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Configurar sentido descendente

31 de marzo de 2017

Luis Rodríguez no es un escritor, es un filósofo con voz propia, arriesgado, transgresor, vanguardista, que reflexiona sobre la vida sin concesiones de cara a la galería. Escribe para él, para investigar en su propia poética, sabe que hacerlo para el lector es un error. La presunción de inteligencia en él le obliga a ser honesto en cuanto a su obra en marcha y persiste en su camino, en evolución siempre, pero con coherencia: la identidad es un proceso en eterna construcción, el ser humano vive en tránsito, explorar y tratar de aprehender la realidad y mostrarla en su multiformidad, de recomponer ese rompecabezas a base de letras que forman palabras, palabras que crean textos, textos que sintetizan historias, que a su vez se bifurcan en diferentes realidades, realidades que conectan mundos y tiempos, pasado y futuro en continuidad, en relación biunívoca, influyéndose mutuamente… Nos hemos vuelto a topar con un infinito, con un caleidoscopio en el que solo se ve una ínfima parte de la realidad, su única verdad es su naturaleza escurridiza, desbordante, policéntrica -¿caótica?- y, sobre todo, polifónica. Una sucesión de partículas unidas por hilos-historias que no se sabe de dónde vienen ni hacia donde se dirigen, o tal vez sí, hacia la muerte: “todo cuanto vive debe morir –dice la reina en Hamlet-, cruzando por la vida hacia la eternidad.”

La cuarta novela de Luis Rodríguez no es una novela, El retablo del no es, como mínimo, dos NO-velas espejo con haz y envés, realidad y reflejo, ser y sombra, actores y personajes, una de diez mil palabras y otra, que contiene la anterior, de veinte mil.

El retablo del no no es teatro, es teatro contado, es vida teatralizada. En el pequeño escenario de una cafetería varios actores - títeres de la vida- narran a modo de retablo historias fragmentadas, episodios absurdos con explicación lógica, anécdotas increíbles absolutamente reales… Vivir es puro teatro, el teatro es pura vida. Como decía aquel director teatral al comenzar la obra: "Damas y caballeros, aquí termina el teatro y comienza la vida. ¡Principiamos!". Y al terminar la función concluía: "Damas y caballeros, aquí terminó la vida y comienza el teatro.”

La negación es una de las connotaciones del género humano que nos permite ser libres. La libertad da a las personas la posibilidad de decir no y Luis Rodríguez ejerce su libertad y entiende la negación desde el punto de vista médico como una de las etapas psicológicas por las que pasa el enfermo a partir del momento en que sabe o sospecha que va a morir, pero también como el filósofo se ocupa de los conceptos vinculados a la negación, a saber, el de oposición, el de no-existencia, el de diferencia y el de proposición negada: la realidad y su reflejo en el espejo; el hombre y su sombra, el concepto del doble, del actor y su personaje… La negación constituye un mecanismo comunicativo que empleamos desde nuestro nacimiento (el llanto de los recién nacidos manifiesta ya su disconformidad por haber dejado el seno materno) hasta su muerte (el silencio de los cadáveres como negación de la existencia).

Quien lea El retablo del no se verá a sí mismo incompleto, fragmentado, confundido. Luis Rodríguez lo llevará más allá del sentido controlado del relato, lo situará al borde del precipicio y tal vez lo arroje incluso al abismo interior de sus emociones, al terror de sus intuiciones.

Luis Rodríguez, El retablo del no, Tropo Editores, 2017.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Villalba Sebastián

31 de marzo de 2017

 

 

Roberto Mussapi nació en Cúneo (Piamonte) en 1952 y reside en Milán.
Entre otros libros, ha publicado: Gita meridiana, Antartide y La stoffa dell'ombra e delle cose.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


LLANURA

 

Tengo angustia de la llanura, en mi corazón

evoca el mar inmóvil y desanimado

de la bonanza, cuando no sopla brisa

y las velas cuelgan como vampiros por la mañana.

Recuerdo las dunas del desierto, las extensiones,

las largas caravaneras y el lento paso

al mundo de los tártaros, al oriente lejano:

allí fui consustancial a la llanura,

al descenso hacia un continuo ignoto.

Y en mí vive también el viaje de los Magos,

montes llenos de nieve, luego altiplanos,

y largas extensiones lisas donde se posaba el cielo.

Y luego el viento y las olas crestadas,

allá, allende Gibraltar y Cabo de Hornos, hacia Occidente,

en los mares donde el sol se ahoga y muere.

Fueron pesadillas los días de llanura,

mar sin alma, cielo sin aliento,

y nosotros inmóviles sobre la toldilla, como expiando.

Se convirtió en un atlas, aquella aventura:

todo fue allanado y extendido,

nada quedó desconocido.

Así murieron deseo y amor

mientras el dibujo del mundo se cerraba.

 

Luego, desde la oscuridad y desde el vacío de la bodega

descendimos a las cavernas y tocamos la luna,

el fondo, el origen de la sangre y de la especie,

y allá, en lo alto, hacia las estrellas y el cielo.

 

Ayúdame a volver a la llanura,

a creer que no ha muerto la aventura

incluso allá abajo donde el tiempo se ha estirado, 

ahora que el horizonte no me angustia,

ahora que sé que no sé,

que estoy de nuevo sucio y en la calle,

que he aprendido otra vez a llorar y a rezar.

SAILING FROM VENEZIA

 

Esto es el cristal, se hincha

con el soplido, coge la forma de la respiración,

todo lo que tintinea, que ríe, fue soplado,

sientes los labios del hombre en el borde del vaso,

he aquí porque ríen así, las muchachas,

con esas voces argentinas, de brindis,

eso es el cristal donde todo espejea,

el canal, mira, la ciudad reflejada,

los cimientos en paz con las aguas,

como una flota detenida en un océano

de cristal y de silencio,

esto es el parabrisas, en agosto,

los mosquitos aplastados, la prueba del viaje,

del pie en el acelerador, de la noche,

lloverá, el tiempo será marcado por el limpiaparabrisas,

los párpados palpitan con el ritmo de la respiración,

se abren inspirando,

desde allí yo veo el mundo.


AS TEARS GO BY, OFELIA 

a Marianne Faithfull

 

Luego fueron sílabas aquellas que habían sido palabras

y versos que me desgarraban la garganta,

pedazos, grumos de vozsangre

de toda imagen que antaño había sido,

ahora perdida en el fondo bajo arena vidriada.

E inhallable como quien es mudo

de golpe y con la voz su mirada ha perdido

por un dolor que sólo puedes intuir

en esa córnea de repente vacía,

o como de golpe a ciento sesenta en un túnel

con el pie hipnotizado en el acelerador

y yo, yo, lengua quebrada, yo, ahogada.

 

He interpretado a Ofelia, conozco la locura,

y sé que te golpea por exceso de amor,

cuando tus ojos no sostienen una silla

si ves en su paja las tramas de oro,

y el aura de aquella cátedra y su luz,

y los beatos que se posaron en inconsciente plegaria,

si tiemblas por una persona que se sienta

y se acerca al centro del fango y de los grandes ríos,

y sé qué significa exceso de amor,

cuando aquel al que amas se disipa y calla,

o no consigue responderte, y tú mueres,

por extinción, deshidratada en piedra.

Yo estoy ahogada en la charca y subida

entre hojas caídas, muertas y siemprevivas,

desde el fondo limoso subiendo a la luz,

desde el fondo he encontrado génesis y amor,

ahora que vuelve a ser mía, en mí, mi voz,

nada que pedir, subir despacio

como la linfa del cálamo a la flor

después de ser estrangulada por el invierno y por el hielo

entre hojas podridas, y el rito humoral

asciende a los campos y al oro de las gavillas

entre casa y casa, entre las luces y las calles.

Conozco la locura y estoy ahogada,

y ahora sé que era solamente amor.



PALABRAS DEL ZAMBULLIDOR DE PAESTUM

Yo soy el alma de tu padre, el zambullidor:
te he seguido cada día, estoy a tu lado,
conozco como entonces tus zonas de sombra,
el lenguaje de los movimientos trazado por tu cara,
nada ha cambiado desde entonces, en este sentido.
Esto es lo primero que he descubierto,
lo primero que quería decirte: no cambia la percepción
de tus momentos, como no cambiaba
de noche, en el sueño, o por la distancia.
Sé que este soplo mío (desde el fondo del agua,
entre las anémonas)
será para ti como mis palabras de antaño:
que te infundían memoria y valor,
más que el vino o que una mujer que te mira.
Mi primer descubrimiento, la primera verdad es que nada
se rompe en el secreto del alma.
El resto es confuso, es pronto
para intentar contarte,
corales, anémonas, vidas que se dibujan con un movimiento
de agua y se disipan al instante.
No todo es luz, transparencia, silencio,
galerías de oscuridad, respiraciones contenidas, luego voces
que inhalan en mí como si hablase.
Me deslizo hacia un fondo cada vez más distante
y siento que una luz sumergida me llama desde oriente:
no sé dónde acaba, por ahora,
no sé qué es, pero sé qué amor
la mueve y determina su respiración.
De este viaje hablaré más adelante,
cuando la experiencia sea conocimiento,
puedo hablarte de cuanto he dejado,
sobre la superficie azul de las aguas,
entre las arenas blanquísimas, las palmeras,
la sombra de los olivos, el vino
vertido de las ánforas:
ama la tierra rosa en el ocaso,
sumérgete en el mar para jugar, como un tritón,
saborea la fruta, el pan, bebe y come,
escucha las risas de las muchachas,
busca su boca, ríe y desespérate,
agradece cada día tu país resplandeciente.
Yo no soy tu padre sino su alma,
no soy aquello que vivo sino recuerdo,
la ribera, la piscina, los colores que forman
el extraño dibujo de la vida mortal.
Vive en esa cerámica deslumbrante y espera
cuanto sabré decirte más adelante, al final del viaje.
Pero ahora que duermes como cuando en una cuna
parecías buscar los secretos del mundo,
ahora que tienes las espaldas más anchas y los cabellos más ralos,
escucha las palabras de mi alma
no sé mucho de ella, de mí misma,
(es pronto, hijo, no conozco bastante,
apenas he comenzado, estoy nadando),
no pienses en mi cuerpo (es tarde,
perlas, los que fueron mis ojos,
y mis labios reducidos a corales),
pero conozco su matrimonio,
cuando vivían al unísono en el mundo
y yo, el alma de tu padre, el zambullidor,
te entrego sólo esta experimentada certeza
(desde el fondo del abismo, en el escalofrío de la zambullida):
que también el hombre puede amar eternamente.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Roberto Mussapi

12 AUTORES DE DISTINTOS PAÍSES LE RINDEN HOMENAJE

TAMBIÉN PUBLICA TEXTOS INÉDITOS DE ANDRÉS TRAPIELLO, GONZALO HIDALGO BAYAL, MANUEL LONGARES, LUCIANO CANFORA MANUEL ANTONIO PINA

ÁLVARO VALVERDE PRESENTÓ “TURIA” EN EL MEIAC DE BADAJOZ

El escritor Luis Landero es el gran protagonista del nuevo número de la revista cultural TURIA. Un total de 12 autores de distintos países participan en un atractivo monográfico que permitirá a los lectores conocer más y mejor las claves de su obra y su personalidad. Se trata de una aproximación plural, interesante y completa al autor que nos fascinó con novelas como “Juegos de la edad tardía” y que continúa haciéndolo con su reciente “La vida negociable”.


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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

Rosa Montero: “Las novelas nacen del mismo lugar que los sueños”

Hace cuatro años publicó un punto de inflexión llamado La ridícula idea de no volver a verte (2013). Con aquel libro fundó una etapa que es en la que se encuentra. Decía allí que sólo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, hacer bien el amor y escribir bien, “actividades todas ellas importantísimas”. De seguido cuestionaba si lo estaba siendo en ese momento y respondía que no. Le siguieron El peso del corazón (2015) y, ahora, La carne (2016).

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Escrito en Conversaciones Revista Turia por Fernando del Val

Gonzalo Hidalgo Bayal: “Nos configura lo que leemos”

Tiene los ojos sucios de lecturas y limpia la mirada. El bolígrafo es un esqueje en sus manos. Igual que las lecturas. Todavía no se ha puesto con la rutilante biografía completa de Kafka. Sin echarla un ojo –“A las librerías de Plasencia no ha llegado”-, se la pidió a los Reyes [la conversación tiene lugar a finales de diciembre]. Le basta conocer el segundo tomo de Reiner Stach, de 2002, traducido en 2003, como Los años de las decisiones, también por Carlos Fortea. “Hubiera preferido la obra en tres tomos, la verdad. Han tenido que partir el segundo libro”.

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Escrito en Conversaciones Revista Turia por Fernando del Val

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