A Jorge Bustos le va la marcha, pero no cualquier marcha. En 2022 vino a Sevilla desde su Madrid natal para cubrir como reportero la Semana Santa de Sevilla, después de que la pandemia causada por el Covid la hubiera cancelado durante los dos años anteriores (2020 y 2021), algo que no sucedía en la capital hispalense desde 1933, cuando las fuertes tensiones políticas en España entre la izquierda republicana y los tradicionalistas conservadores hicieron imposible las procesiones de todas las cofradías por las calles de la ciudad, tensiones que agravó la nueva Constitución al suprimir las ayudas económicas a la Iglesia, y de paso, la subvención a las cofradías que otorgaba cada año el Ayuntamiento, cosa que provocó que las Hermandades se quedaran sin recursos económicos para llevar a cabo sus estaciones de penitencia.
En La pena alegre (Renacimiento, 2025), Bustos recoge las crónicas que escribió para el diario “El Mundo”. Crónicas escritas a vuela pluma, sin prejuicios, con una mirada limpia abierta al asombro y la admiración por un prodigio de pasión y contenido entusiasmo a la vez. El título de su libro es un oxímoron, pero también un claro manifiesto de que para los sevillanos (y, por extensión, para todos los andaluces que viven con ardor la Semana Santa) no es una contradicción casar la pena con la alegría, el drama con la dicha, pues al fin y al cabo seis días de dolor se ven compensados por un eterno día de resurrección. Al gozo por el dolor podría haberse titulado este libro. Un gozo y un dolor que acentúan las marchas de las bandas de música. Las marchas de los Campanilleros, la del Silencio blanco o la de La Esperanza, por ejemplo. Marchas que han hecho que a Jorge Bustos le vaya la marcha.
- Bonilla, en su prólogo, dice que Sevilla es un género literario. Tu libro, según él, pertenece al de las crónicas escritas por gente de paso, foránea. ¿Qué has visto en la Semana Santa sevillana que no haya visto un sevillano?
-La mirada foránea es la mirada del reportero por excelencia: no sabe pero quiere saber. Se trata de compensar la falta de conocimiento con la capacidad virgen para el asombro. Asomarse a un espectáculo tan poderoso como la Semana Santa de Sevilla con los ojos de un niño que lo ve todo de nuevas puede aportar impresiones novedosas que interesen por igual al cofrade experimentado y al visitante neófito. Eso he intentado, humildemente.
“El sevillano anticipa la gloria en todo momento”
-Titulas tu libro La pena alegre y no La alegre pena. Sustantivizas la pena sobre la alegría, pero qué hay de alegre en la pena.
-El sustantivo debe ser la pena porque la Semana Santa es un drama: la pasión de Jesús. Una tragedia matizada solo al final por la Resurrección. Pero el sevillano nunca pierde de vista el último episodio durante los días previos de dolor, anticipa la gloria en todo momento. Por eso no es pena sin más: aguarda un final feliz.
-Viniste a ver la Semana Santa el primer año después de la pandemia, ¿como flâneur, como voyeur o como periodista sin prejuicios? ¿Y qué libros trajiste como botín para redactar el tuyo?
-Fui como reportero, con la mirada limpia y dispuesta al asombro. Pero llevaba muchos libros en la mochila: “La ciudad” de Chaves Nogales, el pregón clásico de Romero Murube, “Divagando por la ciudad de la gracia” de José María Izquierdo, “El embrujo de Sevilla” de Carlos Reyles y muchos otros.
-En alguna de tus crónicas dices que, desde el principio, quedaste deslumbrado. ¿El deslumbramiento no es sinónimo de ceguera?
-Claro, pero de ceguera momentánea. Luego uno se encierra a escribir en una habitación, mientras los ojos se acostumbran de nuevo a la penumbra, y trata de describir el fogonazo que ha sentido.
“Prefiero la emoción sosegada, pasada por el tamiz de la reflexión”
-¿Sevilla fue para ti, como lo fue para Núñez de Arce, una fiesta nueva que se desboca en los potros de la sangre, muchedumbre de tesoros que sube y baja por las iluminaciones de la simpatía?
-Mi temperamento tiene alguna aptitud para la lírica, pero me temo que mi estilo no propende al barroquismo de Núñez de Arce. Prefiero la emoción sosegada, pasada por el tamiz de la reflexión.
-¿Y no hay algo de exageración en afirmar que Sevilla es la “dorada capital del mundo” del dolor semanasantero?
-No soy sevillano pero no creo que sea exagerado. Dime alguna otra ciudad del mundo que bloquee sus calles durante una semana para convertirlas en un museo masivo al aire libre de arte, de folclore y de espiritualidad. Yo no conozco otra.
“La Semana Santa es un mundo que sabe reírse de sí mismo precisamente porque se toma su estación de penitencia como el acto más importante del año”
-También afirmas que “las más sublimes manifestaciones de lo andaluz insisten sabiamente en el trazo tragicómico de la vida humana”. ¿Qué hay de cómico en la Semana Santa?
-La comedia la ponen los cofrades con su gracejo constante, las hermandades y sus comentarios a pie de paso, los rancios conscientes de su ranciedad insuperable. Es un mundo que sabe reírse de sí mismo precisamente porque se toma su estación de penitencia como el acto más importante del año.
-En otro lugar del libro hablas de una “verdad profunda y complicada”, difícil de comprender para un forastero venido de Madrid. ¿Crees que esa “verdad” la comprenden los propios sevillanos o es incomprensible incluso para la mayoría de ellos?
-Sería muy petulante que un madrileño viniera a explicarles la Semana Santa a los sevillanos. Pero habrá algunos que viven de espaldas a su fiesta mayor, a su significado profundo y ancestral, y quizá para ellos también está escrito este libro.
-¿Y tú, la comprendiste?
-No creo que baste una Semana Santa para eso, pero fue una inmersión bastante profunda, la verdad. Me metí a fondo. Juzgue el lector del libro si lo logré.
-A la gloria se va por el dolor; la pena alegre, gozar sufriendo… ¿no son demasiados oxímoron?
-Carlos Herrera citó en la presentación del libro una frase de un cofrade que resume bien todas las paradojas pascuales: “Qué mal bien lo estoy pasando”. Eso es. El goce en el dolor de la Sevilla semanasantera.
-¿Para ser sevillano hay que ser cofrade, como decía César Díaz, cofrade enfermizo de… Asturias?
-Cada cual es muy libre de serlo o no, seguramente hay muchos sevillanos que prefieren el reguetón a la marcha de los Campanilleros. Pero en un concurso de sevillanía quedarían segundos.
“Sevilla vive casada con la eternidad”
-«Sevilla es una ciudad de gustos conservadores, pero al mismo tiempo posibilista y amable», decía Chaves Nogales. ¿Es la Semana Santa todo eso?
-Es un rasgo del carácter meridional, andaluz en general, también canario. Pueblos de luz y acogida, aferrados a sus tradiciones, pero muy pragmáticos, abiertos al comercio y a la tolerancia a fuerza de haber visto pasar a innumerables culturas y regímenes por sus tierras desde la noche de los tiempos. La Semana Santa no es una excepción a la expresión de ese carácter sino seguramente su momento culminante. Sevilla regresa entonces al Siglo de Oro, su presente continuo. Vive casada con la eternidad.
-¿Qué tiene de paradójica Sevilla? ¿Solo ser sensual y sacra a la vez?
-Exacto. Como las tallas de los imagineros. Esa paradoja barroca, tan católica, la define.
-¿No crees que es un atraso o un baldón que Sevilla viva excesivamente del sevillanismo y que no se haya movido del Siglo de Oro, como decía Eugenio Noel?
-El alcalde que ve cómo las arcas públicas se llenan cada Semana Santa gracias al turismo nacional e internacional te dirá que bendito sea el Siglo de Oro. La sevillanía es la industria principal de Sevilla, y todo apunta a que lo seguirá siendo. Otra cosa es que un sevillano cabal admita muchos otros intereses y curiosidades en su vida y en su sensibilidad, y sepa trascender el peso de su identidad más tradicional: esto es no solo posible sino deseable. Pero jamás puede ser un baldón, cuando tantas ciudades del mundo matarían por tener una identidad tan fuerte y globalmente conocida.
-Ponderas que el silencio, la quietud y el rigor son virtudes abolidas por las reformas de las nuevas enseñanzas. ¿Quiere esto decir que la Semana Santa es una escuela de formación de virtuosos ciudadanos?
-Las hermandades son escuelas cívicas y morales: uno aprende ahí un sentido de pertenencia y unos códigos de solidaridad. Desde luego una estación de penitencia como la del Silencio inculca más valores que una peña de ultras de fútbol.
-Para ti las Vírgenes son mujeres que ríen mientras lloran… ¿Las ves entonces como más humanas que divinas?
-No es que las vea yo así: es que así las veían Juan de Mesa o Martínez Montañés. La imaginería andaluza parte de lo carnal, de lo humanísimo, para llegar a lo celestial. Nunca al revés.
“Cataluña está en deuda con Andalucía, no al revés”
-Te metes con los nacionalistas catalanes y encumbras a los camareros sevillanos. ¿Es una forma de politizar las diferencias mal digeridas de quienes han ponderado siempre el trabajo como cosa del catalán y la vagancia como carácter de la gente del Sur?
-Por desgracia esos tópicos necios tienen plena actualidad: solo tienes que echar un vistazo a las páginas de los periódicos y a las negociaciones parlamentarias. Escribo que los camareros sevillanos son un cuerpo de élite porque trabajan más y mejor que nadie. Trabajaron además para hacer grande a Cataluña durante décadas, en condiciones laborales a veces miserables, como emigrantes abnegados a los que los señoritos nacionalistas siguen acusando de no haberse integrado a poco que reivindiquen sus raíces y no catalanicen su apellido. Cataluña está en deuda con Andalucía, no al revés.
-¿Si la Semana Santa es la pena alegre, la Feria sería la alegre pena?
-Está muy bien visto eso. La alegre pena sería la resaca, claro. O alegría penosa.
“Debajo de los tópicos sevillanos late una historia secular”
-Romero Murube se lamentaba de la existencia de una Sevilla de pandereta, de una Sevilla de azulejos, turística y relumbrona, que se estaba comiendo a dentelladas a esa otra Sevilla «de sangre, miserias, pasiones y difíciles verdades que es la que está esperando, intacta, que un día llegue el artista, el escritor, que sepa descubrir su belleza peregrina, su hondísima sabiduría». ¿No es pedir demasiado?
-Romero Murube sabe lo que dice. Pemán también escribió cosas parecidas. Cualquier escritor con sensibilidad y cultura sabe que debajo de los tópicos sevillanos late una historia secular, y que más allá de las atracciones turísticas más evidentes hay una Sevilla recóndita, señorial, que huye de las masas y se remonta al embrujo árabe y al carácter castellano. Herrera siempre dice que Andalucía es una Castilla a la que le ha dado más el sol.
-Fiesta cristiana y pagana, sacrificial y hedonista, ¿no son muchas contradicciones para definir la Semana Santa, o es que en Sevilla, como bien dices, las cosas pueden ser una cosa y la contraria?
Sevilla ofrece todas las contradicciones a quien sepa mirar bien. Luego ya cada cual se queda con una faceta o su contraria, con la jarana o con el recogimiento, con la barra del bar o con el sagrario en penumbra.
-En dos de tus crónicas hablas de la superioridad del sentir sobre el pensar, en la línea de Núñez de Arce, que decía que «la Semana Santa de Sevilla no será nunca un objeto de razón», ¿pero no es eso rebajar la precisión del cronista a la hora de contar lo que ve?
No se puede escribir desde la pura emoción, a riesgo de hacer el ridículo. Pero tampoco se puede escribir desde la razón pura, a riesgo de aburrir a todo el mundo. La precisión nunca debe estar reñida con el sentimiento.
-Hay quien ha hablado del “abismo de Sevilla” en la Semana Santa, como si Sevilla en esa semana fuese un espejo donde la voluntad se pierde. ¿Llegaste a perder tu voluntad?
Tanto como la voluntad no, pero cerca del paso experimenté emociones que no sabía que tenía, o que tenía dormidas. Y con ellas, en vez de cantar una saeta, escribí este libro.
-Como todas las ciudades imperiales, Sevilla tiene sus secretos, difíciles de escuchar, pero más difíciles de contar. ¿Con qué propósito encaraste tu forma de contar esos secretos? O, mejor aún, ¿lograste extraerle sus zumos secretos?
-Corresponde al lector ese juicio. Yo anotaba todo lo que veía y todo lo que me contaban, beneficiándome de un cicerone de excepción como Carlos Herrera, entrando en la Casa de Pilatos cerrada para mis amigos y para mí, accediendo a historias personales de una Sevilla que acaba de salir de la pandemia. Quiero pensar que algo de eso se refleja en el libro.
“Al sevillano cofrade desde luego la muerte le pillará bien entrenado”
-Celebración de la muerte es la Semana Santa, pero sin miedo a la muerte. ¿Así la has visto tú?
-Al sevillano cofrade desde luego la muerte le pillará bien entrenado. Esa familiaridad con el drama final, representado una y otra vez, comporta seguramente una ventaja cuando llegue la hora.
-¿Has escrito tu libro con desenfado y libertad, sin censuras?
-Como siempre escribo. No hemos llegado hasta aquí para cortarnos ahora.
-¿Ateo, agnóstico o creyente?
-No existe el ateísmo. Un ateo es un creyente de trasuntos.
-Y, por último… Imbuido o arrebatado por la escenografía sensual y mística, pagana y religiosa de la Semana Santa sevillana, se diría que no viste nada negativo en ella. ¿Es que el sevillanismo es contagioso?
Lo único negativo son las bullas, porque soy alérgico a las multitudes. Pero yo tuve la suerte de mirar desde balcón.