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Configurar sentido descendente

7 de mayo de 2014

       Aún traía conmigo la nieve de la infancia

        Antonio Colinas

 

 

Es un latir apenas. Plumas que caen en el amanecer. Ladridos a lo lejos.

Es un horizonte de campanas y humo. El campo en la memoria. Lo que dejó de ser.

Humedad y pizarra, retales sueltos del tapiz de la infancia.

 

En este alcázar blanco que abrasa el sol.

 

Es el aliento apenas. Contener la respiración hasta domarla.

Que no galope el corazón,

que los pulmones cedan.

Si no respiras, si no aferras el latido a contralaire quizás no te expongas a la muerte, ancilla del dolor.

 

Lo que no vive no declina. Ni cae lo que yace ya en tierra.

Hieren los pensamientos, saeta en el azul.

Hiere la memoria, tormenta de luz brava.

Hiere lo no sufrido. Los errores que no ha sido posible cometer.

 

Hiere el lenguaje con sus mil alfileres inaudibles.

 

Hiere pensar la huida

sabiendo que vendrá

y que no hay compasión para el que huye.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pilar Blanco

7 de mayo de 2014

Acerca de lo que le sucedió al galán de la mirada de nardo

durante la visita que causó a la blanca niña

por voluntad de los futuros desconocidos nadie supo,

así que la versión que aquí a la sombra acontece

tiene que pertenecer, a la fuerza del ojo, a ella o a él.

 

Sucedió al borde del lago, clásicamente,

el tren arribó hasta la misma orilla, humedad y acero,

ella peinaba sus pies sobre el rail,

piedra que te quedarás para siempre

y la ondita crecía sobre el agua.

 

El hígado del joven descendió envuelto en un traje rayado

del vagón de primera, todavía,

lo que no era en él sorpresa, era en el pasado maletas.

 

Ni pensar que ella se alejaría del rail

ni pensar que él se descalzara,

el cuero de los botines recorrió el universo

de los pies de la que siempre había sido ya su amada,

le anduvo sin descanso, ella se abandonó,

los empleados de la línea del ferrocarril lloraron,

lloraron más intensamente que si la máquina

hubiera arrollado el cuerpo de la desgraciada.

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Grassa Toro

6 de mayo de 2014

El escritor zaragozano, residente desde hace años en Barcelona, maestro del género fantástico y autor de grandes clásicos como La noche de Cagliostro y otros relatos, En la ciudad de los muertos o Fiesta perpetua ha conseguido con esta nueva entrega cautivar una vez más a los adeptos de lo fantástico.

 

De nuevo en Música muerta y otros relatos nos encontramos al Latorre más genuino, auténtico e impredecible. A lo largo de los veinte relatos, el lector queda atrapado en un incómodo estado de incertidumbre. Los narradores de cada historia consiguen contagiar el desasosiego, la angustia y la sensación de ahogo de los personajes, que página tras página no quedarán impunes ante los vuelcos y sobresaltos ficcionales cuyo elemento común es la sorpresa.

 

El abanico de los temas de la obra posee un tratamiento original y variado: los motivos clásicos del hombre lobo, los vampiros o los fantasmas se entremezclan con temas donde lo fantástico traspasa las fronteras de lo físico convirtiéndose en terror psicológico: las patologías psíquicas como demencias o fobias extremas no darán tregua a los personajes.

 

No resulta fácil destacar en este libro unos pocos relatos, ya que todos ellos desarrollan vertientes complementarias del mundo narrativo de J.M. Latorre. Así, “Cuervo” y “La máscara del diablo” son dos relatos de terror donde desde sus inicios, la atmósfera presagia la desgracia que va a cernirse sobre los personajes. La ambición de fortuna en “Cuervo” y la ambición de fama, gloria, respeto y superioridad en “La máscara del diablo” conducirán a los personajes a una muerte insólita, rozando lo absurdo, acontecida sin duda como castigo divino. “El depósito de agua” y “En los bloques de nichos” ofrecen una versión peculiar del motivo de las fobias (la claustrofobia) explotado de diversas formas: en el primer caso es el personaje quien sufre un encierro donde el fin y la liberación parecen no tener cabida. La angustia y el ambiente putrefacto, hediondo y fétido invaden por accidente la mísera vida del personaje a lo largo de toda la narración. En el segundo caso es el personaje quien liberará del perpetuo encierro a un ser aparentemente sobrenatural para, paradójicamente, dar encierro perpetuo a su propia existencia, carente de todo sentido en nuestra realidad.

“El regreso”, “Desapariciones”, “El hombre del cementerio”, “Invierno en la tierra” y “Sally en el pasado” suponen unos inquietantes relatos de suspense donde una especie de fantasía terrorífica sobrevuela los escenarios de cada una de las historias. Las dicotomías del amor y el odio; la vida y la muerte; lo visible y lo invisible; el pasado y el futuro y la crueldad y la humanidad se presentan como dualidades incompatibles y al mismo tiempo, inseparables. En “El regreso” lo invisible se hace “visible” para morir en vida o vivir en muerte…En “Desapariciones” cuando las palabras cobran vida, las personas mueren. En “El hombre del cementerio” la existencia marginal se materializara en crueldad. En “Invierno en la tierra” una explosión purificadora inmortalizará la muerte de la cultura y el nacimiento del amor y finalmente “Sally en el pasado” representa la idea de “la muerte de la muerte”: morir en el pasado para volver a morir en el futuro. “El experimento de Armando Lombarte” es un clásico en cuanto a su temática: el personaje principal posee un don sobrenatural imposible de dominar y controlar cuyo poder, previsiblemente, le conducirá a un fatal destino.

 

Los vampiros, hombres lobo y las creaciones horripilantes humano-fantásticas no podían faltar en esta colección. “Potocki” es una hábil y dinámica narración donde el motivo del hombre lobo es el motor principal de la historia. “Resurgam” y “El sacerdote suicida” suponen el plato fuerte de esta serie de clásicos de lo fantástico: el vampirismo. “Resurgam”, un relato cuyo tiempo de narración se corresponde con nuestro mundo contemporáneo, narra una magnífica historia de amor con un final extraordinariamente inmortal y fatal pero deseado. “El sacerdote suicida”, ambientado en siglos pasados, nos dejará insatisfechos ya que el final no es el soñado. No debemos olvidar el texto que tenemos entre nuestras manos. Los finales felices y los héroes inmortales quedan reservados para otros tipos de literatura.

 

Quienes sean fieles seguidores de este autor sentirán cierta familiaridad y sorpresa al encontrarse de nuevo con “Shelleyana”. (Al igual que lo hicieron con “Cuervo” y lo harán con “Simbad y la isla de la muerte”). No es la primera vez que el autor rescata un texto aportando nuevas variaciones. De nuevo, un “monstruoso” creador dará vida a un ser compuesto por diferentes partes de otros seres humanos con un final difícil de digerir.  Los espectros y fantasmas serán los protagonistas de “Música muerta” y “Sesión de espiritismo en una noche de lluvia”. En el primer relato, el que da nombre a esta obra, el concepto de la música olvidada, muerta, se materializará en un espectro que no aterrorizará a los personajes sino que los deleitará. En el segundo relato, de nuevo un castigo divino para dar vida al clásico género del ghost story: una charlatana farsante  supuestamente capaz de comunicarse con los muertos, engaña a una madre deseosa de poder comunicarse con su hijo muerto recientemente en un accidente. La timadora finge una sesión de espiritismo cuyas consecuencias serás nefastas al más puro estilo poltergeist.

 

“Los ojos muertos” y “Los ojos muertos: una variación” son dos narraciones con el mismo origen pero distinto final. La segunda versión cobra fuerza y resulta aún más inquietante. En ambos casos un cadáver sepultado en el lugar erróneo vaticina el trágico final. “La lengua de Basil” es, sin duda, desde mi punto de vista la obra maestra de este conjunto de relatos. Este texto breve pero intenso se trata de un microrrelato anclado en el medio de dos intensos relatos: “El sacerdote suicida” y “Sesión de espiritismo en una noche de lluvia”. Nos encontramos ante la presentación de un tema fantástico ¿sin explicación? cuya intención es crear, de nuevo, un efecto de sorpresa e incertidumbre.

 

El libro finaliza con “Simbad y la isla de la muerte”, un inquietante relato de aventuras similar a su precursor “Una sombra blanca”. Aventuras, exotismo y fantasía se entremezclan para dotar a esta historia de un dinamismo particular e insólito.

 

El peculiar tratamiento del lenguaje, elegido con sumo cuidado, contribuye a la creación de una determinada atmósfera propia de lo fantástico en cada uno de los veinte relatos que componen esta obra: unos relatos breves pero intensos.

 

Ya que “lo que vemos y lo que oímos es solo una mínima parte de lo que existe”, tal y como reza la frase inaugural del libro, quizá veinte relatos no sean bastantes para dar cuenta de ello, pero sí suficientes para dejarnos impacientes a la espera de una próxima entrega. – LORENA CASORRÁN LÓPEZ.

 

 

Latorre, José María, Música muerta y otros relatos, Madrid, Valdemar, 2014

                                  

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Lorena Casorrán López

6 de mayo de 2014

 












(Basado en hechos reales)

 

He visto un hombre limpiando su coche un día de lluvia, a las doce de la noche.

He visto a los gatos andando hacia atrás, erizados ante la forma de la nada.

He visto los ojos de un icono ruso observando el crecimiento del tiempo.

He visto a un poeta desesperado por escapar de la palabra celeste.

He visto a mujeres combadas de dolor por un presagio.

He visto un ahorcado balanceándose levemente por el viento.

He visto a un potrillo salir al mundo sobre el heno, con el rostro triste.

He visto olas que no llegaban a romper, y regresaban.

He visto niños intentando recomponer a las hormigas rotas.

He visto a borrachos seguir bebiendo para perder el sentido. Todo sentido.

He visto a una mujer llorando de alegría, mientras miraba a su hombre.

He visto rectas circulares en carreteras infinitas.

He visto a pescadores acariciando el mar.

Y yo era el hombre.

 

Escrito en Lecturas Turia por Vicente Luis Mora

6 de mayo de 2014

                                             

            Puntual a su cita periódica con el lector,  José Antonio Marina (autor de obras tan celebradas como Elogio y refutación del ingenio, Teoría de la inteligencia creadora, Crónicas de la ultramodernidad o Anatomía del miedo entre otras muchas) acaba de publicar Las arquitecturas del deseo, un libro de esclarecedor subtítulo: Una investigación sobre los placeres del espíritu. Tan prometedor planteamiento no se ve defraudado en las amenas y rigurosas páginas de quien ha elaborado ya -y desde hace años- un sistema filosófico coherente y trabado, una inteligente mirada sobre la realidad y una conciencia crítica sobre nuestro mundo actual. Con su ya conocido estilo cercano, su capacidad ejemplificadora de las más diversas circunstancias conceptuales, la sabia utilización de referentes interculturales y su particular dosis de bonhomía bienhumorada, este ensayo nos acerca a los resortes, impulsos y contradicciones del anhelo y el deseo como elementos integrantes de una nueva moral, pujante y desinhibida, pero también esclavizada y desquiciante, una acaso renovada enajenación colectiva. Con su característico tono relativizador, revisionista incluso, en la senda del mejor Ortega y Gasset, Marina nos ofrece una vez más ese tipo de discurso ensayístico que cabalga sobre la filosofía, la sociología, el cine, la literatura o la psicología, en una ejemplar confluencia interdisciplinar.

 

            Este libro parte de una epistemología del deseo; su pretensión es adentrarse en los modos de conocimiento del anhelo personal y en los objetos, sentimientos o pasiones que lo suscitan. El sujeto deseante es analizado así con la implacable mirada del antropólogo cultural que desmenuza los caracteres de una ancestral condición humana centrada en la voluntariosa consecución de un fin necesario o superfluo, pero que se presenta como esencialmente imprescindible. Se recalca, con singular acierto, la función liberadora del capricho, se reivindica el valor transgresor de la obsesión placentera, y se ahonda en la fascinación gratificante que ejerce la obtención de poder (político, sobre todo). Y la cosa se anima cuando el lector se adentra en los argumentos que relacionan tentación, pecado, culpa, perdón, penitencia, redención y condena; la faceta religiosa, en fin, del deseo. Sin olvidar las referencias a las teorías freudianas, en las que se conecta la satisfacción placentera con una sociedad no civilizada, la barbarie de una voluptuosidad incontrolada como desencadenante “subversivo” de una honda perturbación social. La sexualidad, como potente componente de esta temática, se vertebra aquí a modalidades de lo sádico o lo fetichista como expresión de creativos deseos espúreos, fijaciones psicológicas de lo anticonvencional. Marina profundiza así en las pulsiones que genera el delirio absorvente de lo deseado, en la satisfacción personal y su repercusión neurológica, y en el carácter también “espiritual”, casi místico, de hondo tono ético del placer obtenido.

 

            La represión psicológica o social del deseo resulta particularmente interesante, porque evidencia las contradicciones de una moral natural sin un claro contenido racionalista. La inhibición de la ansiedad anhelante, los efectos contraproducentes de una libido reprimida o la influencia de estas contenciones en la sentimentalidad amorosa son aspectos ampliamente desarrollados en estas páginas entre ejemplos, referencias, citas,  modelos de conducta o anécdotas que agilizan un texto de amena configuración teórica. Determinados deseos, ligados a una emotividad radical, constituyen un singular proyecto vital (con Castilla del Pino al fondo), capaces de dar sentido propio a toda una existencia y, desde este punto de vista, erigirse en motor de unas finalidades íntimas. De este modo, son los deseos y no las opiniones, los que configuran la personalidad, conforman el sentido de las preferencias personales y establecen las diferentes tipologías humanas. El deseo, que tanto tiene que ver con el placer, se relaciona también con la distinción y la aprobación social, con el exhibicionismo colectivo, con la sociabilidad o, incluso, con las capacidades económicas del sujeto, aspectos estos integrados en una sistemática de lo comunitario que aparece aquí perfectamente glosada y analizada. La insaciabilidad del deseo, los terrores que se agazapan tras su represión canónica o el carácter lúdico también de los anhelos incontrolados o festivos son cuestiones que fluyen igualmente en este reflexivo contexto de voluptuosas ansiedades. Se traza a la vez un incisivo análisis de las dimensiones culturales del placer, sus implicaciones estéticas y la óptica antropológica que tan bien ilumina todos estos referentes. En las propias palabras de Marina: “En el origen de la cultura está el deseo. Todas las invenciones de la humanidad tienen como meta satisfacer nuestras necesidades y anhelos, sean reales o ficticios. Vivimos, como los demás animales, en un universo físico, pero habitamos en un mundo simbólico, expansivo, explosivo, deflagrante. Llamaré cultura a esa morada construida, es decir, a la realidad humanizada.” (pág. 141)

 

            Es evidente que, tras la dilatada trayectoria intelectual de José Antonio Marina, no existe solamente una trabada concepción filosófica y humanista de las realidades contemporáneas, sino que su ensayismo ha generado también un determinado tipo de lector, inquieto, crítico y sensible, buen conocedor quizá, en este caso, de los factores que distancian -o aproximan- la realidad del deseo; un excelente libro este para ahondar en estas identidades, caracteres y contrastes.

 

 

José Antonio Marina: Las arquitecturas del deseo. Una investigación sobre los placeres del espíritu. Anagrama. Barcelona, 2007.

Escrito en Lecturas Turia por Jesús Ferrer Solà

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