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Configurar sentido descendente

7 de julio de 2014

Es de noche

cuando los cuerpos vuelven a la calma;

las sombras retornan a sus moldes,

el tiempo se diluye en su propia falacia

y deja de hacerse temer.

Es de noche, todo se ordena

con proporción de alquimia,

la biblioteca recupera

sus libros extraviados,

las dudas se obvian, el mismo miedo

se asemeja a un adjetivo.

Fríamente regresas

con un viento sordo barriendo hojas,

se han endurecido los recuerdos

como barro

arrancado de su cuna matricial;

uno tras otro

los vas depositando en tu mesa,

haces tu pequeño desfile de figuritas de arcilla

y con esa penetrante lucidez reciente

-la noche-

te interrogas, ahora sí, qué

ha donado tu vida, qué perdura

mañana, dónde tu obra rotunda

con la cual dejarías el mundo de los justos,

sacudirte el polvo de las suelas,

definitivamente, irte a descansar.

 

Desnuda quedará tu mesa al alba.

 

Escrito en Lecturas Turia por Ignacio García Valiño

7 de julio de 2014

En un escritor de tan acusada personalidad literaria, forjada en una amplia y dilatada trayectoria, como es el caso de Javier Marías, en cualquier nueva obra afloran de inmediato algunos de los rasgos –axiales o no- que constituyen su singular mundo narrativo. Y así sucede en su última novela, Los enamoramientos, donde ya en las primeras líneas conocemos el hecho que desencadenará la intriga –el asesinato del empresario Miguel Desvern o Deverne-, reaparecen personajes de anteriores novelas - en la escena cómica protagonizada por el profesor Rico o en el papel que juega el impar Ruibérriz de Torres-, se ausculta y examina críticamente ciertos modos y conductas que revelan una mentalidad social, a veces contrastando pasado y presente –y en correlacióncon las crónicas semanales del Javier Marías articulista-, se introducen elementos autobiográficos –básicamente trasladados al personaje de Javier Díaz-Varela- y digresiones de sesgo metaficcional que, sobre todo las referidas al acto de contar, propician reflexiones de sumo interés, además de hallarse también ironías y pullas en torno a ciertas maneras o modalidades de escritura y el retrato caricaturesco de un par de escritores que viene a ser contrahechura de modelos reales. Y desde luego, se reconoce el lenguaje del autor, aunque la novela esté narrada por una mujer, María Dolç, perceptible igualmente en otros personajes, como Luisa, “con no escaso vocabulario y con verbos que en el hablaba general son infrecuentes” y Javier Díaz-Varela “y su sintaxis de encadenamientos a menudo arbitrarios”. Y está asimismo el tema medular de la obra de JM, la indagación sobre el Tiempo: el modo de sentirlo y su pasar e incidencia en nuestras vidas –en qué es capaz de convertirnos-, sus infinitas ramificaciones o sus formas -la espera, el azar-, su carácter poliédrico y su porosidad, los vínculos/alianzas que establece con la vida y con la muerte y también con el amor, y que en su conjunto pautan la profunda dimensión existencial de la novela.

 

“Inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos”, le dice Javier a María, pero “sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos...” Esta líneas apuntan el tema central de una novela que indaga en el estado de enamoramiento y su naturaleza, en los factores que concurren en él y las estrategias que a él conducen o pueden forzarlo –el azar, un golpe de fortuna, una extraña transformación en la persona deseada, la tarea del tiempo-. Pero también, al hilo de los sucesos, se agavillan otros temas no menos relevantes: la inconveniencia de que los muertos vuelvan, la impunidad de ciertos hechos o la imposibilidad de saber nunca la verdad. Y en este punto es donde Los enamoramientos, como novela, marca un punto de inflexión en la trayectoria del autor (y no tanto en tener a una mujer en el papel de narradora, que no tiene repercusión literaria alguna). Javier Marías confiere ahora a la intriga un peso capital, no tanto para tenernos en vilo (que también, pues hay momentos de extrema tensión, cuando se revisan los hechos sucedidos y se analizan los posibles móviles atendiendo a los factores psicológicos y emocionales que entraron en juego) y sí para mostrar que todo haz tiene su envés, que la explicación de un acto puede contar con dos versiones, ambas impecables en su “verosimilitud”. Al final de ese largo proceso –un verdadero y estremecedor asedio, modelo de pugilismo dialéctico- que ocupa la segunda mitad de una novela dividida al modo clásico en tres partes – equivalentes al planteamiento, nudo y ¿desenlace?- y un epílogo, tine lugar una meditación de índole moral, cuando María Dolç, pasado cierto tiempo, ya había entrado en un “proceso de atenuación” –indiferencia, olvido- y se reencuentra con Javier Díaz-Varela y la viuda de Miguel y se olvida de sus antiguas sospechas y propósitos y renuncia a delatar, convencida de que “No está de más que algunos hechos civiles, si es que no la mayoría, se queden sin registrar, ignorados, como es la norma”.

 

 

 

Javier Marías, Los enamoramientos, Madrid, Alfaguara, 2011.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Ana Rodríguez Fischer

4 de julio de 2014

 

 

 

 

 

 

 

 

 

atravesado por las autopistas imposibles, separa las vocales y las consonantes, uno y otro, el viento actual y las velas de antes

 

contiene la verdad y el odio de los ríos, la nieve más lejana que cabe en la memoria, las formas de tu letra, tu cara a cada hora

 

en las primeras horas de la luz, su superficie suave para el ojo rima con esto que bebemos, con el llanto que causamos e ignoramos y que es nuestro

 

dice de cada cosa su contrario, de la noche la tarde, y espera

 

es otro su vaivén y es el mismo que sufre en todas las formas de la curiosidad o las fuentes del yo

 

entro en el sueño con una indiferencia ante todo salvo mi cansancio y pongo en movimiento todo lo que no es indiferencia

 

y al sumergirse el aire equivale al agua y la profundidad es una cuestión de tono

 

cada caricia es buena para recordar las pieles de naranja que alimentan a sus seres, las translúcidas columnas del océano que nos sostienen y nos hunden y nos juntan

Escrito en Lecturas Turia por Mariano Peyrou

3 de julio de 2014

Con una cuerda de violín

secciona mi garganta

 

y transcribe el sonido

del aliento silbando

a través de la herida.

 

La música es materia:

el canto del arpón

atravesando el pecho de la sirena;

 

la partitura ciega

de las arañas

tejiendo nuestros labios,

el uno contra el otro,

como en un beso

donde no hubiera más salida

que respirar a dentelladas.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Raúl Quinto

2 de julio de 2014

Inmensidad. Esta es la primera sensación que el lector tiene cuando ojea, ayudándose de su mano ―se presenta como un libro electrónico y la mano sigue siendo nuestro acceso al espacio literario―, Soundscape. Esta obra es una ventana al espacio y al vacío, al blanco y al negro, respectivamente. La primera sección recopila una serie de poemas bajo el título de “Hábitat”. Se trata de pequeñas composiciones en forma de cubo que ocupan el centro de la página, poemas breves cuya velocidad vertiginosa se despliega de manera vertical para el lector, porque los significantes viajan de lo más alto hacia el suelo, incluso al subsuelo, a la raíz. De esta forma, un mismo poema puede enfocar al “techo” y al “cielo” y quedar, al final, completamente “sumergido”; observar las “nubes negras” y acabar pisando “la raya”. A medida que los poemas se suceden, los términos que hacen referencia a lo terrenal se multiplican, el penúltimo de ellos comienza con “Bajo tierra” y el último sentencia de manera sintética: “Ser fiel a la raíz, conservar la memoria del hambre”. Hace poco oí que un poema extenso no es tal en la medida de su número de versos, sino en la voluntad que tiene de extenderse a lo largo del espacio poético. “Hábitat” es un poema extenso mínimo; su vocación es delimitar el espacio a partir del cual el poeta crea y éste es el que se forma como un “puente entre el párpado y el pájaro”: cerrar el párpado puede ser suficiente para dejar escapar la materialidad de un mundo en constante movimiento. Abran las hojas de Soundscape, conviertan en pájaro las letras que componen estos poemas, porque no deben reconocer sólo en ellos la posibilidad de la palabra.

El poeta ya ha establecido el “lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal”. Tras éste sitúa las secciones “Vitral de voz” y “Materiales para el desastre”. En “Vitral de voz”, las hojas impares ―que serían las que primero observaría el lector de un libro impreso― están llenas de una vacuidad tal, que casi podríamos reflejarnos, la única marca poética existente en ellas lo constituyen unas sentencias que el autor denomina vetas, esas listas que se distinguen de la masa, de la masa blanca, del espacio febril: «hablan madera, muros de piedra y fruta, vetas», afirma el autor en la primera de ellas; a veces, esas vetas se destazan en una suerte de integración con los espacios en blanco: individualidad y masa como caras de una misma moneda. Los poemas se desgajan desnudos en las páginas pares, todas las letras se muestran en su “minusculosidad”, no hay ninguna que prime sobre el resto, para que su fundición sea más perfecta. Inmensidad. Y los lectores la aminoramos sumergiéndonos en las palabras, porque la única vidriera de color que encontramos ―el vitral― se encuentra en ellas, que tienen la dicha de ser pronunciadas por la voz. Los poemas se agrupan indefensos, sin título, sin numeración, sin barreras de signos que los separen, sobre tres voces: voz de agua, voz de llama, voz de llaga. Es el camino de la existencia, porque agua es como aludir al compuesto del que estamos hechos en esencia, es el líquido en donde nuestra primera corporeidad flota; llama es el calor que nos funde a otras materialidades, es la creación que pone entredicho la versión judeocristiana, es el contacto con la tierra que arde; llaga es el dolor de lo que encontramos hasta llegar a algo, «mi cuerpo que es todo herida hasta tu cuerpo turbio». El poema es el cuerpo, pero es también el camino de la palabra que nos acompaña, la definición que podemos hacer de nosotros mismos, el desprendimiento que de la corporeidad hace la voz para nombrar, nombrar el amor, nombrar la naturaleza, nombrar el sufrimiento, es el vitral.

Los poemas de “Vitral de voz” parecen provenir los unos de los otros, parecen irse desgajando de un cuerpo robusto que los compone, no poseen letras mayúsculas, los verbos indican transición ―en algunos incluso gradación. Para Fernández López no es tan importante la rima ―incluso hay versos que terminan con la conjunción copulativa “y”―, el ritmo lo marcan las diferentes fórmulas anafóricas que contiene cada poema y el sentido cadencioso de la oración. A modo ultraísta también, encontramos palabras que tipográficamente se fusionan en busca de nuevos significados, de nuevas sensaciones, estas fusiones van en armonía con el ritmo: “puertasgrito”, “domaryolor”. A veces, los caracteres en cursiva conviven con los redondos: “desnacimiento”, “surgir”, “desasimiento”, “rugir”, la plástica se fusiona con la poesía, la palabra lleva al límite la voz.

«En mi caso, el diálogo con las otras artes es una necesidad y una de las formas de asedio y encuentro con lo poético», nos confiesa el autor en una entrevista realizada por el también poeta Óscar Curieses. Ese diálogo es más directo en la tercera parte del libro, la denominada “Materiales para el desastre”, donde el autor pone letra ―y voz, en el montaje completo― a los dibujos de Héctor Solari, procedimientos para dibujar la condición humana en mitad del desastre. El espacio pictórico se despliega ante el lector como un cúmulo de letras abigarradas que apenas dejan un punto de fuga.

El final de cada uno de las secciones que componen Soundscape está marcado por el tránsito, la búsqueda del camino, el escarbar como procedimiento. El poeta no ceja en su empeño de descubrir su rumbo. Es un acierto que la nota del autor se encuentre al final del libro, porque así el lector abandona todo cúmulo de sinestesias adquiridas por la lectura y se da cuenta de que Soundscape no está concebido de una vez, sino que pertenece a un organismo que, en conjunción con el propio autor, se ha ido creando y desarrollando, replegándose en la materialidad de una hoja en blanco, de un escenario vacío, de un lienzo cándido, de un murmullo de ritmo cadente.

 

 

 

Carlos Fernández López, Soundscape, Uno y Cero Ediciones, Valencia, 2014.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Conrado Arranz

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