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De los caminantes de llanura

De los mercaderes de comestibles, especialmente de carne

De los archiveros

De los agricultores

De los ingenieros

De los curtidores

De los moribundos

De los granjeros

De la villa de Heerdt cerca de Düsseldorf en Alemania

De las enfermedades inflamatorias

De los arquitectos italianos

De los que padecen la enfermedad renal

De la villa de Nursia

De los religiosos (entiéndase pertenecientes a congregaciones religiosas)

De los escolares

De los criados

De los espeleólogos

Del sentimiento exhausto

De las brumas de traición

Del equipo de soldados que elimina perros

Del hombre pez que habita en la piscina

De quien abrasa en secreto

Del prelado Oppas

De la selva de materias predicables

De quien come niños ajenos

Del desarrollo inane

Del animal ímprobo

Del fresno

De la grasa ambigua

Del rostro fascinante

Del zafiro

 

Escrito en Lecturas Turia por Francisco Ferrer Lerín

15 de mayo de 2015

 

sombra

proceso en círculo 

no cegado

sombra

sin amor selva

pura

y cae la sombra

en el regazo de la vida

himno a la muerte

que se remansa

en su propio seno

gravedad del ser

gravedad

de la sombra

sombra

y sombra te invoco

en la escarcha blanca

 

 i ara les fletxes de la nit

 obrin cavalls dins

 l’herba de la matinada

 

 

    [con una cita de Jenaro Talens]

Escrito en Lecturas Turia por Clara Janés

15 de mayo de 2015

A Virginia Cowley Swinnerton

 

 

Nada puede domar la violencia, vencida

la razón por un súbito desmayo

en que sólo se escucha

su grito encerrado. Nada detiene

al libertinaje, como ya anunciara otro

divino marqués. Nada lo detiene.

Es cierto —y yo no sé cómo

y de qué modo nos sucederá algún día

amor mío. Pero el tabú

sólo existe para ser violado. Yo siento

que me pierdo en ti y siento que

me inunda un gran océano

de sangre. Mas tú mi dulce amada

me ayudaste a salir de la marea,

limpiaste mis ojos y tomándome

la mano con cariño así entonabas: “Tras

el canto de la alondra murió Julieta;

y tu grito se desvaneció entre mis brazos”.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Miguel Veyrat

8 de mayo de 2015

Habiendo desempeñado un papel central en la renovación poética de signo clasicista (y, en su caso, abiertamente “antinovísimo”) que se produce en la poesía española de finales de los setenta y principios de los ochenta con Sevilla como uno de sus focos más importantes, Javier Salvago (1950) ha mantenido a lo largo de los años una inquebrantable lealtad a su propia voz (heredera de Bécquer y los Machado, de la escuela sevillana áurea y de la tradición más estilizada y sobria de poesía popular) y una admirable regularidad cuyos frutos quedaron recogidos en Variaciones y reincidencias (Renacimiento), sus poesías completas hasta 1997. Posteriormente, y tras un largo silencio de alrededor de quince años, apareció Nada importa nada (Isla de Siltolá, 2011), libro no menos fundamental que su obra anterior donde se encontraban acaso algunos de sus más brillantes poemas.

            Partiendo del más radical estoicismo y de una visión acusadamente determinista de la existencia y contemplando los tintes crepusculares del horizonte desde la atalaya de los años, Salvago se enfrentaba allí al balance de su recorrido vital y el sentido de su labor poética. Y la nueva colección de poemas que se publica ahora podría ser perfectamente una continuación de aquel último libro en cuanto a ese propósito, aunque en este puedan advertirse, no obstante, diferencias de forma y de tono como el predominio del verso corto (en un poeta que tan habitualmente ha venido cultivando el endecasílabo y el alejandrino en poemas de cierta extensión, como sus memorables sextinas) y del poema breve, escueto, más desnudo que nunca. Ya de tipo epigramático, de corte popular o en el molde del haiku (que en sus manos adquiere un llamativo carácter personal y aforístico), el tono del poema se vuelve en bastantes ocasiones bronco, directo, descarnado. El tono de quien se enfrenta a la realidad sin edulcorantes y cuenta (y se cuenta) verdades sin contemplaciones.

            Pocos poetas contemporáneos han tenido una visión tan clara de la creación de poesía como oficio total, como exigente camino de autoconocimiento que conlleva una especie de depuración moral en pos de la verdad última de sí mismo. Pocos han parecido quitarle tanta importancia al mismo tiempo, lejos de cualquier complacencia en la figura del poeta como ser excepcional distinto del resto de los hombres: “Con el yo de mi canción / no te excluyo, compañero; / tú eres ese yo”. La vida del poeta es en sus versos la vida de cualquiera. El antihéroe común que habita en cada uno de nosotros.

            De esa aparente contradicción han surgido algunos de sus más hermosos poemas sobre la poesía como necesitad vital. Y no es casual que este libro se abra precisamente con un poema titulado “La poesía” que, precedido de una cita borgiana (“la vieja mano / sigue trazando versos / para el olvido”) nos recuerda esa batalla perdida de antemano contra el mundo y contra el tiempo que, a pesar de todo, el poeta sigue sintiéndose irremisiblemente obligado a librar, aunque signifique: “Ver que a nadie le importa / después de tantos años / lo que a ti te importaba, / hasta ayer mismo, tanto”.

            Pero no solo de poesía habla este libro que tanto tiene de recuento y retrospectiva. Los poemas más destacables de su parte inicial (“Ajuste de cuentas”, “La verdad verdadera”, “Infierno”) son una reflexión sobre el triunfo y el fracaso, el coraje y la cobardía, el remordimiento y la aceptación del error. Y, convencido de que el peor de los pecados que un hombre puede cometer es engañarse a sí mismo sobre quién es, el poeta no vacila en poner nombre a sus errores: “la falta de ambición y el miedo / te hicieron elegir siempre el camino / más largo y sinuoso, el más adverso”. La serie titulada “Haikus de la frontera” aborda la muerte desde la ironía más característica del autor: “Lloran por mí. / Pero yo de ese sueño / me he despertado”. Y aún encontraremos  otros dos epitafios de tono semejante junto a una curiosa serie de tres sonetos cuasimetafísicos y un hermoso y emotivo poema final que rinde homenaje a la memoria del desaparecido Fernando Ortiz.

            Nos hallamos sin duda ante un poeta que no necesita máscaras para hablar, que no ha precisado nunca disfraces culturalistas ni personajes interpuestos para emplear la primera persona. “Otro de mis errores / fue obstinarme en contar / las cosas como eran, / en mostrarme tal cual [...]”, se reprocha a sí mismo en un poema titulado “Sin pudor ni vergüenza”. Pero junto a los poemas más confesionales e introspectivos destaca sobre todo en este libro el Salvago popularizante y moralista de las series de soleares, haikus, apuntes y coplas, donde probablemente se encuentran sus mayores aciertos: “la libertad es saber / qué nos ata, qué nos mueve, / dónde vamos y por qué”, y los instantes de más intensa hondura: “Cuando el dolor se prolonga / ni enseña ni purifica. / Te llena el alma de sombra”.

            “Un antihéroe es un perdedor / que acepta la derrota de la vida, / pero que no se rinde”, leemos en uno de esos “Apuntes”. Al acabar el libro sabemos que el poeta Javier Salvago no se ha rendido tampoco.

 

 

 

Javier Salvago, Una mala vida la tiene cualquiera, Sevilla, Isla de Siltolá, 2014.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Victoria León

"Debemos buscar un tercero que nos mire, nos envidie y nos reproche. Entre dos personas solas el amor no es posible...". Así se interrumpe uno de los textos más importantes jamás escritos acerca de la pasión amorosa, acerca de su insostenible afán de absoluto, acerca de la totalidad que arranca de cualquier otra realidad: el fragmento Viaje al paraíso incluido en la parte inconclusa de El hombre sin atributos de Robert Musil.

 

Como en el texto musiliano -obra maestra en la obra maestra- también en La tercera persona, de Álvaro de la Rica (Ediciones Alfabia, 2012), la presencia de un tercero en el amor no tiene nada que ver con el rancio ménage à trois ni con ninguna resabiada transgresión erótica. Es la intensidad de un amor total, el absoluto de un amor que, en Musil, necesita de una relajación; tiene necesidad del mundo, de su relatividad y de su banalidad, es decir, de terceras personas que, precisamente porque son extrañas a la incandescente plenitud de Eros, ayudan a encontrar aquella indiferente costumbre cotidiana que no se puede dejar de lado, porque no se puede estar siempre en la cumbre y en el corazón de la vida, en lo esencial, como tampoco se puede permanecer estable en una perfecta tensión mística.

 

Más allá de la incomparable grandeza de Musil, la intensa y potente novela de Álvaro de la Rica afronta con fuerza poética y con sobriedad el tema del amor y de su relación con aquella tercera persona que siempre es el mundo respecto a Eros. Nacido en 1965 en Madrid y profesor en la Universidad de Navarra, Álvaro de la Rica es un escritor agudo y original, autor de ensayos interesantísimos (como uno fundamental acerca de Kafka) y de una novela, como la reciente No te vayas sin mí, que vuelve sobre el tema de la cercanía/lejanía del amor y, además, retoma explícitamente La tercera persona, que se convierte aquí casi en el prólogo de una historia más vasta. Libros invadidos por una profunda humanidad, por una pietas religiosa y desprejuiciada, por un sentido de la sagrada, dolorosa y apasionada condición humana, todo ello expresado con una concisa precisión estilística.

 

La tercera persona se articula en tres partes. En la primera, la historia de dos amantes encuentra un oyente en un casual vecino de mesa en un bistró, aquel "otro" sin el cual nuestras historias no existirían, porque una historia no contada y no escuchada por nadie es como si no existiese. Aquel tercero es el mundo que devuelve como un eco las historias que le llegan; eco que se enreda con las otras voces creando un coro o, por lo menos, un contracanto, un diálogo en el que esas voces, las palabras, los sentimientos y las cosas adquieren un significado posterior.

 

En los dos capítulos que siguen, una mujer le habla a un hombre y el hombre le habla a la mujer de su historia conjunta, de su vínculo estrecho y frágil, del tercero que ha entrado en sus vidas interponiéndose entre ellos.

 

También en estas páginas, como en No te vayas sin mí, Álvaro de la Rica se adentra en los meandros de la existencia en los que, entre los amantes -que querrían ser una sola cosa pero no pueden lograrlo, por causas tanto externas como internas, y que tal vez no resistirían el hecho de ser auténticamente una sola cosa- se introduce alguien o algo que los coloca en un camino que, tal vez, es el humanamente más justo.

 

Il Corriere della Sera, 13 de agosto de 2014.

Traducción al castellano de Victor Balcells Mata

Escrito en Sólo Digital Turia por Claudio Magris

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