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14 AUTORES LE RINDEN HOMENAJE A TRAVÉS DE UN ESPECTACULAR MONOGRÁFICO REPLETO DE TEXTOS INÉDITOS

ENRIQUE VILA-MATAS, CHARLES SIMIC, JULIAN BARNES, DAVID LE BRETON, RAFAEL CADENAS, EDMUNDO PAZ SOLDÁN, MARÍA VICTORIA ATENCIA Y CHANTAL MAILLARD SON OTROS ESCRITORES DESTACADOS DEL NÚMERO

LA REVISTA SE PRESENTÓ EN ZARAGOZA

 

Una aproximación plural, atractiva y completa al escritor José María Conget es el contenido más destacado del nuevo número de la revista cultural TURIA. Un sumario de casi 500 páginas que tiene como principal protagonista a un autor que merece un lugar de honor en las letras españolas de nuestra época y cuyos libros alientan la pasión lectora más allá de las modas. “Sus libros - reconoce Ignacio Martínez de Pisón – me ayudaron a descubrir el enorme potencial que tiene la literatura para decantar las circunstancias más prosaicas y cercanas. Los grandes escritores hacen suya la realidad y luego son libres de modificarla y de estilizarla, incluso de sustituirla por su versión personal de la realidad”.

El nuevo número de TURIA se presentó el pasado 16 de marzo en Zaragoza, la ciudad natal de Conget, en un acto que tuvo lugar en el Museo Pablo Serrano. Cuando se cumplen 30 años de la publicación de su primer cuento en la revista, TURIA ha querido rendirle homenaje a través de un original e imprescindible acercamiento a su vida y obra elaborado por 14 destacados autores y especialistas que aportan interesantes textos inéditos. No en vano, y si hacemos caso a Juan Bonilla: “Conget ha hecho gran literatura de su vida: una vida que llenó primero de literatura para devolverle a esta lo que esta le dio: asombro, emoción, humor, la sensación, la certeza, de que el mundo es más hondo que extenso.”

Coordinados por el filólogo Juan Marqués, en el monográfico que TURIA dedica a Conget encontraremos textos exclusivos de escritores como Ignacio Martínez de Pisón o Juan Bonilla. Y también el lector disfrutará con artículos elaborados por estudiosos del trabajo creativo de Conget como José Carlos Mainer, Ramón Acín, Fernando Valls, Domingo Ródenas de Moya, Manuel Aguirre o Pablo Pérez Rubio. No faltan tampoco los  testimonios de personas muy vinculadas a su trayectoria como ya citado editor de Pre-Textos, Manuel Borrás; su mujer, la también escritora y traductora Maribel Cruzado Soria, y el periodista Juan Domínguez Lasierra. 

El objetivo de TURIA con este monográfico dedicado a José María Conget es conocer más y mejor a quien, para algunos, sería con su Trilogía de Zabala el autor del “Quijote de la autoficción” española. Y es que, como asegura el editor Manuel Borrás, “cada libro de José María Conget supone un eslabón más en su ya sólida, coherente y personal obra literaria y también, por qué no decirlo, en la mejor narrativa escrita en nuestro idioma. Una obra que merecería en verdad una mayor atención por parte de los lectores gustosos, que en este país, sin ser legión, los hay sin duda”. 

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

LA REVISTA PUBLICA UN TEXTO INÉDITO DE JOSÉ MARÍA CONGET, AUTOR AL QUE DEDICA UN MONOGRÁFICO

Zaragoza se ha incorporado estos últimos años al circuito de presentaciones que organiza la revista TURIA en diferentes ciudades. Tras más de tres décadas de trayectoria, la publicación cultural editada en Teruel ha consolidado así su vocación de seguir ejerciendo un cosmopolitismo con raíces y convertirse en una revista cultural de referencia en español.

Tras los monográficos dedicados a Ignacio Martínez de Pisón (2013, Teatro Principal) y Benjamín Jarnés (2014, La Aljafería), mañana miércoles 16 de marzo, y a las 20 horas, en el Museo Pablo Serrano tendrá lugar la presentación de una nueva entrega dedicada al escritor José María Conget, Premio de las Letras Aragonesas. 

El citado acto contará con la presencia del homenajeado y tendrá como maestro de ceremonias a José Carlos Mainer, catedrático jubilado de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza y uno de los mayores estudiosos de nuestras letras contemporáneas.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

14 AUTORES PARTICIPAN EN UN ESPECTACULAR MONOGRÁFICO REPLETO DE TEXTOS INÉDITOS

LA REVISTA SE PRESENTARÁ EL 16 DE MARZO EN ZARAGOZA

Una aproximación plural, atractiva y completa al escritor José María Conget es la propuesta que realiza el nuevo número de la revista cultural TURIA. Un sumario de casi 500 páginas que tiene como principal protagonista a un autor que merece un lugar de honor en las letras españolas de nuestra época y cuyos libros alientan la pasión lectora más allá de las modas. “Sus libros - reconoce Ignacio Martínez de Pisón – me ayudaron a descubrir el enorme potencial que tiene la literatura para decantar las circunstancias más prosaicas y cercanas. Los grandes escritores hacen suya la realidad y luego son libres de modificarla y de estilizarla, incluso de sustituirla por su versión personal de la realidad”.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

4 de marzo de 2016

            Como en una Divina comedia contemporánea, del amor como misterio que une vida y muerte habla este libro singular que, pese a adoptar su forma, nada tiene que ver con el género diarístico al uso. En una prosa impecable y melodiosa que es una de las señas de identidad del autor, su progresión itinerante entre sombras y sueños, a través de los días de un calendario ficticio (de octubre de 2013 a octubre de 2014), es un recorrido en el que se nos guía hacia lo más profundo de un asombro casi místico ante el mundo. Porque del asombro ante el misterio que se encuentra en la raíz de la mística está hecho este libro al alcance de cualquiera, sin el menor vestigio de hermetismo o ambigüedad, que entrega al lector el agua clara y reconfortante de la claridad y la transparencia.

            “Desde el dolor o desde la alegría, yo solo he escrito aquí de lo que amo, que es como decir de lo que ignoro”, nos dice su prólogo, que es también una honda reflexión sobre el sentido de la escritura alejada de lugares comunes y de falsas trascendencias: “Escribir es siempre un fracaso, adelantar la mano y abrir un dedo para señalar a otros el rastro de un pájaro cuando se ha ido”. Y, como para los viejos escritores místicos, también el lenguaje para Mateos (que intenta aquí, igual que ellos, deshacerse del yo para trascenderlo sirviéndose, en aparente paradoja, de una de las formas autobiográficas por excelencia) se revela en muchas ocasiones como insuficiente: “Solo balbuceando podemos llegar a decir algo de este gran misterio, de esta belleza”.

            Todo es cordial e ingenuamente humilde en la obra de este autor que no en vano es también, y quizá por ello, uno de los poetas más destacables de su generación. Y, sin embargo, posee la arrolladora fuerza vital de lo que escribe alguien que parte de la siguiente premisa: “Un libro no debería ser nunca un sucedáneo de la vida. Sino pura vida, vida inagotable. Algo que nos roba de la vida durante unas horas para al cabo devolvernos a ella más vivos”.

            Cumplen con creces ese objetivo estas páginas donde se entremezclan intuiciones poéticas y filosóficas, donde se reflexiona sobre la existencia humana, sobre su finitud e infinitud (pues “somos seres fronterizos”, nos insiste); sobre el paso del tiempo y la identidad del hombre (en uno de los textos más hermosos del libro se nos dice hasta qué punto le resulta al personaje que habla en primera persona no ser el niño que fue) y sobre el sentido y la finalidad del arte (“que lo habitual resulte insólito, en eso quizás resida parte de la tarea de la poesía […], de la filosofía y hasta de la ciencia”, porque “la belleza del mundo nos pide una respuesta, y esa respuesta solamente puede ser la creación de más belleza”).

            Mateos es un escritor contemplativo que hace mucho más que mirar, que penetra en la realidad volviéndola para el lector más brillante e intensa y haciéndole visible lo invisible. Sabe revelarnos esos mágicos “puentes que nos tienden las cosas” en lo grande y lo pequeño, en lo cotidiano y lo extraordinario; exaltar la vida incluso a través de la muerte (“poder morir es sin duda el mayor de los regalos”) y de la aceptación del dolor, buscando a tientas una fe que se apoya en la intuición intangible de la verdad como reencuentro, casi como reminiscencia platónica (“pensar es recordar”), y celebrar la belleza y el amor que, encarnado en esa Luisa-Beatriz que es la fantasmagórica protagonista del libro, mueve el sol y las estrellas: “¿Cómo es posible amar, amar de verdad, y no morir por eso?”.

            Un año en la otra vida, que es también un libro poderosamente pictórico plagado de naturalezas muertas, de paisajes, de escenas de interior y de retratos del natural de fantasmas y seres de carne y hueso, demuestra cómo el lenguaje, cuando es lenguaje por encima de retórica, puede aproximarse hasta a lo que carece de nombre. Nos recuerda que “las grandes palabras no mienten […] lo que hay que temer es no llevarlas dentro al pronunciarlas”. Y nos redime un poco al recordárnoslo. Como la sonrisa de Beatriz.

 

José Mateos, Un año en la otra vida, Valencia, Pre-Textos, 2015.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Victoria León

 El gran poeta nicaragüense, cuya vida y obra todos conocemos, fue también un gran crítico literario, un hombre de prosa deslumbrante, que enamoró a sus contemporáneos, dejando páginas inolvidables en libros como Azul, esos cuentos que nos ofrecen un mundo mágico, un paisaje lleno de encantamiento. No solo Azul, también sus críticas a la España de la época fueron recogidas en España contemporánea, un libro que vio la luz en los últimos años del siglo XIX  y que son un testimonio necesario para conocer la mirada de Darío al mundo, una luz llena de sabiduría, que triunfó en su poesía, pero que no desmereció en su prosa.

   España contemporánea nos obliga a mirar a un país atrasado, que Darío conoce muy bien, que ya ha visitado anteriormente, pero que ahora analiza con mirada de entomólogo, con la precisión del analista de una sociedad que debe evolucionar, para no perderse en la eterna mediocridad.

    El 1 de enero de 1898, el poeta llega a Barcelona, se topa con el mundo marino que aparece en la Barceloneta, con una ciudad prendada de luz, moderna ya por la influencia de la cultura y el arte entendido como voraz protagonista en tiempos, no solo los suyos, sino los de todos, de corrupción política y de injusticia social.

   Describe las Ramblas, con ese pincel fino que lleva entre los dedos, con esos ojos de alquimista, que todo lo transforma en arte:

“En esta ancha calle, como sabréis, de un pintoresco curioso y digno de nota, baraja social, revelador termómetro de una especial existencia ciudadana. En la larga vía van y vienen, rozándose el sombrero de copa y la gorra obrera, el smoking y la blusa, la señorita y la Hermenegilda. Entre el cauce de árboles donde chilla y charla un millón de gorriones, va el río humano, en un incontenido movimiento”.

    La Rambla es ya el trasunto de la modernidad, un lugar donde los nuevos tiempos bailan al compás de lo antiguo, para generar un porvenir necesario y fascinante en nuestro final de siglo XIX:

“Fuera de la energía del alma catalana, fuera de ese tradicional orgullo duro de este país de conquistadores y menestrales, fuera de lo permanente, de lo histórico, triunfa un viento moderno que trae algo del Porvenir; es la Social que está en el ambiente; es la imposición del fenómeno futuro que se deja ver;  es el secreto a voces de la blusa y de la gorra, que todos saben, que todos sienten, que todos comprenden, y que en ninguna parte como aquí resulta tan palpable en magnífico alto relieve”.

    Darío ya presiente el futuro de la sociedad obrera, el mundo que se revela al señorito, que busca un lugar en la sociedad, que huye ya de la esclavitud de las relaciones laborales anteriores.

    Rubén Darío mira a la ciudad de Gaudí e intuye la Semana Trágica, que en 1909, llena de sangre las calles de la ciudad condal, donde los obreros se enfrentan en gran batalla contra la sociedad de clases que ha pervivido durante los siglos anteriores.

   Un obrero que se sienta al lado de dos aristócratas en una cafetería de la calle Colón y bebe su licor al lado de ellos, sin que estos se inmuten, donde el desprecio de unos hacia los otros ya revela lo que será el sangriento siglo XX.

    Pero Darío, gran poeta, va cincelando su España contemporánea, hace una semblanza del rey Alfonso XIII en este libro revelador, lo pinta en ese aire del pasado, como en una película de aquellas que adoraron nuestros abuelos, como la inolvidable Sissi, va en el carruaje, tiene ese aire de los Borbones que hereda algo de los Austrias, como si la sangre de ambos se mezclase en los salones donde el placer, la opulencia y la lujuria han sido emblemas de reyes, sin eludir una cierta tristeza y la melancolía de los locos, como en el rostro atormentado de Carlos II, señalando el rostro una cara esculpida con el detalle de los grandes romanos, como el amado Miguel Ángel:

“Iba el carruaje despacio, y así pude observar bien el aspecto de Su Majestad Infantil. No está tan crecido como los retratos nos hacen ver; pero muestra lo que se dice une bonne mine. Tiene la cara, ya señaladamente fijos los rasgos salientes, de un Austria, de un Felipe IV niño. Es vivaz y sus movimientos son los de quien se fortifica por la gimnasia. Los ojos son hermosos y elocuentes, la frente maciza sería un buen cofre para ideas grandes;  el cuerpo no es robusto, pero tampoco canijo”.

    Pero Darío ama a España, sin dejar de hablar en este libro prodigioso y no tan conocido (para muchos Darío fue poeta, de los grandes, pero olvidan su labor crítica y su temperatura de prosista de alta calidad), de la narrativa americana:

“Surge ahora en Chile un talento joven que es firme esperanza; ha demostrado la contextura de un novelista de base nacional, sostenido por la propia cultura, la necesaria cultura; me refiero al hijo de Vicuña Mckenna; a Benjamín Vicuña Mckenna Subercasseux, de nombre un poco largo, para nombre de autor. Del Perú no conozco novelista nombrable, aunque hay buenos cuentistas entre los jóvenes literatos, lo que no es poco. Ricardo Palma ha podido realizar una obra que habría completado su fama de tradicionalista: la novela de la colonia”

     Darío conoce la novela que triunfa, pero pasea sus ojos de poeta por los rincones de España, tanto es así que admira a Menéndez Pelayo, confraterniza con Valle-Inclán y con los modernistas españoles, para hilvanar su literatura de cisnes y de paraísos maravillosos, mientras su desencanto va fraguando la tristeza que anida en Cantos de vida y esperanza (1905), el libro que rompe lo idílico y hermoso que anidaba en su célebre Prosas Profanas (1898).

    Darío conoce el poder de los Estados Unidos y los critica, como el imperio que empieza a ser y canta a España, como el imperio que ha declinado para siempre.

   Cuando releo este libro portentoso de Darío que tanto nos enseña de su visión de España, me detengo en sus palabras laudatorias acerca de Menéndez Pelayo, el sabio que tan joven sentó cátedra en España:

“Y cuando en la conversación amistosa escucho sus conceptos, pienso en un caso de prodigiosa metempsicosis, y juzgo que habla por esos labios contemporáneos el espíritu de aquellos antiguos ascetas del estudio que olvidara por un momento textos griegos y comentarios latinos. Es difícil encontrar persona tan sencilla dueña de tanto valer positiva, viva antítesis del pedante, archivo de amabilidades; pronto para resolver una conducta, para dar un aliento, para ofrecer un estímulo”.

    Sin duda, Darío admira al sabio que no hace ostentación de ello, de conversación apasionante, en la modestia infinita del que se sabe mortal, del que duda de su propia presencia en el mundo, del que conoce la complejidad de todo  y la banalidad, a su vez, de cualquier espíritu trascendente.

  Y queda la imagen de la mujer española, para poner colofón a este repaso por la vena prosaica de Darío, por su coqueteo con el lenguaje de la buena prosa, con fino estilete, el de un creador de rápida imagen, de verbo sagaz y de clarividencia inigualable, un nicaragüense que es, sin duda, el padre de la literatura de la tierra posterior.

     En su visión de la mujer española, Darío nos habla de los tipos de mujer, como si poetizase al cisne, enamorado de ese dibujo impresionante que la mujer morena nos regala en nuestra bella Andalucía o la madrileña que pasea por las fiestas del quince de  Mayo:

“Hay distintos tipos que se imponen, pues en la Corte se hallan representadas las distintas provincias. Desde luego, la mujer suavemente morena, de un moreno pálido, cara ovalada, cuello colombino, boca sensual y mirada concentradamente ardiente, cuerpo en que se ritman felinas ondulaciones, y la rosada y firme de elasticidades, de cabellos dorados, un tanto gruesa; y la belleza decadente y tradicional, de los retratos en cuyas manos puso Pantoja tan preciadas gemas; rostros con algo de las figuras de los primitivos”.

     El divino poeta conoce a la mujer, la escruta y sabe que en sus rostros se halla la virtud y el pecado, la eterna contradicción de los sexos que se aman y se repelen desde tiempos ancestrales. La española es, para el poeta, un cuadro donde mirar España, donde contemplar su belleza y sus sombras.

    Concluyo con esta sentencia dariniana, dura afrenta que debe ser entendida en su contexto, pero que, desgraciadamente, pesa aún en los que vivimos las aulas cada día como docentes, esa idea de Darío de una educación prostituida por unos y por otros, siempre políticos que no entienden de enseñanza, sí de mezquinas afrentas al sentido común, que padecemos hoy día, de manera sangrante. En la España de la época, el problema no era un profesorado competente en manos de políticos incompetentes, como ahora, sino el de una España atrasada, donde ni los profesores tenían capacidad para serlo, porque no había una selección de rigor previa a la profesión docente. Darío, para no extenderme en un artículo duro y de gran hondura, sentencia:

“La ignorancia española es inmensa. El número de analfabetos es colosal, comparado con cualquier estadística. En ninguna parte de Europa está más descuidada la enseñanza”.

     Considera a los maestros como desgraciados que suelen carecer de medios intelectuales o materiales para seguir otra carrera mejor. También cuestiona la enseñanza de memoria y de ser profesor en su púlpito de la Universidad de la época, salva a la Institución Libre de enseñanza, pero señala el fracaso de esa propuesta tan interesante en la España del XIX. 

      Darío, en un artículo escrito el 8 de septiembre de 1899, nos habla de una enseñanza que condena a miles de estudiantes a la nada y a la ignorancia, ahora, si viviese, sabría que aún no hemos arreglado un tema tan importante y que las manos de la mala política nos condenan a la mediocridad para siempre. Darío fue y debe ser considerado un maestro, un precursor de las ideas de otros que hablaron del fracaso del sistema, de la necesidad de cambios sociales.  Darío merece, por todo ello, este homenaje a su labor de prosista, menos conocida y alabada que la de poeta.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

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