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Escribir es una tarea que separa de la vida. “A través de la memoria del pasado y de la indagación en lo que somos, salimos de nosotros mismos y nos hacemos otros”. Lo pronuncia una suma de personalidades que responde al nombre de Soledad Puértolas. Espero que sus recuerdos, convertidos en los de otra persona, den salida a este callejón inicial, que no es sino el patio interior de su casa de Pozuelo. Amplio, de reminiscencias árabes, con azulejos diríase que a juego con las baldosas. Se trata de un espacio abierto, como los que le gustan a ella, con un lucernario por el que penetra de golpe el estío. Unas puertas acristaladas abren el paso a otras estancias y escaleras a través de las que se adivinan paredes en las que sobresalen libros y cuelgan fotografías. Entre ellas la que va en la portada del tomo primero de sus Obras escogidas, publicado por Anagrama en febrero de 2011. Sus dos perros, a los que trata de meter en cintura después de haber mimado, son testigos durmientes de la conversación.

-La biografía se entremezcla en su discurso narrativo. ¿Le ha coartado alguna vez el pudor al transformar la experiencia personal en literatura?

-Más que el pudor, que puede, el respeto a las personas implicadas en mi biografía. Te puedes transformar en personaje de ficción y llegar a acuerdos contigo, pero debes mantener respeto con las personas cercanas que no los han firmado.

-¿Diferencia entre personas vivas y muertas?

-Sí, en el momento en que las personas desaparecen también podemos suscribir acuerdos.

-La intimidad, entonces, no se ve afectada mientras no toque a terceras personas.

-Efectivamente. Los pactos internos deben están claros, ellos te dirán qué puedes usar. Los personajes no dejan de estar interpuestos. Incluso cuando hablas de tus propias experiencias, no las revives, son una recreación, son reproducciones literarias. La intimidad verdadera queda a salvo por medio de la distancia.

-¿Cómo trabaja con la memoria? Reconoce que la imaginación trastoca el recuerdo de las cosas.

-La memoria es un extraño archivo. El recuerdo se produce desde el presente y nunca es puro. Es la reelaboración de datos que van cambiando con cada uno y con la percepción que de nosotros tenemos y de nuestra propia vida. En esa reelaboración, los recuerdos se viven transformados.

-Su estilo es sobrio. A través de él logra que se entienda a la primera lo que quiere contar. ¿La claridad tiene que ver con la precisión?

-Quiero que se me entienda y, por eso, la primera que necesita aclararse soy yo. Si tengo la idea confusa no la puedo expresar. El proceso es de clarificación es simultaneo y la claridad de mis novelas tiene que ver con la mía propia.

-No abundan las descripciones en lo que escribe, sin embargo crea espacios comprensibles, ¿qué teclas del estilo aprieta para conseguirlo?

-Ésa que menciona es una gran dificultad. La descripción demorada y tediosa me abruma. No soy persona que se fije en detalles, no lo he alimentado nunca. Sin embargo, los escenarios son enormemente importantes para mí. El reto lo planteo en ese punto: otorgo valor a los espacios y luego no sé describirlos porque ni estoy interesada ni dotada.

-¿Qué personas fueron clave en que escribiera, aparte de usted misma? Se recuerda haciéndolo desde que tiene memoria[1], aunque no se lo planteó de un modo profesional hasta que Arturo Serrano-Plaja casi se lo ordena. En segundo lugar, no sé si llega a existir una monja que conmina a no desperdiciar el talento en cosas que no sean la escritura a un personaje que ignoro si, en ese punto tiene, que ver consigo.

--Ríe- Sí, esa monja está bien vista, la saqué en Cielo nocturno. Era una mujer que me hablaba de la belleza y de la necesidad de no dilapidar los talentos concedidos. La tenían un poco apartada porque era demasiado lúcida. Yo no sé cuándo empiezo a enseñar lo que escribo, pero siempre que lo hice obtuve una valoración positiva. Apoyos puntuales, me refiero, no un clamor. En el colegio de monjas se daba importancia a la expresión escrita, estaban los ejercicios de estilo y de redacción. Tengo la impresión de que siempre me han valorado más fuera de casa que dentro, lo cual es importante porque te enseña un camino de salida. Yo era una niña comunicativa, pero cerrada, bastante observadora, y no encontraba mi lugar fácilmente. Serrano-Plaja llegó mucho más tarde.

-En esos inicios Hammet y Chandler le ayudaron a encontrar el tono. Sin embargo, rápidamente se separó de cualquier remisión a la novela negra.

-Yo no estoy dotada para el crimen. Me asusta lo policiaco, no me gusta pensar que alguien muere por mi causa, que es lo que sucede en ese tipo de novela: el autor es el criminal. Para el tono de El bandido doblemente armado –había escrito antes otras novelas que no encontraron publicación- esos escritores sí me ayudaron. Necesitaba encontrar distancia al escribir y la distancia en la figura del detective es muy parecida a la del narrador. El detective privado vigila las vidas de los demás y las transcribe, que es más o menos lo que hacen los narradores. Chandler, Hammet y, también Salinger, me situaron en el lugar donde quería estar. Pero la novela policiaca, en realidad, nunca me interesó. Lo que me llamaba es otro tipo de misterio, más profundo, más disperso, más imposible de localizar.

Conviene localizar el prólogo de La vida oculta. En él pronuncia: “Espía, observador secreto, el novelista va creando silenciosa, sigilosamente, la vida sobre el papel y lo cierto es que no da muestras de ello en su propia vida: parece un ciudadano como los demás”.

-Su obra es cosmopolita, con frecuencia recoge un paisaje transnacional. En Compañeras de viaje hay hasta ocho países circulando. Sin embargo, no le apasiona viajar[2].

-Me asusta y me cansa. Soy consciente de lo que comporta: los tiempos perdidos, en los que el tiempo transcurre, inestable, sin puntos de apoyo. Dejar la casa, ir a la estación, al aeropuerto, llegar al destino... El aprendizaje consiste en hacer que el trayecto tenga sentido en sí mismo.

-¿En la ciudad se encuentra a salvo?

-Las ciudades me pueden perturbar también porque, como escritora, estoy obsesionada con las coordenadas espacio-tiempo y, en el momento en que éstas cambian -en cualquier trayecto urbano- me encuentro sin lugar. Y mis personajes comparten mis vivencias, sean de dolor o de alegría.

-Afectan, pues, a su escritura.

-No, a eso no. La vivencia está ahí, pero yo puedo escribir en cualquier parte.

-No tarda en recuperarse.

-En absoluto. Tengo capacidad para escribir en cualquier sitio. Voy a un hotel y puedo escribir. Lo mismo, en trenes y aviones. Para protegerme del mundo exterior, creo espacios fuertes, y ellos son transportables al lugar en el que me encuentre o hacia el que vaya.

-El dolor y la enfermedad –física, mental y moral- es otro terreno que visita. Hasta el punto de convertirlos en “símbolo de las debilidades humanas y sus limitaciones” y ser causa de inutilidad[3]. Se perciben como algo irremediable, por lo que hay que pasar y nos rodea.

-La enfermedad es una condición del ser humano. Aunque muchas veces oigamos que vivimos en la salud, somos seres delicados y enfermos. Convivir con ella nos recuerda nuestra transitoriedad, nuestra mortalidad, tan perturbadora que tratamos de ignorarla. Creo que la literatura debe tratar la enfermedad, el dolor y las limitaciones.

-Y entre los caminos que conducen a la enfermedad, el amor. En Si al atardecer llegara el mensajero, usted expresa que, aun sabiendo de antemano que puede terminar en cualquier momento, cuando finaliza, es capaz de abocarnos a la locura, como, de hecho, le sucede a la protagonista de Cielo nocturno. Aquí parece que rebaja la expectativa y termina concluyendo que el amor consiste simplemente en ser entendido… que no es poco.

-Aceptar el desamor, y el final del sufrimiento que éste provoca, es únicamente posible a base de tiempo. Sin él no hay recuperación. Hasta que no sientes que algo ha acabado, no sabes que puede acabar: la vivencia va unida a las sensaciones. Intuimos que el dolor tiene fin, pero, ¿qué quiere decir fin antes de producirse?

La explicación guarda sintonía con la enseñanza plasmada en Pauline, René y Lilly, protagonistas de Burdeos, que aprenden que la vida se reduce a tiempo y la única salida para superar los reveses, los problemas cotidianos, las incapacidades es la lucha contra uno mismo. “Luchar nos da la medida de nuestro deseo”, ha escrito.

-Dijo Fernando Lázaro Carreter de usted que no aspira a deslumbrar con el estilo, sino a contar “historias de amor perdido divinamente”[4]. Las hay que sufren desgaste, que se ven visitadas por un amor fugaz… Pocas parejas felices hay en sus novelas.

-Esa apreciación valdría para toda exploración literaria, no creo que exista novela que se plantee temas de fondo y verse sólo de la felicidad. Quitando las de Jane Austen, que acaban en boda… y hasta que llega la boda, los protagonistas sufren también.

-¿Puede que, en el mayor número de casos, -se- refleje la agitación del enamoramiento más que el amor?

-Claro, porque el amor, como concepto, es inaprensible. El amor o no se puede definir, o cada uno lo hace a su manera. Es tan ambicioso como vago: puede ser divino o humano, que dure un mes o que dure toda la vida.  Carver se pregunta de qué hablamos cuando hablamos de amor[5]. El enamoramiento es muchísimo más manejable: pasión, flechazo, la absorción de la identidad de otro.

-Hay un denominador común en sus personajes: la disposición a la aventura, particularmente evidente en Días del Arenal y en su reciente Compañeras de viaje. ¿Se trata de una visión práctica de las emociones, influida por el mundo interior de cada uno o la realidad se impone y, resultando todo finito, hay que estar abierto a nuevos paisajes?

-Más bien lo segundo. Mis personajes acaban considerando positiva la apertura. El azar permite la entrada de nuevas personas en la vida. Que la experiencia no esté cerrada a nadie es un ingrediente fundamental en mis libros y una de las redes que sostienen a mis personajes. Puede ser una aventura o puede no ser nada, una persona con la que hablas un momento, como en ‘Hablando con desconocidos’[6], donde una señora sentada en el banco de un parque se pone a hablar con un chico que le pide fuego. Necesita alguien que la escuche, las cosas no suceden porque sí.

-En ese cuento que menciona, la protagonista, Gracia, sale mirando por la ventana, como huyendo de casa, fuera de la cual encuentra la alegría. Lo que encaja con lo que leemos en Recuerdos de otra persona a propósito de los bloques de viviendas y de las casas. “Todo lo muy terminado, muy pensado o muy lustrado me agobia un poco”. Por eso, las terrazas le parecen liberadoras –como cabría interpretar de las ventanas en ‘Hablando con desconocidos’-. Parece que está hablando del amor.

-Es verdad, hablo de una cosa y de la otra: de los edificios y de las personas. No creo en la perfección y, además, me escama oír hablar de ella. Una relación perfecta entre dos personas me parece inverosímil. Se podría hablar de sintonía, pero la perfección es demasiado redonda e impenetrable, escapa a las relaciones humanas. La terraza sería la imperfección necesaria.

-En ese mismo libro, unas páginas antes, comenta: “Puede que lo que se está haciendo nos pertenezca más que lo hecho y terminado. Está más lleno de posibilidades y sueños. Lo terminado lleva en su seno la renuncia y la frustración”. Y remata. “Sueños aún deshabitados, pero reales, haciéndose”. Lo que encaja con los pensamientos de Estrella en Si al atardecer llegara el mensajero: “El amor me gusta más antes que después. Al cabo de los días empiezo a notar la decepción. La culpa no la tienen ellos, los hombres, porque me pasa siempre (…) La ilusión se había evaporado”. ¿No es injusto, igualmente, para ellos y para ella?

-Algo tendrá de injusto, no digo que no. El comienzo que me ha leído se refiere a las casas y a todo proyecto personal, claro; lo que le pasa a Estrella es que no habla de amor, sino de enamoramiento. El amor, tiene razón, seguramente no lo he planteado en mis novelas salvo en estos extractos. El enamoramiento es puntual; el amor, no, el amor siempre se está haciendo, en la convivencia, en la confianza, a través del entendimiento mutuo. Lo mejor del amor es que nunca está acabado.

-Tiene personajes que no cesan de preguntarse si es mejor conocer la verdad… aunque acabamos de ver que ni conocer la fragilidad del amor nos previene de sufrir por él cuando termina. ¿Cabe ser feliz e ignorante al tiempo?, ¿se puede dar el bienestar sin conocer? ¿Qué opina la autora?

-Yo también me pregunto esas cosas –rompe a reír-. La ignorancia es un alivio que libra a las personas de elucubrar, pero no es el estado ideal. Ahora, yo distinguiría.  Hay una ignorancia voluntaria, en la que uno renuncia, y otra frustrante, cuando alguien te prohíbe. La primera es un acto de decisión personal y tiene algo de heroísmo. Contra la segunda, impedir el acceso al Libro de la sabiduría, me rebelo.

-En si Al atardecer…  se habla también de investigar qué fue de las personas amadas después de haberlas perdido. Hay un personaje que baja del cielo con esa misión. Ahora esto no funcionaría: las redes sociales permiten romper con una persona y seguir estando al corriente. ¿Qué le parece una sociedad hipercomunicada, en la que todo parece tan masticado, y tan volcada hacia fuera?

-Es verdad. Debemos preguntamos, y es un reto que debemos ir asumiendo, qué se pierde con tanta comunicación. Para empezar, la calma. Hay demasiadas palabras en el aire. Las comunicaciones de Twitter, Myspace, Youtube, Tuenti, Facebook, de los blogs, están constantemente dando fe de lo que la gente hace, pero ¿qué alma tienen? Quizá no todo sea comunicable y estemos perdiendo la valoración de lo que no se debe tratar, sobre todo, en público. La técnica nos ha propiciado una manera de relacionarnos fácil, barata, enfebrecida, seguramente enfermiza, y nos ha convencido de que tenemos que usarla.

-La dificultad para comunicarnos las personas excede la pareja y las redes sociales. La encontramos también habitando en la familia, una institución a la que nunca se termina de conocer y que no escapa de la crítica. Así, el tío rico de Todos mienten -1988-, que manda dinero desde el continente americano, veinte años después[7] descubrimos que nunca existió. Fue una invención para justificar unos ingresos opacos del padre. La afectada se manifiesta contra la corrupción familiar y rompe lazos: “Me enteré el año pasado (…) Me fui de casa. No quiero saber nada de ellos”.

-Tiene razón, se trata del mismo hombre. La familia es una organización tan compleja, con tantos roles asumidos, que es tentador examinar qué hay tras el papel que cada miembro asume. Cuánta buena voluntad malinterpretada, pero, también cuánta impostura. Silencios, traiciones y actitudes que merecen la censura.

-No ha de ser intocable.

-Nada es intocable.

-¿Qué papel juega, dentro de la familia, el padre? En varios libros la relación con él es tortuosa, ¿cabe ser de otro modo?

-No sé si cabe, pero las relaciones padre-hijo y madre-hija parten de presupuestos muy distintos y en ese punto de partida está el primer enfrentamiento. Los padres dan la vida y son los cuidadores y los hijos están condenados a rebelarse y a elegir su propio camino. De esa relación conflictiva guardamos mitos e historias a lo largo de siglos. Cada época añade matices, pero la relación nace muy desigual y, como tal, estará condicionada a pasar por grandes pruebas.

-Dificultades en el modo de vivir en sociedad, de habitar las ciudades, de relacionarnos por internet, dificultades con la pareja, con la familia, con el padre… También discutimos con nosotros mismos. Hay varios pasajes, que podrían tener su cénit en el relato ‘Espejos’[8], en los que la protagonista manifiesta extrañeza respecto de sí misma. ¿Hay varias personas en cada persona?, ¿por qué nos desconocemos?

-Nos vamos desconociendo a medida que la vida pasa. Conviene admitir que tenemos zonas oscuras y llegará un punto en que estemos esperando descubrirlas. Nuestra educación la hemos recibido para que nos reconozcamos dentro de una coherencia lineal, lo que pasa es que las categorías palidecen según nos alejamos de los núcleos vitales. Y no tiene por qué ser malo, al revés.

-Pero el volumen se cierra con un cuento[9] en el que la protagonista se declara “deshabitada” y “desfallecida” al comprender: “Por primera vez yo era una desconocida para mí”.

-Claro, la joven está viviendo en Noruega y un día se pregunta qué hago aquí. La primera vez que no entendemos nuestro comportamiento o qué pintamos en un sitio es inquietante. Rápidamente deducimos que nos hemos equivocado. Luego nos damos cuenta de que sin decisiones que nos descolocan, siempre seríamo la misma persona, esto es, no habríamos salido del nido. Los momentos de desconocimiento nos dan idea de las muchas personas que somos. En la dualidad entre Heráclito y Parménides, yo soy heraclitiana. El cambio permanente me alivia.

-Y, en ese cambio permanente, ¿no están la ansiedad y la desorientación, de las que hablábamos al comienzo, trastocando el espacio-tiempo? ¿Se puede tener equilibrio en el movimiento?

--se pone seria- Ése es el reto. A mis personajes, en general, les alivia el movimiento. A mí no, intento aprender de ellos. Ellos parten de la angustia que supone ignorar si van a ser capaces de salir de sí mismos. Depende de dónde sitúes el peso. Si estuvieran angustiados por el cambio, buscarían la unidad. Personalmente, me siento identificada con una novela en la que Peter Handke habla de sus padres y, en un punto, el personaje-hijo pregunta, rotundo: “¿Te sigue pasando que te quedas quieto y crees que el tiempo no va a seguir?”. A lo que el padre responde: “Me pasa menos, pero todavía me pasa”. Me veo reflejada en la sensación de que el presente atrapa.

-De hecho, usted detiene el tiempo varias veces en sus novelas.

-Sí, porque a mí se me detiene el tiempo. Lo que me alivia es que la detención no me angustia y que luego puede reanudar su marcha.

-Pero se detiene, ¿en la vida cotidiana, pensando o escribiendo?

-Sobre todo, cuando escribo. Es maravilloso salir del tiempo y crear otro. Ahí no hay zozobras vitales. Son momentos casi pletóricos, de felicidad, en los que creo estar tocando aquello que me interesa mantener quieto durante unos instantes. En esa detención del tiempo voluntaria no hay angustia; en la vida, sí.

-De que en la vida hay momentos angustiosos da fe el modo en el que la presenta, reforzando la idea global de conflicto. La vida como un lugar incómodo, lleno de envidias, neurosis, penalidades. Sin embargo, usted no hace desaparecer a ningún personaje.

-Bueno, sí. Tengo un suicida en El bandido doblemente armado -1980-: Luigi; y, en Días del Arenal -1992-, a Herminia Oliver. Pero lleva razón en que, por lo general, mis personajes aguantan. Eso es lo que busco: la resistencia, la manera de poder todos, en los libros y en la vida, salir adelante. El suicidio es un recurso muy fácil, en seguida se acaba todo, no hay reto. Repito: me interesa encontrar estímulos que empujen a resistir.

-¿Porque la vida merece la pena?

-Ésa es la pregunta –ríe-. Por si acaso.

-Nada que ver, pese a la noción de esfuerzo, con el valle de lágrimas.

-Nada, el sufrimiento no me gusta nada.

-Aunque hay presencia de monjas inculpadoras y un mundo que sí cree en esa doctrina.

-Ese mundo y esas monjas están porque formaron parte de mi vida. Estuve doce años en un colegio religioso[10].

En Burdeos -1986-, Pauline acaba de sufrir un fracaso amoroso y piensa que no podría existir en la vida un momento de mayor desdicha. Sólo la fortaleza interior y el ejemplo de Rose le ayudarán a superarlo. Como salvavidas, “la cultura proporcionaba a Rose todas las emociones que la mayoría de las mujeres y de los hombres buscan en el amor. Había amado una vez con todas las consecuencias y comprendía el corazón de los hombres, pero había llegado a descubrir que únicamente el arte merecía la entrega del corazón. Sin estar capacitada para la creación artística, sabía valorarla”. Pauline y Rose Fouquet tienen una probada sensibilidad. En Compañeras de viaje leemos una especie de silogismo: “Vivir y amar. Vivir y sufrir, si es preciso”. ¿Vivir sería amar y amar, sufrir?, ¿vivir es sufrir? En Cielo nocturno se adivina cierto misticismo y todo un debate sobre la insatisfacción del alma en Si al atardecer llegara el mensajero, donde, por otra parte, se reconoce que el amor humano “no se contenta con la posesión y el disfrute del cuerpo del otro, sino que ansía alcanzar su alma”. En la misma novela se presenta la persecución de la belleza como un modo de vivir privilegiado en el que el talento artístico “tiende hacia lo divino”. Al comienzo, encontramos a Lucía, quien fantasea con retirarse a un convento. Quien sí se recluyó allí, esta vez en la vida real, fue una doncella que vivía con su abuela materna, a su muerte.

-¿Quizá de la suma de todo lo hablado hasta ahora surja la tentación de la vida retirada, enfocada al lado espiritual, donde ya no cabe el deseo?

-Nadie me lo había preguntado, pero sí, hay una serie de personajes que piensan que es mejor apartarse de la vida. Me interesa la verdad poética que hay detrás de algunas cosas y de algunas personas. Dan sentido a la vida. Mis personajes también sienten un poco la curiosidad y salen de la vida, aunque luego vuelven. Necesitan presente la posibilidad de salir.

Una salida al laberinto sería la belleza, que nos eleva con un soplo de inmortalidad sobre el día a día, y otra parece que serían las ideas. ¿Se puede entender la ideología como horizonte de sensibilidad en oposición a la represión de la educación católica? “La revolución rusa como si fuera una asignatura pendiente, esencial, que hubiéramos debido estudiar junto a las matemáticas, la gramática, las ciencias naturales y todo lo demás”[11].

-El compromiso afecta hasta a los estudios, escogiendo, además de Periodismo y Económicas, Ciencias Políticas.

-¿En mi caso o en las novelas?

-En los dos.

-Sí, pero hay más factores que influyen. Por ejemplo, que la sede de Políticas estaba en el centro, en la vieja facultad de San Bernardo y eso para mí era importante, ya que me podía desplazar a pie…

-… lo explica en ‘Paseos por Madrid’[12].

-Cierto, y cuento que pasaba las mañanas en la hemeroteca, preparando mi tesis sobre el Madrid de Pío Baroja.

-De La lucha por la vida, concretamente. De nuevo, la idea de adaptarse y superar los conflictos.

-Pues sí, se ve que desde el principio tuve claro dónde mirar, ¿no?... Como le digo, había muchos factores. También estaba que lo previsible en mí era una carrera de científica después del bachillerato que hice. Y por esa extraña manera que tengo de hacer lo contrario de lo que de mí se espera, hice Políticas. Hay muchas incoherencias en mi vida, por fortuna, todo no se puede explicar.

En otro cuento del mismo libro, ‘Pamplona’, la vida “nos espera para irnos dando datos y noticias y hacernos acumular engañosa sabiduría”. Aunque: “Si ya lo supiéramos todo, si no necesitáramos nada, ¿qué nos empujaría a escribir?”. Todo no se puede explicar y de ahí la literatura.

En 1993 publica una obra clave: La vida oculta, merecedora del premio Anagrama de Ensayo. En el prólogo comenta: “No importa tanto en qué consiste la belleza ni quién le haya dado la oportunidad de contemplarla, sino el hecho de haberla descubierto y vivido”. La obra mereció el premio Anagrama de Ensayo. En el segundo capítulo, la autora advierte de que no se debe confundir la vida con la literatura. “Sin embargo, de una forma profunda, es casi para mí imposible deslindar la vida de la literatura”. Seis años más tarde ganará el Planeta con Queda la noche, una novela con otra protagonista viajera que le costó terminar. La idea subyacente, coherente en su obra: nada está completamente terminado, siempre hay vida esperando ser vivida. Muchas veces el azar, no conforme con reordenar lo conocido, se convierte en emisario de la sorpresa. A propósito del galardón, Soledad Puértolas dijo que, si bien, parte de la elite cultural entiende que el prestigio debe ser minoritario, a ella no le afectó negativamente el premio.

-Junto a las lecturas políticas, imagino las literarias. Hay referencias, en entrevistas que le han hecho y en novelas que ha escrito, sobre cómo y cuándo arranca a escribir, a partir de encontrar productivas la soledad y la intimidad en su habitación. Pero no he leído nada acerca de que hubiera un ambiente libresco en casa.

-Es verdad que no había un ambiente claro. Pero en casa de mi abuela de Zaragoza sí había muchos libros y mi padre los heredó. Era una familia culta y recuerdo que allí, sí, se leía. Somerset Maugham, Ayn Rand, la literatura de aquella época... Pero es cierto que en casa no insistía nadie en los beneficios de la lectura, seguramente porque no hacía falta: éramos unas niñas aplicadas, que sacaban buenas notas y la literatura ya flotaba, ella sola, en el ambiente. Tampoco diré que la familia valorara la cultura por encima de todo. Soy reluctante a que te obliguen a leer, más partidaria de que la afición se dé de un modo natural, no demasiado intelectual.

 

Está terminando la conversación y el entrevistador se ha prevenido de caer en preguntas que, sabe, molestan a la autora. Al menos, no ha preguntado cuándo empezó a escribir. Ella misma realizó estas mismas funciones para una radio y llegó a entrevistar a Manuel Mujica Láinez. Se fue al hotel El Prado, en Madrid, cargada con un magnetofón. Su marido se hizo pasar por técnico de sonido y, al acabar, declaró: “No lo has leído, lo ha notado”. Es una de las anécdotas. De aquella experiencia salió el cuento ‘La indiferencia de Eva’, en el que Eva es la entrevistadora ideal que todo lo sabe de sus personajes.

Soledad Puértolas comenta que incluso “las preguntas que buscan sorprender ya han sido, por lo común, hechas” y admite aguantar con estoicismo los coloquios y las entrevistas. Sin embargo, en una ocasión[13], confiesa haberse quedado callada unos segundos, sin acertar a contestar. Le inquirieron si alguna obra se le había resistido, si estaba a la espera de conocer algo para poder escribirla. El suceso data de 1995[14]. “Yo me encontraba en ese momento un poco perdida en una novela. La había empezado con fuerzas, llena de ideas y esperanzas, tenía al personaje dentro de mí y sabía qué relación tenía con él –con ella, se trataba de una mujer- y sabía por qué caminos iba a aventurarse. Pero el panorama se me había ensombrecido y no sabía qué hacer, lo que sentía era exactamente eso que el periodista me acababa de preguntar. Tenía que esperar, me faltaba un dato, tenía que aprender algo”. Ese algo, según ella misma confesó, guardaba relación con el paso del tiempo. “Mi personaje envejecía y yo no sabía nada de la vejez, qué emociones, qué esperanzas podían concebirse desde allí”.

Seguramente acierta cuando formula que muchas de las preguntas hechas a lo largo de la vida “esconden una intención, están destinadas a probar tal o cual cosa, no están dirigidas a obtener una respuesta, a desvelar una verdad, son el vehículo de otra pregunta, mucho más profunda y vaga, esconden el interés, la curiosidad por lo que somos”. En este caso sin el menor grado de acritud, llana curiosidad, faltaba saber el presente de aquella novela que no pudo escribir, que se le resistió, si consiguió poner en pie algo o la descartó definitivamente. Sorprendida, afirma: “Estoy en ella, y tengo dos más. Pero ésa a la que te refieres la tengo encauzada. Había cosas con muy buen planteamiento. Me reencontré con ella hace poco y me asombró que la hubiera dejado. Estaba en un fondo perdido de mi ordenador. Pensaba que la había perdido, por lo que me llevé una sorpresa. La idea es buena, no sé, me debí de sentir sin fuerzas. Pero, por fortuna, ahora no me he bloqueado. Confío en el azar, está reposando y dando vueltas en la cabeza y, antes de fin de año, me habré puesto a terminarla.

-Vamos terminando nosotros también. Lleva un año en la Academia Española. Uno piensa en Manuel Seco, José Luis Sampedro, Martín de Riquer, ¿es una institución más honorífica o de trabajo?

-Se trabaja y se trabaja con seriedad. Particularmente, salir de casa para hablar de las palabras me parece maravilloso. Tratamos de actualizar su significado, trayéndolo al presente. ¿Un ejemplo?: realidad. No está tan claro hoy qué queremos decir con este concepto: hay desde una supuesta realidad a la virtual pasando por la visible, etcétera.

-¿Le ha condicionado el nombramiento la escritura?

-Me ha hecho reflexionar más sobre las palabras, no sé en qué medida me puede afectar, me gustaría que no demasiado. El respeto por la palabra es un peso para el escritor. Espero guardar siempre una pizca de irreverencia o, de lo contrario, no podría escribir.

-Naipaul acaba de soltar que las mujeres escriben peor que los hombres. ¿Qué opinión le merece?

-No me parece una manifestación propia de un escritor, más bien de un sociólogo de baja estofa. Me han dicho que tiene mal humor, ese día estaría enfadado.

Y ríe por última vez. Hay cosas mejores en que pensar. Por ejemplo, esos personajes desdoblados en los que ella es y no es; o escribir, en la tarea minuciosa de separarse de la vida. Como dice Fernando Pessoa, uno de sus autores predilectos: “Si no me quiero encontrar, / ¿querré que me halléis vosotros?”.



[1] Antón Castro.

[2] En una entrevista publicada en 1994 –y realizada en 1989- en Veneno en la boca, recopilación de Antón Castro.

[3] Si al atardecer llegara el mensajero.

[4] Abc Literario, 3 de abril de 1992.

[5] Obra original de 1981.

[6] Historia de un abrigo, novela hecha a base de relatos, de 2005.

[7] Cielo nocturno.

[8] Compañeras de viaje.

[9] ‘Otoño de 1968’.

[10] El 15 de julio de 2011 publica en El País un artículo sobre su ingreso, a los cuatro años, en el jardín de infancia.

[11] Cielo nocturno.

[12] Recuerdos de otra persona.

[13] Recopilado en La vida se mueve, El País Aguilar

[14] Revista Cruz Campo.

Escrito en Lecturas Turia por Fernando del Val

7 de julio de 2015

 

 

Dino Campana nació en Marradi (Florencia) en 1885 y murió en San Martino alla Palma (Florencia) en 1932.
Ha publicado: Canti orfici.
En español: Cantos órficos y otros poemas, DVD Ediciones, Barcelona, 1999.

 

 

 

 

 

 

 

 


  LA QUIMERA

No sé si entre rocas tu pálido
Rostro se me apareció, o sonrisa
De lejanías ignoradas
Fuiste, inclinada la ebúrnea
Frente fulgente, oh joven
Hermana de la Gioconda:
Oh de las primaveras
Apagadas por tus míticas palideces
Oh Reina, oh Reina adolescente:
Mas por tu ignoto poema
De voluptuosidad y dolor
Música muchacha exangüe,
Marcado con una línea de sangre
En el círculo de los labios sinuosos,
Reina de la melodía:
Mas por la virgen cabeza
Reclinada, yo, poeta nocturno
Velé las vívidas estrellas en los piélagos del cielo,
Yo por tu dulce misterio
Yo por tu devenir taciturno.
No sé si la pálida llama
De los cabellos fue el vivo
Signo de su palidez,
No sé si fue un dulce vapor,
Dulce sobre mi dolor,
Sonrisa de un rostro nocturno:
Miro las blancas rocas, los mudos manantiales de los vientos
Y la inmovilidad de los firmamentos
Y los henchidos arroyos que van llorando
Y las sombras del trabajo humano encorvadas allá en las gélidas colinas
Y aún por tiernos cielos lejanas y claras sombras fluyentes
Y aún te llamo, te llamo Quimera.

 


 FURIBUNDO


Yo la había abrazado.
Mientras afanoso por las ciegas ebriedades
En el umbral ciego iba a tientas
Y rápidos golpes repetía
Sobre la puerta de los eternos deleites:
De pronto, sobre mi espalda
Se alzó y volvió a caer martilleando sordo
Y rítmico su pie. Fue el recuerdo
Del instante fugaz, en la plenitud
Fantástica el llamado de la muerte.
Ardiendo desesperadamente entonces
Redoblé mis fuerzas ante aquel llamado
Fatídico y jadeando traspasé
La morada de la nada y de la ebriedad, altivo
Penetré, con fervor, alta la frente
Empuñando la garganta de la mujer
Victorioso en la mística fortaleza
En mi patria antigua, en la gran nada.

 

 

 EL VENTANAL

La humeante noche de verano
Desde el alto ventanal vierte claridad en la sombra
Y me deja en el corazón un sello ardiente.
Pero ¿quién (en la terraza sobre el río se enciende una lámpara), quién,
A la Virgencita del Puente, quién es, quién es el que le ha encendido la lámpara? — hay
En la habitación un olor a podredumbre: hay
En la habitación una desfalleciente llaga roja.
Las estrellas son botones de nácar y la noche se viste de terciopelo:
Y tiembla la noche fatua: es fatua la noche y tiembla pero hay
En el corazón de la noche hay,
Siempre una desfalleciente llaga roja.

 


 BUENOS AIRES


El buque avanza lentamente
Entre la niebla gris de la mañana
Sobre el agua amarilla de un mar fluvial
Aparece la ciudad gris y velada.
Se entra en un puerto extraño. Los emigrantes
Enloquecen y se enfurecen agolpándose
En la áspera ebriedad de la inminente lucha.
Desde un grupo de italianos vestido
De manera ridícula, a la moda
Bonaerense, arrojan naranjas
A los paisanos alterados y vociferantes.
Un muchacho de porte ligerísimo
Prole de libertad, pronto a lanzarse
Los mira con las manos en la faja
Multicolor y esboza un saludo.
Pero gruñen feroces los italianos.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Dino Campana

29 de junio de 2015

Sibilla Aleramo nació en Alessandria (Piamonte) en 1876 y murió en Roma en 1960.
Entre otros libros, ha publicado: Selva d'amore, Aiutatemi a dire y Gioie d’occasione.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


OTRA VEZ MARZO NOS ENCUENTRA

Otra vez marzo nos encuentra,
es de nuevo primavera,
otra vez con sus cielos leves,
la tierna luz y la fragancia del viento,
y aquello que nos une,
arcana claridad
antiguo es, y no obstante joven,
dulce temblor de aire
y quieta voluntad del hado
juntos nos mantiene, y marzo nos encuentra,
una vez más es primavera.

 

UN DON ERAS DE LOS DIOSES

Imágenes resurgen en el viento,

nuevo el tiempo regresa,

un don eras para la vista y el corazón

cuando desnudo corrías por el estadio desierto

en las mañanas de Delfos,

alta la frente al viento de abril,

como una pura estrofa

sonreías a los Dioses,

sobre mí feliz

los dulces ojos posabas

más que abril alegres,

en la gran luz de la primavera

un don eras de los dioses... 

 

GRAVE, PERO COMO UNA ARDIENTE MÚSICA

Grave, pero como una ardiente música,
este latir fuerte de tu vida,
y ver reflejada en tu mirada
el alma que ya tuve en mi juventud,

este sentirte himno y ala y luz
en el mundo que divino quieres recrear,
grave a mi corazón
este revivir en ti mi antigua fábula,

pero como una ardiente música.

 


HE VUELTO A SER BELLA...

He vuelto a ser bella
y quizá sea éste mi último otoño.
Más bella que cuando le gusté en el sol,
bella, y vana a sus ausentes ojos,
como una hoja de sombra...
Pero algunas noches,
en el silencio que ya no turba el llanto,
invocada me siento
con desesperada sed
por su boca lejana...

Escrito en Sólo Digital Turia por Sibilla Aleramo

El oro fundido (Pre-Textos, 2015) abre sin duda una nueva etapa en la obra del poeta cordobés Francisco Gálvez. A pesar de ello, en este libro permanecen ciertas obsesiones del pasado: su conciencia del paso del tiempo que en Tránsito (1994) se nos ofrecía como la tan borgiana eternidad del instante; la importancia de la contemplación que en libros como Santuario (1986) tiene algo del decadentismo finisecular, mientras que en El oro fundido LA MIRADA –así en mayúscula– se convierte en un elemento indispensable y adquiere un carácter vitalista y, por último, la obsesión por la estructura, la concepción el libro de poemas como un mecanismo de relojería formado por piezas ensambladas, que lleva al poeta a la búsqueda del armazón perfecto que ordene el todo. Por esta razón títulos, subtítulos, citas y pistas conforman todos sus libros.

Es precisamente este último rasgo el que nos remite a una impresión global de El oro fundido, libro que se presenta como un magma vital –un magma textual– donde «Todo está vivo / y sigue moviéndose». La pregunta que nos formulamos ante esta primera impresión es de qué materia está formado ese magma y la respuesta es clara: la memoria. Fragmentos del pasado fundidos, el fundido de la memoria donde se superponen, mezclan, pierden sus contornos            –difuminados– recuerdos que fueron sólidos y ahora se funden y se hacen líquidos –líricos– y conforman este magma vital que es el libro. Este magma aparece ante el lector como un todo orgánico, como una materia que está viva porque el autor le imprime un ritmo mediante la  repetición de ideas, palabras, oraciones, versos y versículos, a veces de manera literal, otras con pequeñas variaciones, pero que van dejando una huella en el oído del lector: «vitriolo», «óxido»,  «silencio de poca gente y ciudad vigilada», «aburre todo recto y sin curvas», «aburre todo llano y sin curvas». Francisco Gálvez  le impone a esta materia orgánica su obsesión por la estructura y el libro se convierte en el feliz resultado de la unión de estas dos fuerzas antagónicas, el feliz oxímoron: encajar, bien organizado dentro de una meditada estructura, el magma vivo que es El oro fundido.

Queda enunciada ya la primera clave sobre la que se levanta este libro de poemas: la memoria. A ella se unen la mirada y la poesía,  tres claves que llegan a perder sus contornos y, fundidas, forman el pilar esencial que sostiene El oro fundido. Este libro está hecho de memoria como bien indica el profesor Pedro Ruiz en su reseña, especialmente en la parte titulada Contenedores: «teatro de la memoria hecho de imágenes procedentes de la vivencia de una ciudad provinciana que entre los años 50 y 70 acoge, con su trasfondo la infancia, la adolescencia y la juventud del poeta y de sus correlatos en el poemario».  Pero existe un aspecto de esta clave especialmente interesante, la memoria como una vía posible de ensanchar la identidad en tres sentidos: 1º) más allá de la chata rutina –«y sacar la basura, /el perro a pasear»–; 2º) más allá de lo que somos en el presente –«porque siempre somos herederos de algo»– y 3º) más allá de los bordes del yo. Quizás sea este último sentido el más importante, porque es donde esta memoria se convierte en literatura, donde se hace posible trascender lo biográfico y convertirlo en experiencia común y realidad otra. El propio autor en la nota que inicia el libro expresa el deseo de fundir en sus poemas autobiografía e historia: «vida y memoria se establecen en una hora global, que abarca principio y final de un tiempo, tal vez de un período y época de todos».

Una de las estrategias que el poeta emplea para conseguir traspasar los bordes del yo es el distanciamiento. El autor adopta la posición del observador y escribe en tercera persona, a veces en segunda y, de forma excepcional, en primera persona. Esta tercera persona le permite ficcionalizarse, convertirse en un sujeto lírico que adquiere realidad textual y tiene todas las posibilidades de la ficción, «la identidad es la parte más aburrida» y por eso hay que ensancharla con la memoria de lo pasado, de lo imaginado y de lo deseado. Esa tercera persona se convierte en  la máscara perfecta que permite el decir plural, que tanto ansía el autor, la narración y el misterio, el desvelamiento: «alguien llama a la puerta y observa por el mirador al que llega, / se ve a sí mismo, y no abre. Dice: cada cosa a su tiempo». No olvidemos que la última parte de El oro fundido, antes del epílogo, se titula Los rostros del personaje.  La primera persona aparece en apenas unos cuantos poemas que, como pequeños agujeros en el papel, dejan pasar cierta luz desnuda.

A la clave de la memoria se unen, mirada y poesía, decíamos. Existe en El oro fundido una honda reflexión sobre el quehacer poético, en la cual la mirada cobra un enorme valor. La mirada es la herramienta esencial del poeta, la «punta de diamante» que le permite transformar en palabra aquello que le rodea y contempla: «LA MIRADA, como la punta de un diamante rasga el pasado / y en la ventana del tiempo se mueven las imágenes». En estos versículos podemos comprobar que la mirada del poeta no se dirige al presente,  sino que rasga el pasado y quedan así fundidas las tres claves enunciadas: memoria, mirada y poesía.  Y si subrayamos del contenido metapoético de este libro, no podemos dejar de mencionar al personaje del «orfebre» que aparece en diferentes textos y que es, además de una referencia concreta al pasado del autor, trasunto de la figura del poeta: si la mirada, herramienta principal del poeta, es «punta de diamante»; el orfebre «en una máquina con punta de diamante labra cantos  / en los anillos».

Y pasamos al último fundido de este libro, aquel en el que se unen forma e idea y que el autor expresa así en la nota inicial: «significado y significante se encuentran difuminados en multiplicidad de giros y mudanzas». Es absurda y simplista –aunque didáctica– la separación entre forma  e idea, porque siempre llega el poema para invalidarla. En El oro fundido el poeta modula su voz en los «registros, formas y tonos»  que le dicta aquello que desea decir, que no se dejaría ser texto de otra manera. Un buen ejemplo lo encontramos en el modo en el que el poeta utiliza la lengua para plasmar los juegos de la memoria. En el poema número 4 de la parte titulada Última visión de agosto, uno de los pocos textos en los que el yo aparece, Gálvez consigue de manera magistral, pasando de la prosa al verso y del verso a la prosa, crear una realidad en el texto donde quedan fundidos los distintos momentos de la memoria, donde nos encontramos «el futuro transformándose en pasado» en la página y en el centro la hondura lírica, el instante detenido del poema.

Y para terminar este breve comentario sobre las múltiples modulaciones de la voz  para materializar la idea, no podemos dejar de mencionar un recurso que apunta hacia dos estilos distintos, pero presentes ambos en el libro. Me refiero al empleo del anacoluto, de la agramaticalidad expresiva que, por un lado, nos conduce hacia esos poemas en los que la influencia vanguardista –la ruptura lógica, la imagen onírica plagada de sugerencias– es tangible como, por ejemplo, en «Verde» y, por otro lado, nos lleva hacia el interesante espacio de la oralidad. «Oralidad» es el poema que encabeza la parte titulada Contenedores para establecer el sentido del tono elegido, para mostrar al lector la importancia que posee la palabra viva: «En la mirada de un invierno / que hasta aquí ha llegado / de boca en boca». Pero posiblemente lo  más interesante es lo que supone en el libro la elección de este tono. En primer lugar, la citada agramaticalidad expresiva contribuye a los momentos de mayor intensidad, capaces de despertar en el lector una emoción pura, como algo que no puede concretarse pero existe: «Cuando tenía quince años / y no importa la muerte / creía que moriría muy pronto». Nos encontramos, en segundo lugar, con otro recurso, derivado también de esta apuesta que Francisco Gálvez hace por la oralidad, que denominamos como estética de lo inacabado y que consigue que el poema no  aparezca ante el lector como un objeto terminado, sino como una realidad abierta y mutable: «Todo está abierto y todo aguarda», «Todo puede ocurrir en cualquier momento». En los versos citados late lo que implica esta opción estética, abrir la vía de la posibilidad y la pregunta, cerrar aquella que nos llevaría hacia los finales rotundos y efectistas, optar por aquello irresuelto que queda hiriendo en el aire del poema y se hace atmósfera, enigma, y nos produce cierto dulce desasosiego: «unos gatos al borde del puerto / y sus ojos en el vaivén / de una barca amarrada, / ¿qué desean, saltar, soltar amarras?».

 

 

Francisco Gálvez, El oro fundido, Valencia, Pre-Textos, 2015.

 

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Yolanda Ortiz Padilla

“Cuando volvimos a ver Colonia, lloramos”. Heinrich Böll describía así en uno de sus ensayos la sensación que les sobrecogió a él y a su familia, y seguramente también a la totalidad de aquellos en su misma situación, cuando a finales de 1945 regresaron a una ciudad inexistente, completamente destruida por las bombas, arrasada, desolada. Böll tenía entonces 28 años y era uno de los pocos supervivientes de la devastación del conflicto bélico, aproximadamente unos 400.000, del que había sido uno de los núcleos urbanos más importantes del país. Colonia era su casa, la ciudad en la que había nacido el 21 de diciembre de 1917, y en la que había vivido hasta entonces los años felices de su infancia, la bancarrota de su familia y el terror de la políticas nacionalsocialistas.

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Escrito en Artículos Revista Turia por Isabel Hernández

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