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23 de junio de 2014

De la verdad emocional del sujeto poético, que afirma en el primer verso del primer poema: “Mis lágrimas entran en la luz.” (Pág. 39) y termina el último verso del último poema: “Lástima de luz.” (pág. 218). También, de esa necesidad de un planteamiento poético de la realidad y del planteamiento poético del lenguaje es de lo que y con lo que cuenta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931 y leonés desde 1934) en su Antología poética(Alianza Editorial), con selección e introducción del también poeta Tomás Sánchez Santiago. Creo -como dice el prologuista de esta edición- que la textura de la poesía de Gamoneda ha sonado extraña durante mucho tiempo hasta que Miguel Casado la explicó en el volumen recopilatorio de “Edad” (Cátedra, 1987. Premio Nacional de Poesía en 1988). Y, creo, que es necesaria y justa la lectura de la enjundiosa y contenida introducción que lleva un más que sugerente y explicativo título: “La armonía de las tormentas”, con cita pórtico de Mallarmé, autor querido y cercano a nuestro Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2006. (Pág. 7-32). Este prólogo explica las claves de la poesía de Gamoneda y se fija en el espacio y el tiempo como referencias angulares de la misma, además de la preñez de imágenes, de una más que gran fuerza expresiva, que la acompañan.

     Así, pues, en este volumen, hay casi unas ciento ochenta brillantes y bien escogidas páginas, donde encontramos que poesía es el arte que se manifiesta por medio del lenguaje y lo que busca es conmover “En mi casa están vacías las paredes / y yo sufro mirando la cal fría.” (Pág. 74). Que es, también, palabra sujeta a ritmo y suplementada retóricamente: “Por la escalera sube una mujer / con un caldero lleno de penas. / Por la escalera sube la mujer / con el caldero de las penas.” (Pág. 75). Es ella en sí –la poesía de Gamoneda- y, a la vez, el lenguaje y el lector: “Dime qué ves en el armario horrible / y en las vasijas de llorar: ¿qué es esto?” (Pág. 89). Dado que el poema se prolonga en quien lo lee, lo recita o lo escucha, y es ésta la única manera de que tenga continuidad ese vértigo que, en un límpido instante, es capaz de desvelar sombras. Hay que velar-revelar tu nombre poesía: “Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado.” (Pág. 143) o “Eran días atravesados por los símbolos.” (Pág. 131). Que los símbolos han llenado la vida y obra del poeta Gamoneda es bien sabido por sus lectores. Sus días siempre han estado atravesados por los símbolos. Su libro Lápidas dio buena cuenta de ello, sin ir más lejos.

     También vemos que la materia, de por sí, puede contener o no un cierto grado de poesía, pero es el talento artístico de Gamoneda el único capaz de infundirle auténtica belleza estética: “Amé todas las pérdidas. / Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.” (Pág. 156). La lírica no tiene una métrica específica, es la intuición del poeta la que la guía: “Oyes la música de los límites y ves pasar al animal del / llanto.” (Pág. 161).

     El poeta, creador literario, aprehende de la poesía de la vida y es su amante. Antonio Gamoneda logra que el lector viva la experiencia que plasma en sus versos. “Ustedes saben ya que una sartén / da un sonido a madre por el hierro / y yo sé que una celesta / suena a tierra feliz, pero si ustedes / tienen a su madre en el fregadero, / no toquen por favor, la celesta.” (Pág. 63). El poeta sabe quién es: “Cuando yo tenía catorce años, / me hacían trabajar hasta muy tarde.  / Cuando llegaba a casa, me cogía / la cabeza mi madre entre sus manos. (Pág. 65).

     El lenguaje poético Gamoneda indaga en las palabras y en sus imágenes. ¡Novedad, siempre novedad! Se atreve con lo aún por mostrar. El poder de su lenguaje es puro hechizo, fuerza plasmadora, magia verbal. Ahí la entrega del poeta en sus textos. La autenticidad y sinceridad distinguen un texto poético de uno que no lo es. He ahí el estilo personal y la originalidad: “Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de / silencio y mantas. En aquel lado del Bernasga los contem- / plaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y her- / mosa, se acercaba con un serillo de naranjas; cada vez, la / última naranja le quemaba las manos: siempre había más / presos que naranjas. // Cruzaban mis balcones y yo bajaba hasta los hierros / cuyo frío no cesará en mi rostro. En largas cintas eran lle-/ vados a los puentes y ellos sentían la humedad del río an-/ tes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes / depósitos de mi ciudad avergonzada.” (Pág. 130).

     Poetizar es, qué duda cabe, un enfrentamiento con las realidades interiores y exteriores imbricadas en uno mismo, al tiempo que se desarrolla esa “agonía”: desgarramiento en el papel por medio del signo escrito. La muerte acompaña al poeta desde su primer año de vida. De alguna manera es ser por y en el acto del quehacer demiurgo, en ese grito desesperado o amable del silencio frente a la realidad o de la realidad frente al silencio: “Arden las pérdidas. Ya ardían / en la cabeza de mi madre. Antes / ardió la verdad y ardió / también mi pensamiento. Ahora / mi pasión es la indiferencia. / Escucho / en la madera dientes invisibles.” (Pág. 186).

     En todo poema debe de existir la vivencia de la palabra, la búsqueda y su propia mística. Se debe perseguir y ofrecer el hallazgo lingüístico, las imágenes inquietantes y la propia sustancialidad del lenguaje poético, que es lenguaje de revelación: “Tierra desposeída de sus tumbas, madres encanecidas en / el vértigo.” // Es lo que queda de mi patria.“ (Pág. 115). Hallazgo sin olvidar el sentido estrófico. Es necesaria la unidad de significación de las palabras y ritmo. Cada palabra del verso debe ser necesaria e insustituible. Los versos son experiencias no sólo sentimientos: “Estoy soñando la existencia y es un jardín torturado. Ante mí pasan madres encanecidas en el vértigo.” (Pág. 193).

     La poesía del Premio Cervantes 2006 vive tras de su propia búsqueda: escribir, reescribir, desde sus “Primeros poemas: La tierra y los labios” (1947-1953 y 2003) hasta “Exentos III” (1990-2003 y 2004), por lo que tiene vida para largo; y se puede afirmar que goza de muy buena salud, porque ella y sólo ella sirve para nombrar lo desconocido y hacer de nosotros buenas personas, como creadora de belleza que es. Pues, “La belleza no es / un lugar donde / van a parar los cobardes. // Viva en su luz / mi pensamiento. Quiero / morir en libertad.” (Pág. 48).

     Por último, debe decirse aquí que, salvo los ejemplos de “Libro de los venenos” (Siruela, 1995), los poemas están tomados de la versión –nunca se sabe si última o definitiva- que Antonio Gamoneda dio por buena en cada caso para “Esta luz”. Títulos y juegos de fechas se toman igualmente de esa edición de la poesía reunida del autor. (Pág.32, Sánchez Santiago dixit). Es, no cabe duda, un buen introito a “Esta luz. Poesía reunida (1947-2004)” (Galaxia-Círculo), con epílogo de Casado. Y es, un buen libro de bolsillo y cabecera donde se recoge parte de la mejor poesía de uno de los mejores poetas españoles vivos: “que las serpientes dejen de llorar. “ (Pág. 217).- ENRIQUE VILLAGRASA GONZALEZ.

 

Antonio Gamoneda, Antología poética, Madrid, Alianza Editorial, 2006.

 

Escrito en Lecturas Turia por Enrique Villagrasa González

23 de junio de 2014

Es curioso el caso de Benjamín Jarnés. No en sí mismo, que también, sino visto desde su irregular presencia en la historia de la literatura y desde las reiteradas reivindicaciones y tentativas de rescate editorial. Bien mirado, el suyo es un caso afortunado si lo comparamos con el de otros creadores coetáneos con obra de mayor eslora, como Gabriel Miró o Ramón Pérez de Ayala. A Jarnés se le ha reeditado y estudiado en los últimos años; su obra no ha dejado de emanar el raro perfume que atrae a los jóvenes doctorandos en busca de un tema de investigación poco manido.En los últimos dos años, por ejemplo, se han leído sendas tesis doctorales sobre las biografías (Macarena Jiménez en la Universidad de Málaga) y sobre el llamado género intermedio (Sandra L. Watts en la University of Michigan). Y eso a pesar de que la atmósfera de cerrado y biblioteca no casa bien con el talante vitalista, aéreo y risueño que transpira toda la prosa jarnesiana. Desde el año 2000 habrán aparecido no menos de quince ediciones anotadas y prologadas de sus obras, alguna inédita como El aprendiz de brujo que editó en 2007 Francisco Soguero. Se le ha traducido al italiano, se le ha reeditado en Estados Unidos y Argentina y todavía guarda la capacidad de producir sorpresa cuando los lectores más avezados tropiezan con algunas de sus cosas, como le sucedió al peruano Fernando Iwasaki en 2003 al leer Ariel disperso («El Ariel americano de Jarnés», ABC, 27 de septiembre).

 

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Escrito en Artículos Revista Turia por Domingo Ródenas de Moya

LA REVISTA PUBLICA ADEMÁS UN AMPLIO ANÁLISIS DE SU TRAYECTORIA ARTÍSTICA

TAMBIÉN ESTUDIA AL PINTOR GONZALO TENA

 

La revista cultural TURIA, que presentará en Zaragoza el próximo 24 de junio su nuevo número, brinda a los lectores que se interesan por los asuntos o personajes aragoneses un atractivo repertorio de temas. Así, además del extraordinario monográfico dedicado al escritor Benjamín Jarnés, sobresale el papel destacado que TURIA dedica a Víctor Mira: once ilustraciones suyas serán las que ocuparán el protagonismo gráfico de la revista. Además de esa destaca presencia visual, TURIA publica un amplio y sugerente artículo de análisis sobre su trayectoria artística elaborado por Chus Tudelilla bajo el título “Genios fuera”.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

19 de junio de 2014

 

                       Lo que veo yo cada noche

es el aire que respiras.

Tus ojos que brillan

en el cielo abierto

de tus sueños.

Unas ventanas desnudas

que te rodean

sin que lo sepas.

Unas cortinas transparentes

que te envuelven

sin que lo notes.

Lo que veo yo cada noche

solo lo ven los ángeles

que nos acompañan.

Lo que yo veo

no lo ve nadie.

Y aunque se siente

a veces cercano,

no lo pueden ver

porque no se mira

aquello que no se pronuncia

ni se sabe.

El amor que te acompaña,

a tu lado veo.

El corazón que te salpica

con cada gota

de lluvia inexistente.

El cuerpo que se agita

durante un segundo

cuando vuela el silencio

tras la palabra dicha

en un susurro.

Lo que veo yo cada noche

solo lo ven las personas

que no están con nosotros.

Las que se fueron

a volar muy alto.

Las que se marcharon muy lejos

en busca de su alma

con unas flores rojas

que dejan un rastro

en el atardecer de la tarde.

Lo que yo veo cada noche

es la intensidad de la misma noche

en una luz blanca que nos acompaña

hasta el umbral del primer sueño.

La estancia blanca que cobija

el ligero beso de unos labios

que todavía no han pronunciado

la palabra amor,

las palabras te quiero,

y que huyen del deseo

como se huye del fuego

cuando se tiene miedo

y alrededor todo arde.

Lo que veo yo cada noche

es el banco del parque

donde a leer te sientas.

La calle que pisas

con tus ojos abiertos

para no tropezarte.

La sombra que te cobija

cuando descansas.

La mañana que despierta

tras salir del sueño.

Y veo al recuerdo

cómo te acaricia el rostro.

A la memoria

que te lava la cara.

Cómo quitan las legañas de tus ojos

las caricias de unos dedos

que se posan a escribir

lo que te traerá el día

sobre una hoja blanca

con la luz de la mañana.

Lo que veo yo cada noche

son las horas que pasan,

la tarde que te envuelve,

la noche que te acaricia

cuando vas a la cama a dormir,

y cierras los ojos

con una sonrisa.

Lo que yo veo cada noche,

lo que sintieron en vida

y no se dieron cuenta de su magia.

Ese ligero murmullo

que todavía no llega a tus oídos

para que no se equivoque.

Lo que veo yo cada noche

es el aire que respiras,

el corazón que te despierta

cuando estás dormida.

Escrito en Lecturas Turia por Kepa Murua

18 de junio de 2014

                         

                         

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Para reconocer la mordedura

de la muerte no hay límites. Tu ocaso

aún brilla en el azar de los rescoldos,

entre las dalias de Bastions, en brazos

de esas estatuas que sin voz increpan

la finitud de todo lo nombrado.

No basta un cúmulo de claridad

ni es necesario que amanezca. El blanco

de la luz incipiente nada dice.

Ronronea tan sólo a nuestro alrededor y el amplio

murmullo de la noche rasga el aire,

sin comprender siquiera que los pájaros

fermentan con el alba, aún a sabiendas

de que la sed es cómplice, que tanto

la lunación como el ardid del éxtasis

apenas saben si imitar su canto

o disolverse en su vaivén, en busca

de otra hondonada en que morir. Descalzo,

con la hermandad de las estrellas,

camino sobre esquirlas de otro cielo. Marzo

se ha vuelto un mes cruel, porque se ha ido

con la memoria intacta de tu paso.

Voy sin mirar atrás por un sendero

hecho de brotes en sazón, de abrazos

tan sin futuro como la esperanza

frágil del despertar. Por los sembrados,

abril se desparrama y la cosecha

muestra que hubo traición, que sólo cuando

es húmeda la tierra y nos acoge  

la eternidad florece, pero en vano.

 

V

 

O weiter, stiller Friede!


So tief im Abendrot.


Wie sind wir wandermüde--


Ist dies etwa der Tod?

Joseph von Eichendorf

 

“Im Abendrot”, Vier letzte Lieder

Richard Strauss

 

Un cielo a tu medida, aún por hacer, ha intentado fijarte en el vértigo de lo visible, pero eres como el aire, que es aire sólo porque pasa, sin más sustancia que la sensación de una memoria imaginaria, tan mía y tan ajena, igual que las astillas de la luz que dibujan mi sombra por el parque y en su fulgor se desvanecen. Inmune a la inclemencia del silencio, todo era para ti puro sonido, música diurna, incluso la rumorosa melodía del atardecer. Tu ausencia de palabras giraba en el vacío, lo mismo que la estrella (cuya luz certifica que ya ha muerto) brilla con fuerza en medio de la noche. Dabas con generosidad lo que nunca pedí, y a cambio sólo de un temblor, es decir, nada. Hoy la brisa de mayo te trae a mí de nuevo, entre fragmentos dispersos de un monólogo antiguo disuelto con la niebla, y recuerdo (¿o escucho?) algo como un zumbido triste que agita y desordena las hojas de los plátanos.

 

Jenaro Talens

Escrito en Lecturas Turia por Jenaro Talens

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