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20 de marzo de 2014

Dicen que cuando un escritor importante muere, su obra ingresa en un limbo que dura unos diez años. Al cabo de ese tiempo algunos elegidos regresan y sus libros son relanzados: se actualiza su lectura y la crítica los estudia y comenta. Con otros no sucede lo mismo: quedan para siempre en el limbo de los nombres importantes cuya obra es citada pero no leída. No vuelven a la vida.

El caso de Mario Levrero es singular –y comparable, aunque en menor escala, al de Bolaño– porque luego de su muerte, en agosto del 2004, su obra no paró de difundirse, ganando lectores y reconocimiento internacional. En 2005 se publicó póstumamente la que para muchos es su obra cumbre, y seguramente su libro más ambicioso, La Novela Luminosa,

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Escrito en Artículos Revista Turia por Pablo Silva Olazábal

1980 puede ser la fecha clave como punto de partida para hacer un balance del conjunto de la producción literaria de Juan Eduardo Zúñiga, pues entonces es cuando gracias a los buenos oficios del editor y traductor José Ramón Monreal, se publica en la editorial Bruguera Largo noviembre de Madrid, recopilación de cuentos que le proporciona un reconocimiento inmediato y un prestigio literario discreto, pero de calidad, que no ha parado de crecer hasta el presente. Sin embargo, hubo una etapa anterior que arranca en 1945, fecha en la que apareció su primer ensayo: La historia de Bulgaria.

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Escrito en Artículos Revista Turia por Fernando Valls

20 de marzo de 2014

Cuando volví a casa para el entierro de mamá

Julia había pensado en todo. Sólo quedaba

echarme a llorar, pero no lo hice. Fui directamente

a su dormitorio. Las cosas seguían

cada una en su sitio. Nuestros retratos

de primera comunión en la mesilla de noche, el gato

con los anillos de mamá insertados en la cola,

un libro del que sobresalía el marca páginas

hacia el final, su despertador de agujas al que olvidaba

darle cuerda, aunque siempre se despertó puntual

cuando hacía falta estar a una hora para algo

importante. ¿Puedo lavarme las manos? Conoces

el camino, respondió. Voy a preparar un té.

¿Quieres? Si es rojo, sí. De camino al baño

crucé por delante de mi habitación, de la que había

sido mi habitación, pero pasé de largo. Al mirarme

en el espejo comprobé que la espinilla de la ceja

me había dejado un feo cerco rojo. Con agua fría

las ideas parecen volver a su sitio. Solo que hoy

no tenía ideas que ordenar. La toalla todavía

conservaba el perfume de mamá. El de jabón

de Marsella. Mi dormitorio se había convertido

en cuarto de estudio. Con un ordenador

y unas estanterías de tek y un sofá-cama verde

botella. No estaba mal. Sencillo. Práctico. Julia

tenía buen gusto. Voy a subir

al Complejo dentro de un rato, me dijo. De acuerdo.

Puedes dormir en la cama de mamá.

Si no te importa, añadió tras unos segundos

de silencio. No me importa nada. ¿Quieres

que te prepare algo de comer antes de irnos?

Gracias, pero no tengo hambre, mentí. Cuando quieras.

Escrito en Lecturas Turia por Antonio Ansón

18 de marzo de 2014

 

Difícil es saber si amanece
entre los pliegues del odio,
donde no penetra la luz
de la esperanza
ni florece la rosa de la reconciliación.

El odio es el fuelle
de un acordeón afónico,
lacerado por el reproche.

Revestido de palabras,
el odio es un puñado de sal
arrojado sobre los ojos
(esa herida abierta que es la mirada).

Es difícil saber si amanece
en la comisura de nuestros labios,
donde antes anidaba
el pájaro polícromo de la sonrisa.

Escrito en Sólo Digital Turia por Fermín López Costero

18 de marzo de 2014

El pasado año 2013, que ha coincidido con el año dual España-Japón que conmemoraba el cuarto centenario de las relaciones diplomáticas hispano-japonesas, ha sido el escenario de un florecimiento en nuestra agenda cultural de actividades relacionadas con el País del Sol Naciente, como exposiciones, representaciones teatrales, ciclos de cine, conferencias y, también, presentaciones de libros. La casualidad ha querido que un largo proyecto literario del novelista Julio Baquero Cruz haya aparecido justamente en ese año en la editorial Menoscuarto, con el título Murasaki. Este nombre nos remite instantáneamente a Murasaki Shikibu, la autora del Genji Monogatari, escrito  hace unos mil años y considerada la primera novela de la historia de la literatura universal.

 

Aunque el título pudiera sugerirlo, Murasaki no una novela histórica que reconstruya la vida de esta notable dama de la corte imperial de Heian (la antigua Kioto), sino una obra de pura creación literaria que asume en el siglo XXI la vigencia de los códigos estéticos de la literatura clásica japonesa. En este sentido, el autor busca anacronismos e hibrida géneros para invitarnos a viajar a un Japón soñado, que puede vestirse con los kimonos de seda del Genji Monogatari, pero sin ninguna limitación historicista. Julio Baquero Cruz, palentino cosmopolita afincado en Bruselas, ha llegado al corazón del alma japonesa sin desplazarse físicamente hasta el archipiélago nipón. Al autor no le interesa ofrecernos la visión de un viajero, al modo de las japonerías de Pierre Loti. No le hace falta y hasta puede ser contraproducente para él por el riesgo a una intoxicación del futurista Japón ultratecnológico y kawaii. Aunque el Japón que le interesa al autor sigue existiendo en el Japón actual, no se ve a primera vista. Al Japón de Baquero Cruz no se llega por el puerto de Yokohama, como se viajaba en el siglo XIX, ni por el aeropuerto de Narita, donde desembarcan los turistas hoy, sino a través de los clásicos de la literatura nipona.

 

El lector de Murasaki disfrutará más de la novela si ya conoce el Genji Monogatari, una novela jalonada de breves poemas que lanzan los protagonistas en el momento culminante de cada capítulo, como también hace Julio Baquero Cruz a lo largo de su texto. A este respecto, es necesario recordar que las completas traducciones de obras tan importantes como el Genji Monogatari o el Heike Monogatari, etc., han muy sido muy tardías, ya en esta centuria, lo mismo que los manuales de literatura japonesa, como el de Carlos Rubio. En Murasaki se aprecia el influjo de las más importantes antologías poéticas niponas, como el Man'yoshu y el Kokinshu, que es palpable en los rincones más líricos de la novela, mientras que cierto tono nostálgico ante el final de una gloriosa era tiene relación con el tono de las reflexiones desde modestas chozas de los desencantados literatos medievales Kenko Yoshida y Kamo no Chomei. Cuando la novela sale de los refinados ambientes palaciegos, que es el mundo de Murasaki Shikibu, y se adentra por caminos y barrios populares, resuenan los ecos de la literatura de las clases urbanas del siglo XVIII, en especial la obra de Ihara Saikaku.

 

En cierto modo, la influencia de la literatura nipona no es una novedad en las letras hispanas, pues a través del haiku ha habido desde comienzos del siglo XX una aproximación formal y estética muy enriquecedora. El verdadero interés de Murasaki es que Julio Baquero Cruz recoge la esencia de la tradición clásica nipona para injertarla en la narrativa, en una compleja novela que evoca una hermosa recreación de un Japón fuera del tiempo. Un Japón que es como un kimono que reviste un estado de ánimo que redefine lo bello. El principio estético que rige la novela es el mono no aware, un profundo sentimiento de empatía con la belleza efímera de las cosas, por modestas que sean. Ciertamente esta es la clave de esta propuesta literaria: la adopción en prosa de los códigos estéticos de la literatura clásica nipona, los cuales se apoyan en una tradición vigorosa e inagotable. Para este objetivo no era necesario ambientar la obra en Japón, pero lo cierto es que es el envoltorio más delicioso y un homenaje a una civilización que es capaz de enseñarnos otra manera de sentir la vida. Por esto, el hecho de que la novela sea una recreación de algunos tópicos del admirado Japón, es también un atractivo para el lector. En efecto, no son muy habituales los exotismos literarios tan lejanos en la prosa hispana y casi hay que remontarse al guatemalteco Enrique Gómez Carillo para encontrarnos un autor representativo. Sin embargo, la obra de Julio Baquero Cruz, además de la seductora apariencia japonista, también tiene una refrescante propuesta narrativa basada en la hibridación con los valores estéticos nipones. El autor busca lo japonés por fuera y por dentro. En las letras francesas esta plenitud fue lograda, con notable acierto y éxito, por Maxence Fermine en su relato Nieve, publicado en 1999 y traducido un par de años después. En la narrativa española, Murasaki de Julio Baquero Cruz explora un terreno que no había sido transitado, “esperando la primavera como quien no espera nada”.

 

 

Julio Baquero Cruz, Murasaki, Menoscuarto ediciones, Palencia, 2013.

 

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por David Almazán Tomás

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