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LA ESCRITORA Y CRONISTA ARGENTINA ASEGURA: “EL PERIODISTA, ADEMÁS DE ESCUCHAR Y TRANSCRIBIR, DEBE USAR OTROS SENTIDOS”

EL ESCRITOR Y FILÓSOFO ESPAÑOL LO TIENE CLARO: “LOS PROBLEMAS SÓLO PODRÁN RESOLVERSE MEDIANTE EL HUMANISMO”

Los lectores del nuevo número de la revista TURIA, que se distribuye este mes de noviembre, podrán disfrutar de entrevistas exclusivas y a fondo con dos de los autores más valiosos y singulares del panorama cultural en español: Leila Guerriero y Juan Arnau. Ambas conversaciones permiten, no sólo conocerlos mejor, sino descubrir sus opiniones sobre un amplio repertorio de asuntos de interés. Y es que la argentina Guerriero se ha convertido en uno de los más relevantes nombres propios de esa nueva crónica latinoamericana que vuelve a entroncar con la literatura. Por su parte, el astrofísico y filósofo español Juan Arnau, ha publicado libros que ya son de obligada referencia en el panorama ensayístico actual y que testimonian su afán por saber y por seguir preguntándose para qué estamos aquí.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

EL ESCRITOR POLACO FUE UNO DE LOS GRANDES POETAS DEL SIGLO XX

LA REVISTA LE DEDICA UN ESPECTACULAR MONOGRÁFICO REPLETO DE TEXTOS INÉDITOS 

ADAM ZAGAJEWSKI PRESENTARÁ “TURIA” EN EL INSTITUTO CERVANTES DE MADRID EL PRÓXIMO 20 DE NOVIEMBRE

VALERIE MILES  DARÁ A CONOCER LA REVISTA EN TERUEL EL DÍA 26

El escritor polaco Zbigniew Herbert, uno de los grandes poetas del siglo XX, es el  protagonista del nuevo número de la revista cultural TURIA. Por primera vez, y cuando se cumplen veintiún años de su muerte, una publicación periódica en español le dedica un amplio y atractivo monográfico que permitirá a los lectores descubrir las claves y el interés de su labor creativa y de su personalidad.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

11 de octubre de 2019

Olga Tokarczuk, escritora polaca ampliamente conocida por los lectores en Polonia, y galardonada con muchos de los más importantes premios literarios de ese país, tampoco es una absoluta desconocida del lector en lengua española. Su Un lugar llamado Antaño, que hizo que fuera percibida en su país como una de las voces renovadoras de la narrativa polaca y en la que quiso verse una reinterpretación centroeuropea del realismo mágico latinoamericano, vio la luz en España en la editorial Lumen en traducción de Ester Rabasco y Bogumila Wyrzykowska, en el año 2001. En 2015, en la Editorial Océano de México, y en traducción de Abel Murcia, se publica una de sus últimas novelas -Prowadź swój pług przez kości umarłych (“Conduce tu arado sobre los huesos de los muertos” ), título que reproduce uno de los versos del poeta William Blake-, novela que acaba de llegar ahora en 2016 a España, en esa misma traducción, con el sello de la Editorial Siruela. El título en español -Sobre los huesos de los muertos-, aceptado por la autora a propuesta del editor mexicano y siguiendo la línea abierta en su día por la edición francesa de la obra, reduce a la mitad el título del original, y poco nos dice del contenido de la obra.

 

Sobre los huesos de los muertos supone un primer acercamiento de la narradora polaca a la novela policíaca, eso sí, un acercamiento que aporta elementos que permiten que Tokarczuk defina esta obra como un “thriller metafísico”, intentando así alejarse un tanto de la novela negra al uso. Nos encontramos ante una peculiar novela ambientada en una zona rural de la Polonia actual, realidad que la autora, que reside en un entorno parecido, conoce sumamente bien, y en la que sitúa a su protagonista, Janina Duszejko, señora ya de cierta edad y aquejada de sus particulares dolencias, ingeniera jubilada y maestra sui generis de inglés en la escuela local, que encuentra, al igual que otros muchos de los particulares personajes de la novela, el lugar al que retirarse. O quizá sería mejor decir en el que aislarse, de una u otra manera, del mundo exterior. Varios son los ejes en torno a los cuales cabría imaginar que está construida la narración: los epígrafes de William Blake en cada uno de los capítulos –un Blake que también servirá en el libro como para urdir una filosofía de vida-, la ecología –vista, en una primera aproximación, más como una actitud cotidiana de relación con los animales y el entorno natural que como una reivindicación de carácter teórico-, una más o menos explícita crítica de la modernidad y sus consecuencias, la astrología, las relaciones sociales, la idea del castigo de actitudes moralmente rechazables, etc., etc. Es en ese contexto en el que asistimos a una serie de extrañas muertes en ese, en principio, apacible e idílico entorno y de las que de un modo u otro podría parecer que los responsables fueran… los animales.

 

Duszejko, narradora y protagonista de la novela, guiará al lector, no desinteresadamente, y dejando en todo momento huellas de su particular percepción de las relaciones humanas, la religión, el feminismo, etc., en el espacio y en el tiempo de los acontecimientos. Y así, ya desde las primeras páginas del libro, desde la primera muerte, la de Pie Grande, hasta la última, la de Mondongón, serán sus ojos los que nos vayan mostrando la realidad…, nuestra mirada será la mirada de Janina Duszejko, nuestras sensaciones, las suyas. Iremos con ella en su desvencijado Samurai por los alrededores, con ella seguiremos el curso de los astros, será su sufrimiento y desesperación por la desaparición y muerte de sus perras los que nos acompañarán, su ira contra los cazadores la que nos contagie… 

 

Tokarczuk, con un cuidadoso uso del lenguaje, de la ironía –particularmente sutil-, y de la estructura narrativa que si bien no es ajeno a los modelos del género no abandona, en aras de una más fácil comprensión, la concepción literaria que la autora ha ido apuntalando en sus anteriores obras, no se permite que la intriga de esa novela negra oculte o disminuya los valores que ella le exige al texto literario. La trama se irá desgranando hasta un final en el que el lector, que no podrá permanecer indiferente ante la solución presentada, se verá frente a un desenlace que aunque pudiera parecer alejado de los convencionalismos de la novela policíaca no deja de beber de sus fuentes.- ABEL MURCIA

 

Olga Tokarczuk, Sobre los huesos de los muertos, Madrid,  Siruela, 2016.

Escrito en Lecturas Turia por Abel Murcia

 

Vida y obra tienen en Matías Escalera la misma respiración; como filólogo ahonda en la cultura a través de la lengua y de la literatura, como filósofo se hace constantemente preguntas, como viajero conoce el Este y el Oeste, y siempre comprometido con la verdad, la justicia y la libertad.

 

Su creación ha abarcado todas las áreas: la poesía, la narrativa, la dramaturgia, el ensayo, el artículo político y literario y la edición; fue impulsor de la publicación del estudio de Alberto García-Teresa, imprescindible para ahondar en el conocimiento de la denominada Poesía de la Conciencia Crítica; para la que el yo es el mejor medio para llegar al nosotros y alumbrar, según Alberto García-Teresa, un nuevo sistema ético que suponga una nueva forma de relacionarse con los demás.

 

Toda la poesía de Matías Escalera es, además, un organismo vivo, unitario, en continuo crecimiento. En 2008, publica Grito y realidad, en cuyo manifiesto inicial escribe lo siguiente: «Espíritu y materia, tiempo interior y tiempo histórico, dos substancias fundidas en una misma y única substancia… Entre el juego y el grito, puestos a elegir, preferimos el grito».

 

En 2009, aparece Pero no islas, en el que el desafío, afirma Matías Escalera, «consistía en poetizar las ideas, las emociones, las experiencias y los actos cotidianos, al tiempo que las ideas, las emociones, las experiencias y los actos excepcionales; esto es, lo inmensamente grande y lo inmensamente pequeño, sin que existiera fractura en su traducción a símbolos poéticos».

 

Versos de invierno: para un verano sin fin es su siguiente poemario, publicado en 2014. Matías Escalera en esta obra, según apunta Alberto García-Teresa, a quien parafraseo, «utiliza una concepción dialógica de la poesía invitándonos constantemente a la reflexión, mediante una poesía de verso largo, entramada, exhortándonos a salir de nosotros mismos y a escuchar a los otros».

 

Y, dos años después, publica uno de los libros para él más queridos, Del Amor (de los amos) y del Poder (de los esclavos), donde se adentra en las dos pasiones sobre las que se fundamenta, afirma Matías Escalera, «la experiencia material y concreta del espíritu humano». Obra en la que el uso de los puntos suspensivos se hace estructural y obliga al lector a responder en el espacio mismo del poema, a latir con sus latidos, que son los de su propia vida.

 

Recortes de un corazón herido: por la esperanza, acorde con el resto de su obra, encierra una paradoja, pues se trata de un corazón herido por la esperanza, cuando parecería que la esperanza, más que abrir heridas, las debería cicatrizar. Pero, en seguida, nos damos cuenta de que la esperanza parte de una asunción total de la vida, de la propia y de la del resto de los seres humanos, especialmente de la de los más agredidos por ella; con todos sus rostros: el social, el económico, el político o el amoroso; el de la ternura, el de la soledad, el de la muerte, el artístico, el de la propia poesía, el del asombro y, muy importante, el de los sueños. Y unas veces somos víctimas y otras verdugos.

 

Heridas que, al ser reconocidas y habitadas por esta poesía, crean dentro de nosotros una conciencia, nos construyen interiormente y así nos proporcionan un sentido hondo de la esperanza, nos dotan de armas para no doblegarnos y nos preparan para el alba, para un amanecer que, contra toda sombra, es la corriente sanguínea de la obra de nuestro autor.

 

Si nuclear en ella es el alba, la esperanza del alba, nucleares son también las dudas, las preguntas y la paradoja, ya citada. Y algo que informa todo el poemario: la simbiosis, así lo creo yo, entre lo material, con sus propias leyes, y lo espiritual, que nunca anula a lo primero, pero que lo ordena desde una superior energía humana que no renuncia a la verdad y a la belleza. «Los cuerpos sin alma no oyen: te miran pero no te ven.»

 

No quisiera olvidarme de la luz y esa quietud celeste que nos invita a la celebración, pero que no debe apartarnos de nuestro compromiso con el dolor y con la esperanza, ni convertir en engaño hermoso nuestra relación con la decadencia y con la muerte. Como sucede en el emocionante poema titulado “ESPERANZA ANTES DEL ALBA”.

 

Si, como resulta patente, el yo del autor está umbilicalmente unido al resto de los seres humanos y a la Historia, también lo está a nosotros, sus lectores, en una concepción de la poesía alejada del espectáculo. Hay un continuo diálogo dentro de los poemas, llenos de presencias, invitándonos continuamente a participar en ese coloquio. También con los expulsados del mundo…

 

Y de repente vi alzarse a los muertos

Eran como columnas de luz…

Y emergían de las aguas del mar cementerio cerca de Lampedusa

Cerca del Estrecho de Gibraltar

Cerca de las islas griegas… (y aún más allá en todos los mares

cementerios del mundo) Eran cientos

Eran miles

Eran centenares de miles

Eran todos los muertos de los viejos mares amados de mi infancia.

 

Y, finalmente, está el poder de la mirada en esta poesía, mirada que, a veces, es un espejo en el que se refleja toda la existencia, como sucede en el texto “Esos portadores de ternura”. El poder de la mirada y la necesidad, asimismo, de abrir espacios al sueño y de convertir en acción la utopía, alimento siempre de la esperanza, como afirma el filósofo alemán Ernst Bloch.

 

Nuestro destino es un “Destino lunar”, como se titula el texto que cierra el libro, el de una luna que cumple en soledad su destino diario, luchar contra la densidad de tantas sombras, abriendo el fruto prodigioso que guarda cada instante.

 

 

Matías Escalera Cordero, Recortes de un corazón herido: por la esperanza, Madrid, Ediciones Huerga y Fierro, 2019.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Javier Lostalé

10 de octubre de 2019

En mi opinión, las mejores anotaciones de un diario, los mejores diarios, los más sinceros, los más honestos, son aquellos en los que no pasa nada, en los que se escribe para decir que no pasa nada, en los que el café, el periódico, el super, la cajera del super, la barra del bar, la camarera apoyada en la barra del bar, un niño que cruza la calle, el encuentro con un conocido desconocido o viceversa, y vuelta otra vez a casa, en definitiva, en los que se vive, en los que late la vida real y figurada.

La vida figurada es la tercera entrega de los diarios del poeta José Carlos Cataño, y subrayo poeta porque ser poeta puede ser un accidente o una condición y en su caso no hay duda de que es esto último. Y lo es tanto en sus libros de poesía como en esta aventura diarística (Los que cruzan el mar), que no es lo mismo que aventura poética, aunque la poesía viaje con él en su equipaje. Un buen título para estos diarios en los que su autor duda con razón de la vida real, dicho con más propiedad, de que la vida sea real, o si quieren afinar más todavía, de que la vida sea sólo real, o incluso, sólo lo real.

Y entonces, nada más empezar, primera sorpresa: “Quemaría toda mi poesía.” Me paro y vuelvo a leer la frase: “Quemaría toda mi poesía.” Y pienso: no hay que fiarse nunca de los autores. Sobre todo de los autores de diarios. La mejor forma de mentir sobre uno mismo es diciendo la verdad. Y viceversa naturalmente. Lo que diga un autor sobre sus libros debe traernos siempre sin cuidado. Lo que importa, lo único que importa, es lo que escribe. Y escribir, como afirma en una de las primeras entradas el autor, es peligroso. ¿Algo tan aparentemente inocente e insubstancial peligroso? Precisamente. Siempre ha sido así.

El lector habitual de diarios, me refiero ahora a los periódicos, esos otros diarios que están en las antípodas de los diarios, sabe que lo sustancial anda siempre oculto entre líneas y nunca en los titulares, que no sirven más que para despistar.  Lo mismo pasa con los diarios de escritores.  Vayamos pues a la anécdota, vayamos a lo superfluo, vayamos a la digresión, que ahí es donde vamos a encontrar al autor.

Los diarios, los días, indefectiblemente, tarde o temprano, nos traen recuerdos de infancia y de juventud. Un viaje suele bastar para convocar el pasado, un encuentro, un sueño. No hay una teoría del diario como no hay una teoría de la novela, el diario es una práctica (diaria), un hábito, una rutina, y en el caso de los escritores, que son la inmensa mayoría, una especie de taller o de fábrica de ideas, de impresiones, de intuiciones, que el diarista anota al lado de una fecha, un poco como esas fotografías que tomamos de un paisaje que atrae nuestra mirada sin motivo aparente (aunque siempre haya motivos). Por eso los diarios se parecen tanto y a la vez tan poco unos a otros, y por eso lo que cuentan, lo que importa, lo esencial, es lo que los diferencia. Y en última instancia las diferencias siempre están en la escritura y en la vida, en la escritura de la vida. Los de José Carlos Cataño son los diarios de un canario que escribe en castellano y reside en Barcelona. Un canario que pasea su mirada desencantada por un mundo que no es el suyo, un mundo que le expulsa, que le margina, que le niega, como, tarde o temprano, acaba haciendo con todos nosotros. Un mundo, y este es el meollo del asunto, que hace tiempo que habla otro lenguaje.

“La luz de la tarde es miel, oro y nostalgia que baña las fachadas”, anota Cataño una tarde. Aunque la seriedad, la confesión, es la gran tentación de los diarios, otras tentaciones los redimen: la ironía, el humor, el no tomarse uno mismo nunca demasiado en serio, son cosas que también encontramos en La vida figurada y que agradece el lector (al menos el lector que escribe esta reseña). Porque no son las opiniones, ni los juicios, ni las ideas lo que importa en los diarios. Son los recuerdos. Y son los recuerdos porque los recuerdos suelen ser involuntarios y recordamos cosas cuya importancia en nuestra vida, suponiendo que tengan alguna, casi siempre se nos escapa. Y porque sospechamos también que las personas que aparecen en esos recuerdos no los recuerdan igual, o no los recuerdan en absoluto. Menudo chasco. Para el diarista, que no está muy seguro de su existencia, escribir un diario es una forma, la única seguramente, de levantar acta de su vida: “Puesto que ni veo ni vivo, escribo.”

El diario es un género como cualquier otro, y los géneros hoy se caracterizan por carecer de reglas, por transgredir las reglas, por saltárselas a la torera. El diario particularmente las transgrede todas: es y no es ficción, ensayo, poesía; es y no es sincero, honesto, verídico; es y no es objetivo, subjetivo; es y no es diario, memoria, olvido. El diario son las páginas que escribe el escritor cuando no tiene nada que escribir, y que muchas, muchísimas veces, acaba siendo lo mejor de su obra, lo único que la posteridad salva. Escribir sin finalidad, sin argumento, sin motivo, sin preocupaciones por el estilo, es una prueba que sólo superan los mejores.

Cataño desconfía con razón de teorías. Todas las teorías han acabado arrumbadas por otras teorías a las que les espera idéntico futuro. El argumento del diario podría resumirse en esta genial frase suya: “En mañanas como esta la vida merece la pena. Ya veremos cómo cae la tarde.” Y a continuación el diarista se pregunta: ¿lo que escribo es lo que vivo? Porque al escribirlo, una cena en un restaurante, una lectura de poesía, los rasgos tártaros de una mujer, el diarista es consciente de que todo pasa a otra dimensión, a una dimensión ignota, a la dimensión de la escritura. Toda la teoría del diario se reduce pues a: “escribir cada dos o tres días sobre lo que uno observa, lee y piensa para no dar reposo ni a la memoria ni a lo que va aprendiendo.” El diarista ve pasar la vida y la anota, vida que es, por definición, vida cotidiana, algo que Cataño logra transmitir muy bien. Pasear por la ciudad, entrar en alguna librería, comprar algo para la cena, observar a los viandantes, tropezarse otra vez con algún conocido desconocido o viceversa, leer el periódico, escribir un poema, o un prólogo (para este diario), sentarse en una cafetería, recomponer una lámpara, en todo esto consiste la vida. Una vida apasionante como le dice un vecino pensando en otra cosa, en otra vida, pero así es efectivamente, pues no hay nada más apasionante que levantarse todas las mañanas.

Hay muchas nubes y muchos pájaros en estos diarios. Mucho cielo por tanto, mucha soledad. Cuando estamos solos los ojos se nos vuelven al cielo. “Tengo tiempo para esto”, anota el diarista. Y hay entradas también que son como poemas, que son poemas: “El calor. El resplandor. Apenas hay brisa. La jacaranda de aquí al lado ya es lila. No hay rumbo en mi vida. Ni conclusiones.”  En otro lugar: “En la colina de enfrente se cimbreaban los eucaliptos. Me llegaba su aroma oscuro. La noche estaba cuajada de estrellas y de corrientes invisibles. Ya no llovería.” En otro: “En este momento, en las ya desconocidas tierras de la infancia, se están moliendo las amapolas.” No es indiferencia ante lo que sucede a su alrededor, no es resignación, pero tampoco le indigna ya nada, tampoco le subleva tanta mediocridad, tanta infamia, tanto insulto a la inteligencia. El diarista toma nota de todo esto, salda algunas cuentas pendientes, se desahoga, se confiesa, escribe… ¿qué otra cosa puede hacer? “No es vivir lo que cansa, es el dolor.” Y se despide. Con él que no cuenten. Continuará.- MANUEL ARRANZ.

 

 

José Carlos Cataño, La vida figurada, Sevilla, Renacimiento, 2017.

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Arranz

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