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29 de noviembre de 2024

Joan Montañés (Castellón, 1965), conocido artísticamente como Xipell, es humorista gráfico e ilustrador. Desde finales de los años ochenta se dedica profesionalmente a satirizar la vida política y social en la prensa diaria: fue redactor gráfico en el periódico Levante-El Mercantil Valenciano hasta su cierre en 2019 (recopilatorios de sus colaboraciones son las publicaciones Draps de Clau, Costa de Aznar y Gaudeamus Ujitur), para pasar después a ejercer como viñetista en el Mundo-Castellón. Además de su labor periodística, ha publicado el libro de crónicas escritas Los días del trencadís, el anecdotario de memorias Examen oral d´historias, la novela La peste del azahar, la obra de teatro El concilio del arroz y los volúmenes de ilustraciones El último monoLa Panderola, el tren que volóLengua Mágica, un día al parque de las NormasViaje al país de Tombatossals y Norma al ataque. También ha sido cofundador de la revista satírica Gurb.

Su segunda incursión en el género narrativo, publicada recientemente por AdN Editorial, El viaje circular, es un juego entre realidad y ficción como proceso de creación. Xipell, como buen humorista gráfico, salta desde la observación a la imaginación, para realizar un proceso de subversión que supone un continuo trasvase de la mímesis a la diégesis.

El geógrafo francés Jean-Claude Chigot, doctor de la Sorbonne, racionalista cartesiano, inicia en 1989 un viaje-exploración por encargo del mismísimo François Mitterrand, a través del Bureau des Grands Travaux, en busca del centro del mundo, con motivo de la celebración del Bicentenario de la Revolución y con la finalidad de “certificar si nuestra civilisation continuaba siendo el faro de la humanidad”. No busca quimeras ni entelequias, nada de piedras filosofales, arcas perdidas, griales, fuentes de la eterna juventud o dorados —la crítica a las novelas enigma es evidente—, si bien casi todas acaban apareciendo en sus páginas.

Tampoco su particular aventura tiene nada de fantástico al modo de El viaje al centro de la Tierra, simple y llanamente trata de encontrar las enseñanzas del “hombre céntrico” para, con absoluto rigor científico, estudiarlas y aplicarlas con la finalidad de situar a la República en un lugar puntero —¿en el centro?— de las naciones.

Tras tres años dando la vuelta al mundo como un nuevo Phileas Fogg, se dispone a regresar a París sin haber alcanzado su objetivo, cuando la diosa Fortuna lo lleva a un almacén de cítricos en la localidad de Almenara (Castellón) y a entablar conversación con el octogenario tabernero, Virginio Bonet, experto en “mundología”, con el que se dispone a iniciar un periplo por la comarca de los petits châteaux en el viejo Citröen DS, el mítico Tiburón.

Tras ingerir como bálsamo de Fierabrás una infusión de hierbas locales, unas copas de Anís del Mono y varios españolísimos “Sol y sombra”, con un calendario ilustrado utilizado como mapa del tesoro, nuestros ebrios amigos comienzan su alucinada aventura en busca del “punto exacto con el mayor grado de armonía universal jamás conocido”. Durante el trayecto, se intercalan las visitas reales a los pueblos (Cabanes, Torreblanca, Morella, etc.) y parajes (barranco del Valltorta, Puig de la Nau, fortín de Onda, castillo de Peñíscola, etc.), plasmados por el hiperrealista y egocéntrico pintor castellonense Vidal en las doce láminas que les sirven de guía, con los recuerdos de las realizadas anteriormente por el ilustrado viajero a lo largo y ancho de este mundo examinando de manera infructuosa dictaduras, teocracias, satrapías y democracias, incluyendo a los Estados Unidos y el mismísimo Vaticano.

Mediante el cervantino recurso del manuscrito, en este caso no encontrado, sino enviado en forma de trigésimo cuarto cuaderno de bitácora al propio François Mitterrand, acompañamos a este Ignatius Reilly viajero siguiendo su retórica prosa volteriana salpimentada con grandes dosis de ironía, en la que constantemente se confunden el mito y la realidad. Si el alucinado caballero andante confundía una bacía de barbero con el Yelmo de Mambrino, nuestro personaje transmuta una gigantesca caracola fosilizada acompañada de una naranjas nável un tanto pasadas en el mítico cuerno de la abundancia y le llevan a pensar en la traducción al español del término inglés, navel, ombligo, como indicio de hallarse cerca del epicentro terrícola. De igual forma, su calenturienta imaginación racionalista interpreta literalmente la frase La millor terreta del món como una nueva señal lingüística de encontrarse en su anhelado pays axial, si bien su sanchopancista compañero le explicará que se trata de una expresión local utilizada como eslogan publicitario por unos comerciantes para vender un estupendo detergente para fregar sartenes.

Desde las primeras páginas, Xipell experimenta con el humor —sin duda el verdadero protagonista de la novela— y nos atrapa en su juego literario, con una sonrisa perenne en los labios, que en ocasiones deviene en risa, cuando no en estruendosa carcajada, participamos con sus personajes en sus delirantes andanzas. Con un estilo chestertoniano, tan paradójico como simbólico e irónico —en ocasiones corrosivo sarcasmo que se decanta del sainete al esperpento—, un tanto barroco e hiperbólico, pero fluido y directo, no exento de hilarantes cultismos y abundantes referencias mitológicas (Arcadia, Fuente de Castalia, Jardín de las Hespérides, etc.), históricas (desde los homínidos y cavernícolas, pasando por los príncipes de la iglesia, santos, templarios, cátaros, hasta militares, maquis e industriales, que ejemplifica con el esbozo de las biografías de los personajes de la zona más destacados: Benedicto XIII, Vicente Ferrer, Cabrera, Teresona, Segarra, etc.) filosóficas, cinematográficas y artísticas —no en vano el autor es licenciado en Historia del Arte—, busca siempre la complicidad del lector.

Lo más llamativo de esta novela consiste en que la transposición onírica de la realidad subvierte lo concreto para trascenderlo por medio del lenguaje y elevarlo a la categoría de símbolo cósmico —entendido como deseo y sueño— para, al final, demostrar una verdad universal, presente ya en la no menos universal obra cervantina: “En todas casas cuecen habas y, en la mía, a calderadas”. La autoironía es también otra constante y el mismo protagonista participa de las pequeñas corrupciones que observa a su alrededor sin ningún pudor. En cierto modo, la novela es una parodia amable de la propia ilustración que él representa.

¿Es El viaje circular, valga la redundancia, un libro de viajes? Desde luego, siempre entendido en el sentido decimonónico, mezcla de aventura y abundantes disertaciones de todo tipo. ¿Es una obra alegórica? Sin duda. ¿Es una novela histórica? No, pero tiene mucha historia. ¿Es literatura fantástica? Tampoco, pero es fantástica. ¿Se podría categorizar como posmoderna? Podría ser, pero qué más da, sea lo que sea el artefacto, fruto del mordaz ingenio de un afilado viñetista, funciona, esta odisea es disparatada, divertida, acida e inteligente, contiene sátira política y crítica social, local y universal (los temas son numerosos: guerras de religión, nacionalismos, megalomanías, discriminación de la mujer, especulación urbanística, ecología, etc.), humor a paladas, identidad regional y personal… hasta el punto de que yo he descubierto que mi padre nació en el país donde no funciona la brújula y que yo pasé los primeros seis meses de mi vida en el mismísimo centro de la yema del huevo sin saberlo, pero eso ya es otra historia, la de mi propio ombligo.

 

Joan Montañés Xipell, El viaje circular, Madrid, AdN, 2024

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Villalba

Siempre hay que felicitarse por la aparición de nuevas editoriales, caso de Sloper en 2008, y ya con una trayectoria reconocida, a la que se suma la colección de poesía Isla Elefante bajo la dirección de un poeta laureado con alguno de los premios importantes de nuestros pagos, me refiero a Ben Clark. Siempre es una garantía ese filtro de una dirección entendida, atenta a cuanto pasa en la poesía que actual y que su director contempla desde el privilegio de la Fundación  Antonio Gala. Isla Elefante es una colección pensada, al menos en principio, para autores menores de cuarenta años, que se nos hacen muy flexibles, según demuestra Jorge Barco Ingelmo (1977), autor de este Jailhouse Rock. Libro al que pocas objeciones se le pueden poner, salvo el título en inglés, un error, creo (salvo por extrañas cuestiones comerciales), cuando los poemas están escritos en el buen castellano de Salamanca, donde nació este filólogo que ejerce de funcionario de prisiones y cuya experiencia le ha valido para un libro distinto, humano, mucho, con humor y tragedia, pensativo en numerosas ocasiones.  Se me ocurren algunos títulos igual de eficaces en nuestra lengua, a la que salvamos de paso de la colonización lingüística por parte del inglés.

Jailhouse Rock, dividido en cinco partes, pero con tres fundamentales en función de la situación del preso y peligrosidad, primer, segundo y tercer grado, va reflexionando desde distintas perspectivas sobre su situación, incluida la del confinamiento en los tiempos de pandemia, “Tú que no has ido nunca a comprar el pan / ni has montado en bicicleta / ahora te vale lo que sea / con tal de pasar el menor tiempo posible / entre tus tres o cuatro o quince paredes”. Y desde ahí, desde esa puesta en el lugar del otro, del preso, va ofreciendo en el escaparate un puñado de situaciones que se producen detrás de las paredes de una cárcel. Jorge Barco las plantea desde una sensibilidad pensativa, hermosa, con un sentido del ritmo lírico, del decir y la pausa; o si prefieren, desde el buen hacer de sus mejores versos y que, acorde a los tiempos, son libres. Numerosos asuntos van filtrándose así, caso del poeta encarcelado Marcos Ana, al que una mano anónima “justo hoy que te has muerto / (…) sin que presos y funcionarios sepan por qué / han colocado una rosa”. La locura, la ausencia de cosas tan habituales como una mera bolsa de plástico que le falta a un preso italiano, pero imposible de conseguir en el economato de la prisión, el miedo a presos potencialmente peligrosos, pero llenos de preocupaciones, por la ausencia de llamadas familiares o un error en el menú, la denuncia del maltrato, van surgiendo entre otros asuntos en sus versos.

Me ha gustado especialmente la aventura de escribir un poema a base de textos de otros, ya sea de prensa El País o Europa Press, sobre situaciones de paquetes bomba que se envían a funcionarios a sus casas. Me ha recordado un tanto con lo que jugueteó la poeta María Ángeles Pérez López, salmantina de adopción, en Interferencias, a partir de versos que admira. Aquí sin embargo se construye un poema desde textos y situaciones que dialogan entre sí, en época además que el experimentalismo está de capa caída, salvo por el buen hacer María Salgado o de Lola Nieto, como punta de lanza. Dentro de ese amplio espectro de miradas, donde cabe la ternura, la solidaridad, la circunstancia de cada uno, el miedo, tiene cabida el humor, caso de unos presos expertos en robos que no saben abrir una puerta hasta que uno de ellos, al fin, abre el candado…o el horror, como el caso de “un preso que el otro día / se había rajado la barriga y se chupaba / delante de nosotros una mano / ensangrentada mientras decía / lo mucho que le gusta la sangre”. No decepcionará este Jailhouse Rock desde esta perspectiva peculiar, la de la vida en la cárcel, que a veces se hace en un curioso poema Cárcel de amor, aunque lejos del libro de Diego de San Pedro, como comprobará el lector que se aventure en una mirada diferente y en una colección que promete, por lo visto hasta ahora, dar mucho de sí.

 

Jorge Barco Ingelmo, Jailhouse Rock,  Badajoz, Isla Elefante, 2024.

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

LA ESCRITORA URUGUAYA Y PREMIO CERVANTES, ASEGURA, A SUS 101 AÑOS: “LO MEJOR QUE PODEMOS HACER ES NO SER COMEDIDOS NI PREVISIBLES” 

UNO DE NUESTROS MEJORES FILÓSOFOS CONTEMPORÁNEOS LO TIENE CLARO: “NO SOY NI QUIERO SER NACIONALISTA, NI DE IZQUIERDAS NI DE DERECHAS” 

TURIA TAMBIÉN PUBLICA UN OPORTUNO ENSAYO SOBRE EL NEERLANDÉS ROB RIEMEN Y SU DEFENSA DEL HUMANISMO 

Los lectores del nuevo número de la revista TURIA, que se distribuye este mes de noviembre, podrán disfrutar de dos entrevistas a fondo y en exclusiva con dos protagonistas de evidente atractivo, por lo que dicen y por cómo lo dicen: Ida Vitale y Fernando Savater. Sin duda, y si tenemos en cuenta la proyección y el reconocimiento que sus respectivas obras y trayectorias han obtenido a nivel internacional, resulta acertado afirmar que son dos nombres propios de indiscutible relevancia dentro del mundo cultural de habla hispana.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

12 de noviembre de 2024

Maestro, amigo, oráculo zaragozano, viajero, Fernando Sanmartín se ha convertido en uno de los escritores fundamentales de Aragón. La variedad de su obra literaria, que abarca el dietario, la novela, el cuento corto o la poesía y su presencia en los catálogos de distintas editoriales nacionales lo convierten en un referente ineludible de las letras aragonesas. En esta nueva entrega poética, una elegante separata publicada con mimo amanuense por los Cuadernos del Mirador, con la magnífica ilustración naval de Pepe Cerdá en portada, encontramos a un Sanmartín contemplativo y errante, levemente terminal, atrapado en recuerdos de parada última, recorriendo espacios interiores e hitos paisajísticos. Me atrevo a utilizar el paralelismo con los antiguos sencillos, los singles del pop. Como adelanto. Como golosina. Quizá, más bien, sería un Extended Play, un EP de final de década: conceptuales, inmediatos, con una cohesión larval que pide ser compartida. Ya el barco inaugural, el vapor que ha escapado de del refugio transparente del vidrio, exhibe, en contra de sus hermanos mayores, de sus primos lejanos de velas bellas y trasnochadas, una picaresca lírica que deslumbra. 

Exige una mirada reparadora. Yo, que escribo mis notas sobre los libros en cuadernos sobrantes de cursos pasados, cuadros en blanco de temas y lecciones inacabadas, con una birome atemporal, de diseño industrial perfecto, una empatía hacia el poema de Sanmartín, hacia sus formas clásicas y pausadas. Como el texto que abre el libro: ¿Quién puede permitirse el lujo de perderse en Manhattan? Federico García Lorca, Enrique Morente y Leonard Cohen. Así escribe Fernando Sanmartín: “Perderse, a veces / puede ser como lavar una herida”, ¿qué había en aquella isla? ¿Piratas o náufragos? ¿Judíos ortodoxos o borrachos nigerianos? Quizá solo las huellas de los cocodrilos sobre el alquitrán de la aurora. Poeta que, al final, escribe: “Y caminé tanto / que perdí / el asombro de los túneles”. 

De Estambul al Pireo, vergonzoso lector aficionado al baloncesto europeo celebramos la ruta. Ya me disculpará el poeta Sanmartín. Los alimentos habían perdido el miedo porque los turistas llegaban con apetito, algunos, incluso, con hambre atrasada: “Cuando los cangrejos/se movían/como carruajes/encima de las rocas”. El soporífero sur de Europa, el norte de África, el Mediterráneo inexacto que anima al sueño y al olvido. Utilizo la tecnología para calcular la distancia entre Tánger y Estambul, porque no puede evitar recordar a Paul Bowles y William Burroughs − sobre todo tras el sintagma ‘Príncipe vicioso’. Son, exactamente cuatro mil ochenta y cuatro kilómetros. Casi dos días en coche. Podría haber sido otra parte, podría pensar en Mick Jagger en 1975, tiempos de Black and blue, y puede que el Estambul de Sanmartín tenga algo de azul. Y de negro, claro. 

Nos preguntamos qué himno se canta en cada una de las dos orillas, en la de Estambul o en la de Budapest. Las palabras escritas en la mano son aventureras, les gusta jugar. Parece que siempre tienen un lugar mejor donde estar, se arrastran, se olvidan, son manchas de tinta en la piel del libro. Por eso su forma de final (negro) o de frío (azul). Y pienso, claro, en la última vez que vi a Luis Eduardo Aute. Fue en la misma sala en la que estaba el poeta Fernando Sanmartín, aunque quizá él solo tenga el recuerdo de la distancia amable que mantiene con el mundo. En aquel lugar, con el poeta Gabriel Sopeña, Luis Eduardo Aute me firmó unos discos, un ejemplar de Fuga, un ejemplar de Rito: “O iniciando, quizá / sin saberlo, / inconsciente / los ritos de la fuga”. Cierra el poema, cierra la vida, el cielo protector, la compañía de José Manuel Caballero Bonald, la canción Hafa café del disco Slowly de Luis Eduardo Aute. 

Estoy sentado en una guardia de aula. Es viernes, última hora. Mis alumnos, en realidad, los alumnos de otro, se afanan con sus tareas de inglés. Yo leo y escribo esta reseña. El aula minúscula ha hecho un hueco al silencio y el silencio es un elemento fundamental en las canciones de Kiev cuando nieva, en la pintura de Pepe Cerdá, en los poemas de Fernando Sanmartín. Y así: “El silencio / es un suburbio / en el que muchachos terribles / tiran piedras / a un oso ciego”. Y suspiro, atrapado en la evocación y el mutismo reinante. Y sigo leyendo y escribiendo, en un quiero y no puedo, en un cuaderno que, más que dejarnos ir, nos devora: “Quiero ser linterna en la noche/para meter dos cicatrices en una bolsa de basura”. 

Turín, como antes Estambul, como siempre París. París, se diga a o no, París es un poema que no necesita ser nombrado, al menos en uno libro de Fernando Sanmartín. En Turín hay una bestia señorial y ancianos que nos regalan consejos como solo pueden hacer las personas mayores. Si tanto llovía las huellas de Ernest Hemingway debieron haberse borrado del poema. En Turín, donde solo pueden ganar Francesco y Giuseppe, Gino y Fausto o Claudio y Gianni, en Turín es por eso que son dos ancianos los que querían indicar algo al poeta Sanmartín. Los ancianos que van, bajo la lluvia, en parejas. Solo de lo perdido Marco, quizá Vincenzo. El elegante Felice. Pero ellos, ellos son nombres que debemos olvida: “Obedecía a los laberintos / aparté mi confusión de perseguido / y memoricé tu nombre / antes de borrarlo / como esa indicación que reciben los espías de quemar una evidencia”. 

Poeta de aplicación general, como esos antibióticos de amplio espectro que se le administran a los enfermos de males ciegos, en tiempos de muerte del padre, de terribles ausencias de amigos, en sus llamadas de primera hora, Fernando Sanmartín (padre biológico y padre no venal), confiesa que, como todos, acumulamos el alcohol, las pinturas y la ropa de nuestros padres como marte de una captura en ámbar, de una eternidad en forma de memoria. Escribe: “En este poema no hay ruido/ y sí mucha intemperie/porque la memoria es un idioma/que me produce insomnio”. Orfidal de todos los santos, hijos de Lee Marvin o de militares lectores del ABC. En este Mediterráneo de amistad y plenilunio, Fernando Sanmartín monta en la misma embarcación que nos salvará, más allá de Sirualas o la playa de los Capellanes. Ya no hay señal: “Es la hora/de borrar los errores”.

 

 

Fernando Sanmartín, Archivo fotográfico, Úbeda, Cuadernos El Mirador, 2024)

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

6 de noviembre de 2024

Que los libros de Jon Fosse circularan por el mundo antes de recibir el Nobel y que su nombre sonara durante años para el premio se lo debemos en gran parte a Daimon Searls, su traductor al inglés. Los traductores van teniendo cara y nombre en el siglo XXI.                                

Hace veinte años Daimon Searls tradujo al inglés un sample en alemán de Melancolía. Fascinado por su estilo decidió co-traducir el libro con una noruega nativa. Después de ese trabajo, ella decidió no seguir con Fosse y Searls aprendió noruego para continuar trabajando con la obra del que creía un genio.

 

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Escrito en Artículos Revista Turia por Silvia Bardelás

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