelia, Sudan u Oriente Medio, se encuentran entre las más lúcidas y de más actualidad desgraciadamente también. Tampoco hoy van a gustar estas páginas a nadie que esté comprometido con una idea política excluyente, como lo son casi todas. Los motivos que hay detrás de las protestas contra los crímenes, no son siempre todo lo humanitarios que cabría esperar, y conviene saber qué se defiende cuando se ataca algo, y qué se ataca cuando se defiende algo.

Yo creo que sólo escriben diarios los hombres y las mujeres que sienten nostalgia, ya sea nostalgia del Absoluto, como diría Léon Bloy, o nostalgia del beso de buenas noches, como Proust, pues la Recherche es casi más un diario que una novela, y en función de los distintos tipos de nostalgia, que se corresponden, claro está, con los distintos tipos de hombres, así son sus diarios. De Ionesco puede decirse, por ejemplo, que siente nostalgia del paraíso. O quizás sólo del beso de buenas noches. Aunque tal vez estas dos nostalgias sean la misma.- MANUEL ARRANZ.

 

Eugène Ionesco, Diarios: Diario en migajas. Presente pasado, pasado presente, traducción de Marcelo Arroita-Jauregui, Madrid, Páginas de Espuma, 2007.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Manuel Arranz

Artículos 931 a 935 de 1360 en total

|

por página
Configurar sentido descendente