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21 de mayo de 2014

 

 

      Porque conspiráis en Callao

con un puñado de poemas

en las manos y en las tripas,

sois el futuro,

desde el Distrito Federal a Buenos Aires

pasando por Santiago de Chile o Lima.

Lleváis tatuada a Jane Birkin

en la punta del corazón

y posáis desafiantes al calor de Vallejo y Parra,

tenéis rock en las venas

y semen en los tinteros.

Preciados se diluye en Lavapiés,

tambores de guerra,

Borges y Leonard Cohen

se citan en La Montera,

un duelo a muerte,

Pequeño Vals Vienés

al sur de Rivadavia.

Y sois descarados y canallas

pero amáis con vergüenza,

Bolañescos y Cortazarianos,

estirpes de cerveza y whisky,

teorías científicas

para ingresar en la astronomía laberíntica de Óscar Pirot

o salir del Manicomio de Mauricio Medo.

Cada tarde os batís en duelo,

y llegáis al amanecer borrachos,

al final creéis que todo es un juego,

hasta que suena el timbre

y otra vez el maldito alquiler.

 

Escrito en Lecturas Turia por Mario Hinojosa

20 de mayo de 2014

            El artista visual, diseñador gráfico y activista cultural, Paco Rallo, es el autor del proyecto y el editor de Rocío Erótico, una obra coral en la que participan sesenta y cuatro creadores, entre escritores y artistas visuales de  ambos sexos, en paridad casi absoluta, con mezcla de edades, tendencias artísticas y procedencias geográficas, todos ellos invitados a participar en una cita a ciegas creativa, con la única premisa de que su aportación, visual o narrativa, girara en torno al tema del erotismo y con unas mínimas condiciones técnicas: para los escritores la extensión máxima del microrelato no debía superar los 1200 caracteres,  y para los autores de los dibujos el formato debía ser cuadrado de 21 x 21 cm., con la previsión de que su posterior reproducción sería a una tinta. El resultado es un erótico cadáver exquisito en forma de libro de factura excelente y cuidada edición digno de figurar en las colecciones de los erotómanos más exigentes. A la calidad de la extensa nómina de artistas invitados, se suman los dos magníficos trabajos introductorios de los especialistas en sus respectivas materias como son el escritor Javier Barreiro y el crítico de arte Juan Ignacio Bernués.

            La idea es brillante, el erotismo y  el microcuento –prosas poéticas, poesías en prosas, tanto monta-, casan tan bien como el tabaco y el alcohol, pues de alguna manera, el erotismo es al sexo lo que el microcuento a la narrativa: esencia e intensidad. La narrativa breve -el microcuento, microrrelato, minicuento, minificción, nanocuento o como se les quiera llamar- guarda una semejanza natural con el placer, o mejor dicho, con el clímax del placer, pues quizá el microcuento tenga algo de orgasmo intelectual, de fogonazo iluminador, de eyaculación creativa, en la que se combinan la esencial velocidad con la intensidad, en su caso lingüística y de densidad semántica.

            Pero, ¿qué entendemos por erotismo? Me gusta mucho la definición de Octavio Paz citada por José Ignacio Bernués en su introducción: el erotismo es “la poesía de la sexualidad”. Por mi parte, y siguiendo con Octavio Paz, añadiría que “erotismo es sexo y pasión, no en bruto, sino trasfigurados por la imaginación: rito y teatro.” Es decir, el erotismo no hace referencia unívoca al mundo de las cosas, al referente, sino a la realidad de la ficción que él mismo crea, a la irrealidad por tanto: el erotismo no denota, evoca; el erotismo no imita, crea; el erotismo pone en funcionamiento mecanismos de re-presentación, de re-creación de la realidad y está situado en el plano de la ficción, sobre todo,  en el del sueño, o deberíamos decir mejor del ensueño, en ese sentido sadiano-buñueliano que libera la imaginación de todo pecado. Así, de esta forma, en el erotismo el lenguaje pasa de designar a expresar, a sugerir, a evocar experiencias sexuales o relacionadas con el sexo plenas de sentido, sentimiento y emoción. En román paladino, lo que quiero decir es que un texto es erótico en la medida que alcanza una importante calidad literaria, considerada solo a partir de la escritura, al margen de todo prejuicio moral, político o religioso y no insulta ni agrede al lector considerándolo como un ser carente  de imaginación. En suma, el erotismo es un arte pleno de imaginación, delicadeza, esfuerzo y creatividad al servicio de algo tan natural como el sexo

            Esta es la óptica con la que debemos encarar Rocío erótico, que se abre con un relato provocador, verdaderamente duro, crítico y sin concesiones, “Primicomulgante”,  una auténtica patada en sus partes a la Iglesia.  Después los textos se remansan y como en cualquier antología, no todos tienen la misma calidad, pero el nivel medio es más que aceptable y, de hecho, hay un nutrido grupo de ellos a mi juicio memorables, que ofrecen los rasgos que caracterizan al conjunto. Pondré como ejemplo algunos, sin intención de infravalorar al resto.  En “Entre las piernas”, Elena Santolaya, juega a engañar al lector y a sorprenderlo con un inesperado giro final; en “Las puertas del Paraíso”, Paco Rallo sugiere mediante un lirismo contenido una fantasía erótica elidida y aludida en su final; en “Galería de la Academia”, Luisa Liberio, siguiendo con las alusiones artísticas, si antes con Paco eran “las puertas doradas del paraíso de Giberti”, ahora, la autora convierte al David de Miguel Ángel en el “amante más hermoso de todos los tiempos”, y no le falta razón; en “Trazarte”, Iguázel Elhombre, escribe una poesía en prosa de hondo calado; suficientemente explícito resulta el título del relato de Milagros Angelini, “Instrucciones de uso” , que no requiere más comentario si hablamos de sexo y desde el punto de vista de una mujer; en “La criatura”, Raúl Herrero reescribe el clásico de Mary Shelley desde la visión atormentada del propio monstruo necesitado de compañera y el deseo sexual del propio creador por su criatura; por su parte, Ángel Petisme, rinde un humorístico y rítmico homenaje a Nabokov con su particular “Lolita”, en este caso  prostituta de una lupanar monegrino asada de caló; en “Retrato”, Francisco Julio Donoso rememora con meticulosidad tan literaria como reconocible una primera vez descrita con precisión naturalista; en “Despedidas” Rafael Notivol narra una historia sarcástica de amor y desamor, de sexo, pasión y abandonos.

            Repito que no quiero ser injusto con los numerosos cuentos que no he mencionado, obligado por las restricciones de tiempo que me impone mi papel de presentador, basten los  brevemente comentados para mostrar no sólo la solidez del conjunto sino la diversidad de los tonos y  temas: desde el realismo con denuncia social del citado “Primicomulgante” o la impregnación fantástica y onírica, pasando por la ironía y el humor o la destreza metaliteraria y el gusto por el experimento, hasta llegar a textos de hondo lirismo bien dosificado; hay cuentos fetichistas, homosexuales, obsesivos, etc. Son también numerosos los cuentos que suponen de una u otra forma un homenaje a escritores consagrados, como el ya citado de Petisme a Nabokov, el de Miguel Ortiz al poeta Apollinaire, el de Milagros Angelini a Marguerite Duras o el de Charo de la Varga a Monterroso.

            Pero que no se engañe el lector, de estos cuentos decimos que se leen en pocos minutos, y es cierto, parece el género ideal para ese lector moderno al que, piadosamente, le atribuimos una sola carencia: la de tiempo. Así pensamos y seguramente estamos en lo cierto, pero digo, que no se engañe nadie, todos sabemos que esos minutos exigen mucho, y que no todo el mundo está dispuesto a un esfuerzo de concentración tan intenso y tan breve. Si el escritor de cuentos es un corredor de velocidad, el lector está obligado a correr tanto como él y en muchos casos a realizar series de varias relecturas para desentrañar el fondo del relato.

            En definitiva, este libro es un erótico cadáver exquisito en forma de libro de factura excelente y cuidada edición digno de figurar en las colecciones de los erotómanos más exigentes, solo su portada vale un Potosí.

 

           

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Juan Villalba Sebastián

20 de mayo de 2014

Me quito la gorra y vacío la mochila: unos vaqueros, una chaqueta, una sudadera, unos calcetines, unos calzoncillos y unas cuantas camisetas. Mientras retumba la lavadora preparo un té, que me tomo, con un cigarrillo, leyendo un cuento de Katherine Mansfield. Sorpresa en el contestador: “Desde el desierto, un beso. Que el nuevo año descongele tu corazón”. Saco un par de higos del frigorífico. Es lo que más me gusta de la navidad. Los higos secos.

Luz helada.

Subo la cuesta de San José digiriendo la comida familiar, en la que no ha faltado el buen humor. Brilla el misterio de lo deshabitado en esos pocos edificios que crecieron, solitarios, en lo que eran las afueras de Zgz hace setenta u ochenta años. Desbordados por las nuevas construcciones, son células muertas que permiten analizar, como los anillos de crecimiento de los árboles, las sucesivas edades de la ciudad, su evolución.

En las fuentes del parque Grande, las hojas secas, al cristalizarse, parecen haberse caramelizado. Dos chicas extranjeras, bonitas y sonrientes, con sus blocs de dibujo, buscan un banco en el que sentarse a pintar el frío.

El placer infantil de resbalar en los charcos de hielo.

En casa ya. Enciendo el ordenador. Escribo la frase que tenía pensada, desde anoche, para este día: “34. Y no me han crucificado”.

Cervantes lo revolucionó todo cuando, al término de la aventura de Clavileño, hizo que don Quijote se llegara a Sancho para decirle al oído: “Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más”. Ese momento es a la literatura lo que la toma de la Bastilla a la historia.

Mi vida, esta habitación cerrada que apesta a humo frío.

Una pistola con las cachas de nácar produce el mismo efecto en un relato que una porcelana de Lladró en un salón.

Presentación de un libro de poemas. Casi todos los presentes se dedican a la versificación. Los poetas son los masones de la literatura. Y no solo porque se pasan la vida conspirando, organizado jurados y otorgando y recibiendo premios, divididos y agrupados en distintas logias. Al final del acto, la actuación: el poeta recita, como era de temer, un poema inédito. Qué manera de afantasmar la voz. Da repelús. Ni que fuera un oráculo. Los poetas deberían probar a grabar sus poemas en los contestadores de los teléfonos. Así es como tendría que sonar la poesía. Como un mensaje en el contestador. Uno de esos mensajes temblorosos que nos dejan temblando durante horas.

Le ha afectado mucho la noticia de los estragos que un huracán ha causado en Madeira. Allí pasó su luna de miel.

Fue como amputar una pierna gangrenada. No quieres desprenderte de ella, forma parte de ti, una parte importante, fundamental, pero no tienes elección: es tu pierna o tu vida. Aunque me siga acordando de ella, ya no la echo en falta. Veo que no está, pero raras veces siento su ausencia.

No es ambición literaria lo que tienen. Es únicamente ambición.

Los microrrelatistas han ocupado el lugar que los sonetistas dejaron vacío al extinguirse, y producen y venden la misma clase de churros crujientes y grasientos que, en cuanto se enfrían, y se enfrían enseguida, se ponen tan duros que no hay dios que les hinque el diente.

El español no opina. Eructa. Lees los periódicos, escuchas la radio, ves la televisión y casi todos eructan. Naturalmente, es el que eructa más fuerte el que más se hace oír. La prensa es la barra del bar donde se celebra el concurso de eructos nacional. En la calle, y en internet, los aficionados los aplauden y emulan, regoldando, que es lo mismo pero no es igual.

Ha desaparecido todo el mundo y todas las luces se han apagado, excepto las del tiovivo, que sigue dando vueltas en la noche, y yo en él.

La Biblia, en mi mesilla de noche. El hijoputa de Yahvé asola Egipto para demostrar que su poder es infinitamente superior al del faraón. Tengo que comprarme una pistola y meterla en el cajón, escondida entre los calcetines. Así, con la Biblia y la pistola en la mesilla, sabré cómo se siente un asesino en serie.

Los brillos plateados del agua en las películas en blanco y negro. No ha habido technicolor ni habrá 3D que supere esa magia iridiscente.

El camión que riega las calles deja un buen charco en el paso de cebra que cruzo todas las mañanas, siempre antes del amanecer, camino del desierto. Pisar o no pisar el charco. Es lo único que hace que un día sea distinto a otro.

Es lunes. Llueve. Un día perfecto para suicidarse.

La vida, como el tiovivo: crees que avanzas pero solo das vueltas.

Los niños se divierten en el tiovivo mientras que los ancianos, sentados alrededor, los  miran desde la distancia. Como se contempla una orilla desde la otra orilla.

La marginaban en el colegio y la gente ha seguido evitándola, yo también, pero no por lo que ella se figura: el aliento le apesta a huevos podridos, eso es todo. Una mano amiga debería ofrecerle un caramelo, y ella debería aceptarlo. Su vida cambiaría de color.

La blogosfera ha convertido a muchos escritores, no solo a los que empiezan, en hombres-anuncio. Es el género de moda: la autopublicidad.

Unos pocos escritores son los que marcan estilo. Los demás van o no van a la moda.

La primera rosa de mi rosal. Solitaria, segura de sí misma, dolorosamente roja y un poco triste.

Los aforismos son como las chaquetas reversibles. Les das la vuelta y también sirven.

La inspiración, como el riego: unas veces por aspersión y otras por goteo.

Anoche, borrachera de besos y risas y a trabajar sin dormir. La resaca, muy dulce. Rebeca, tres kilos y medio, nació ayer y hoy tocaba visita al hospital, con una cajita de bombones que la pastelera ha adornado con una rosa roja. Luz de sábado, velada por una lluvia de ámbar que preludia el verano. En la avenida, sobrevolando el tráfico, una pompa de jabón del tamaño de una pelota de fútbol. No he visto por ninguna parte al niño que la ha lanzado. ¿Habré sido yo?

Ayer encontré en la orilla del río, mientras corría, dos billetes nuevos, uno de diez y otro de veinte. Al pasar hoy por el mismo sitio, me preocupaba volver a tropezar con otros dos billetes o, peor aún, con uno más grande. Por experiencia o por instinto, desconfío de la suerte cuando amenaza con repetirse: suele tener trampa.

El escritor de diarios es un cazador de moscas.

Escriben diarios sin vida, inodoros, incoloros e insípidos.

Durante mucho tiempo he vivido convencido de que el cuerpo femenino alcanzaba la plenitud unos días después del parto. Las miraba, con sus hijitos en brazos y sus caras de peponas, y pensaba: la maternidad, no hay duda, las envuelve en un aura mágica. Era la vista que me engañaba. Ni magia ni aura. Simplemente son las tetas, que se les inflan.

Por la que están armando en el bar de abajo, España ha debido de adelantarse en el marcador. Qué buena me sabe la ensalada de todas las noches. A Jesse James va a traicionarlo uno de su banda. Ha renunciado a su carrera delictiva por amor a su mujer y a su hijo y está desarmado, descolgando un cuadro, cuando el traidor lo mata por la espalda. De niño no soñaba con ser futbolista. Yo quería ser forajido. ¿Y morir como un héroe a manos de un cobarde? No me lo había Lo ha dicho Puyol, el jugador del Barça: “Cada vez corro menos y pienso más”. A mí me pasa lo mismo. ¿Y si jugar al fútbol y escribir no fueran cosas tan distintas?

Loha dicho Puyol, el jugador del Barça: "Cada vez corro menos y pienso más. A mí me pasa lo mismo. ¿Y si jugar al fútbol y escribir no fueran cosa tan distintas?

Mi menor. Es el tono en el que me gusta pensar que están escritas estás páginas.

Quiero su sonrisa, su saliva, sus pecas, sus pestañas, sus uñas, su olor, sus soledades, la goma con la que se recoge el pelo, su forma de arrugar la nariz, su manera de sacar la lengua, su maquillaje, sus caderas, sus estrías, su cuello, el lunar escondido entre sus pechos, la dulzura violenta de sus gemidos, sus dientes irregulares, sus niñerías, su falda corta, sus zapatos nuevos, su anemia, sus implantes, su almohada, sus zapatos sin tacón, sus botas de siete leguas, sus ganas de comerse el mundo, su timidez, la tinta triste de sus poemas, sus escalofríos, sus sudores, su misterio, su pereza, sus silencios, sus temblores, sus certezas, su respiración, el diamante de su ombligo, sus pasadizos secretos, su pasado, su presente, su futuro. Lo quiero todo. Todo para mí y solo para mí.

“No escribo por dinero, pero tampoco estoy dispuesto a escribir gratis”. Debería habérselo dicho cuando me ha pedido que continúe con mis columnas, aunque ya no me las vayan a pagar.

“La vida trabaja incansablemente las veinticuatro horas”. J. G. B.

Puede que algún día olviden el sabor de sus bocas, pero no podrán olvidar a las ranas que croaban, al ritmo de la marcha Radetzky, mientras se besaban aquella madrugada del mes de julio, frente al río, en el portal de la casa de ella.

No importan las veces que te hayas enamorado y desenamorado. Un nuevo amor, cuando es verdadero, es siempre el primer amor.

Un poema, un relato y una novela se resuelven como se resuelve un crimen. Pero el escritor no es solo el detective encargado del caso: es también el asesino y la víctima.

Hay que perder la rigidez, después de haber perdido el pudor. Y escribir sin condón. Escribir como silbas cuando vas en bicicleta, como cantas cuando cantas para las paredes, como hablas cuando no hablas con nadie. Sin pretender hacerte oír, sin escucharte a ti mismo, indiferente por completo al efecto de tus palabras y a sus consecuencias. Cuesta lo suyo perderla, pero qué alivio el día que dejas de sentir ese palo que durante tanto tiempo has llevado clavado en el culo. 

Ya no leo por el mero placer de leer. Todo, hasta los papeles rotos de la calle, lo leo depredadoramente, en beneficio propio.

Pasada cierta edad deja de pasar la vida y solo pasa el tiempo.

Mejor ciego en Granada que pobre en París.

Las piernas de las parisinas, las poses dieciochescas de los parisinos (les falta empelucarse), la miseria de los miserables, tanta retórica urbanística, tanta belleza a pie de calle, tanta soledad entre tanta gente, la felicidad que se compra y se vende en los barrios del centro, la desesperación que se masca en los de la periferia, el atardecer pintando de rosa el cielo, esmaltando las copas de los edificios, y Brenda y yo buscando como locos un sitio donde vaciar las vejigas y llenar los estómagos después de atravesar el sueño perfecto de la place des Vosgues, vacía tras la lluvia. 

“Il y a certaines coses que j’écris et que je ne dirais pas de vive voix”. P. Léautaud.

Cargados de bolsas de supermercado, caminan cada uno por una acera, después de pasar la tarde del domingo en casa de su hija, con sus nietas, unas gemelas encantadoras. Cuarenta años casados y cada día se odian un poco más. Ya no les quedan fuerzas para disimularlo.

 “Lo peor que te puede pasar en un viaje es que no te pase nada”, han escrito unos jipis en su furgoneta. Me acuerdo de Paul Morand, que decía de los jipis que eran unos budas sin curiosidad.

Esta noche las aguas del Ebro brillan como nunca. Me fumo un cigarrillo imaginario (no tengo fuego) en el puente de Piedra. Se nos ha muerto Labordeta, pero no se ha ido. Y si se ha ido, no tardará en volver. Volverá a su querida y odiada gusanera, y en esa acera de sombra por la que caminamos los vivos y deambulan los muertos nuestros pasos se cruzaran de nuevo, a cualquier hora, cualquier día de estos.

Varias generaciones descubrieron la muerte asistiendo, con los corazones encogidos, al asesinato a tiros de la madre de Bambi, así como a muchos otros niños la primera noticia de la muerte y su brutal impacto les ha llegado a través de otra película de dibujos animados, El rey león, en la que el asesinado es el padre del protagonista.  La muerte no admite mojigaterías ni siquiera en los relatos infantiles salidos de la factoría Disney. Fue sin embargo en una serie de televisión donde descubrimos la muerte unos cuantos españolitos. No puedo contener una risa nerviosa cuando vuelvo a oír aquellos gritos de Pancho, repetidos por el eco angustiante de la memoria: “¡Chanquete ha muerto! ¡Chanquete ha muerto!”.

Ninguno de los cuatro hemos heredado de nuestro padre su habilidad con las herramientas, la destreza y la paciencia con las que arregla cualquier avería. No nos ha enseñado, pero tampoco hemos querido aprender. También es verdad –pienso en mi descargo- que la sociedad ha cambiado y ahora todo lo que se rompe, se tira. Como si las reparaciones fueran una pérdida de tiempo.

Dice Proust algo muy cierto, poéticamente cierto, a propósito de Chardin y sus naturalezas muertas. Que las cosas, los objetos, no son hermosos en sí mismos. Es la luz que los envuelve, la luz que les da la vida, la que los embellece.

Hemos tomado pacíficamente la Aljafería en cuanto se ha cerrado la capilla ardiente. Había pocas banderas, de lo cual me he alegrado: él luchó por la libertad sin banderías. La mitad estábamos conteniendo las lágrimas y la otra mitad llorando. Los silencios y los sollozos han precedido al estallido de los vítores. Las sombras de la multitud, con los brazos alzados, temblaban agigantadas en los muros del palacio mientras sonaban sus canciones, coreadas por una multitud de gargantas rotas. Faltaba la voz cantante. Su vozarrón, que ya nunca oiremos en directo. Nos queda su palabra. Nos deja su ejemplo.

Me encanta esa hora última de la tarde en la que el cielo empieza a oscurecerse y se encienden todas las luces de la ciudad. Era la hora de volver al pueblo, hechas las gestiones, las visitas médicas y las compras que habían llevado a mis padres a Zgz, y a mis hermanos y a mí con ellos. Es con aquella mirada pueblerina como sigo contemplando la ciudad, rindiéndome cada noche ante su hechizo eléctrico. No echo de menos el pueblo, tan oscuro bajo la bóveda celeste, y sus cuatro farolas con sus cuatro gatos.

Después de muchos meses sin poder pegar ojo, cuando decidí que no aguantaba más, que me largaba, y nos instalamos, mis libros y yo, en el piso de mi hermano, volví a conciliar el sueño con la facilidad y la felicidad con las que lo he conciliado siempre, para envidia de mis amigos insomnes. Durante el día lo pasaba fatal, pero era meterme en la cama, cerrar los ojos y empezar a roncar, lo que únicamente podía significar una cosa: que había elegido la opción correcta, aunque entonces me costara creerlo. Se lo he contado a Antonio, que se divorció a comienzos de verano, y a él le sucedió lo mismo. Al día siguiente del día en que verbalizó su divorcio pudo por fin volver a dormir la siesta como un bendito.

Lo ha dicho mi madre, que sabe de lo que habla: “A las parejas que se mueren, las mata el aburrimiento”.

Si para castigar a alguien tienes que castigarte a ti mismo, qué estupidez.

 

Escrito en Lecturas Turia por Julio José Ordovás

19 de mayo de 2014

En cada novela, en cada poema, en cada relato hay una partitura. Ningún autor fue tan claro sobre el carácter musical de la literatura como Homero: la Odisea consta de 24 cantos y otros tantos componen la Iliada. Ambos poemas son como dos grandes óperas wagnerianas, rebosantes de dramas y pasiones. Homero pulsa todas las cuerdas de su lira -desde la más grave hasta la más aguda- para contar, o mejor cantar, las hazañas y amores de los dioses y los hombres. En  la buena literatura siempre es posible escuchar la melodía. El inglés Neil Gaiman, seleccionado entre los diez mejores escritores vivos por el prestigioso Dictionary of Literary Biography, tiene un agudo sentido musical. Su obra posee un ritmo extraordinario y una prosa en clave de ingenio. Explorador de casi todos los géneros – novela, cómic, relatos, poesía, guiones, teatro, cuentos para niños y hasta letras de canciones para Tori Amos-, Gaiman podría hacer suya la definición que daba de su trabajo el artista holandés M.C. Escher: “Lo que yo hago es un juego, pero un juego muy serio”. La última novela del inglés publicada en España, Los hijos de Anansi, es tan fascinante como divertida. Y su banda sonora está a la altura: el libro comienza con la música de fondo de What’s new Pussycat?, ese tema memorable de Tom Jones, y finaliza con The Lady is a Tramp, un clásico de Frank Sinatra, y Yellow Submarine, de los Beatles. Entre ambos, Gaiman relata una historia tan inolvidable como esa música.

El protagonista de la novela, Gordo Charlie, vive en Londres desde que sus padres se separaron en Florida, cuando él tenía diez años. Gordo Charlie -que no está gordo, pero conserva el apodo que le puso su padre- tiene una novia llamada Rosie -que se niega a acostarse con él hasta que estén casados- y trabaja para un agente de actores -que lleva años estafando a sus clientes-. Su vida es pura rutina hasta que la muerte de su padre le obliga a viajar a Florida para asistir al entierro. Cuatro ancianas, amigas del fallecido, ponen su vida patas arriba cuando le revelan: 1) que su padre era la reencarnación humana del dios africano Anansi y 2) que no es hijo único, sino que tiene un hermano, Araña, que ha heredado los poderes mágicos de su padre.

La aparición de Araña en la casa londinense de Gordo Charlie no hace más que complicar aún más las cosas. Su desconocido hermano es guapo, seguro de sí mismo, divertido, sin escrúpulos y con una labia espectacular. También es egoísta e inconsciente. Antes de que Gordo Charlie se dé cuenta, Araña le ha robado la novia, se ha instalado en la mejor habitación del piso, ha conseguido que le despidan del trabajo y que la policía le persiga por fraude y como sospechoso de asesinato. Pero Gordo Charlie se siente, sobre todo, profundamente humillado: Rosie, que se negaba a acostarse con él, ahora se niega a abandonar la cama de Araña.

Decidido a librarse de su hermano, Gordo Charlie regresa a Florida. Con ayuda de las cuatro ancianitas, que practican una peculiar forma de vudú, convocan una fuerza poderosa y malvada. Pero cuando dicha Fuerza Oscura actúe, las cosas empezarán a ir realmente mal para todos. Gordo Charlie deberá adentrarse en un mundo tenebroso, habitado por antiguos dioses con forma animal, para intentar salvar a su hermano y al mundo del daño que ha liberado. En ese espacio mítico, los hermanos Anansi vivirán, al igual que Odiseo durante su largo viaje de retorno a Ítaca, aventuras terribles, emocionantes y algunas muy graciosas mientras luchan por regresar a la normalidad.

Clasificar esta novela genial y disparatada es imposible, incluso para el propio autor. Escúchenle: “Los hijos de Anansi es una divertida historia de miedo. No es exactamente un thriller ni una novela de terror, tampoco una novela de fantasmas (aunque en ella aparece algún fantasma) o una comedia romántica (aunque hay varios romances y partes muy cómicas, si exceptuamos las partes terroríficas). En realidad, si tuviera que definirla diría que es una épica familiar-cómico-romántica-de fantasmas-thriller-mágica-de horror, aunque eso deja fuera la parte policíaca y gran parte de la comida”.

Con poco más de 40 años, Gaiman goza de un prestigio considerable gracias a su manera magistral de moverse entre la fantasía y la realidad. Ese lugar fronterizo y en penumbra, donde se confunden ficción y no ficción, es el terreno en el que se desarrollan sus libros y donde mejor brilla su imaginación. Es el espacio del mito homérico, donde dioses y hombres intercambian a menudo sus papeles. En Los hijos de Anansi, Gaiman convierte el mito del dios africano Anansi en un escenario donde conviven sin estridencias algunos de los dioses que llevaron los esclavos a Estados Unidos junto a policías, agentes de actores, enamorados sin esperanza y hombres y mujeres con problemas familiares.

Parece mentira que un autor como Neil Gaiman sea tan poco conocido en España. O quizá sería más adecuado decir: tan poco reconocido. Los aficionados al cómic le conocen por su brillante serie Sandman, pero en el mundo de la narrativa aún está por descubrir. Ha conseguido numerosos premios en todos los géneros que ha cultivado, pero su principal galardón es el entusiasmo y el asombro maravillado que suscita su lectura. Los hijos de Anansi es un placer y posee además un raro don: hace reír. Uno de los mejores espectáculos que existen es la risa solitaria del lector hipnotizado por las páginas que tiene delante.

Algunos de los premios que adornan su solapa son los siguientes. Su novela American Gods obtuvo los premios Bram Stoker, Nebula, Hugo, SFX y Locus; Neverwhere ganó el Premio Julia Verlanger para la Mejor Novela de Fantasía y Ciencia-Ficción; Stardust consiguió el Premio MythoPoeic a la Mejor Novela para Adultos; Smoke and Mirrors logró el Premio PEN para el Mejor Libro de Relatos. La serie de cómics Sandman obtuvo los premios Will Eisner y Harvey, consiguió el primer galardón literario concedido a un cómic, el World Fantasy Award, y se convirtió en el primer libro de este género que aparecía en la lista de los libros de ficción más vendidos del New York Times. Sus novelas infantiles han obtenido un éxito similar: Coraline ganó los premios Elizabeth Burr/Worzalla, BSFA, Bram Stoker, Nebula y Hugo, y será llevada al cine. Entre sus libros ilustrados, Los lobos de la pared ha sido adaptado para la ópera. Neil Gaiman ha obtenido asimismo el Premio a la Defensa de las Libertades que concede el Comic Book Legal Defense Fund. Su obra ha sido traducida a 28 idiomas.

Los hijos de Anansi comenzaba con una canción y una tesis: “Las canciones permanecen. Perduran. Una canción puede convertir en bufón a un emperador o derrocar dinastías. Seguirá viva mucho tiempo después de que los hechos que narra y sus protagonistas se hayan transformado en polvo y sueños, condenados al olvido. Tal es el poder de una canción”.

Cuando cierren esta novela, se descubrirán moviendo los pies al ritmo de su jubilosa melodía interna.

 

Neil Gaiman, Los hijos de Anansi, Barcelona, Roca Editorial, 2006.

Escrito en Lecturas Turia por Nuria Barrios

16 de mayo de 2014

A mis padres, que ya son viejos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me encuentro sobre el escritorio

con el catálogo Avon.

 

Recuerdo esos productos

que vendía mi madre

para sacar cuatro mil

cinco mil pesos más

Nada o casi nada

que se transformaba

en unos kilos de papas o arroz

para llegar a fin de mes

 

Ella era profesora

ahora tiene artritis

 

Y es mi mujer

la que hoy compra esos productos

en la tienda de la esquina

acá

en el otro mundo

en el viejo continente

 

Abro sus páginas

y me encuentro con una serie de potingues

que no conocía

 

y las chicas Avon

que marcaron mi primera adolescencia

con su ropa interior

y lo que imaginaba encapuchado en la cama

 

Ya no alegran

ni agitan

ni sudan

mis noches

 

Pero

es curioso

quién lo diría

me traen el vago recuerdo

de la lluvia

la tierra mojada

las gotas cayendo

sobre las ventanas de plástico

el viento metiéndose dentro de la habitación

y a mi madre

mi padre

a última hora

en la cocina

sudando

amasando y horneando el pan del día próximo

el de ayer

el que parto y mastico hoy

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Julio Espinosa Guerra

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